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14 de junio del 2002
Hugo Chávez salvado por
el pueblo
Maurice Lemoine
Le Monde Diplomatique
Traducción para Rebelión: Beatriz Morales Bastos
¿Basta con que una minoría se rebautice "sociedad civil" para que pueda
pretender derrocar a un presidente elegido democráticamente? Eso es lo
que creyeron en Venezuela la patronal, un sindicato corrupto, la Iglesia, las
clases medias y los media, los cuales, ayudados por generales felones, perpetraron
el 11 de abril un golpe de Estado contra Hugo Chávez. La administración
Bush, cuyos altos funcionarios habían recibido en Washington a delegaciones
de los futuros golpistas militares y civiles, aplaudió inmediatamente
lo que creía ser la puesta fuera de juego de un dirigente cuya independencia
le indignaba. El primer gesto del gobierno español, que preside la Unión
Europea, no fue el de condenar estos actos, sino publicar desde Washington el
12 de abril una declaración común con el gobierno norteamericano
apelando a los golpistas a crear "un marco democrático estable". No contaban
con la corriente de la marea popular que restableció la legalidad en
Caracas apoyada por militares leales.
Centrados en el presentador, los cámaras de TV enfocan al mismo tiempo
Caracas, que se extiende al pie de El Ávila, una montaña en cuya
semipendiente se ha instalado un estudio improvisado. El animador del programa
acaba de hacer que la audiencia se parta de risa recordando como ha logrado
hacer cantar -"¡mentira, canta muy mal!"- a Fidel Castro en uno de sus programas
anteriores. Poético, evoca Guatemala, después al libertador Simón
Bolívar, canturrea, pregunta a sus invitados -entre los que se encuentra
un ramillete de ministros- dialoga con una modesta telespectadora de la que
se despide después de un tierno "hola, mi vida, te mando un beso"...
Su soltura haría palidecer de envidia a cualquier vedette de la pequeña
pantalla. Sin embargo, en absoluto es un profesional. Se llama Hugo Chávez,
presidente de la República bolivariana de Venezuela.
Este 17 de marzo, para su centenar de emisiones dominicales de "¡Aló,
Presidente!", se supera a sí mismo: comunicaciones vía satélite
con los presidentes guatemalteco, dominicano y cubano -"¡Bueno, Fidel, nos llamamos
si no nos vemos estos días…¡Hasta la victoria, siempre!"-, da un varapalo
a la prensa antes de terminar con una amenaza: "Y a los que quieren desestabilizarme
les doy un consejo: sé cuántos son y cuánto pesan después
de comer". Una ovación se alza desde las filas de una audiencia totalmente
entregada: "¡No vendrán!¡Viva nuestro comandante!" El comandante ha sido
sin duda excesivo: seis horas y treinta cinco minutos ininterrumpidas en antena.
Pero lo considera necesario para mantener un contacto directo con los excluidos,
los pobres y las fuerzas izquierdistas que constituyen su mayoría.
Los escuálidos (1) de La Castellana, Altamira, Palos Grandes, Las Mercedes
-barrios elegantes de Caracas- rabian: "Este tipo es un demagogo, un populista,
un loco".
En el mejor de los casos admiten que, es verdad, sus predecesores no eran mejores.
"Pero está llevando al país a la ruina". Antes de ejecutarlo sumariamente:
"De todos modos, su sitio no está en la presidencia. Un militar sólo
sabe hacer dos cosas: obedecer o mandar". Se odia a este intruso en el seno
de la casta constituida por la oligarquía, las finanzas y las clases
medias. Con su piel oscura y su guasa parece un taxista, un portero de hotel,
un desheredado de los ranchos, un buhonero. Sólo que, ocupa Miraflores
(el palacio presidencial) precisamente porque se parece al pueblo más
auténtico.
Por medio de un golpe de Estado en febrero de 1992 este teniente coronel de
paracaidistas trató de terminar con treinta años de hegemonía
de los partidos Acción Democrática (AD, social-democracia) y Copei
(democracia-cristiana). En ese país productor de petróleo, estos
partidos habían llevado al 80% de los venezolanos por debajo del umbral
de pobreza. Encarcelado y después liberado, el rebelde accedió
democráticamente al poder en diciembre de 1998. Una profunda reforma
de la constitución, aprobada por referéndum en diciembre de 1999,
precedió a su reelección el 30 de julio de 2000 (2). En resumen,
Chávez triunfó y Venezuela cambió pacíficamente
de manos.
El gobierno llevó a cabo después una revolución atípica:
"No es socialista ni comunista porque está en el marco del capitalismo,
sino radical e implica cambios profundos de la estructura económica",
explica el ministro de la presidencia, Rafael Vargas. Provocando sarpullidos
de fiebre a Washington, Caracas también pretende promover una política
petrolífera que permita mantener los precios del bruto por debajo de
los 22 dólares el barril a través de la revitalización
de la OPEP. Y multiplica sus declaraciones contra la globalización neoliberal
y a favor de un mundo multipolar, opuesto a la pretensión hegemónica
de EEUU.
Una carrera de obstáculos
En todo caso, una cosa es anunciar el nacimiento de un nuevo país y otra,
proceder a los cambios. "No hay trabajo, ni progreso", se queja en Valencia
un marginado al ver que el paro no ha disminuido. En un suburbio llamado Marisabel
de Chávez (nombre de la mujer del presidente), un hombretón suspira:
"Lo único que sé hacer es sisar. Pero aquí no sé
muy bien qué podría robar..." Barrio Alicia Pietri de Caldera
(¡nombre de la mujer del presidente anterior!): los privilegiados ganan 84.000
bolívares a la quincena (84 euros) como guardias de seguridad privados,
única actividad económica en expansión. Como en el resto
de los sitios, el salario mínimo se ha estancado en unos 158 euros, cuando
se necesitan 240 para alimentar a una familia de cinco personas (3)… Hasta las
iniciativas más generosas del gobierno parecen patinar. "La escuela bolivariana
funciona, atestigua una madre, incluso, tal y como estaba previsto, hay una
cantina gratuita para las tres comidas de los niños. Pero la acaban de
cerrar porque ya no tienen dinero para pagar a los proveedores".
El rey Chávez a menudo está desnudo. Su Movimiento para la V República
(MVR), forjado con urgencia para ganar las elecciones, no dispone de estructuras
fuertes. Con la perspectiva de la victoria, se han aglutinado en él "chavistas"
convencidos, revolucionarios, pero también, y con la esperanza de prebendas
y beneficios, miembros de anteriores formaciones políticas, oportunistas
de toda calaña. Lo mismo ocurre en los partidos aliados -Movimiento al
Socialismo (MAS), Causa R., Movimiento 1° de Mayo, los maoístas de Bandera
Roja o el dirigente de la Patria Para Todos (PPT), Pablo Medina (4). De un día
para otro, acuden a pasar factura al presidente en pago de su colaboración
y de ahí surgen múltiples virajes, rupturas, dimisiones, destituciones...
seguidos de cambios al enemigo que dan la impresión de un poder que funciona
en una permanente improvisación.
La carrera de obstáculos en el aparato de Estado y la administración,
gangrenados por cuarenta años de clientelismo es similar. En el seno
de sus instituciones, los ministros o los cuarenta gobernadores "chavistas"
sólo cuentan con algunos funcionarios de alto rango para llevar a cabo
sus reformas. "No hemos practicado la caza de brujas, se asegura el cambio con
las personas del pasado, en su mayoría militantes de AD o de Copei".
Este ejército de cuadros intermedios y de empleados frena los programas,
sabotea los proyectos, paraliza las transferencias de recursos en los municipios.
"Modificar semejantes estructuras es lento; no se puede echar a todo el mundo",
dice en medio del calor tórrido de Puerto Ayacucho (Amazonas) Diógenes
Palau, secretario general del gobierno local, confrontado a las mismas dificultades.
"Esto sólo se puede hacer paso a paso".
Así pues, Chávez se tiene que apoyar sobre dos pilares para salvar
las estructuras que le siguen siendo hostiles: el ejército, del que ha
salido, columna vertebral del Estado, y la población no organizada que
le ha llevado al poder. En abril de 2001, cuando pide que se formen "un millón
de Círculos bolivarianos" para apoyarle, decenas de miles de venezolanos,
cada uno en su calle, en su barrio, en su barriada, responden con entusiasmo.
En grupos de siete a quince personas discuten acerca del futuro, de sus vidas,
de las necesidades más esenciales, que repercuten inmediatamente en las
autoridades concernidas. "Es el medio de conseguir que los recursos lleguen
al sector, se explica a la coordinación de los Círculos bolivarianos
del municipio de Sucre, al este de Caracas, mientras que antes una minoría
de políticos dirigía a su manera los destinos de la comunidad".
Con la presentación de proyectos y a través de las organizaciones
adecuadas -Banco del pueblo, Banco de las mujeres, Fondos de desarrollo de la
microempresa, Fondos intergubernamental para la descentralización (Fides),
etc- el Estado empezó a dotar a estas estructuras de fondos nada despreciables.
Se desencadenó la oposición, acusándoles de ser una "fuerza
de choque" al servicio de un proyecto totalitario, de nidos de "talibanes" que
incesantes bolas (rumores) pretenden armados hasta los dientes por el gobierno.
Los interesados se alzan de hombros: "Mire, aquí no hay más que
personas pacíficas que trabajan al servicio de la comunidad". Está
claro que algunos militantes radicales se muestran menos acomodaticios: "Vamos
a ser claros. Los hombres y mujeres de estos procesos están decididos
a defenderlos. Pacíficamente. Pero, si hace falta, también con
otros medios".
Desestabilización económica
Concentrados en sus cálculos e intereses mezquinos, los escuálidos
se atragantaron cuando el 13 de noviembre de 2001 Chávez, radicalizando
la revolución, firmó la ley de tierras, la ley de pesca y la ley
sobre los hidrocarburos. El 10 de diciembre, en protesta contra estos "atentados
al libre mercado", la organización patronal Fedecámaras dirigida
por Pedro Carmona lanza una huelga general apoyada por... los media y la Confederación
de Trabajadores de Venezuela (CTV). Organización corrupta, correa de
transmisión de Acción Democrática, la CTV estuvo negociando
durante años los contratos colectivos con los patronos vendiendo su alma
y la de sus afiliados a cambio de sustanciales propinas para sus dirigentes.
El gobierno niega toda representatividad a su secretario general, el social-demócrata
Carlos Ortega que el 25 de octubre pasado se proclamó vencedor de las
elecciones destinadas a renovar la dirección sindical, tras un escrutinio
marcado por la violencia y las irregularidades.
El 5 de marzo de 2002 este "dirigente obrero" estrecha la mano de Carmona y
con la Iglesia como testigo firma con él un Pacto nacional de gobernabilidad
cuyo objetivo es "la salida democrática y constitucional" del presidente.
Sin programa, sin proyecto, autoproclamados "sociedad civil" borrando cínicamente
a la mayoría que sigue apoyando al jefe de Estado, los cuatro protagonistas
-Fedecámaras, CTV, Iglesia y clases medias-, a los que se unen los media
reconvertidos en partido político, tratan de crear artificialmente una
situación de ingobernabilidad. Esta intolerancia totalitaria hace estallar
de rabia a toda una población reagrupada en torno a "su" revolución:
"Nos excluyen y pretenden que sólo ellos representan a la sociedad civil.
Muy bien... ¡Pero nosotros somos el pueblo!¡Y si por una u otra razón
la legalidad constitucional es cuestionada por la campaña de desestabilización,
nosotros la defenderemos con nuestra vida, con nuestra sangre!" El goteo de
declaraciones incendiarias y de marchas de protesta (seguidas de contramarchas
aún más masivas de defensores del gobierno), la aparición
de cuatro militares disidentes que rechazan públicamente al jefe de Estado
(5), apenas hacen tambalear al poder.
Pero cuando se desmorona la carta de la desestabilización económica,
la tensión sube un grado. El petróleo representa el 70% de las
exportaciones y el 50% de los ingresos del Estado. Tras la caída de su
precio debido a los atentados del 11 de septiembre de 2001, tanto los viajes
de Chávez a Europa, Argelia, Libia, Arabia Saudí, Irán,
Rusia, e incluso Iraq, como la acción de Alí Rodríguez,
secretario general venezolano de la OPEP, permitieron estabilizar los precios
por medio de una baja concertada de la producción (6).
Petróleos de Venezuela SA (PDVSA), una compañía anónima
cuyo único accionista es el Estado, se encuentra bajo la autoridad de
cuarenta ejecutivos. Estos "generales del petróleo" imponen la ley, aplican
"su" política, privilegian los intereses extranjeros, violan las normas
dela OPEP aumentando la producción, venden a la baja, debilitan a la
empresa y preparan activamente su privatización. Preocupado por devolver
PDVSA al servicio del proyecto colectivo, el ejecutivo quiere recuperar el control
de este sector estratégico cuyo régimen fiscal marca el rumbo:
del 75% del total de beneficios transferidos al Estado hace veinte años
(el 25% restante permanece en la empresa), se ha pasado a un 70% para la empresa
y un 30% para el Estado. El jefe del Estado nombró un nuevo presidente,
Gastón Parra, y un equipo de dirección. En nombre de la promesa
de hacer carrera para los mejores, de la eficacia de la gestión, de la
productividad y de la rentabilidad, de la independencia frente a la "politización"
impuesta por el gobierno, los tecnócratas alegan una "meritocracia" que
se acaban de inventar para rechazar esas denominaciones y llamar a la rebelión.
En cualquier país del mundo, el Estado accionista nombra a los directivos
de las empresas nacionales y les comunica sus orientaciones -algo que además
todos los gobiernos venezolanos precedentes han hecho. Por otro lado, los contestatarios,
ejecutivos que ocupan puestos de confianza no pueden, debido a la naturaleza
de sus funciones, llamar a la huelga. La "sociedad civil" se declara a favor
de ellos. Puesta al rojo vivo por los media escritos, radiofónicos y
televisados, la "sociedad civil" empuja a la parálisis del corazón
económico del país. Éste interviene efectiva, aunque parcialmente
(una parte importante de los obreros se niega a parar).
Y todo ello sobre el fondo de un ir y venir entre Caracas y Washington, donde
la administración Bush multiplica las pullas verbales contra el presidente
"bolivariano". Su escasa solicitud a la hora de unirse la "lucha antiterrorista",
particularmente contra las guerrillas colombianas, sus acuerdos militares con
China y Rusia, sus discursos en contra de la globalización y su revolución
cada día les hacen chirriar un poco más los dientes. El 6 de febrero
de 2002 el secretario de estado norteamericano, Collin Powell, ponen en duda
ante el senado "que Chávez crea realmente en la democracia" y critica
sus visitas a "gobernantes hostiles a EEUU y sospechosos de apoyar al terrorismo,
como Saddam Hussein o Gadafi" (7).
Preocupado por los problemas que agitan a su tercer suministrador de petróleo,
EEUU teme sin embargo una suspensión de sus exportaciones si éste
se vuelve ingobernable. No tratan, pues, de echar más leña al
fuego. Pero solapadamente, el 25 de marzo Alfredo Peña, alcalde de Caracas
y enconado oponente, se entrevista con las autoridades norteamericanas y con
el muy contestado Otto Reich, sub-secretario de Estado para asuntos interamericanos
(8).
Por esos días se pudo haber cruzado en el despacho de este último
con Pedro Carmona, presidente de Fedecámaras, o con Manuel Cova, secretario
general adjunto de la CTV, que también visita a representantes del Instituto
Republicano Internacional, todos ellos interlocutores particularmente conocidos
por su defensa de los intereses de los trabajadores.
"¡Es una conspiración!"
La sombra de Chile planearía sobre Venezuela si no hubiera un factor
principal que los diferenciara: el ejército, al que el presidente Chávez
pretende conocer como a la palma de su mano y controlar a través de sus
camaradas de la promoción Simón Bolívar (1975). Sin embargo,
los rumores y las turbulencias a veces hacen dudar. El general en jefe del mando
sur del ejército de EEUU (el Southcom) acaba de declarar: "Venezuela
es el país que tiene más oficiales estudiando en nuestras academias
del norte y por esa razón estamos seguros de ese país". Cuando
mencionamos ante Francisco Ameliach, presidente de la comisión de defensa
del Parlamento, a los cuatro oficiales que unos días antes se habían
alzado contra el presidente, todavía responde el 14 de marzo: "Que un
oficial se pronuncie públicamente significa que no tiene el apoyo del
ejército. Nosotros hemos conspirado [Ameliach participó en el
golpe del teniente-coronel Chávez] , y sabemos que un coronel comprometido
en semejante operación no va a ir pregonándolo por las plazas".
La huelga general de los días 9 y 10 de abril convocada por la CTV y
Fedecámaras para "defender" PDVSA, siete de cuyos directivos fueron despedidos
y otros doce jubilados, tiene sólo un éxito relativo a escala
nacional. La oposición, lanzada a una loca huida hacia delante (o a un
plan premeditado que es impensable detener) dobla la apuesta y bajo el pretexto
de que el gobierno podría decretar el estado de excepción (algo
que en absoluto tiene intención de hacer), llama a partir del 11 de abril
a una huelga general ilimitada. Signo inquietante, los militares disidentes
reaparecen a través del general Néstor González (destituido
en diciembre de 2001) que, a través de la televisión, acusa a
Chávez de traición y solicita la actuación del alto mando.
El 11 de abril amanece con más de 300.000 opositores marchando pacíficamente
hacia la sede de PDVSA-Chuao, situada al este de la capital. Ahí es donde
se va a urdir el crimen, en medio de una creciente efervescencia que lo favorece.
Nada como los "mártires" para acreditar la idea de una "sociedad civil"
que afronta una dictadura... A las 13 horas, en el palacio presidencial al oeste
de la ciudad, el ministro de la presidencia, Rafael Vargas, irrumpe con el semblante
pálido en el despacho de sus colaboradores: "El resto del país
está en calma, pero Carlos Ortega, a través de la televisión,
acaba de hacer un llamamiento a marchar sobre Mirafores. Es una conspiración".
A las 13 h 40 funcionarios de segunda categoría anticipan, sin saberlo
todavía, lo que va a suceder: "Avanzan por la autopista. Hay que dejar
que se manifiesten pero hay que pararlos antes de que lleguen aquí, si
no, los Círculos bolivarianos se van a movilizar y esto va a terminar
en catástrofe".
Los hombres uniformados saben ser maquiavélicos. El alto mando de la
Guardia nacional no manda ninguna operación de envergadura para prevenir
lo inevitable. La oposición llega a menos de 100 metros de Miraflores
y de decenas de miles de "chavistas", algunos armados con palos y piedras, y
bajados [de los cerros] a toda velocidad para proteger con sus cuerpos al presidente.
Quince guardias nacionales, ni uno más, se interponen para evitar el
choque. Escena surrealista, uno de ellos, el de mayor graduación, se
vuelve a los fotógrafos y pide angustiado: "¿Me puede prestar alguien
un móvil para pedir refuerzos?". Sus hombres logran estabilizar la situación
usando gases lacrimógenos.
Los 15 muertos y 350 heridos (157 de ellos por arma de fuego) de esta trágica
jornada serán atribuidos a los Círculos bolivarianos, cuyos miembros
habrían disparado fríamente sobre manifestantes pacíficos.
Es falso. Misteriosos francotiradores situados en los techos de edificios de
una decena de pisos hacen las cuatro primeras víctimas entre las filas
chavistas. A continuación, tras lograr que la temperatura suba a cien
grados, con una precisión mortal se ensañan con la oposición.
Hay una total confusión y la pelea se generaliza. Cerca de la estación
de metro El Silencio una escuadrilla de Guardia nacional responde con gases
lacrimógenos al lanzamiento de piedras de la "sociedad civil", e igualmente
a las armas de guerra, que disparan a tiro limpio. Grupos pequeños de
la policía metropolitana del alcalde de la oposición, Alfredo
Peña, disparan prácticamente a todo lo que se mueve, sin hacer
distinciones (aunque algunos de sus colegas se comportan decentemente).
La Guardia de honor del presidente "arrestó a tres francotiradores, dos
de ellos agentes de la policía de Chacao [barrio del este de la capital]
y uno de la policía metropolitana" (9). En el calor de los acontecimientos
un joven, alelado, testifica:
"Hemos visto a dos, iban de uniforme". A la mañana siguiente el vicealmirante
sedicioso Vicente Ramírez Pérez declara en las pantallas de Venevisión:
"Se controlaban todas las llamadas telefónicas del presidente a los comandantes
de unidad.
Nos reunimos a las diez de la mañana para planificar la operación".
¿Qué operación? Oficialmente, a esa hora la multitud de la oposición
aún no había sido desviada hacia Miraflores.
Se ha logrado el objetivo. A las 18h, "conmocionado por el número de
víctimas", el general Efraín Vasquez Velasco anuncia que el ejército
ya no obedecerá al presidente Chávez. Unas horas antes, prácticamente
la totalidad de mando de la Guardia nacional ha hecho lo mismo. A las 3h 15
de la mañana el general Lucas Rincón lee un último comunicado:
"Ante semejantes hechos, se ha solicitado la dimisión del presidente
de la República. Ha aceptado". Este mensaje pasará por la televisión
cada veinte minutos durante las treinta y seis horas siguientes.
Nombrado el 12 de abril en la presidencia, el patrón de patrones, Carmona,
disuelve la Asamblea Nacional, todos lo cuerpos constituidos, destituye a los
gobernadores y alcaldes salidos de las urnas. Dotado con todos los poderes,
puede oír como el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleisher, felicita
al ejército y a la policía venezolanos "por haberse negado a disparar
contra manifestantes pacíficos" y concluye, sin prueba alguna:
"Simpatizantes de Chávez dispararon contra estas personas y esto ha llevado
rápidamente a una situación que le ha obligado a dimitir". Mientras
la Organización de Estados Americanos se dispone a condenar el golpe
de Estado, los embajadores de EEUU y de España en Caracas se precipitan
a saludar al presidente de facto.
Mientras tanto, en ese país que desde hace tres años no ha deplorado
un asesinato, una desaparición o un encarcelamiento políticos,
la represión se abate sobre ministros, diputados, militantes; decenas
de locales y casa son requisados, ciento veinte "chavistas" conocen las angustias
de la cárcel. En las ondas de Venevisión, donde es entrevistado
por la periodista Ibeyssa Pachecho, el coronel Julio Rodríguez Salas
concluye su intervención con una gran sonrisa: "Se ha dispuesto de un
gran arma... ¡los media! Y como se me presenta la ocasión, me gustaría
felicitarles". En nombre de la democracia, la "sociedad civil" acaba de instaurar
una dictadura. Al pueblo le corresponderá restaurar la democracia.
Lo que vino después es conocido. Al entregarse sin resistencia para evitar
un baño de sangre, Chávez no había dimitido. El 13 de abril
cientos de miles de partidarios suyos ocupan las calles y plazas de todo el
país. Esa tarde la Guardia de honor vuelve a sitiar Miraflores y ayuda
a algunos ministros a reocupar el despacho presidencial. Siguiendo el ejemplo
del general Raúl Baduel, jefe de la 42 brigada de paracaidistas de Maracay,
comandantes fieles a la Constitución recuperan el control de todas las
guarniciones. Dividido, sin una perspectiva clara y temiendo una reacción
incontrolada de la población y enfrentamientos entre los militares, el
alto mando pierde pie. Por la noche el presidente legítimo de la república
bolivariana de Venezuela es devuelto a su pueblo.
Unos días más tarde, sin haber aprendido aparentemente lección
alguna de los acontecimientos trágicos, la oposición ya hace subir
la presión. Sin embargo, un militar advierte evocando el mar de fondo
que desde hace tres años conmociona al país: "Que no se hagan
ninguna ilusión: con o sin Chávez, Venezuela nunca será
como antes".
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Notas:
(1) Nombre peyorativo dado por el presidente a sus opositores (y del que se
han apropiado y convertido en un honor).
(2) Véase Ignacio Ramonet, "Chávez", y Pablo Aiquel, "Un président
"bolivarien" pour le Venezuela", Le monde diplomatique, octubre de 1999 y noviembre
de 2000, respectivamente.
(3) Datanalisis, en El Universal, Caracas, 14 de marzo de 2002.
(4) Tras romper los vínculos pero sin pasar de la alianza con la oposición,
el PPT se ha unido a Chávez. También parte del MAS ha permanecido
fiel.
(5) El coronel Pedro Soto, el contra-almirante Carlos Molina, el capitán
Pedro Flores y el comandante Hugo Sánchez.
(6) La crisis de Oriente Medio también ha desempeñado un papel
en esta estabilización.
(7) Miami Herald, 7 de febrero 2002.
(8) Implicado en el Irán-contragate de los años ochenta, estrechamente
ligado al lobby cubano-americano y cuya nominación durante mucho tiempo
ha sido bloqueado por el Congreso.
(9) El Nacional, Caracas, 13 de abril.