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Decirle no al ALCA es lo más urgente
Osvaldo Martínez
Después de los atentados terroristas del 11 de septiembre y de la guerra
absurda que pretende combatir al terrorismo con dosis aún mayores de
terror, el ALCA ha adquirido una nueva distinción. Sus apologistas
nos dicen que ante la amenaza terrorista, ahora más que nunca antes
debe aprobarse el ALCA, de donde resultaría que este no es sólo
un Acuerdo de Libre Comercio, sino un instrumento contra el terrorismo. De
aquí resulta también que estar contra el ALCA implica no sólo
recibir el calificativo despectivo de globalifóbico que se aplica a
todos los que nos oponemos a las atrocidades del neoliberalismo, sino que
también podemos ser acusados de simpatizar con el terrorismo.
Bien sabemos que el ALCA es un proyecto estratégico de recolonización
y absorción de América Latina y el Caribe.
Se presenta bajo la apariencia inocente y técnica de un Acuerdo de
Libre Comercio, pero es mucho más que eso y ahora el gobierno de Estados
Unidos muestra prisa por impulsarlo, a tal extremo que uno de los escasos
temas que -además de la guerra-han merecido el interés del Congreso
después del 11 de septiembre ha sido el fast-track, que ya fue aprobado
por el Comité de Medios y Árbitros de la Cámara de Representantes.
¿Qué razones para el ALCA y porqué la premura estadounidense?
Las razones no son las opciones latinoamericanas o las ventajas de la integración,
sino los apetitos estratégicos de dominio norteamericano sobre la región
en la pugna con otros centros de poder económico y las debilidades
que casi todos los gobiernos y élites latinoamericanos han promovido
con su fidelidad al pensamiento único.
La premura se explica porque la crisis económica de mayor potencial
destructivo de la posguerra se les viene encima y quieren tener en América
Latina amortiguadores para ella, en forma de cierto alivio comercial y gracias
a la circulación preferente del capital transnacional norteamericano
aprovechando la fuerza de trabajo muchas veces más barata que en Estados
Unidos y las condiciones excepcionales para la inversión toleradas
por gobiernos sumisos y que se habrían maniatado a sí mismos
por haber firmado un pacto colonial en los inicios del siglo 21.
La premura se debe también a la inocultable crisis económica,
social y política del modelo creado en las dos últimas décadas
bajo el molde ideológico del Consenso de Washington. Tienen que "preservar
la estabilidad" ante el crecimiento explosivo de la pobreza, ante las encuestas
que revelan la inconformidad e incluso la ira contra las privatizaciones alegres
de años anteriores, ante el hastío por la "política"
entendida esta como derecho a votar para que todo continúe igual, ante
la corrupción convertida en sistema de gobierno, ante el colapso de
gobiernos y economías.
Ha cambiado el clima respecto a los tiempos en que el ALCA fuera lanzado como
proyecto por el gobierno de Estados Unidos. No son estos los tiempos de complacencia
de la Cumbre de Miami e incluso son bien diferentes a los de la Cumbre de
Québec, aunque en ésta ya la resistencia de muchos de los aquí
presentes se hizo sentir como un nuevo y vital factor.
El ALCA surgió en el clima de triunfalismo de inicios de la década
de los años 90 cuando la superpotencia norteamericana parecía
omnipotente frente a las débiles, desarticuladas, endeudadas economías
latinoamericanas. Pero, la década comenzó y continuó
transcurriendo con la mezcla contradictoria del triunfalismo verbal y sucesivas
crisis económicas en países desarrollados y subdesarrollados
que indicaban una tendencia hacia desordenes mayores y profundos.
Comenzó la década con la crisis en el sector inmobiliario de
Japón, la cual se extendió al sistema bancario y propinó
un golpe a la segunda economía del mundo, del cual después de
más de 10 años aún no se ha recuperado y que además
hizo añicos la imagen del "milagro económico japonés".
Le siguió después la crisis mexicana del efecto tequila en diciembre
de 1994, la crisis de los tigres asiáticos en julio de 1997, la crisis
rusa en agosto de 1998, la crisis brasileña en enero de 1999 y el episodio
más reciente de la crisis argentina.
Pero ahora la situación es más grave que en todas las crisis
anteriores. Ha llegado la recesión global y nunca en la posguerra había
coincidido una recesión de esta magnitud en los tres grandes centros
de poder económico.
La crisis no se desató por los atentados terroristas del 11 de septiembre.
Existía ya en esa fecha después de una larga incubación
en las entrañas del capitalismo globalizado. Los sucesos del 11 de
septiembre la aceleraron, pero no fueron su causa.
En la crisis actual, además del desplome del Nasdaq y otras pérdidas
en la bolsa, debemos tener en cuenta los indicadores de la economía
real que miden su "presión arterial" y muestran la gravedad de lo ocurrido
y lo mucho que está hiriendo y lo mucho más que podrá
herir al sistema.
El comercio mundial creció 12% en el año 2000. En este año
se espera 2% como mejor resultado y pudiera ser 0%. Las ventas de computadoras
se reducirán este año por primera vez en su historia de casi
tres décadas.
Las inversiones extranjeras directas alcanzaron en el año 2000 la marca
absoluta en su historia al totalizar 1.3 millones de millones de dólares.
En este año se estima que sólo alcancen la mitad, en lo que
sería el mayor descenso en 30 años.
En Estados Unidos caen el PIB , la producción industrial, las inversiones,
la confianza del consumidor, las ventas, las ganancias empresariales y la
Bolsa. Aumentan el desempleo, el déficit externo y el pánico.
La Bolsa hiperinflada se tambalea ante nuevos reportes de ganancias empresariales
en descenso. Se va deshaciendo la espuma financiera y amenaza con derrumbar
un sistema bancario-crediticio sumamente vulnerable por haber otorgado créditos
aceptando como aval los rendimientos inflados de acciones y otros títulos
de valor cuando la especulación vivía su desenfreno y cuando
el consumismo asentado en el ahorro negativo y en una cadena de deudas, alimentaba
la marcha en apariencia indetenible de la locomotora.
Diez rebajas de la tasa de interés en el año 2001, de ellas
tres después del 11 de septiembre no han sido capaces ni de evitar
la instalación de la recesión, ni tampoco de sacar de ella a
la economía de Estados Unidos.
La tasa de interés se encuentra virtualmente en el piso y no parece
haber margen para mayores rebajas.
Ahora también se recurre por el gobierno estadounidense - campeón
del discurso neoliberal para consumo de otros- al estímulo keynesiano
por la vía del gasto público, a los subsidios a las empresas
aéreas y al gasto militar como viejo recurso utilizado para estimular
la economía. Pero es evidente que para alcanzar el monto necesario
que aspire a ser efectivo, necesitan un rival de mayor envergadura que Afganistán.
Por otra parte, el gasto militar ha funcionado en circunstancias de "guerra
fría" frente a otra potencia militar o en guerras lejanas en que el
territorio norteamericano no fue tocado. Hasta entonces las catástrofes
de otros se podian mirar en la televisión y desaparecerlas cambiando
el canal. Ahora el pánico y la sensación de vulnerabilidad en
la población norteamericana influye en toda su vida social y en la
economía, por supuesto.
Ya el presente y el futuro no se presentan como una escalada incesante de
consumo y eso no podrá ser cambiado solo bajando la tasa de interés
y dando incentivos fiscales.
Ahora Estados Unidos no puede apoyarse en Europa o Japón, igualmente
en recesión. El consumo, que ha sido el motor de los recientes años
alegres está herido por el pánico y la inseguridad, mientras
que el sobreendeudamiento, el excesivo follaje financiero y la caída
de las ganancias de las empresas apuntan hacia una crisis duradera que probablemente
lo sería más que la operación consistente en bombardear
a civiles inermes bajo el nombre de "libertad duradera".
¿Qué sentido tiene para la economía en crisis de Estados
Unidos la prisa en echar a andar el ALCA?
Se trata de aprovechar el espacio regional ya convertido por el ALCA en coto
exclusivo del capital norteamericano -eliminados los capitales europeos y
asiáticos y actuando los empresarios nacionales como meros administradores
de filiales- para explotar fuerza de trabajo barata, combatir la tendencia
al descenso de las ganancias empresariales, apoderarse de lo que resta por
privatizar y volcar sobre mercados desprotegidos mercancías y servicios
que destruirían lo poco que queda de los tejidos y cadenas productivas
y de los endebles sistemas de servicios en la región.
El discurso tantas veces utilizado como señuelo, acerca de las oportunidades
de acceso al mercado norteamericano, sería de ahora en adelante más
ilusorio que nunca, pues la fuerte reducción de las importaciones que
ya se está produciendo en Estados Unidos debido al enfriamiento de
su demanda interna, es un importante propagador global de crisis y augura
un proteccionismo no solo encubierto y selectivo como el actual, sino más
agresivo y descarnado.
En la vida cotidiana de los latinoamericanos y caribeños lo anterior
significaría mayor pobreza para amortiguar la crisis en la economía
más grande del planeta.
Los entusiastas del ALCA justifican el pacto colonial con variados y pintorescos
argumentos.
Unos afirman que participar en el ALCA sería adquirir el "espíritu
emprendedor" que les falta a los latinoamericanos. Otros nos dicen que no
basta con los mercados internos para desarrollarnos y hay que disponerse a
ingresar en el mercado mayor del mundo. Omiten que nuestros mercados no son
pequeños per se, sino por la pobreza y por la más inequitativa
distribución del ingreso en el mundo y les falta explicar como ingresar
al mercado mayor del mundo del cual nos separa el sistema de subsidios mayor
y más sofisticado del mundo y unas diferencias de productividad que
en las condiciones de pureza neoliberal de mercado, lejos de desaparecer se
ahondan y generan un intercambio desigual arrasador para las economías
más débiles.
Otros entusiastas del ALCA como una funcionaria de rango ministerial de nuestra
región nos entregan explicaciones tan curiosas y reveladoras como esta
que cito a continuación a riesgo de su extensión: "De lo anterior
se deduce que con el ALCA se generará, sin duda mayor riqueza. Y esta
mayor riqueza podría potencialmente generarse en toda la región.
Ahora, ¿los países menos desarrollados se verán beneficiados?.
Las ventajas de la integración fueron ilustradas por Adam Smith siglos
atrás cuando demostró que la integración de dos economías
aún con diferentes niveles de desarrollo y competitividad es benéfica
para ambas naciones. Lo anterior es el resultados de la especialización.
Por ejemplo, es presumible que Estados Unidos sea más competitivo en
todos los sectores productivos que el resto de los países del ALCA.
¿Significa entonces que Estados Unidos arrasará con los países
menos desarrollados de la región?. La respuesta es no. Shaquille O´Neal,
la estrella del baloncesto americano de 2,14 metros de altura, seguramente
es más eficiente para cambiar bombillas que cualquiera de sus vecinos.
No obstante, el libre mercado, la integración comercial dicen que se
genera mayor riqueza y mayor bienestar si Shaquille O´Neal se dedica a generar
millones de dólares jugando baloncesto y contrata a un mexicano o colombiano
o dominicano sin empleo para que cambie las bombillas; no importando que al
mexicano le toque cargar una escalera".
Dejando a un lado el grueso error de ignorar siglos de Historia Económica
que demuestran lo contrario de aquella tesis risueña y falsa de que
todos ganan en el intercambio, es imposible no observar que la generación
de millones de dólares en la actividad más glamorosa queda para
Estados Unidos, mientras que los resignados a cambiar bombillas y cargar escaleras
son latinoamericanos sin empleo.
La realidad es que el ALCA podría escribirse en forma de ecuación,
es decir, ALCA= TLC + AMI + OMC + WC en el cual WC es Consenso de Washington
(Washington Consensus).
Es un proyecto que se hace posible por la esencial coincidencia neoliberal
entre dominador y dominados después de dos décadas de práctica
bastante generalizada y dogmática de esa política en la región,
la cual ha creado condiciones favorables en la estructura económica
y en la estructura mental para plantear el ALCA como una culminación
de la subordinación, como la aceptación racionalizada y más
aun, resignada de la anexión a Estados Unidos mediante un pacto colonial,
aunque éste se procese en computadoras y se publique en Internet. Esa
estructura mental de los dominados ha aceptado disponerse a la integración
entre el tiburón y las sardinas, pero además desarmando a las
sardinas.
Así ha ocurrido con dos principios relacionados con la forma de concebir
la integración de la región y la eventual integración
con economías más fuertes y desarrolladas.
Las oligarquías aceptaron cambiar el modo de integración regional
que -no siendo perfecto ni ideal- concebía ésta como la creación
de un espacio con preferencias para los agentes económicos regionales
y que pretendía ampliar los mercados internos nacionales y alcanzar
un mercado regional ampliado. Era necesario proteger a ambos de los capitales
externos, con lo cual no hacían más que seguir la experiencia
histórica de todos los países que han alcanzado el desarrollo
mediante la corrección del mercado y no mediante la postura positiva
ante él.
Asumieron con pureza doctrinaria el discurso del libre comercio y diluyeron
la creación del mercado regional ampliado que podía ser protegido
con inteligencia, en la vana ilusión de "insertarse en los flujos internacionales
de comercio" y no han pasado más allá de una apertura comercial
apresurada y unilateral que ha servido para arruinar a sectores industriales
nacionales y para satisfacer el consumo imitativo de las pequeñas minorías
que tienen poder de compra en la región. El ALCA es más de lo
mismo.
Sabemos también que la inserción en los flujos internacionales
de capital no ha pasado más allá de una apertura financiera
también apresurada y suicida que ha servido para el ingreso de capitales
especulativos de alto poder desestabilizador, para desarmar a los países
con la liberalización de la cuenta de capital, para vender en subasta
las empresas públicas, para seguir alimentando el círculo vicioso
de la deuda externa y para iniciar un proceso de dolarización impulsado
por el sometimiento y la desesperación.
El otro principio es el trato preferencial a los países de menor desarrollo.
Este principio es vital si se trata -como en el ALCA- de integrar economías
con grandes diferencias en los niveles de desarrollo.
El trato preferencial en lo comercial, lo financiero, lo tecnológico,
aplicado por largo período es la única forma sensata de concebir
las relaciones de integración entre economías tan diferentes
como las que pretende agrupar el ALCA.
Sin embargo, en los textos conocidos del ALCA -concebidos para desinformar
más que para informar- es posible entender que siguiendo la filosofía
del TLC, del AMI y la OMC, el trato preferencial a los países de menor
desarrollo quedó limitado a conceder plazos algo mayores a los más
pobres para que hagan lo mismo que los más ricos. La reciprocidad es
el principio rector del ALCA. Ella consiste en legitimar la desigualdad con
la hoja de parra de la igualdad formal.
El ALCA tiene la capacidad de beneficiar a muy pocos y lesionar a muchos.
Por eso su puesta en marcha tendría que apoyarse en la ignorancia de
su significado, en la confusión y el ocultamiento de la verdad. Por
eso también su derrota tiene que apoyarse ante todo, en la explicación
y divulgación de su entraña hegemónica y antipopular.
Para los 224 millones de pobres y 90 millones de indigentes latinoamericanos
y caribeños el ALCA significa más de la misma política
que los empobreció.
Para los trabajadores de la región en la que estadísticas oficiales
de dudosa exactitud revelan un 9% de desempleo promedio, el ALCA significa
más desempleo, desprotección y precarización del trabajo.
Para los campesinos el ALCA significa la irrupción en gran escala del
agri business norteamericano y el ingreso de productos agrícolas de
ese país en condiciones ruinosas de competencia. Es el desplazamiento
de los productores nacionales de alimentos, la dependencia de la importación
de éstos y la ruptura de las formas tradicionales de trabajo y comercialización
agrícolas. Para los pueblos indígenas es el sometimiento al
mercado de sus formas de organización y también de sus culturas.
Para las mujeres el ALCA significa exclusión por ser mujeres, discriminación
y mayor explotación en el trabajo y reducción de su valor social
al simple valor de mercado.
Para los jóvenes el ALCA significa desempleo aún mayor y educación
privada inaccesible para los que no pueden pagar.
Para toda la población que necesita servicios de salud el ALCA significa
servicios guiados por la lógica del mercado en los que son atendidos
los que pueden pagar.
Incluso para los empresarios vinculados a los mercados internos -por más
que su docilidad ha sido casi siempre absoluta- y que aún no han sido
devorados por los circuitos transnacionales, el ALCA significa la competencia
ruinosa.
Para los trabajadores norteamericanos y canadienses el ALCA significa -como
lo demostró el TLC- la pérdida de empleos.
Para todos los que respiran el aire, los que son afectados por las lluvias
o la sequía, los que dependen del mar y los ríos, los que no
pueden subsistir sin agua potable, el ALCA significa el lucro de mercado sometiendo
el medio ambiente a la depredación e impulsándolo en la loca
carrera hacia la catástrofe ambiental.
En cambio, el ALCA es el mejor de los negocios para el puñado de transnacionales,
especuladores, redes mafiosas y sus empleados en las oligarquías de
la región.
Este proyecto asombra por la densa concentración de las peores propuestas
para América Latina y el Caribe.
En el comercio sostiene la vieja posición defendida en la OMC de exigir
a los latinoamericanos el desarme arancelario y la total apertura y transparencia
de mercados, mientras Estados Unidos mantiene intactos sus sistemas de subsidios,
sus barreras no arancelarias y sus medidas antidumping.
En la inversión de capital -plato fuerte del ALCA- se pretende adoptar
una tan amplia definición de inversión para que virtualmente
cualquier acción del capital norteamericano quede incluida dentro de
la trama de protección y privilegio que se establecería.
Es el capital quien impone a los estados una lista de llamados "requisitos
de desempeño" mediante los cuales no sólo el estado renuncia
a regular la actuación del capital estadounidense, sino que acepta
ser regulado por éste. Ningún gobierno podría decidir
siquiera que el capital emplee algún porcentaje de materias primas
nacionales o exporte alguna porción de lo producido en el país.
Cualquier acción de un gobierno -hasta una regulación ambiental-
que sea señalada por una empresa norteamericana como causante de la
disminución de su ganancia esperada puede calificar entre las llamadas
"medidas de efecto equivalente a una nacionalización" y provocar que
se desate el sorprendente principio jurídico de la relación
empresa-estado, en la cual el estado entrega su soberanía al aceptar
que la empresa lo demande y que la demanda sea juzgada por un panel internacional
colocado fuera de la jurisdicción de las leyes nacionales del estado
demandado.
Las leyes nacionales que se supone sean la expresión de intereses sociales
decididos democráticamente, son burladas de manera antidemocrática
por la relación empresa-estado y su mecanismo de solución de
controversias, mientras que al derecho internacional que se basa en acuerdos
entre estados, se le pretende cambiar su naturaleza sustituyéndolos
por acuerdos preferenciales para las corporaciones.
En el TLC existe ya una lista de demandas y condenas impuestas a los gobiernos
de México y Canadá.
En la propiedad intelectual Estados Unidos pretende -al igual que en la OMC,
pero intentando avanzar más aún- utilizar su abrumadora superioridad
en las patentes para bloquear el desarrollo médico farmacéutico,
mantener el monopolio comercial sobre resultados del conocimiento incluidos
los tratamientos contra el SIDA y entrar a saquear los recursos de biodiversidad
y conocimientos tradicionales de la región.
En el tema relativo a la política de competencia Estados Unidos pretende
que los gobiernos no sólo renuncien a regular el mercado, sino que
se maniaten a sí mismos estableciendo una llamada "agencia autónoma"
que no tendría otra función más que "velar para que ningún
monopolio oficial pueda distorsionar el libre funcionamiento del mercado".
En el tema referido a las compras del sector público Estados Unidos
quiere que ningún gobierno pueda preferir hacer sus compras a empresas
nacionales y propone que éstas sean hechas a las empresas que tengan
mayor experiencia y volumen de negocios, lo cual equivale a identificar a
las empresas norteamericanas.
Esto no es todo. Tendremos ocasión durante estos días de trabajo
para escuchar y debatir sobre otros diversos contenidos y significados del
ALCA que permiten ratificar su estirpe de proyecto para la anexión.
Decirle no al ALCA es lo más urgente
Decirle no al ALCA es lo más urgente y requiere de un esfuerzo formidable
para explicar a los de abajo, a los pueblos que lo sufrirían de hacerse
realidad, el verdadero significado de este proyecto ajeno. Que esa vasta campaña
de concientización conduzca a que el ALCA -que ni siquiera ha sido
debatido por algún parlamento latinoamericano- sea sometido a una consulta
popular con capacidad para decidir sobre la incorporación o rechazo
de cada país, sería ya una victoria de los que creemos que otra
América es posible.
Elaborar entre todos una alternativa al ALCA que no sólo diseñe
un modelo de integración de la región latinoamericana y caribeña
consigo misma, sino que articule una alternativa al modelo neoliberal reaccionario
y excluyente, es la gran tarea constructiva, creativa, para todos los participantes
en este Encuentro y para los muchos más que no pueden estar presentes.
Derrotar al ALCA y crear simultáneamente la alternativa popular, solidaria,
antiimperialista, al modelo neoliberal es el gran reto que encaramos.
En mayo de 1891 un genio intelectual y político de sólo 38 años
llamado José Martí, quien había vivido largos años
en Estados Unidos, dominaba con maestría la lengua inglesa y expresaría
poco antes de morir en combate que cuanto había hecho y haría
tenía como objetivo impedir a tiempo con la independencia de Cuba que
se extendieran por las Antillas los Estados Unidos y cayeran con esa fuerza
más sobre lo que siempre llamó nuestra América, escribió
sus impresiones acerca de un proyecto norteamericano similar en sus designios
al ALCA de nuestros días.
Se trataba de la Conferencia Monetaria de las Repúblicas de América
que pretendió crear una unión monetaria entre los países
participantes.
Lo escrito por Martí hace más de un siglo en rechazo a aquel
proyecto imperialista tiene completa aplicación en esta hora de lucha
contra el ALCA:
"Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podría hacerlo
con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá celebrarlo sin
juicio la juventud prendada de las bellas ideas, podrá recibirlo como
una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras
serviles; pero el que siente en su corazón la angustia de la patria,
el que vigila y prevé, ha de inquirir y ha de decir qué elementos
componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado, y si
están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos
comunes, y si es probable o no que los elementos temibles del pueblo invitante
se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado;
ha de inquirir cuáles son las fuerzas políticas del país
que le convida, y los intereses de sus partidos, y los intereses de sus hombres,
en el momento de la invitación. Y el que resuelva sin investigar, o
desee la unión sin conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento,
o la defienda por la poquedad del alma aldeana, hará mal a América".
Discurso de Osvaldo Martínez en la inauguración del Encuentro
Hemisférico de Lucha contra el Área de Libre Comercio de las
Américas, del 13 al 16 de noviembre de 2001 en La Habana, en el que
participaron un total de 679 delegados de 34 países.
Osvaldo Martínez es presidente de la Comisión de Asuntos
Económicos de la Asamblea Nacional del Poder Popular