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Latinoamérica

22 de julio del 2002

Que pase lo que tiene que pasar

Isrrael Sotillo
Rebelión
Las masas populares venezolanas asimilaron de los sucesos del mes de abril, entre otras cosas, que la experiencia se gana a través de la lucha; su conciencia quedó abierta para nuevas batallas; no las buscará por que si, prefiere la paz, eso es verdad, pero no es menos cierto, que de ser necesario irán con mucho gusto a cualquier tipo de confrontación que les plantee la "sociedad civil", ese invento siniestro de la burguesía para justificar su rapacería.
"El pueblo es sabio y paciente", de allí que se mantuviera en silencio-táctico el día que los fascistas se instalaron en Miraflores (12A), para proclamar la dictadura con sello Made in USA. El hecho de haber callado fue lo determinante en el desconcierto de los gobernantes fugaces; ellos creyeron que el volcán-pueblo se había apagado por efectos del casi perfecto golpe de estado; pensaron, además, que éste nunca entraría en erupción. Pues, bien, se equivocaron de Pequín a París; y peor aún, quedaron mareados y ahora andan como si estuviesen bajo los efectos de la cocaína e intentan nuevas aventuras: huelga general, desobediencia civil, alianza con los paramilitares colombianos, aniquilamiento de los círculos bolivarianos, desabastecimiento de alimentos... un nuevo golpe de Estado, pues.
Está dispuesto en la conciencia de la clase popular venezolana que si los contrarrevolucionarios persisten en su obcecada idea de echar al Presidente Hugo Chávez de la jefatura del gobierno, no será una simple espectadora de los acontecimientos que la propia burguesía advierte a cada instante a través de sus poderosísimas usinas; comenzará con la velocidad del rayo una amplia movilización política al lado del ejército patriótico que está alerta en todos los cuarteles. Desde los cuatro puntos cardinales de esta nación suramericana el huracán bolivariano levantará a los desheredados de la patria contra aquellos que les niegan vivir en paz y en democracia.
Para nadie es un secreto que los imbéciles y ambiciosos caballeros de las finanzas, del comercio, y de la industria, metidos a políticos, sueñan con la idea de una pronta ocupación norteamericana debido a la gran desventaja que tienen en la correlación de fuerzas dentro de la FAN. Aspiran, éstos señores, no solamente ver desembarcar en las costas venezolanas a los marines enviados por el Señor Doble V, sino sentir clavada la bandera yanqui de "la libertad' en nuestras costas del Caribe y ondeando en la Plaza Bolívar de Caracas .
James Petras, refiriéndose al proceso venezolano, observa que el líder bolivariano Hugo Chávez, "desde su primer año en el poder ha estado a favor de la colaboración entre las clases. No obstante ­afirma­ la oposición no está interesada en colaboración alguna entre las clases, lo quiere todo".
Así las cosas, el Comandante Chávez deberá empezar a entender de una vez por todas que como 'las contradicciones de clase son irreconciliables', este es el mejor momento para profundizar la Revolución Bolivariana, y, a la par, ir asentando el poder popular. Sin esa contradicción la existencia del Estado venezolano, o de cualquier otro no sería posible; entonces, por qué ilusionarse con esa idea de cooperación entre las clases que jamás existirá.
Por su parte la clase popular distingue que la derecha quiere la liquidación de todo proyecto que persiga implantar la democracia con justicia social, y observa que se alienta entre sus miembros la lucha de clases, incluida la guerra civil, para exterminar a los pobres. De allí que la Revolución Bolivariana tiene que ir al fondo de las cosas y renunciar de manera definitiva a seguir pidiéndole permiso a la burguesía nacional e internacional para materializar los cambios contenidos en el texto constitucional. Si ésta revolución pretende ser verdadera tiene que reconocer que la guerra civil es la máxima expresión de la lucha de clases.
Aquí es la burguesía quien la propicia, sabe que cuenta con EE.UU. Lenin nos enseña que "quien admita la lucha de clases no puede menos de admitir las guerras civiles, que en toda sociedad de clases representan la continuación, el desarrollo y el recrudecimiento ­naturales y en determinadas circunstancias inevitables­ de la lucha de clases".
Administrar un proceso revolucionario no es una tarea fácil y en esta Revolución Bolivariana los aprovechadores abundan; por eso, han empezado a caer en un oportunismo extremo y andan renegando de la revolución democrática que se le ha ofrecido a los venezolanos. Por un lado aceptan la existencia de clases sociales, y por el otro, desconocen interesadamente, que la sociedad fraccionada en clases se halla en un estado latente o activo de guerra civil que se manifiesta de distintas formas: la dialéctica de la violencia y la contra violencia es considerablemente complicada y se ubica en torno a las instituciones sociales fundamentales del Estado: la propiedad, la justicia, la educación, la familia, etc.
Cuando los ricos de este país anuncian que están comprando armas de fuego de todo tipo y en colosales cantidades, sencillamente, lo que hacen es confirmar su carácter irreconciliable con los pobres: las armerías registran niveles de venta como nunca antes; los cursos en los polígonos de tiro se multiplican semana tras semana; y para colmo, la compra legal y el contrabando de fusiles, metralletas y de decenas de miles de proyectiles es cada vez mayor, y que se sepa no son para el pueblo, precisamente.
Entonces, por qué, si la clase dominante se apertrecha con arsenales, los conductores del proceso revolucionario se muestran irresponsables ante estos hechos rechazando per se la guerra civil o desconociéndola mediante una ley de desarme que pronto aprobará la Asamblea Nacional, y que, seguramente, se aplicará con todo su rigor a los más débiles; no por mera casualidad, su proponente es el diputado converso Carlos Tablante.
El padre de la Revolución de Octubre escribió con meridiana claridad lo que sigue: "Una clase oprimida que no aspirase a aprender el manejo de las armas, a tener armas, esa clase oprimida sólo merecería que se le tratara como a los esclavos. Nosotros, si no queremos convertirnos en pacifistas burgueses o en oportunistas, no podemos olvidar que vivimos en una sociedad de clases de la que no hay ni puede haber otra salida que la lucha de clases".
El ejemplo de Chile, narrado por Eduardo Aquevedo, Subsecretario del MAPU, nos indica que "los días siguientes al golpe contra Salvador Allende no hubo entrega de armas, la izquierda no dio una respuesta militar decidida; en los cordones industriales la ausencia de dirección también fue total en los momentos iniciales. No había ni siquiera una multicopista para reproducir las órdenes. Las armas estaban allí, pero el nivel organizativo era muy bajo. No había medios rápidos de comunicación de masas en manos del pueblo. Las operaciones militares en los barrios fueron tremendas; se sucedieron los fusilamientos masivos, los ametrallamientos aéreos, el arrasamiento de barrios y fábricas completas". A conciencia, ¿cuántas de éstas previsiones inobservadas por los chilenos han sido tomadas por la Revolución Bolivariana? Me temo que muy pocas o ninguna; este abecedario no es desconocido por la oligarquía.
En Venezuela vivimos las dificultades propias de la consolidación y el mantenimiento de los logros revolucionarios, y en los próximos días la verdad económica colocará a la Revolución en una situación bastante adversa ante las masas: la tiranía de los medios de comunicación confundirá a decenas de miles de compatriotas, sobrevendrá la decepción de mucha gente.
Ante esta eventualidad la única política que vale es la política de la construcción económica, la política de la construcción educativa, y el esfuerzo de los cuadros revolucionarios de formarse militarmente. En una Revolución el privilegio del manejo de las armas no puede recaer en unos pocos. La amplia movilización política de todo el ejército patriota y de todo el pueblo revolucionario; es decir, del nuevo ejército y de las milicias ciudadanas, será lo determinante. Todas las grandes revoluciones lo confirman. Bien cabe recordar aquí a Argimiro Gabaldón, máximo comandante de las FALN venezolanas en los años sesenta, quien ante lo inminente de la guerra revolucionaria le dijo decididamente a sus hombres y mujeres: "¡Que pase lo que tiene que pasar!"...



Isrrael Sotillo es Periodista y Abogado