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Latinoamérica

TOMAS ELOY MARTINEZ EN 1410 AM LIBRE

"Argentina va hacia lo peor"
* El escritor argentino Tomás Eloy Martínez celebró el éxito de su nuevo libro "El vuelo de la reina", que obtuvo el Premio Alfaguara de Novela 2001, y dijo que no pensó ganar ningún galardón mientras lo escribía.

 LA REPUBLICA/URUGUAY

Eloy Martínez, que publica sus análisis internacionales (en exclusiva para Uruguay), en la contratapa de LA REPUBLICA, analizó la actual situación por la que atraviesa su país y vaticinó que en el corto plazo "Argentina va hacia lo peor".
El literato escribió guiones para películas, participó de diarios como "Primera Plana" y "Página/12" y la revista cultural "Panorama" y fue el primer director del noticiero televisivo "Telenoche". El autor de novelas como "El sueño argentino", "Santa Evita", "La novela de Perón", entre otras, estuvo en los estudios de 1410 AM LIBRE, y fue entrevistado por la conductora de "Primera Voz", Sonia Breccia.
--Todos los periodistas de este país, han hecho continua referencia a vos como un maestro, como un rector, y como un referente ético y estilístico...
--Yo no sé si me merezco todo esto. He trabajado duro en la vida. He alcanzado algunas metas. El premio Alfaguara de novela por "El vuelo de la reina" era completamente inesperado. Escribí el libro no para ganarme un premio, sino para desprenderme de ciertas obsesiones y pasiones que llevaba por dentro. Celebro que a los lectores les guste, que en España haya tenido una repercusión tan inesperada, y que en Brasil haya sido recibido con un entusiasmo que tampoco esperaba. Ahora vengo de San Pablo, donde el libro fue lanzado en la Bienal, y me encanta estar antes en Montevideo que en Buenos Aires. En Buenos Aires estaré el sábado, presentando el libro en el acto final de la Feria del Libro.
--El libro está vendiéndose muy bien en la Feria, es el libro más vendido allí.
--Eso dicen, yo no sé. Hay que conocer las cifras. Lo que me contaba ayer uno de mis hijos con el cual hablé a Buenos Aires es que pasaba por todas las librerías y veía gente saliendo con mi libro en las manos. Es una buena señal en un momento de crisis tan aguda como la que estamos viviendo los argentinos. El corralito ha terminado con la plata de todo el mundo.
--¿Cuándo se perdió la Argentina?
--Hay que remontarse a 1930 quizás, en que el primer golpe militar destruye la continuidad de los argentinos, del país. Comienza entonces una alternancia entre democracias frágiles y golpes militares fuertes, con la excepción del primer gobierno de Perón sobre todo, que funda un nuevo estilo, una democracia autoritaria y una cultura autoritaria de la cual los argentinos no nos hemos desprendido todavía. Y luego viene el enorme cimbronazo que comienza tal vez en el 74 o 75 con la entrada de ese astrólogo y autor de horóscopos que era José López Rega, y esa viuda torpe y casi boba de Juan Domingo Perón llamada Isabel Perón, que fundan la Triple A e instauran el terror entre los argentinos, terror que se acentúa y se agrava con la dictadura militar de 1976 a 1983.
En ese momento comienza un proceso económico que es interesante de estudiar. Para que los argentinos olviden el horror, el tormento, los campos de concentración, el país se endeuda. Los militares adquieren empréstitos con diversos grados de interés, y los argentinos creen que viven en el medio de la prosperidad, que el país es riquísimo y hemos ingresado en el Primer Mundo. Viajamos a Miami, a Punta del Este, compramos grandes casas en ambos lados. Se populariza la frase "está barato, deme dos", porque el peso argentino está sobrevaluado. Y de repente, como la cigarra, nos despertamos de ese sueño de verano, y nos encontramos con que el país no tiene nada. En el momento en que el país no tiene nada entra otro presidente peronista, Carlos Menem, que comienza a vender todo lo que tiene a mano. Primero vende los cielos, Aerolíneas Argentinas, después vende las ondas telefónicas y eléctricas, vende el subsuelo, YPF, vende las telecomunicaciones. Al país sólo le queda la tierra y su gente, cada vez más empobrecida. Menem, por obra y gracia de la corrupción, logra el milagro, único creo, de que el país pierde todo lo que tiene, todos sus bienes, y simultáneamente se endeuda muchísimo más. Ese endeudamiento es sideral, cuantioso, imposible de medir. Y lo grave es que el presidente que le sucede a Menem, que podría haber restaurado al menos las virtudes republicanas, es un presidente que llega en estado de pasmo al gobierno, hipnotizado, inmovilizado. Tenemos la desdicha de De la Rúa luego, y de un ministro de Economía que llega al gobierno en estado de locura, Domingo Cavallo. Es en esa situación de anarquía, de destrucción, en la que está el país ahora, desgarrado por gobernadores que se disputan las ruinas, los harapos del país a dentelladas, como si fueran perros hambrientos.
--¿Para dónde va Argentina, a tu juicio?
--Por ahora, en el corto plazo, vamos hacia lo peor. El país no tiene salida, a menos que haya una urgente ayuda internacional, que permita no sólo pagar la deuda que hemos contraído, sino además contribuir de algún modo a crear infraestructuras de producción, que le permitan al país salir adelante. Si no resolvemos esta cantidad de problemas urgentes, inmediatos, cuando la mitad de la población está por debajo del nivel de pobreza, habrá por desdicha explosiones sociales. Son inevitables. Porque la gente que ve a sus hijos morirse de hambre, o carecer de auxilio en los hospitales, sale a la calle desesperada, indignada, y en estado de revuelta. Ojalá no veamos esas revueltas, pero tal como están las cosas, todavía me parecen inevitables. Es casi ingenuo suponer, como se está suponiendo ahora, que elecciones adelantadas van a resolver la situación. La situación es mucho más honda que lo político: está en lo político, en lo social, está en toda la cultura. La cultura argentina es una cultura educada en lo autoritario, en la frivolidad, en el consumo, y sobre todo en la "bicicleta" financiera, en el manejo de las finanzas más que en el manejo de la producción.
Si tocamos ese fondo, confío en que habrá reservas de educación, de salud y de ética en la Argentina, que nos permita emerger hacia otra forma de cultura, una cultura más austera que nos permita solamente gastar aquello que ganamos y no más, y comprender que tenemos límites, no somos omnipotentes. Que la austeridad no es un castigo sino un don, y que el país tiene que refundarse, reconstituirse sobre normas completamente nuevas, que restablezcan una justicia no corrupta, un Poder Legislativo no cómplice, y un Poder Ejecutivo que sepa en vez de consensuar, como hace ahora, imponer una cultura de austeridad y de transparencia.
--Cuando uno se presenta a un concurso, de la naturaleza que sea, ¿por qué la sorpresa?
--En primer lugar, porque cuando te enterás de que hay 433 manuscritos de todo el ámbito de la lengua, suponés que tu novela no tiene por qué ser la mejor, ni siquiera de las 20 mejores. Partir de ese hecho, escribiste un libro no para ganar un premio sino para terminarlo. En segundo lugar, hubo un hecho fortuito. Mi agente, que fue quien me impulsó a presentarme a este concurso, una catalana llamada Mercedes Casanova, una agente literaria excepcional, me llamó el día antes, el domingo 3 de marzo y me dijo "Hoy falla el premio Alfaguara de novela. Se van a reunir a la hora del almuerzo; el almuerzo español empieza a las dos de la tarde, y termina a eso de las cuatro o las cinco. Suponemos que el fallo, como ya se discutió ampliamente en los días anteriores, se emitirá a eso de las cinco de la tarde, es decir, las once de la mañana hora de EEUU. Sabemos que cinco novelas han llegado al final", me dijo mi agente. No sabía si la mía estaba entre ellas por el secreto y el sigilo con que se manejó. "De modo, me dijo Casanova, que si a las seis o las siete de la tarde de España no te llamaron por teléfono, significa que lo ganó otra persona". Hacia las seis de la tarde de España no había recibido ninguna llamada. Le comenté a mi hija de dieciséis años que me había presentado a un concurso, y que creía que no había ganado. Ella me dijo "¡qué suerte! Porque cada vez que ganás un premio o sale un libro tuyo viajás muchísimo, y ahora vas a poder quedarte conmigo. De modo que vamos a festejar". Nos fuimos a un lugar que a ella le encanta, donde venden muy baratas langostas de Maine. Comimos juntos, pasamos una noche agradabilísima, y al otro día me levanté como siempre, muy temprano, para llevarla a la escuela. A eso de las siete y cuarto, cuando estaba por salir, me llama Jorge Semprún, que yo había olvidado por completo que era el presidente del jurado del Premio Alfaguara, un autor de muchísimas obras muy conocidas. Me llamó para felicitarme porque había ganado. Fue una noticia completamente inesperada. Tanto más inesperada fue porque cada uno de los miembros del jurado tomó el teléfono para explicarme por qué se había decidido por mi novela.
Me impresionó mucho el comentario de Nelly Da Piñón, la novelista brasileña, que me dijo: "Lo que más me tocó de tu novela es que todas las personas tienen alguna forma de culpa, y ninguna de ellas tiene ningún arrepentimiento". ¡Caramba!, pensé yo, este es un dato moral muy fuerte.
--Los personajes no experimentan culpa...
--No experimentan la menor culpa, pero el pasado, para usar una especie de frase cacofónica, el pasado les pesa, les cae encima. En el caso particular de Camargo, no sería quien fue, si no hubiese tenido una madre que, en lo que yo creo es la escena central del libro, lo acaricia con guantes de hospital.
El espera todas las mañanas esa caricia, hasta que se da cuenta finalmente de que es una caricia mediada, a través de un guante, una tela. Y él se pregunta: "Cuando estuve en el vientre de mi madre, ¿cómo se habrá protegido mi madre de mí? ¿Qué habrá puesto entre su placenta y yo para no tocarme? Es una especie de memoria que a él lo afecta inmensamente, y la búsqueda constante de la madre, en cualquier mujer que sea, es algo central en su vida. *