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Latinoamérica

El poder de las palabras

César Benjamin

ALAI-AMLATINA, 30/07/02, Río de Janeiro. Ocho y media de la noche, comienza el Noticiero Nacional de la Red Globo de Televisión: "el gobierno reafirmó hoy su compromiso con el ajuste fiscal" -fue el titular más importante. Luego me di cuenta de la genialidad perversa de la frase, vacía de información, pero repleta de contenidos positivos: "reafirmar" muestra coherencia; "compromiso", de forma sutil, remite lealtad: "ajustar" es volverse justo. Todo suena bien.
Solo al leer los periódicos del día siguiente percibí que el hecho generador del titular no era tan bueno. En su esfuerzo por alcanzar (y superar) las metas acordadas con el FMI, el gobierno brasileño había recortado parte del presupuesto destinado a la merienda escolar. Esa era la "reafirmación" del "compromiso" con el "ajuste", conforme la hábil selección de nombres hecha por los periodistas de Globo.
Nombrar es mucho más eficaz que silenciar o mentir. Quien esconde algo puede ser sorprendido cuando lo que se ocultó sale a flote. Quien tiene el poder de dar nombres define cómo los demás van a pensar. Es el poder de las palabras, que viene siendo ejercido hasta el cansancio.
Hace años, por ejemplo, habíamos oído elogios sobre la construcción de una economía "abierta", asociada a una idea de futuro. Su supuesta antítesis, una economía "cerrada", sería típica de un pasado ruin. La imagen es fuerte y habla por sí misma. Un tiempo "abierto" ofrece más oportunidades de entretenimiento que un tiempo "cerrado". Una persona "abierta" es más sociable que una persona "cerrada". Por consiguiente, también debe darse algo semejante en la economía. Al deslizar, la palabra "abierta" acarrea consigo aquel contenido positivo que le es atribuido por sentido común. No importa que, en ese otro contexto la dicotomía de "abierto" y "cerrado" no tenga sentido ninguno. (Una economía debe ser suficientemente "abierta" para optimizar el uso de su potencial e incitar a su base productiva a modernizarse, y suficientemente "cerrada" para mantener el equilibrio en su balanza de pagos e impedir la destrucción de su capacidad instalada. Fuera de eso, lo que se tiene es puro non sense.)
Otra posible mistificación de ese tipo es la llamada Ley de Responsabilidad Fiscal. Es fácil ver que, también aquí, el nombre fue imaginado con el propósito de impedir el debate: ¿quien puede estar en contra de una "Ley de Responsabilidad"? Además, lo que ella dice parece ser congruente con la experiencia de cada uno: los gobiernos (como los jefes de familia...) no pueden gastar más de lo que recaudan. ¿No es simple? No.
En primer lugar, hace muchos años que el gobierno brasileño recauda en impuestos mucho más de lo que gasta en salarios, costos e inversión. Tiene un superávit primario. El déficit solo aparece cuando agregamos los gastos al pago de intereses al capital financiero. Como la Ley no prevé -ni admite- la compresión de estos gastos pero sí de los demás, podría llamarse "Ley de la prioridad de uso de recursos públicos para pago a los bancos" o "Ley que declara que la educación y la salud son menos importantes que los bancos" o "Ley que hace intocables las ganancias del sistema financiero, nacional e internacional incluso a costa de los recortes en actividades esenciales", o simplemente "Ley del más fuerte", nombres que, por lo menos, merecerían permitir un debate.
En segundo lugar, el ejemplo doméstico no se aplica a la acción de los Estados nacionales. Al contrario de los jefes de familia, los estados pueden emitir monedas para hacer frente a compromisos que generan déficits. Esta es la actitud correcta cuando la economía está funcionando por debajo de su potencial, con insuficiente capacidad y desempleo, como es nuestro caso. Si los gastos públicos tuvieran efecto multiplicador sobre la actividad económica, las recetas del propio estado aumentarían, alcanzando una nueva posición de equilibrio en un nivel más alto de utilización de la capacidad productiva instalada. Eso depende no solo de cuánto gasta el estado, sino de cómo lo gasta. Comprar la merienda escolar, por ejemplo, además de ser socialmente más justo, tiene mayor efecto multiplicador sobre la economía que remunerar a los prestamistas.
Existe un sentido estratégico alojado en la operación que transformó el "ajuste fiscal" en algo perenne, ahora elevado a la condición de Ley. Medidas de austeridad monetaria se asocian al bajo crecimiento. Pueden ser válidas por períodos breves para alcanzar objetivos macroeconómicos bien definidos. Mas no se pueden eternizar, especialmente en un país dominado por las necesidades del desarrollo y de la justicia social.
Quien acepta esa receta no crece, se queda atrás. Quien se queda atrás pierde las condiciones de ejercer su soberanía. En este caso, como en otros innumerables, menos que debates técnicos, están en juego las relaciones de poder.
* César Benjamin es autor de "La opción brasileña" (Río de Janeiro, Contraponto Editora, 1998) e integrante de la Coordinación Nacional del Movimiento Consulta Popular. pasalavoz@movimientos.org