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Latinoamérica

2002-02-24
Colombia: Tanato

Alfredo Molano
ALAI, América Latina en Movimiento

Algún general curioso -lector de la tragedia griega- descubrió el término con el que bautizó la operación de retorno al Caguán, Tanato, significa muerte. Mal pronóstico y peor espíritu el que guía la estrategia de un ejército que, se supone, debe respetar una constitución que prohibe la pena de muerte. Pero hay que convenir que, en cierta manera tienen razón: la muerte se enseñoreará de todo el país, y, seguramente hasta salpicará a nuestros vecinos, sobre todo a Venezuela y Ecuador.
El laberinto en el que el país se mete es resultado de la mezquindad de unos, la arrogancia de otros y el aventurerismo electorero del tercero. Comienza a caer sobre Colombia la negra noche. No todo sucederá al mismo tiempo, pero con el tiempo las cosas podrían llegar a extremos que los colombianos que no se rinden a la guerra tenemos obligación de oponernos.
Si fracasamos de nuevo la guerra irregular y sucia se intensificará por efecto de la superioridad aérea de las Fuerzas Armadas y la acción paramilitar. La barbarie llegará a las grandes ciudades, se meterá en sus calles, en sus barrios y en sus casas. El reclutamiento de la población civil se generalizará y los impuestos de guerra de todos los bandos arruinarán las economías locales y generarán una gran descomposición moral de todos los contendientes.
La eficacia de la guerra sucia obligará a poner entre paréntesis la Constitución Nacional con los nuevos estatutos de seguridad y con su aplicación, se esconderán la crecientes violaciones de los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario. Los medios serán fuertemente autocensurados, y la tesis de que la verdad es la primera víctima de una guerra, se usará para torcer y manejar la información.
El paramilitarismo ganará espacio político y crecerá militarmente poniendo en cuestión el poder de la fuerza pública y degradando la guerra a niveles que podrían justificar la Intervención Humanitaria por parte de Estados Unidos. El asalto a las poblaciones, la destrucción de cuarteles, iglesias, fincas y casas será pan de cada. La vida de los secuestrados militares por la guerrilla se pondrá en eminente riesgo y no podría descartarse su fusilamiento. Igual suerte podrá correr todo militar -de cualquier bando- que sea tomado prisionero. Las masacres de lado y lado conocerán niveles escalofriantes. La inversión económica caerá, las tasas de interés subirán, la deuda externa aumentará, la captación tributaria bajará.
Los destrozos de la infraestructura -redes de energía, puentes y oleoductos- reducirán a niveles críticos la actividad económica y no sería descartable períodos de desabastecimiento severos. El desempleo y el subempleo alcanzarán cifras desconocidas. La emigración de capitales, de profesionales y de mano de obra calificada se intensificará.
Los cultivos ilícitos desplazarán aún más la economía legal y avanzarán de las zonas de colonización hacia regiones de economía campesina y empresarial... Las tarifas de servicios públicos se volverán botín de la economía de guerra. El aumento del gasto militar reducirá a un mínimo la inversión social, lo cual estimulará aún más la legitimidad del régimen.
La economía de guerra aumentará la corrupción administrativa y pondrá en jaque sucesivo todo ajuste fiscal. La debilidad del Estado pondrá en peligro eminente la soberanía nacional. Las elecciones peligrarán en la mitad del país, y los paramilitares harán su agosto electoral. Los partidos políticos entrarán en una crisis irreversible. No son descartables magnicidios, asesinato de periodistas y de candidatos a los cuerpos colegiados, que, por lo demás, poca relevancia tendrán. A medida que el estado se deslegitima por la guerra debido a su debilidad institucional, la militarización de la vida social aumentará. La gobernabilidad del país dependerá cada día más de la intervención extranjera.
La creciente participación de Estados Unidos desplazará los buenos oficios de las Naciones Unidas y de los países amigos de la negociación. En suma el país comenzó a partir de la primera bomba caída sobre el Caguán a retroceder a pasos gigantescos. Con la guerra se evitó nuevamente sacar adelante unas reformas que vienen siendo aplazadas en nombre del orden democrático vigente hace medio siglo.
De esa guerra, si no logramos pararla antes de que caiga en su inercia diabólica, no saldrá sino, lo repito, la dictadura del vencedor.