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Latinoamérica

EZLN: La fuerza del silencio

Luis Hernández Navarro

Ante el barullo y el ruido del "gobierno del cambio" de Vicente "Berlusfox" -según se llama al presidente en algunos medios- los zapatistas han decidido hablar, hasta ahora, con la fuerza del silencio. Desde el 1 de mayo de 2001, en que emitieron un comunicado desacreditando la reforma indígena aprobada por el Congreso, el EZLN no se ha dirigido públicamente a la sociedad civil nacional o internacional. Sólo el asesinato de la defensora de derechos humanos Digna Ochoa provocó que este voto de silencio se rompiera para dar el pésame a sus familiares y compañeros.
Mientras el nuevo gobierno de centroderecha se desgasta aceleradamente sin cumplir sus promesas de emprender una reforma del Estado y sus integrantes pelean en público, el presidente se enfrenta al legislativo y los partidos políticos recambian sus dirigencias, los rebeldes construyen desde abajo el poder popular, escogen a sus autoridades locales autónomas de manera directa e impulsan programas de salud, educación y agroecología.
El silencio zapatista no es nuevo como táctica política. Tampoco es un elemento ajeno a la cultura de resistencia de los pueblos indios.
Frecuentemente los indígenas de este país callan ante funcionarios prepotentes y autoritarios, y fingen no entender sus palabras para hacerles sentir el hielo de la incomunicación o para evitar asumir compromisos desfavorables.
El EZLN creció como fuerza político-militar de las comunidades indígenas chiapanecas durante más de diez años, haciendo del silencio hacia el exterior un elemento central de su acción. No dijeron palabra alguna durante las elecciones federales de 1997 y de 2000. Callaron después de la ofensiva militar del gobierno de Ernesto Zedillo a comienzos de 1998.
El silencio de los zapatistas se ha convertido en un espejo en el que los distintos actores políticos ven reflejados su imagen y sus deseos. El silencio ha sustituido temporalmente al pasamontañas y al paliacate (pañoleta que se pone al cuello). Paradójicamente, el que no se escuche su voz ha permitido que las demandas de controversia constitucional en contra de la reforma indígena presentadas por más de 300 municipios puedan ser escuchadas por la opinión pública nacional. Lo mismo ha sucedido con una multitud de luchas de resistencia que han surgido a lo largo y lo ancho del territorio nacional. Es como si la ausencia de palabras de la comandacia rebelde hubiera estimulado la maduración y el reposicionamiento político de otros actores sociales.
Este silencio no ha implicado, empero, que los pueblos en rebeldía dejen de hablar. Una tras otra, han documentado las agresiones de que han sido objeto, y han reafirmado su disposición a resistir pacíficamente. Sus tomas de posición públicas muestran la existencia de una coordinación interna. Las autoridades de los municipios autónomos han emitido regularmente declaraciones públicas donde dan cuenta de las agresiones de las que han sido objeto por parte del ejército y los paramilitares. Pero el Ejército Zapatista de Liberación Nacional no ha dicho, por el momento, nada; lo que no quiere decir que no haya hecho nada.
Por el contrario, sus líneas de acción en esta coyuntura son claras: avanzar en la construcción de la autonomía de facto en un amplio territorio, fortalecer la formación de un amplio movimiento contra el neoliberalismo en el terreno internacional, y ayudar a la formación de una fuerza indígena nueva e independiente dentro del país.
El espejo en el que se refleja el gobierno es (faltaba más) muy poco imaginativo. En sus filas hay nerviosismo. Se ha dado cuenta de que el hecho de haber derrotado al pri no ha dejado sin banderas ni razón de ser al EZLN y no sabe qué hacer para restarle legitimidad. No ha podido achicar a los insurgentes. Y teme el momento de su reaparición pública.
De cuando en cuando, el gobierno ha cuestionado el silencio zapatista y esa interpelación se ha convertido en el principal barullo: ha evidenciado que el poder carece de un discurso propio, que no tiene una estrategia de paz en la región, que lo que pretende es que el tiempo pase. Con ello, se ha colocado a sí mismo en el peor de los mundos posibles: sin legitimidad para hacer la guerra y sin credibilidad para alcanzar la paz.
El desgaste gubernamental ha sido producto tanto de las incongruencias internas en la aplicación de su estrategia y de su falta de unidad de mando, como del choque de ésta con los pueblos en resistencia pacífica y con amplias franjas de la sociedad civil nacional e internacional. El silencio zapatista ha incrementado los costos de la estrategia oficial. Al hacer invisible a la comandancia del EZLN ha evidenciado la verdadera naturaleza de la ofensiva gubernamental: la demagogia como política de Estado, la guerra oculta contra los pueblos indígenas rebeldes envuelta con ofertas de paz.
Irónicamente, el silencio de la comandancia se oye con la misma fuerza que su palabra de ayer. Lejos de haber perdido espacio en la vida política nacional, el zapatismo se mantiene, sin publicar una sola frase, en el centro de la tormenta. "Quien permanece en silencio es ingobernable", dice Ivan Illich.
El silencio zapatista suena fuerte. Es un grave error subestimarlo