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América Latina: neoliberalismo y sobrevivencia
Laura Juárez Sánchez (*)
Universidad Obrera de México, 7 de febrero.
Edición en Internet: La insignia
Las décadas de los ochenta y noventa del siglo que concluyó,
pasarán a la historia de América Latina como las del tiempo
en el que la región ingresó a la lógica de la reestructuración
del mercado global, y también como el de las dos décadas pérdidas
en términos de desarrollo social, por el crecimiento alarmante de la
pobreza. Los dos años del siglo que comienza, muestran la profundización
de estas tendencias, debido a que los países de la región siguen
sometidos a la reestructuración neoliberal, quedando cada vez más
subordinados al mercado global.
El aumento generalizado de la pobreza de la población latinoamericana,
se expresa en el desempleo creciente; en el profundo deterioro de los salarios
de los trabajadores; en la emigración forzosa de los habitantes del
campo y de la ciudad; en el aumento de la economía informal; en el
regreso de enfermedades que ya habían sido erradicadas, como el cólera;
en la muerte de personas por enfermedades curables, como la sarna, las enfermedades
gastrointestinales -como la tifoidea y la gastroenteritis-, las de vías
respiratorias -como la amigdalitis, las neumonías y bronconeumonías-
entre otras, producto de la desnutrición de la población y del
difícil acceso y deterioro de los servicios sociales básicos,
como salud, educación, vivienda, etc. Las familias rurales y urbanas
se ven obligadas a vivir hacinadas, a padecer la falta de agua y de drenaje,
a compartir baños comunitarios y a vivir bajo techos de lámina
o cartón, entre otras condiciones. Los estallidos sociales sucedidos
en Venezuela, Brasil, Perú, y el caso más reciente, Argentina,
muestran el descontento social que hay en la región.
Por lo anterior, es importante preguntarnos, ¿cómo es que América
Latina llegó a esta situación? La respuesta está en la
historia económica, social y política de la región; pero
la historia de nuestros países no la podemos entender si no comprendemos
la manera como Latinoamérica se ha insertado en el sistema de acumulación
capitalista. En el presente trabajo, sólo intentaremos analizar la
historia económica reciente de Latinoamérica, para intentar
penetrar en las causas que han llevado a la crisis de larga duración
que vive la región.
1. Del modelo sustitutivo de importaciones al modelo secundario exportador
El modelo sustitutivo de importaciones, surgido del período de entreguerras,
que colocó al desarrollo industrial de los países de la región
como eje de la acumulación del capital, comenzó a evidenciar
en los años sesentas, los límites estructurales del modelo económico.
Los elevados niveles del déficit de la balanza de pagos, como producto
de las débiles integraciones industriales nacionales; el alto endeudamiento
externo; el aumento de la inflación y la baja productividad de la planta
productiva, entre otros indicadores, mostraban que el modelo de acumulación
había entrado en crisis. No obstante, se postergaron los problemas
estructurales de la economía por casi dos décadas, debido a
que las economías se pudieron endeudar y el precio de las materias
primas más importantes que producían los países se elevaron
en el mercado mundial.
Sin embargo, la crisis resurge con toda su crudeza a principios de los años
ochenta, debido a que dos eventos de carácter externo no le permitieron
a las economías sostener su crecimiento: las altas tasas de interés,
que llevaron a la disminución del crédito externo y, por consiguiente,
al aumento de la deuda externa de la zona y el desplome de los precios de
las materias primas de exportación, tales como el café, el azúcar
y el petróleo. Las economías entraron en un franco estancamiento:
se suspendieron los créditos externos, disminuyeron considerablemente
las divisas que entraban por concepto de la exportación de materias
primas, por lo que no había capacidad de seguir importando los bienes
intermedios y de capital para la planta productiva. Los efectos financieros
no se hicieron esperar: fuga de capitales, devaluaciones, elevación
de las tasas de interés, disminuciones crediticias, déficit
de las balanzas de capital, etcétera.
2. América Latina se inserta en el mercado global
Ante la evidente crisis del patrón sustitutivo de importaciones, los
gobiernos de América Latina cedieron a la transformación de
un patrón de acumulación, basado en el impulso del sector secundario
exportador, afín a las nuevas tendencias de internacionalización
del capital mundial. Lo que significó en realidad insertar a la región
a las necesidades de la economía global, más concretamente a
los requerimientos de la recomposición de la tasa de ganancia de las
Grandes Empresas Trasnacionales (GET) tanto de carácter nacional como
extranjero.
Es así como se deciden imponer las políticas económicas
neoliberales en Latinoamérica, incluso en los países en donde
hubo transiciones políticas de gobiernos militares a gobiernos civiles
-como en Brasil, Argentina, Chile y Uruguay- se mantuvieron y/o ratificaron
estas políticas. Qué decir de los gobiernos autoritarios como
los de México, que ya desde 1977 habían firmado la primera carta
de intención con el Fondo Monetario Internacional, en la cual el Estado
mexicano se comprometía a adoptar políticas económicas
de austeridad, pero que fueron postergadas hasta 1982, por la coyuntura del
llamado "boom petrolero" y por la posibilidad de endeudamiento que ésta
significó.
El objetivo de las políticas económicas neoliberales o políticas
de globalización económica, ha sido el de adecuar las estructuras
económicas de los países a las necesidades de inversión
de los grandes capitales. Es a partir de la crisis de la deuda externa en
América Latina, a principios de los ochenta, que se imponen de manera
generalizada en los países de la región las medidas consistentes
en la apertura del mercado interno a la competencia externa; en la privatización
de las empresas públicas; la liberalización de los flujos de
inversión, tanto de Inversión Extranjera Directa (IED), como
de cartera o especulativa; la liberalización de los sistemas financieros;
la disminución del papel del Estado en la economía y la imposición
de la flexibilidad laboral en las empresas, entre las medidas más importantes.
Ante la crisis financiera de los años ochenta, los gobiernos latinoamericanos
comenzaron a manejar las crisis aplicando planes de choque para estabilizar
la economía y estatizaron la deuda externa privada ante las presiones
de los acreedores internacionales, pasando la factura a la población
trabajadora. Posteriormente, se dispusieron a profundizar la reorientación
del crecimiento económico poniendo en el centro al sector secundario
exportador y al capital financiero nacional y extranjero. Esta reorientación
ha beneficiado a unos cuantos grupos empresariales, mientras que ha excluido
a la gran mayoría de la población trabajadora.
La economía de América Latina se encuentra sujeta a problemas
estructurales producidos por esta nueva forma de integración en el
mercado internacional: por un lado, tenemos que el crecimiento económico
de la región se ha basado de manera determinante en el desarrollo de
unos cuantos grupos financieros e industriales ligados al capital trasnacional,
por lo que dependen del mercado externo; y, por otro, están los sectores
que dependen sobre todo del mercado interno, que por estar sujetos a los niveles
de empleo y de ingreso de la población, se mantienen rezagados y deprimidos.
Lo anterior, debido a que la orientación del crecimiento hacia fuera
ya no le confiere a los trabajadores importancia como consumidores que, a
través de su poder adquisitivo, crean demanda y dinamizan por esa vía
la inversión y, por lo tanto, el empleo, es decir, ya no son considerados
como factores determinantes del crecimiento económico. En los tiempos
de la reestructuración globalizadora, ahora se les considera sólo
como costos de producción, los cuales deben disminuirse con el objetivo
de darle competitividad a las empresas y a la economía; por lo anterior,
se han impuesto políticas de bajos salarios y de restricción
de derechos laborales a través de las políticas de flexibilización
laboral.
La demanda interna de inversión de las empresas y del consumo de la
población, tiende a ser cubierta por crecientes importaciones externas
en detrimento de la producción interna. ¿Y las industrias nacionales
de la región generadoras de empleos y salarios que dinamizan el mercado
interno y dan sustento a la población trabajadora? Las nuevas tendencias
globalizadoras no consideran este aspecto esencial, por lo menos no para los
países subdesarrollados de los cuales América Latina forma parte.
Según la ideología neoliberal, si la productividad nacional
de los bienes y servicios para la planta productiva y la población
está por debajo del mercado internacional, entonces hay que importarlos
y dedicarse a producir aquellos productos en los que son más productivos
y competitivos, en otras palabras, deben aplicar el principio de "las ventajas
comparativas". El papel conferido a los países latinoamericanos consiste,
en lo fundamental, en articular las plantas productivas nacionales al exterior,
por lo que se han comenzado a conformar enclaves productivos encadenados a
la producción internacional, que combina tecnología de punta
con fuerza de trabajo barata y en gran medida descalificada.
Por otra parte, tenemos que la política deliberada de atracción
de financiamiento externo, a partir de la liberalización de los sistemas
financieros de los países latinoamericanos y el manejo de tasas de
interés internas, que han llegado a estar por encima de los centros
financieros internacionales, ha significado la restricción del financiamiento
interno por el encarecimiento del crédito. A esto se suma la sobrevaluación
de las monedas de los países que han tenido como fin abaratar las importaciones
y, con este fin, presionar a la baja los precios internos.
3. Impacto en los trabajadores de la región y sobrevivencia
Las políticas neoliberales que globalizan las economías de la
región, al rearticularlas en el mercado internacional, no han podido
lograr un crecimiento económico sostenido ni erradicar las crisis financieras
recurrentes y, mucho menos, el bienestar de la población. Mencionemos
por ejemplo, las crisis bancarias que los sistemas financieros de la región
han experimentado, como las de Venezuela, en 1994; Argentina, México
y Paraguay, en 1995; la de Ecuador, en 1999 y, la más reciente en Argentina,
en el 2001-2002.
El Producto Interno Bruto (PIB) latinoamericano, según la Comisión
Económica para la América Latina (CEPAL), acumuló una
tasa media de crecimiento de apenas 3,2% durante los años noventa,
por lo que se encontró por debajo de la tasa registrada entre 1950
y 1980, la cual fue del 5,5%. El organismo reconoce que este crecimiento fue
insuficiente para generar el empleo y los salarios que la población
latinoamericana demandó en ese período (1). Por otra parte,
la misma institución refiere que, entre 1990 y 1999, el número
de desocupados pasó de 7,6 millones en 1990, a 18,6 millones en 1999.
Asimismo, señala que en los años noventa, siete de cada diez
nuevos empleos en las ciudades se generaron en el sector informal y que esta
situación incidió directamente en los niveles de pobreza y en
la profunda desigualdad de la distribución del ingreso (2).
Con relación a la evolución de los salarios, la Organización
Internacional del Trabajo (OIT), afirma que la mayoría de los países
de Latinoamérica siguieron una política de contracción
salarial. Si analizamos el nivel de salarios mínimos en la región,
y tomamos como año base 1980, tenemos que para el año 2000,
sólo unos cuantos países registraron recuperación salarial
y fueron: Costa Rica con 42,1%; Chile con 22,2%; Panamá con 21,6%;
Colombia con 10.7%; Paraguay con 6,2% y República Dominicana con apenas
1,5%. Respecto a los países que observaron deterioro salarial, México
es el país de América Latina que más drásticamente
redujo el salario mínimo de una lista de 18 países, ya que registró
una pérdida del 68,8%, por lo que la mano de obra mexicana se ha convertido
en una de las más baratas de la región. En segundo lugar tenemos
a Perú, que disminuyó los mínimos en 67,9%; en tercer
lugar se encuentra Haití con 67,9% y, en cuarto lugar, El Salvador
con 66,9%. Le siguen en importancia Ecuador con 60%; Uruguay con 57.9%; Bolivia
con 56,4%; Venezuela con 55%; Argentina con 24,4% y Brasil con 21% .
La OIT reconoce que el poder adquisitivo de los salarios mínimos en
América Latina, se encuentra bajo los niveles que se tenían
en la década de los setenta y los ochenta.
La figura de salario mínimo representa el ingreso que debería
de garantizar un nivel de vida digno a un trabajador y a su familia, por lo
que representa el nivel de salario debajo del cual sería socialmente
inaceptable contratar la mano de obra. Para evaluar la capacidad que el minisalario
tiene de asegurar una vida aceptable para los trabajadores, es común
relacionar el salario con una Canasta Básica para evaluar su poder
adquisitivo y así conocer qué tanto se acerca o se aleja de
cumplir con garantizar una vida sin preocupaciones económicas.
Por lo anterior, el Banco Mundial recomienda que cada trabajador debería
estar en condiciones de adquirir cerca de tres Canastas Básicas como
mínimo. El organismo establece una Canasta Básica tomando en
cuenta a dos personas por familia; mientras que en México se considera
que una Canasta Básica debería cubrir las necesidades de una
familia compuesta promedio (de cuatro a cinco personas).
Es importante señalar que, según estimaciones de la Universidad
Obrera de México, de la devaluación de diciembre de 1994 a enero
del 2002, el salario mínimo en México sólo puede comprar
el 26,10% de la Canasta Básica, por lo que podemos afirmar que en nuestro
país el minisalario no alcanza para adquirir siquiera una Canasta por
trabajador.
Es un lugar común señalar que el salario mínimo no incluye
a la mayoría de los trabajadores ocupados de los países, al
respecto consideramos que esta estimación habría primero que
probarla y también que en la región existe un gran número
de trabajadores que se emplean con menos de un salario mínimo y que
incluso no llegan a recibir ningún pago por su trabajo. Además,
es importante mencionar que el salario mínimo sigue siendo un referente
del mercado laboral, ya que la contención de los salarios mínimos
presiona hacia abajo el resto de las remuneraciones de los trabajadores, por
lo que el deterioro de las minipercepciones refleja la pérdida de las
demás remuneraciones de los trabajadores.
Consideremos, por ejemplo, los salarios reales industriales de la región
latinoamericana: respecto a este tipo de remuneraciones, se observa una tendencia
parecida al comportamiento de los salarios mínimos, ya que también
disminuyeron para la mayoría de los países: México también
se encuentra entre los países que más redujeron los salarios,
ya que ocupó el tercer lugar dentro de los salarios más deprimidos
de la región al observar una pérdida del 40,5%, en el 2001,
tomando como base 1980. El país con el salario industrial más
deprimido fue Perú con 57,6% y, en segundo lugar, Venezuela con 52%.
Le siguen en importancia Argentina con 22,6% y Bolivia con 6,7%.
La política de contención salarial en la región; la apertura
externa a la competencia internacional de los sectores productivos nacionales,
con la consiguiente desintegración de las cadenas productivas nacionales
y la quiebra sistemática de las micro, pequeñas y medianas empresas
que generan empleo en la zona; los recortes al gasto social que afectan el
fondo de vida de los trabajadores (vivienda, educación, la salud, el
subsidio al consumo alimentario, etc.); la acentuación de la integración
de las plantas productivas nacionales a los encadenamientos productivos exógenos
que emplean a la población latinoamericana con salarios de miseria;
la escasa generación de empleos, en su mayoría precarios, producto
de la imposición de la flexibilidad laboral en las empresas consistentes
en la disminución de la fuerza de trabajo en función de las
necesidades de las empresas (ajustes de personal) y en una presión
de los salarios a la baja, en relación de la productividad de cada
trabajador; entre otras manifestaciones de la reestructuración neoliberal,
impactan directamente a los trabajadores empobreciéndolos y desvalorizándolos
económica y moralmente.
A más de dos décadas de la imposición de las políticas
neoliberales, la pobreza e indigencia han aumentado de manera alarmante en
la región: de 1980 a 1999, la tasa de pobreza aumenta de 40,5 % a 43,8%
a nivel nacional, al pasar de 135,9 millones a 211,4 millones. Esto significa
que en las dos décadas de política neoliberal, se agregaron
75,5 millones de nuevos pobres a la región.
Si consideramos la pobreza de las zonas urbanas, el incremento fue de 29,8%
a 37,1, para el mismo período, por lo que los pobres urbanos pasaron
de 62,9 millones de personas en 1980 a 134,2 millones en 1999, lo que significó
la suma de 71,3 millones de nuevos pobres urbanos. Respecto a la pobreza en
las áreas rurales, tenemos que la tasa de pobreza aumenta del 29,8%
al 37,1%, al pasar de 73 millones de personas a 77,2 millones. En los años
de neoliberalismo la pobreza se empieza a transformar en un problema predominantemente
urbano (3). Respecto a la indigencia, el total de indigentes pasó de
62,4 millones de personas a 89,4 millones de indigentes entre 1980 y 1999,
es decir, se agregaron 27 millones de nuevos indigentes en la región.
Al analizar la estructura de la población pobre en América Latina,
tenemos que los pobres urbanos pasaron, de representar el 46,3% del total
de pobres en 1980, al 63,5% en 1999. Inversamente, los pobres rurales redujeron
su participación, al pasar del 53.% en 1980, al 36,5% en 1999. Respecto
a indigencia, la tendencia es la misma, ya que ésta pasó en
el ámbito urbano, del 36,1% en 1980, al 48,15% en 1999; opuestamente,
los indigentes rurales disminuyeron su participación al pasar del 63,9%
al 51,9%. Estas cifras muestran un cambio cualitativo en el comportamiento
de la pobreza y la indigencia en la región, ya que evidencian que éstas,
en los últimos años, son fundamentalmente urbanas.
En este contexto de pobreza generalizada en el subcontinente, los trabajadores
de América Latina se han visto obligados a buscar mecanismos de sobrevivencia,
a través de adecuaciones a su economía familiar o comunal; contratándose
en la economía informal; emigrando a otras regiones y países
del planeta; empleándose en las maquiladoras de exportación,
que ofrecen los empleos peor pagados y riesgosos; trabajando más horas
extra e, incluso, varias jornadas laborales; cambiando sus hábitos
de consumo y aumentando el número de miembros de la familia que trabajan
en el mercado formal e informal, con el fin de completar el ingreso familiar;
entre otros medios de subsistencia.
La OIT señala, por ejemplo, que en América Latina el "sector
informal" genera 85 de cada 100 nuevos empleos (4). Asimismo, refiere que
los trabajadores informales de la región representan el 40% de la Población
Económicamente Activa (PEA) y afirma que "el sector informal" se ha
constituido en un refugio para el desempleo (5).
Por otra parte, datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU),
señalan que en 1992 se movilizaron 125 millones de personas en el mundo,
de las cuales el 86% (107 millones) fueron movimientos migratorios laborales
(6). De la región latinoamericana, la migración de trabajadores
mexicanos y centroamericanos a Estados Unidos se perfila no sólo como
la más importante de la región, sino como la más importante
y dinámica de todo el mundo. Las remesas que envían los trabajadores
latinoamericanos a sus países de origen son fundamentales para la sobrevivencia
de sus familias (7).
La integración subordinada de las economías latinoamericanas
a los requerimientos de los capitales trasnacionales, está significando
la profundización del subdesarrollo y la dependencia; la creciente
pérdida de la soberanía nacional de nuestros países;
la depredación de nuestras riquezas naturales y un altísimo
costo social.
El siglo agitado que comienza, que inició con una gravísima
crisis económica, política y social en Argentina, muestra el
fracaso evidente de los proyectos nacionales que fincan su desarrollo en la
apertura comercial y en el sector exportador en condiciones subordinadas frente
a las grandes empresas trasnacionales. ¿Acaso no es posible suponer que quizá
mañana México se encuentre en una situación similar?
No está de más recordar que nuestro país muestra algunos
de los indicadores más preocupantes de la región que apuntan
hacia una crisis de la envergadura Argentina: el deterioro de los salarios
de la población es de los más severos; el tipo de cambio está
sobrevaluado, dependiendo de los recursos externos para su valorización;
existe un sistema bancario insostenible, incapaz de financiar el aparato productivo;
se sigue financiando el capital parasitario, en particular la inversión
de cartera (altamente especulativa); y qué decir de la impericia de
la actual administración, entre otros indicios.
La situación que hoy vive Argentina, es una llamada de atención
a la lógica de este modelo económico capitalista que crea, por
un lado, pobreza, con todo lo que ella implica y agudiza como nunca antes
la explotación y la concentración de la riqueza en unas cuantas
manos.
Resultados generales de la Canasta Básica Indispensable (CBI)
y la Canasta Básica Nutricional (CBN)
Canasta Básica Indispensable (CBI) (8)
Presentamos a continuación los resultados generales de la Canasta Básica
Indispensable (CBI), la cual se estima para calcular la pérdida del
poder adquisitivo del salario mínimo.
De la devaluación de diciembre de 1994 a enero del 2002, el salario
mínimo perdió el 47,8% en términos reales y, actualmente,
representa el 18,9% del salario nominal vigente, por lo que se requiere un
aumento del 283%. Como si el salario de los trabajadores no tuviera una pérdida
histórica acumulada desde hace más de 25 años y que a
la fecha acumula una pérdida de más del 90%, ya que inició
su desplome desde 1976, una vez más el aumento del 4,4% (1,8 pesos
al día), resultó absolutamente insuficiente para resarcir en
algo el poder adquisitivo de la población trabajadora.
La pérdida del poder adquisitivo del minisalario es tan grave, que
si suponemos que se reconociera un aumento del 283% para que el salario estuviera
escasamente al nivel de 1994, para completar 4 salarios mínimos, aun
así, no se podrían resolver las necesidades familiares de vivienda,
educación, vestido y cultura, como en rigor debiera cubrir una minipercepción.
El mantenimiento y endurecimiento de los topes salariales; la imposición
de la flexibilidad laboral en las empresas, que precariza el empleo y los
salarios, y la reducción del subsidio generalizado al consumo de los
trabajadores por las políticas privatizadoras (leche y tortilla, por
ejemplo) y a los servicios de la población (como el agua y la luz),
son algunos de los factores más importantes que tienden a profundizar
el rezago salarial.
El salario mínimo sólo puede comprar el 26% de la CBI, por lo
que se requiere un aumento del 286% para completar los 4 salarios mínimos
que se necesitan para poder adquirirla.
Suponiendo que este aumento fuera obtenido, no quedarían resueltas
las necesidades de pago de vivienda, salud, educación, vestido e, incluso,
cultura.
El costo de la CBI alcanzó un monto de 1.130,5 pesos a la semana (161,5
pesos al día), presentando un aumento de 429%, de la devaluación
de diciembre de 1994 a enero del 2002.
De diciembre de 1994 a enero del 2002, los precios de la CBI aumentaron 429%,
mientras que el salario mínimo sólo se incrementó 176
por ciento.
Tomando como referente 48 horas de trabajo semanales, en diciembre de 1994,
un trabajador que percibía un salario mínimo al día,
tenía que laborar 96 horas a la semana para adquirir una CBI, es decir,
48 horas adicionales; esta situación muestra la pérdida del
salario previamente acumulada. Para enero del 2002, tenía que laborar
225 horas a la semana, lo que representa 177 horas extra de trabajo.
Canasta Básica Nutricional (CBN) (9)
De acuerdo a la Canasta Básica Nutricional (CBN), calculada por la
Universidad Obrera de México, el salario mínimo no puede satisfacer
las necesidades básicas de calorías y proteínas para
la nutrición de una familia integrada por cinco personas: de la devaluación
de diciembre de 1994, al mes de enero del 2002, el salario sólo pudo
cubrir en promedio 2.463 calorías y 78 gramos de proteínas,
reportando un déficit nutricional familiar de 8.434 calorías
(1.687 por persona) y 267 proteínas (53 por persona).
Para diciembre de 1994, el porcentaje de los requerimientos nutricionales
adquiridos con un salario mínimo era de sólo 27,.9%, lo que
muestra el deterioro previamente acumulado; para enero del 2002, el salario
únicamente puede cubrir el -22,60% de la alimentación de una
familia, por lo que se requieren 5 salarios mínimos para cubrir los
requerimientos alimenticios de una familia; por lo tanto, el minisalario tendría
que recibir un aumento no menor del 342,4%. Si suponemos que este aumento
fuera reconocido y transferido a los trabajadores, lo único que podríamos
pensar es que estarían en condiciones de acceder a los alimentos mínimos
requeridos para satisfacer sus necesidades nutricionales. Sin embargo, con
este aumento no quedarían resueltas las necesidades de vivienda, salud,
educación, vestido y cultura, como lo establecen la Constitución
y la Ley Federal del Trabajo.
Notas
(*) Coordinadora del Área de Investigación de la Universidad
Obrera de México.
(1) CEPAL. Una década de luces y sombras: América Latina y el
Caribe en los años noventa.
(1) CEPAL. Panorama Social de América Latina 2000-2001.
(2) Fernando Medina H., La Pobreza en América Latina: Desafío
para el nuevo milenio, en Revista Comercio Exterior, v. 51, n. 10, México,
octubre del 2001.
(3) La Jornada, 17 de abril, 1998, p. 19.
(4) El Finaciero, 8 de mayo, 1998, p. 10.
(5) La Jornada, 10 de marzo, 1996,.p. 15.
(6) Waller Meyers, Deborah, Remesas de América Latina: revisión
de la literatura, en Revista Comercio Exterior, v. 50, n. 4, México,
abril del 2000.
(7) La Universidad Obrera de México realiza el cálculo de dos
Canastas Básicas desde la devaluación de diciembre de 1994 a
la fecha, y éstas son:
(8) La Canasta Básica Indispensable (CBI), que incluye cuarenta productos
de consumo mínimo indispensable, como alimentos y servicios. Ésta
no incluye satisfactores básicos como vivienda, salud, educación,
vestido, calzado y cultura. La CBI la utilizamos para calcular la pérdida
del poder adquisitivo del salario mínimo.
(9) La Canasta Básica Nutricional (CBN), que incluye veintisiete productos
alimenticios. Con esta canasta calculamos la capacidad que tiene el salario
mínimo para adquirir los satisfactores nutricionales básicos,
para una familia integrada por cinco personas. Para la estimación tomamos
como base los parámetros construidos por el Instituto Nacional de Estadística,
Geografía e Informática (INEGI), a partir de las recomendaciones
de organismos internacionales especializados en la materia, como la Organización
Mundial de la Salud (OMS), la Organización para la Agricultura y la
Alimentación (FAO) y la Universidad de Naciones Unidas (UNU).
Finalmente, consideramos como referente la Canasta Básica sugerida
en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos,
que en su artículo 123, nos dice que el salario mínimo debe
ser suficiente para satisfacer las necesidades "normales de un jefe de familia
en el orden material, social y cultural". (IFE, Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos, México, 1994. p. 125.)