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Cuba y la Crítica al Programa de Gotha
RAÚL VALDÉS VIVÓ
La mención que hizo Fidel en la reunión extraordinaria de la Asamblea Nacional de la Crítica del Programa de Gotha sorprendió a todos. Sin embargo tiene mucho que ver con la sustancia más profunda de los debates que han culminado esos 27 días que han estremecido a Cuba y que acabarán teniendo, por mucho que se oponga el imperio, creciente repercusión internacional, incluso en el seno del pueblo norteamericano, encimado a la hora de su verdad.
La fecha en que Marx escribió esta pequeña y fundamental obra sobre el socialismo y el comunismo es 1875. Vale la pena recordar su contenido para analizar su vinculación a la reunión en que, por vez primera, deliberaron juntos el órgano supremo del poder del Estado revolucionario cubano y los representantes de las principales instituciones de nuestra sociedad civil socialista, parte de ellos diputados. Esto significa una nueva calidad en la democracia directa participativa de masas que viene rigiendo nuestros destinos desde el Primero de Enero de 1959.
Marx se vio obligado a escribir unas notas marginales, luego conocidas como Crítica al Programa de Gotha, para salirle al paso al enfoque erróneo, idealista y dogmático adoptado en esa ciudad por el Partido Obrero Alemán, destinado a servir de base a un futuro partido unificado de los socialistas de Alemania.
Con el aplauso de Engels, su otro yo, el fundador de nuestra teoría científica utilizó la cuestión para formular una de sus pocas referencias concretas sobre el modo de producción comunista y las semejanzas y diferencias entre sus dos etapas, la socialista, que surge una vez derrocado el capitalismo, y la propiamente comunista, que corona el milenario proceso histórico de la humanidad. Un regreso a sus orígenes, pero ahora no por dictado de la ignorancia, sino de la más alta cultura. ¿Acaso no es ese precisamente el supremo ideal fundamentado por el Comandante en Jefe ante los que encarnan de manera genuina el pasado, el presente y el futuro de nuestra invencible Revolución?
El Programa de Gotha hacía concesiones a la corriente de Ferdinand Lassalle, un abogado reformista que ayudó a organizar el movimiento sindical de Alemania, pero acabó predicando que la clase obrera fuera un apéndice de la burguesía liberal en la lucha contra el feudalismo y hasta aceptara la política dictatorial de Bismarck, el Canciller de Hierro, que con mano dura unificó a la nación alemana para su paso al capitalismo, seis años después de morir Lasalle en 1864, nada menos que en un duelo caballeresco.
El Congreso de Gotha era una melcocha de ideas justas y disparatadas y Marx se sintió obligado a decir que de ese modo el Partido no sería el Partido. Por esos días reía él a raudales ante el calificativo que le daba la prensa burguesa de ©doctor terrorista rojoª al achacarle la autoría intelectual de la gloriosa Comuna de París de 1871, sin embargo, en cuestiones de principios y en particular en el seno de la fuerza de vanguardia de la futura revolución europea, actuaba con toda seriedad.
Entre las ideas falsas aceptadas en Gotha en aras de la unidad, estaba que había que abolir una llamada ©ley de bronceª según la cual el aumento de los salarios provocaba el aumento de los precios. Marx había demostrado que era al revés y, por tanto, se trataba de abolir, no esa mítica ©leyª, sino la explotación capitalista mediante la expropiación de los medios fundamentales de producción, pasándolos a manos de los trabajadores, sus únicos creadores.
No logró comprender Lassalle que el capitalista no adquiere como una mercancía el trabajo, sino la fuerza de trabajo de los obreros, a la que pone a su servicio para que produzca un remanente sobre su salario, del que se apropia sin dar nada a cambio, alegando que es el dueño de los medios de producción.
La falsa concepción llevó a los seguidores de Lassalle a demandar en Gotha que los trabajadores reciban el producto íntegro de su trabajo una vez establecido el socialismo, refutándolos Marx porque hay que dejar una parte del producto social global para la salud, la educación, el funcionamiento y la defensa del Estado, la reposición de lo consumido en la producción, el desarrollo, la asistencia y seguridad social, las catástrofes naturales, etcétera.
Otra idea descabellada de los lassallanos era que el trabajo es la fuente de toda riqueza, cuando en verdad esto corresponde a la naturaleza, de la que salen los valores de uso (cosas útiles) que verdaderamente integran la riqueza material. La fuerza de trabajo tiene por misión transformar la naturaleza en beneficio del hombre.
Marx aprovecha el debate que abre para fijar lo que hay de igual y diferente en las dos etapas del desarrollo social a conquistar mediante la Revolución, la socialista y la comunista. En ambas, ya libres de toda explotación del hombre por el hombre, los trabajadores aportarán según su capacidad para hacerlo. Pero en la primera etapa recibirán según su trabajo, lo que no rebasa los horizontes estrechos del Derecho burgués, mientras en la segunda, según sus necesidades.
En este aspecto, al dar realidad terrenal a esos principios de la distribución, Fidel hace un aporte sencillamente admirable, que no se limita a enunciar, sino que ha entrado en nuestro socialismo. Al concebir el socialismo como sinónimo de sociedad solidaria Cuba aplica principios comunistas de distribución en esferas vitales como la salud, la educación, la cultura, todos los bienes espirituales y los perfecciona constantemente.
Junto a la defensa intransigente de la independencia, soberanía y dignidad de la Patria, ahí está la clave de por qué nueve millones votaron con los pies en las marchas y actos frente a los exabruptos del señor W. y de inmediato el 99,34% de todos los mayores de 16 años votaron con las manos al firmar que nuestro socialismo es irrevocable y que Cuba jamás negociará con nadie bajo la presión, la amenaza y ni siquiera la agresión.
Por otro lado, para la etapa propiamente comunista Fidel proclama que, al margen de los servicios anteriores, serán satisfechas las necesidades materiales que establezcan la razón y las posibilidades que brinde la naturaleza. Por ejemplo, hasta que no se invente un combustible que no sea perecedero, habrá que combatir la ilusión consumista, propia de la enajenada sociedad burguesa, de que cada persona aspire a tener un automóvil particular.
Con la cultura general integral, de inspiración martiana, la Revolución Cubana avanza hacia la idea más audaz y hermosa de Marx al concebir el comunismo: la desaparición de la división entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, que los hace opuestos, buscando que de veras el trabajo sea no solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital.
Siempre la práctica precede a la teoría, pero el llamado de Fidel a retomar el estudio y fomento de la última representará, sin duda, un necesario apoyo a iluminar la práctica en los cuadros y en el pueblo, único dueño de nuestro país.