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9 de julio del 2002
EZLN: La fuerza del silencio
Luis Hernández Navarro
Ante el barullo y el ruido del "gobierno del cambio" de Vicente "Berlusfox"
-según se llama al presidente en algunos medios- los zapatistas han decidido
hablar, hasta ahora, con la fuerza del silencio. Desde el 1 de mayo de 2001,
en que emitieron un comunicado desacreditando la reforma indígena aprobada
por el Congreso, el EZLN no se ha dirigido públicamente a la sociedad
civil nacional o internacional. Sólo el asesinato de la defensora de
derechos humanos Digna Ochoa provocó que este voto de silencio se rompiera
para dar el pésame a sus familiares y compañeros.
Mientras el nuevo gobierno de centroderecha se desgasta aceleradamente sin cumplir
sus promesas de emprender una reforma del Estado y sus integrantes pelean en
público, el presidente se enfrenta al legislativo y los partidos políticos
recambian sus dirigencias, los rebeldes construyen desde abajo el poder popular,
escogen a sus autoridades locales autónomas de manera directa e impulsan
programas de salud, educación y agroecología.
El silencio zapatista no es nuevo como táctica política. Tampoco
es un elemento ajeno a la cultura de resistencia de los pueblos indios.
Frecuentemente los indígenas de este país callan ante funcionarios
prepotentes y autoritarios, y fingen no entender sus palabras para hacerles
sentir el hielo de la incomunicación o para evitar asumir compromisos
desfavorables.
El EZLN creció como fuerza político-militar de las comunidades
indígenas chiapanecas durante más de diez años, haciendo
del silencio hacia el exterior un elemento central de su acción. No dijeron
palabra alguna durante las elecciones federales de 1997 y de 2000. Callaron
después de la ofensiva militar del gobierno de Ernesto Zedillo a comienzos
de 1998.
El silencio de los zapatistas se ha convertido en un espejo en el que los distintos
actores políticos ven reflejados su imagen y sus deseos. El silencio
ha sustituido temporalmente al pasamontañas y al paliacate (pañoleta
que se pone al cuello). Paradójicamente, el que no se escuche su voz
ha permitido que las demandas de controversia constitucional en contra de la
reforma indígena presentadas por más de 300 municipios puedan
ser escuchadas por la opinión pública nacional. Lo mismo ha sucedido
con una multitud de luchas de resistencia que han surgido a lo largo y lo ancho
del territorio nacional. Es como si la ausencia de palabras de la comandacia
rebelde hubiera estimulado la maduración y el reposicionamiento político
de otros actores sociales.
Este silencio no ha implicado, empero, que los pueblos en rebeldía dejen
de hablar. Una tras otra, han documentado las agresiones de que han sido objeto,
y han reafirmado su disposición a resistir pacíficamente. Sus
tomas de posición públicas muestran la existencia de una coordinación
interna. Las autoridades de los municipios autónomos han emitido regularmente
declaraciones públicas donde dan cuenta de las agresiones de las que
han sido objeto por parte del ejército y los paramilitares. Pero el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional no ha dicho, por el momento, nada; lo
que no quiere decir que no haya hecho nada.
Por el contrario, sus líneas de acción en esta coyuntura son claras:
avanzar en la construcción de la autonomía de facto en un amplio
territorio, fortalecer la formación de un amplio movimiento contra el
neoliberalismo en el terreno internacional, y ayudar a la formación de
una fuerza indígena nueva e independiente dentro del país.
El espejo en el que se refleja el gobierno es (faltaba más) muy poco
imaginativo. En sus filas hay nerviosismo. Se ha dado cuenta de que el hecho
de haber derrotado al pri no ha dejado sin banderas ni razón de ser al
EZLN y no sabe qué hacer para restarle legitimidad. No ha podido achicar
a los insurgentes. Y teme el momento de su reaparición pública.
De cuando en cuando, el gobierno ha cuestionado el silencio zapatista y esa
interpelación se ha convertido en el principal barullo: ha evidenciado
que el poder carece de un discurso propio, que no tiene una estrategia de paz
en la región, que lo que pretende es que el tiempo pase. Con ello, se
ha colocado a sí mismo en el peor de los mundos posibles: sin legitimidad
para hacer la guerra y sin credibilidad para alcanzar la paz.
El desgaste gubernamental ha sido producto tanto de las incongruencias internas
en la aplicación de su estrategia y de su falta de unidad de mando, como
del choque de ésta con los pueblos en resistencia pacífica y con
amplias franjas de la sociedad civil nacional e internacional. El silencio zapatista
ha incrementado los costos de la estrategia oficial. Al hacer invisible a la
comandancia del EZLN ha evidenciado la verdadera naturaleza de la ofensiva gubernamental:
la demagogia como política de Estado, la guerra oculta contra los pueblos
indígenas rebeldes envuelta con ofertas de paz.
Irónicamente, el silencio de la comandancia se oye con la misma fuerza
que su palabra de ayer. Lejos de haber perdido espacio en la vida política
nacional, el zapatismo se mantiene, sin publicar una sola frase, en el centro
de la tormenta. "Quien permanece en silencio es ingobernable", dice Ivan Illich.
El silencio zapatista suena fuerte. Es un grave error subestimarlo.