30 de julio del 2002
Colombia: Reflexiones sobre la paz en una perspectiva incierta
Jaime Caycedo Turriago
Servicio Informativo "alai-amlatina"
Al concluir el gobierno de Pastrana parece que se cierra una fase de
la crisis de la sociedad colombiana. La de los gobiernos que creyeron que podían
edificar, al lado de la columna vertebral de su política fondomonetarista,
un remedo de paz y solución política, sin lograr modificar los
términos del conflicto sociopolítico y armado que perdura en la
realidad actual. Un enfoque que se pretende nuevo y que, en verdad, reverdece
la vieja idea reaccionaria y militarista de una salida de fuerza bajo apariencias
institucionales asume la dirección del Estado, en medio de no pocas contradicciones
internas en el bloque de poder y presiones intensas del aliado estratégico
de la vetusta oligarquía colombiana: el Estado norteamericano.
Sin que se hayan modificado los parámetros de la confrontación
entre el régimen sociopolítico bipartidista y la sociedad, nuevas
combinaciones presenta la baraja. Frente a este hecho, conviene, entonces, reafirmar
algunos referentes de la lucha democrática y popular.
En primer término, hay que hallar una vía política de resolver
el conflicto interno colombiano. No hay duda de que a esta conclusión
se puede llegar desde distintas posiciones. La razón de este planteamiento
es que el conflicto armado existente en Colombia tiene un contenido social y
político. Ese contenido lo constituyen a) las desigualdades permanentes
que han fragmentado la Sociedad y b) la estrechez política del Sistema
para aceptar las reformas. Tales han sido y son sus características históricas,
hasta ahora no modificadas.
La experiencia ha mostrado que este conflicto no tiene solución militar
posible. Hasta el momento no ha existido disuasivo alguno que haga cambiar los
objetivos de la guerrilla. Esta es una verdad comprobable: el endurecimiento
de la guerra por una política contraguerrillera como orientación
del Estado tiende a ser respondido por un endurecimiento correspondiente del
campo contrario. El resultado no ha sido, hasta ahora, la derrota de la guerrilla
sino la degradación de la guerra, su agravamiento, su extensión
a nuevas regiones y campos, el crecimiento de sus costos, incluidos los económicos
que preocupan tanto a algunos empresarios.
Este conflicto no tiene solución militar posible por otra razón
comprobable. Si cesaran las operaciones militares insurgentes y contrainsurgentes,
lo más probable es que pronto estaríamos abocados al estallido
social y a la insurrección. Por efecto de la propia guerra, pero también,
hay que decirlo, de la crisis del modelo socioeconómico neoliberal y
del sistema capitalista dependiente dominante en Colombia, está creciendo
la pobreza mientras se agrava la miseria de quienes son la mayoría de
nuestros compatriotas. Dicho de otra manera, el conflicto contrainsurgente,
poco a poco se ha ido convirtiendo en el factor fundamental de contención
de un cambio social, político y económico inevitable.
En segundo término, esto significa que la solución política
no tiene sustituto desde el punto de vista de la racionalidad más elemental.
Ahora, cuando no existe un proceso de paz y es probable que no lo haya en el
mediano plazo, pueden mirarse con menos prevenciones las consecuencias de la
ruptura del Caguán. De hecho, el proceso de diálogo con el ELN
en Cuba se marchitó en la agonía del gobierno de Pastrana, cuando
éste ya no tenía ni la fuerza ni el tiempo para pactar una tregua,
pero tampoco el ambiente favorable para ello.
Si la solución política no tiene sustituto su búsqueda
representa una postura realista de cara al presente y al futuro. Pero los dueños
del capital y los gobernantes que los representan se han ido alejando del realismo,
alentados por los espejismos del apoyo militar de los Estados Unidos, el fortalecimiento
y la reingeniería del Ejército, la inteligencia militar y el despliegue
rápido helicotransportado. En el fondo, toman sus sueños por la
realidad. Sus sueños verdaderos se resumen en la resistencia a los cambios
sociopolíticos necesarios y, seguramente, inevitables. La prédica
de reclamarle a la élite gobernante que demuestre "voluntad política"
de cambiar, de hacer concesiones para concertar la paz, ha sido infructuosa.
Seguirá siendo inútil mientras la "sociedad civil" vinculada al
pueblo mayoritario, empobrecido, discriminado y descontento no se convierta
en una fuerza poderosa y movilizada, dispuesta a contribuir a imponer las transformaciones
necesarias para la paz con justicia social.
El rompimiento del proceso de paz nos ha enseñado otra cosa. La búsqueda
de la paz no puede estar desligada de la lucha política. Si en 1998 la
elección presidencial la dirimió la promesa de la paz, el presidente
compromisario de tal promesa no logró cumplirla. La desilusión
y el desengaño frente a un pacto inefectivo influyeron ahora, en la elección
de un presidente vinculado a la legitimación de la guerra como política
permanente del Estado. Reflexionemos. Tenemos pleno derecho de pensar que también
será inefectiva la promesa de la guerra con todos sus horrores, con todos
sus costos, con la mayor militarización y paramilitarización de
la sociedad.
Hasta ahora vimos como posible la solución política únicamente
por la vía del diálogo y la negociación del gobierno y
la insurgencia. Esta vía no puede desaparecer nunca del horizonte de
las posibilidades. En toda circunstancia la salida requerirá diálogo,
negociación y acuerdo con la insurgencia, es decir, su reconocimiento
como un factor componente del nuevo país.
También es pensable un cambio político y un gobierno con fuerte
apoyo popular dispuesto a realizar reformas profundas en la estructura socioeconómica,
con un programa cercano o compatible con los objetivos proclamados por los movimientos
guerrilleros en torno a la reforma agraria, la reforma política y social,
una nueva política económica alejada del dogma neoliberal, un
enfoque social sobre los derechos fundamentales a la salud y la educación,
sobre los servicios públicos domiciliarios, una actitud soberana frente
a los recursos naturales, una política ambiental, una aproximación
a la integración latinoamericana, etc. Esta vía puede parecer
utópica hoy, tras unas elecciones con los resultados conocidos.
Sin embargo esta propuesta puede marcar un rumbo. El objetivo de una política
de paz no puede reducirse a deslegitimar la lucha armada, porque sería
un empeño inútil en un país cuya historia, para bien o
para mal, ha estado marcada por ese fenómeno histórico con fuerte
arraigo en capas significativas de la Sociedad. Existe también el horizonte
de desestimular la resistencia a los cambios y de crear condiciones para atacar
las causas profundas de la desigualdad, la miseria, la exclusión y la
ausencia de libertad política. Para avanzar hacia allá se necesita
ganar conciencia en la necesidad de una gran convergencia social, política
y cultural, con una perspectiva de poder. El movimiento por la paz puede hacer
parte de este propósito, con sus propuestas y proyectos.
Otro objetivo tendría que ser el de reafirmar la soberanía para
resolver entre compatriotas las graves confrontaciones que nos enfrentan con
la cooperación de la Comunidad internacional y sin la intervención
militar de los Estados Unidos.
Las ideas puestas ya en circulación por el nuevo gobierno alrededor de
una mediación deben ser vistas en una mirada crítica. ¿Mediación
de quién? ¿En relación con cuál propuesta de solución
política? Si no la hay, entonces quizás la mediación ahora
no sea más válida que la búsqueda de un acuerdo humanitario
que facilite la liberación simultánea de retenidos, secuestrados
y presos políticos, como un gesto de acercamiento.
Podrían proponerse algunos pasos destinados a pasar de la utopía
a la utopística, como bautiza Wallerstein esa prospección de posibilidades
tendientes al cambio necesario.
1) generar un amplio movimiento por el cambio democrático para la paz
con justicia social que contribuya a crear la conciencia en torno a este propósito
junto con el apoyo a la búsqueda del diálogo para la solución
política;
2) asumir como referente de trabajo el documento de recomendaciones de la Comisión
de Personalidades, convenida entre el gobierno y las FARC en 2001, además
de las Agendas acordadas, las propuestas y documentos producto de los procesos
de diálogo;
3) pensar en un gran Encuentro popular pro Constituyente que profundice en los
contenidos de una reforma política y social enfocada hacia una amplia
apertura democrática y un gobierno para la paz;
4) apoyar las iniciativas hacia el acuerdo humanitario con el aporte de los
buenos oficios de diversos sectores nacionales e internacionales tendientes
a insistir en la vía de la solución política por el método
de los compromisos, las concesiones mutuas, el mutuo reconocimiento y la recuperación
de la confianza entre las partes del conflicto histórico que ha marcado
el último medio siglo en Colombia.
Jaime Caycedo Turriago Profesor Asociado, Universidad Nacional