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Latinoamérica

7 de julio del 2002

El Plan Colombia... se escucha, se huele, se siente

César Jerez
Colectivo Crítica y Transformación

Así reza uno de las propagandas institucionales del Plan Colombia, que se transmiten a diario por la televisión colombiana, anunciando una millonaria inversión social en los campos y las regiones del país. Anuncio que no deja de ser uno más de los engaños mediáticos que soporta la sociedad colombiana desde tiempos inmemoriales.
Claro que se escuchan los bombardeos, los ametrallamientos y el rugido de helicópteros y avionetas fumigadoras del Plan Colombia, se huele el veneno que acaba con proyectos de vida de pequeños campesinos y colonos minifundistas y que aleja cada día más a miles de familias pobres de las mitómanas propuestas oficiales (según COCCA, en Colombia más de 250.000 familias tiene una economía de subsistencia cultivando coca y amapola).
Se siente también, en palabras de los líderes campesinos, "una gran indignidad, desesperanza y mucha rabia". "A un campesino, que no cultiva coca y vive en la vereda el 60 le mataron 3.000 cachamas y le acabaron el cacao" cuenta el presidente de la Asociación de Juntas de Acción Comunal del Catatumbo, región del nororiente del país, fronteriza con Venezuela, dónde se acaban de fumigar más de 8.500 hectáreas, de las cuales una gran parte corresponde no a plantaciones de coca, sino a cultivos de pancoger, pastos de ganado y todo el sistema hídrico de la región, de lo contrario no se explicaría el porqué "bajan los peces muertos por el Río Catatumbo".
Mientras en el Catatumbo se fumigaba indiscriminadamente y se desplazaba por esta vía a centenares de familias, en Bogotá se realizaba un pomposo seminario internacional, organizado por el desprestigiado Plante, denominado "La política de desarrollo alternativo en Colombia y sus perspectivas", uno más de esos eventos donde el Estado y la "sociedad civil" se escuchan ellos mismos. En el seminario no hubo representantes de las organizaciones campesinas provenientes de las regiones donde el estado colombiano y la administración de los Estados Unidos si que han hecho escuchar, oler y sentir.
Esta vez los expertos de siempre descubrieron, para fortuna de ellos mismos, que el círculo vicioso de las fumigaciones "no es la solución, y lo que hace es deslegitimar al Estado" (al área actual de los cultivos de coca se ha incrementado pese a las fumigaciones y es cercana a las 200.000 ha.), que "sin reforma agraria no es posible ni el desarrollo alternativo ni la sustitución de los cultivos" y que "la gran mayoría de los cultivos de coca hacen parte de una economía de subsistencia de campesinos, colonos e indígenas en zonas de reconocida marginalidad, social, política y económica".
Si bien en estos "descubrimientos" se nota un avance en la lectura del problema por parte de la tecnocracia y la burocracia local e internacional, lo que sí hay que tener claro es que el establecimiento colombiano no tiene política de desarrollo alternativo, sencillamente por que no tiene ninguna política propia, se marcha al ritmo de las imposiciones y políticas de los EEUU.
Esta oligarquía nuestra, la que nos tocó padecer, que vive más tiempo en Miami que en la "riesgosa" Colombia, que no tiene proyecto de nación, con una mentalidad extractiva, rentista y usurera, se la sigue jugando por la violencia como mecanismo de regulación económica y social. Esta precaria concepción de la vida política, económica y social de un país por parte de la oligarquía es la que explica la irresolución del conflicto. Explica por que se sigue fumigando, si con el veneno perdemos todos, por que se sigue expoliando, privatizando, endeudando, feriando el país, excluyendo, si perdemos todos todo.
En el Putumayo (sur del país), el Estado colombiano, bajo la amenaza de la inminente fumigación, hizo firmar pactos de sustitución de cultivos de coca a más de 37.000 familias campesinas, los cocaleros propusieron sustitución gradual, proyectos productivos, asistencia técnica y capacitación. El Plan Colombia impuso "una política de autosuficiencia alimentaria" por un monto de 900 dólares en especie por familia: unas cuantas gallinas transportadas en avión, por ONG´s, desde Santander (nororiente del país) y dos vacas. No obstante, la fumigación indiscriminada dañó los pastos de la región. La política la tenían los campesinos que nuevamente fueron desatendidos, la antipolítica la tenía el Estado que incumplió los pactos de las vacas sin pastos y de las gallinas más caras del mundo. Se escucha, se huele, el Plan Colombia sabe a caro veneno.
Colombia, Julio 2 del 2002.