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7 de febrero del 2002
Zonceras argentinas 2001
(o el crecimiento de la inteligencia colectiva)
Daniel Campione
La pluma, muy discutible en sus contenidos, pero sumamente hábil,
de Arturo Jauretche, creó la figura de la 'zoncera' (adjetivada 'argentina'
para mejor filiarla): Medias verdades o mentiras completas, que repetidas
y amplificadas por voces 'autorizadas' servían para remachar las relaciones
de poder existentes. En estos felizmente convulsionados días; la conjunción
del repudio generalizado a una dirigencia política más que nefasta,
con la voluntad de los dueños del poder de resolver en su favor la
terrible crisis que vivimos; ha alumbrado, e intenta convertir en 'zoncera'
de consumo masivo, lo que podría sintetizarse en la frase: "La culpa
de todo la tienen los políticos"
Si algo ha caracterizado la prédica de la derecha argentina durante
el período marcado por el derrumbe del gobierno de la Rúa y
de la convertibilidad, ha sido la apuesta a acusar en bloque a la dirigencia
política, erigiéndola en responsable principal de toda la crisis.
Se exhibe una realidad muy visible, la de gobernantes corruptos, cargados
de prebendas para sí mismos y para repartir, despreocupados de la opinión
y los sentimientos de sus supuestos 'representados'; para escamotear otras
lacras menos evidentes, pero quizás más dañinas.
Uno de los propósitos de la culpabilización exclusiva de la
'clase política' es más o menos transparente: Alejar la responsabilidad
del campo de la empresa capitalista, de los 'hombres de negocios'. El problema
no serían las grandes empresas que ganan cientos de millones de dólares,
sino lo que obtienen los políticos, en salarios y en corruptelas. A
ello se añade que la deshonestidad en el manejo de los fondos públicos
es mostrada como patrimonio de los funcionarios públicos y legisladores,
y no de los lobbystas del gran capital que los 'ablandan' con comisiones
non sanctas y favores variados, además de los 'lavados' y 'fugas'
que muchas veces ni requieren la anuencia de una autoridad política,
debiéndose a la pura 'iniciativa privada'. Otro corolario del planteo:
Convertir la situación, al ser resultado de la ineptitud y deshonestidad
de los políticos, en un problema de 'ejecución' y no de la concepción
de las políticas aplicadas, de la ideología y los intereses
que las animan. Se tiende así a 'desideologizar' la falencia de la
dirigencia política. No se les critica su reducción a meros
administradores de una relación de fuerzas sociales que no piensan
mínimamente en modificar, sino su falta de habilidad o convicción
para realizar esa administración, a la que se erige en finalidad única
de la acción estatal. Privatizaciones, apertura económica, flexibilidad
laboral, serían medidas irreprochables en su concepción, y su
realización indispensable para el 'bien del país'. "La línea
neoliberal es buena, pero ha caído en manos de gente inadecuada", es
la lectura que se pretende inducir.
En segundo lugar, se tiende a mantener la cuestión fiscal (vista del
lado del gasto y no de los impuestos que lo solventan) en el lugar de problema
excluyente, y allí el 'gasto político' aparece con un magnificado
protagonismo. Cuando una cuestión es asignarle el alto valor simbólico
que tiene al festín a costa del presupuesto público en medio
del empobrecimiento general; y otra muy distinta barrer bajo la alfombra las
pérdidas que ocasionan subsidios injustificables, concesiones monopólicas
e incontroladas, comportamientos usurarios tolerados, los mecanismos de socialización
de las pérdidas empresarias, etc. Del 'gasto empresario' nadie habla
en el ámbito del pensamiento más o menos oficial, pero multiplica
en varias veces el costo fiscal de los desaguisados de la 'clase política'.
Un tercer objetivo aparece menos claro en su formulación pero más
ominoso en sus proyecciones: Que el completo desprestigio de la dirigencia
de los partidos del sistema abra las puertas para encarar el reemplazo, total
o parcial, de esa dirigencia por algún otro tipo de elite de poder,
en el que los saberes tecnocráticos, ahijados del gran capital, tomaran
un lugar de privilegio; y las organizaciones populares perdieran espacio y
gravitación. No es pensable hoy (al menos en el futuro visible) un
golpe militar, pero pueden armarse otros mecanismos para hacerlo. La propia
designación extra-electoral de Duhalde, una 'reforma' que quite protagonismo
a los partidos, la conformación de alguna 'fuerza nueva' que reemplace
la dirigencia tradicional por algún empresario afortunado, en la línea
de la Italia de Berlusconi (allí está Macri el Joven, que sueña
cambiar la presidencia de su entidad deportiva por la de la República)
o aún algún economista con ambiciones (como el autopostulado
para ajustar y reprimir sin piedad, Ricardo López Murphy)
Hasta ahí el 'antipoliticismo' producido por el establishment, con
pretensión de expandirlo hacia abajo. Pero hoy en Argentina campea
con fuerza otro ángulo del cuestionamiento a la dirigencia, el que
se realiza desde el pueblo movilizado, y que da algunos indicios potentes
de superación de las vallas que le coloca el discurso engañoso
de los dueños del poder: La extensión a otras dirigencias (escrache
a los bancos y a los medios de prensa, cacerolazo a la Corte Suprema, a dirigentes
sindicales que juegan para el otro lado) hace que todo el andamiaje del poder
quede aquejado de una falta de legitimidad que amenaza convertirse en una
fisura estructural. Toda jerarquía basada en el manejo del capital
y del poder, todo sistema de decisiones cerrado a la mirada pública
o impermeable al sentir de las mayorías, el conjunto de los privilegios
que atentan contra una noción básica de igualdad democrática,
caen rápidamente en la picota. Y en ese cuadro extendido, el cuestionamiento
a los 'políticos' toma otro significado, al atacar con justicia la
voracidad y la indiferencia por la suerte de la población, pero en
el contexto de la crítica a la subordinación absoluta de la
política a los deseos del gran capital, que es la que le da sentido
al conjunto. El 'que se vayan todos' que retumba una y otra vez en las manifestaciones,
se convierte así en una invitación abierta a que ese 'todos'
abarque al núcleo mismo del poder, y no sólo a sus servidores
del régimen político actualmente existente.
Si el cuestionamiento global a 'los políticos' se convierte en impugnación
totalizadora a un sistema de dominación político, económico
y cultural, se habrá dado un nuevo salto de calidad y se evitará
el riesgo de caer en la 'zoncera', que sirve de cobertura a los mayores responsables,
a los dueños del gran capital económico, ideológico y
comunicacional. Y se habrá avanzado en un cuestionamiento radical a
las obediencias 'naturalizadas' por el injusto orden social que vivimos: la
de los gobernados a los gobernantes, la de los que 'no saben' a los que saben,
la de los trabajadores a los jefes y patrones, la de los que no tienen autorización
para usar la violencia a los que tienen patente oficial para matar.
Y se habrá avanzado también en la búsqueda, difícil
pero luminosa, de un orden nuevo.
1/2/2002