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Latinoamérica

23 de julio del 2002

La lucha de las FARC-EP
Un combate por la humanidad

Miguel Urbano Rodrigues
resistir.info

Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) demuestran con su combate que en determinadas condiciones históricas, sociales y económicas, un movimiento revolucionario puede resistir, en un escenario geográfico adecuado, a todos los esfuerzos realizados para destruirlo. Lo que ocurrió en la segunda mitad del siglo XX se repite en un contexto muy diferente en el comienzo del XXI. La legendaria guerrilla nacida en Marquetalia hace cuatro décadas, no sólo sobrevivió a todas las ofensivas contra ella desencadenadas por sucesivos gobiernos, sino que se transformó en un auténtico ejército atípico que hoy actúa en más de 60 frentes, prácticamente en todo el país.
La Casa Blanca y el Pentágono identifican en esa realidad una amenaza al funcionamiento de la estrategia de dominación planetaria que el sistema de poder de los EEUU viene desarrollando. La resistencia de las FARC es considerada por el imperialismo, aliado de la oligarquía colombiana, un pésimo ejemplo para América Latina. Cuestiona su imagen de omnipotencia.
Para desacreditar las FARC se hizo así necesaria una campaña de calumnias de dimensión mundial. El bombardeo desinformativo vulgarizó la etiqueta de «guerrilla del narcotráfico» (inventada en el Pentágono por el embajador Louis Stamb) para designarla, acusando a los compañeros y compañeras de Manuel Marulanda de criminales y bandidos, aliados del submundo de la droga.
Pero la paz que durante más de dos años cambió la vida de los pobladores de los cinco municipios de la Zona desmilitarizada, transformada por las las FARC en una área de tranquilidad social, contribuyó al desmontaje de la calumnia, quitándole credibilidad.
De muchos países afluyeron a San Vicente del Caguán escritores, periodistas, parlamentarios, juristas, diplomáticos, sacerdotes que en Los Pozos y campamentos tuvieron la oportunidad de convivir con los combatientes de las FARC y sus dirigentes. Esos visitantes sacaron sus conclusiones. He sido uno de ellos.
Mientras se mantuvo esa precaria paz en una región de la extensión de Suiza, representantes de las Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales, en conversaciones con Manuel Marulanda y miembros del Estado Mayor Central de las FARC, identificaron en ellos interlocutores respetables. Documentales que han recorrido el mundo permiten ver al Presidente Andrés Pastrana en diálogo amable con Marulanda, interesado en conocer su opinión sobre los grandes problemas del país.
De repente el cuadro se alteró.
Cuando el gobierno --que desde el inicio había saboteado el cumplimiento de la Agenda común por él mismo firmada--, invadió la Zona desmilitarizada, un nuevo discurso político fue el complemento de las bombas que caían de los cielos, en el Caquetá y el Meta, matando no a los guerrilleros, sino a pobladores, sobre todo viejos, mujeres y niños.
Ahora Pastrana, que el 7 de agosto pasará la presidencia a Uribe Vélez, injuria a Marulanda, lo trata de traficante y bandolero y ofrece dos millones de dólares por su cabeza y otro tanto por las de los demás miembros del secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP. Washington aprueba. Y la mitad de esa suma es prometida como recompensa a quien mate o ayude a capturar a un comandante de frente o de bloque de las FARC. Esa es la moral de la oligarquia.
No se trata de un guión para una película de Hollywood. El discurso de los gobernantes colombianos es transmitido a los cuatro puntos del mundo, acompañado de elogios recibidos de colaboradores íntimos del presidente George W. Bush. En el momento en que escribo, Otto Reich, responsable de asuntos latinoamericanos, anda por países del hemisferio en defensa del Plan Colombia (y del Alca), esforzándose por resucitar el proyecto estadounidense de una Fuerza de intervención multinacional cuya tarea sería dar una mano al ejército colombiano. Según Reich, resultaría un servicio a la democracia si tropas del Brasil, Perú, Ecuador, Argentina y otros países del sur del continente aceptasen invadir Colombia para combatir a las FARC y destruir esa guerrilla satánica. Desafortunadamente para Bush, la misión de Reich murió en la cuna. En Brasil, los generales no quieren ni hablar de tal tema, en el Perú, la Argentina y Ecuador, la prioridad de los mandatarios, desprestigiados por las políticas neoliberales impuestas por Washington, es su propia sobrevivencia política.
LA CARTA DE LOS INTELECTUALES
Fue en ese contexto que los tambores de una nueva campaña anti-FARC, de ámbito mundial, empezaron a sonar. Contra lo habitual, no se habla ahora de droga. La musica es otra.
El ataque viene de personalidades colombianas que pretenden representar el mundo de la cultura. Veinte y dos intelectuales, casi todos profesores universitarios, se han dirigido a la opinión pública. En un documento que alcanzó amplia difusión internacional sugieren que la intelligentsia se una a la condena de la actitud asumida por las FARC al exigir la renuncia de los alcaldes y consejales elegidos en los comicios municipales.
El texto del llamamiento tiene algo de folletín por el estilo y contenido. No es serio. Los firmantes sostienen que «Colombia contempla atónita como las FARC, en un irresponsable alarde de prepotencia, han venido declarando objetivos militares a alcaldes democráticamente electos. Ninguna razón jurídica, política, ética o militar justifica –agregan– la estigmatización, el chantaje y la amenaza a los líderes popularmente elegidos».
Lejos de Colombia el documento resulta laberíntico e indescifrable. Porque, sin esclarecer lo que está en cuestión, los autores de la llamada Carta de los intelectuales no solamente acusan a las FARC de «pretender sustituir la democracia, excusándose en sus imperfecciones», sino que colocan a la guerrilla de Marulanda al nivel del «fundamentalismo de extrema derecha, personificado en la guerra total de los paramilitares».
Obviamente no es posible sustituir lo que no existe. En Colombia la democracia es una simple fachada institucional. Un estado, cuyo ejército creó grupos paramilitares que promueven el genocidio, eliminando del mapa caseríos enteros, es incompatible con cualquier forma de democracia. Es útil recordar que el general Bedoya, que ha sido candidato a la presidencia de la República, elogia públicamente al líder de los paramilitares, Carlos Castaño, un tarado que se enorgullece de sesgar con una motosierra los miembros de sus prisioneros antes de echarlos a los cocodrilos del Magdalena.
LAS FARC SE DIRIGEN AL PUEBLO
¿Cuál es el motivo de la actual campaña contra las FARC, iniciada en un momento en que Bush las define como «organizacion terrorista», se ofrecen millones de dólares por la cabeza de sus dirigentes, sus sedes en diferentes países son cerradas a pedido de Washington, y los agentes de Interpol persiguen a sus representantes en Europa y América Latina?
El secretariado del Estado Mayor Central de las FARC no perdió tiempo en responder la Carta de los intelectuales. Consideró más útil sintetizar en un documento dirigido al pueblo colombiano los motivos por los cuales exige la renuncia a sus mandatos de los alcaldes y consejales.
Publicado por los grandes períodicos del país, ese comunicado abre con un resumen de la historia de las FARC como organización político-militar que se propone «conquistar el poder político para el pueblo».
«Todo comenzó –subraya el secretariado- cuando el estado colombiano con 16 000 hombres desató la más grande operación militar de exterminio contra 46 hombres y dos mujeres», o sea, el núcleo guerrillero de Marquetalia. Que, desde luego, rompió victoriosamente el cerco.
El comunicado narra hechos como la firma de los acuerdos de La Uribe y el cese al fuego bilateral, que han generado en todo el país una gran esperanza.
Fue en esa atmósfera que nació una nueva fuerza política, la Unión Patriótica, movimiento político pluralista, creado como alternativa democrática y progresista a los partidos de la oligarquía.
La respuesta del estado colombiano es conocida. En pocos años más de 4500 líderes de la Unión Patriótica han sido asesinados en una orgía de crímenes que configuró el mayor genocidio político de la historia latinoamericana.
Las FARC-EP recuerdan también el esfuerzo que desarrollaron durante el mandato de Pastrana para que la creación de la Zona desmilitarizada contribuyera al avance del proceso de paz. Ello no ocurrió y la guerrilla de Marulanda atribuye al gobierno la responsabilidad por el fracaso al decidir unilateralmente la ruptura definitiva de las conversaciones y la invasión (antes del término del plazo convenido) de la Zona desmilitarizada.
El presidente electo, Alvaro Uribe Vélez, no oculta su intención de aplicar integralmente el componente militar del Plan Colombia. Pidió inclusive más dinero a Washington para la guerra. En Bogotá, los generales afilan espadas, y, olvidando lecciones del Vietnam, declaran que el ejército y la fuerza aérea están listos para destruir las FARC.
Acosadas, bombardeadas, calumniadas, invencibles, las FARC han tomado una decisión muy difícil, pero coherente con su planteamiento político-militar y de largo alcance estratégico.
A las medidas adoptadas por el estado contra ellas, que configuran una fascistización progresiva del aparato institucional, respondieron con la exigencia de la renuncia de los mandatarios elegidos en 24 departamentos.
No aceptan la argumentación de la derecha. La democracia en Colombia es ficcional, una mera fachada. Las elecciones han sido una gigantesca farsa a todos los niveles. Según las FARC «fueron desvergonzadamente fraudulentas y viciadas de corrupción y violencia, donde los grandes medios de comunicación, como siempre, manipularon a los electores. Todo lo anterior ilegitima sus resultados».
¿Qué democraticidad puede existir en unas elecciones que han llevado como diputados a la Cámara a numerosos paramilitares?
RENUNCIAS MASIVAS
El griterío que la inédita iniciativa de las FARC ha levantado no responde a la cuestión esencial. El gobierno y las fuerzas armadas dejan evidenciar gran embarazo y caen en contradicciones cuando se les pide una explicación a las renuncias en cadena de mandatarios municipales en las últimas semanas.
Si las FARC se presentan tan vulnerables como afirma la propaganda oficial, si el ejército controla, como también afirma, la situación en todo el país, ¿cómo explicar entonces, en el plano de las cosas concretas, el éxito de la exigencia presentada por el movimiento revolucionario?
Según las últimas noticias, el 16 de julio 225 alcaldes y miles de consejales habían ya renunciado a sus mandatos en los 465 municipios de los 24 departamentos que recibieron el ultimato de las FARC.
Estamos ante un acontecimiento político de extraordinario significado. No sorprende que el pánico cunda en Bogotá.
Claro que las renuncias son más numerosas en departamentos de fuerte implantación de las FASRC, como Meta, Caquetá, Antioquia, Boyacá, los dos Santander, Huila, Arauco, Putumayo, Chocó.
La impotencia del estado colombiano ante una situación no imaginada se hace más transparente porque el balance de las operaciones militares iniciadas con la reocupación de la Zona desmilitarizada es muy negativo. El ejército no consiguió en estos meses obtener una sola victoria significativa contra la guerrilla y acumuló derrotas.
El desespero, que se extiende entre los sectores más radicales de la oligarquía, encuentra su expresión en la exigencia cada vez más frecuente de una revisión de la Constitución del 91. No falta quien defienda una enmienda que reintroduzca en la Carta Magna la vieja figura del estado de sitio que ha proporcionado cobertura institucional a matanzas inolvidables.
Esas voces dejan percibir un gran miedo, nacido de la certeza de que Uribe Vélez, pese a los millones del Plan Colombia, pese a la intervención indirecta de los EEUU en el conflicto, camina hacia el fracaso, como todos los anteriores.
Las campañas calumniosas desatadas contra el movimiento de liberación liderado por el comandante Marulanda no apagan la realidad.
Colombia, en el desarrollo de la historia, a consecuencia de factores y situaciones poco previsibles hace pocos años, emerge hoy como polo de luchas que no son solamente de su pueblo –ellas son indisociables del combate más amplio y decisivo en que centenares de millones de hombres y mujeres se encuentran involucrados, al enfrentarse a la amenaza a la civilización, la cultura y la vida configurada por la estrategia de dominación imperial de los EEUU.
En las montañas y selvas de Colombia, la resistencia de las FARC-EP transciende el cuadro colombiano. Los compañeros de Manuel Marulanda combaten hoy por toda la humanidad, lo que los hace acreedores de una solidaridad ampliada.
[*] Escritor y periodista portugués. El original en portugués deste articulo se encontra en el sitio web http://resistir.info. Traducción de Marla Muñoz