El periodista chileno Paul Walder, en la revista digital de su país Primera
Línea www.primeralinea.cl , expresa que "Las medidas económicas
que adopta el gobierno son tímidas al observar cómo se derrumban
las cúpulas financieras mundiales y se hunde la región." La
experiencia del capitalismo chileno "consolidado" desde la dictadura
pinochetiana por la socialdemocracia, demasiado ha encandilado a cierto "progresismo"
sudamericano que deberá ahora prestar suma atención a como se desenvuelve
cuando, como escribe Walder, "Es tiempo de reflexión, pero también
de anticipar decisiones en la época presente".
Las medidas económicas que adopta el gobierno son tímidas al observar
cómo se derrumban las cúpulas financieras mundiales y se hunde la
región. Las autoridades se enorgullecen del balance macro, pero surge la
pregunta inquieta de qué pasará con otros equilibrios, siempre más
precarios, como los sociales, tras largos meses de mínimo crecimiento.
El gobierno, que se empeña en espolear la entumecida economía nacional,
lanza con particular periodicidad sus medidas para alcanzar la esperada reactivación.
Lo hace a su ritmo, en un ejercicio que parece ir la zaga de las políticas
monetarias del Banco Central, desde hace ya un año la palanca del andamiaje
económico. Si la institución monetaria ha recortado sus tasas de
interés -sólo este año desde un 6,5 a un 3,25 por ciento
-, los esfuerzos del Ejecutivo han ido muy por detrás de estas resoluciones.
Han sido acciones destacadas, jamás criticadas -lo que es un dato nada
menor al considerar el talante de la oposición-, pero insuficientes. No
por ser ésta la expresión más oída tras los anuncios,
sino porque surge al observar la inercia de la actividad económica, cuyas
proyecciones para el año se recortan al ritmo del paso de los días.
El desolado panorama regional no es un simple antecedente, como tampoco lo es
el lento e incesante derrumbe de los principales centros bursátiles mundiales.
La visión de esta acción, cercano a una discreta puesta en escena
de inspiración apocalíptica, parece atemorizar a los agentes económicos,
que observan paralizados en espera de su consumación. Lo cierto es que
a estas alturas del drama, el desenlace podría ser patético. A fines
de la semana pasada, sin que mediara un nuevo y oscuro evento mercantil o extra
mercantil, el índice Dow Jones de Wall Street traspasaba los mínimos
que pisó el 11 de septiembre, en tanto el Nasdaq de acciones tecnológicas
se sumergió hace semanas bajo esos niveles. Un fenómeno pocas veces
visto, un crack en cámara lenta como ha señalado con certeza más
de un analista bursátil, una escena de extrema crudeza que ha obligado
a intervenir en los mercados -de manera muy poco convincente y hasta desastrosa,
podría decirse- al mismo presidente de los Estados Unidos.
No deja de ser una mera anécdota que el lunes pasado, durante un comentario
económico de Bush, el Dow Jones cayó con estrépito; algo
similar ocurrió el martes cuando Alan Greenspan informaba al Senado sobre
el devenir de la economía. Aquella mañana, mientras el gran sacerdote
de las políticas monetarias desgranaba su discurso, el Dow Jones se dejaba
en pocos minutos más de 200 puntos.
Las secuelas de esta debacle se harán sentir sobre la economía real
en el corto plazo. Esto es un hecho. ¿Cómo seducirán otra vez las
descapitalizadas corporaciones a los inversionistas? Con mejores tasas de ganancias,
las que tendrán que conseguir con otra reducción de costos laborales.
La ola de despidos que se armó tras el desplome bursátil de septiembre
pasado es muy probable que vuelva a repetirse, con sus consecuentes efectos en
el desempleo y en la economía real.
Las autoridades nacionales se enorgullecen de los equilibrios que exhibe la economía
chilena, lo que salta a la vista al observar los apuros que se viven en la región.
Es un hecho que los indicadores macroeconómicos se mantienen en rangos
tranquilizadores, pero es también otro dato, no menos relevante, el deterioro
que sufren día a día otro tipo de indicadores. Aquellos que no suben
necesariamente a la superficie mediática, como la equidad, la calidad del
empleo, las expectativas de mejores condiciones de vida, los que se han visto
y se verán resentidos, aún más en el futuro. Un país
emergente o en emergencia - como se refirió la semana pasada Felipe González
a la nueva condición latinoamericana-, que crece a una tasa levemente superior
al dos por ciento, es como si no lo hiciera. Los problemas endémicos de
Sudamérica no sólo no se resuelven; así se acumulan.
Por tales motivos, las medidas son insuficientes. No se trata de la evaluación
que hace la derecha ni el sector privado, a quienes les gustaría abusar
de la coyuntura para privatizar lo poco que queda, sino de la necesidad que tiene
el país de resolver sus ya viejos males sociales y económicos. El
actual modelo de desarrollo no permite la inercia, menos el retroceso. Estableciendo
las diferencias y sin ir más lejos, está el caso argentino. La pobreza,
la delincuencia, el deterioro social y político saltó a la palestra
de un día a otro. Vivimos días complejos, que podrían ser
mucho peores. Es tiempo de reflexión, pero también de anticipar
decisiones.