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7 de junio de 2002
Yo, el libro
Frei Betto
Portal de negocios
Soy muy especial. Mi tecnología es insuperable. Funciono sin hilos, baterías,
pilas o circuitos electrónicos. Soy útil incluso donde no hay
energía eléctrica. Y puedo ser usado incluso por un niño:
basta con abrirme.
Nunca fallo, no necesito manual de instrucciones, ni de técnicos que
me reparen. Paso de oficinas y herramientas. Estoy exento de virus, aunque figure
en el menú de los proyectos. Si hay algo que el lector no entienda en
mí, hay otro colega que explica todos mis vocablos.
A través mío las personas viajan sin salir del lugar. ¿No es fantástico?
Basta con abrirme y puedo llevarlas a la Roma de los Césares o a la India
de los brahmanes, a los estudios de Hollywood o al Egipto de los Faraones, al
modo como las ballenas cuidan de sus hijos o a los misterios de los agujeros
negros.
Estoy hecho de papiro, pergamino, papel, plástico y, hoy, existo hasta
como material virtual. Domino todas las ramas del conocimiento humano. Y, al
contrario de los seres humanos, nunca olvido. Si me consultan, aclaro dudas,
respondo preguntas, estimulo la reflexión, despierto emociones e ideas.
Pudo enseñar cualquier idioma: tupí, griego, chino o ruso. Incluso
lenguas muertas, como el latín. Introduzco a las personas en la meditación
zen-budista y en los secretos de la culinaria, en las partículas subatómicas
y en la historia del automóvil, en las maravillas de los jardines colgantes
de Babilonia y en las costumbres de los escorpiones.
Para utilizarme, la persona puede escoger el lugar más confortable: la
cama, el sofá de la sala, una silla en la cocina, una grada de escalera
o el asiento del bus. Le traigo los poemas de Fernando Pessoa y los salmos de
la Biblia, las instrucciones para arreglar un monitor de televisión y
la biografía de John Lennon, los viajes de marco Polo y los cálculos
de la propulsión de las naves espaciales.
Trabajo en silencio y nunca incomodo a nadie, pues no insisto. Es mi lector
el que se cansa y, en este caso, puede cerrarme y continuar la lectura horas
o días después. No huyo, ni escapo del lugar, ni abandono a quien
cuida de mí. Quedo allí a la espera, sobre una mesa o en un anaquel,
sin alterar mi humor. Excepto cuando soy blanco de la codicia de algunas personas
sin escrúpulos, que me roban a mis legítimos dueños.
Revelo a quien me busca lo que es de su interés: cómo cuidar el
jardín o detalles de la guerra de Paraguay, la increíble pasión
entre Romeo y Julieta o la atribulada vida amorosa de Elvis Presley, los secretos
de la fabricación de un buen vino o las mil y una interpretaciones de
Las mil y una noches.
Se puede estar conmigo y, al mismo tiempo, oír música o viajar
en tren, barco o avión, sin necesidad de pagar mi pasaje. Soy transportable,
manipulable y hasta descartable. Pero acostumbro a engañar a quien confía
en las apariencias: no siempre mi rostro revela el contenido.
Sin mí la humanidad habría perdido la memoria. Y, posiblemente,
no acabaría sabiendo que Dios se reveló a ella. Soy portador de
epifanías y de sueños, de tragedias y esperanzas, de dolores y
utopías. Y soy también una obra de arte, dependiendo de cómo
mis autores tejen y bordan las letras que llenan mis páginas.
Libre y leído, soy libro.