18 de diciembre del 2002
El significado de la victoria de Lula para la izquierda
Sube la estrella
Frei Betto
Servicio Informativo "alai-amlatina"
Lula fue elegido presidente de Brasil con más de 52 millones de
votos, lo que parece increíble. ¿Cómo un mecánico tornero,
fundador de un partido que en su Carta de Principios defiende el socialismo,
llegó al gobierno por el voto popular?
Noten que escribí 'llegó al gobierno' y no al poder. Son instancias
distintas. Quien tiene poder no acostumbra ser institucionalmente gobierno,
como es el caso del capital financiero. Quien es gobierno no necesariamente
tiene poder, como los estados de América Latina, que dependen del flujo
de capital externo.
La llegada de Lula al cargo más importante de la República ¿representa
a la izquierda en el gobierno? Algunos dicen que no, pues, según ellos,
Lula sólo fue elegido gracias al abandono de su discurso ideológico,
al maquillaje de los asesores de marketing, al corrimiento político de
la izquierda hacia el centro (o hacia la socialdemocracia). Según otros,
Lula imitó al camaleón, disfrazando de verdeamarillo su color
rojo. Una vez elegido, cambiaría la paz y el amor por el enfrentamiento
con las fuerzas retrógradas del país.
¿Cambiamos nosotros o cambió Lula? , preguntaba Machado de Assis. Cambiamos
ambos. Con excepción de los militantes del PSTU y del PCO, ninguna otra
instancia de la izquierda brasileña se opuso al candidato Lula. Y no
hay duda de que los electores de esos dos pequeños partidos han dado
su voto en la segunda vuelta al candidato del PT.
Pero eso significa que el conjunto de la izquierda brasileña, salvo los
reductos citados, apoyó o participó en la elección de Lula.
En tal sentido, su elección es una victoria de la izquierda. Cuando hablo
de la izquierda no me refiero a los militontos rabiosos que hinchan sus bocas
con consignas oficiales y lamentan no morir como guerrilleros en la Sierra de
la Mantiqueira... Militontos que no siempre son capaces del sacrificio de dar
atención a su propia familia o de hacer autocrítica frente a sus
compañeros. No me refiero a aquellos que adoran estereotipos cinematográficos,
visten la boina del Che y llaman burgués a quien no piensa como ellos.
Hablo de aquellos que Norberto Bobbio considera posicionados en la izquierda:
los que miran como una aberración la desigualdad social (pues según
el científico italiano, la derecha la ve como fruto del orden natural
de las cosas o, según otros, contingencias del mercado).
Tras la caída del muro de Berlín en 1989, es la primera vez que
la estrella, símbolo de la izquierda (presente en las banderas de China
y de Cuba, y también del PT; y en la boina del Che), hace una curva ascendente.
En los últimos trece años la izquierda quedó condenada
al purgatorio. Revisó sus errores, hizo autocrítica, trató
de rearticularse en nuevos partidos, promovió manifestaciones contrarias
al actual modelo de globalización y, en el Foro Social Mundial de Porto
Alegre, trató de vislumbrar otro mudo posible. Huérfana de paradigmas,
la izquierda, que tanto presumía de su conciencia crítica y de
su lógica dialéctica, vio cómo se derrumbaban sus dogmas
religiosos: el retorno de los países socialistas al capitalismo quebró
la espina dorsal del materialismo histórico; la física cuántica
mandó al espacio el principio del determinismo; la miseria de Corea del
Norte y la apertura de Cuba al turismo, con toda la infraestructura importada
de países capitalistas, hicieron que, en la práctica, la teoría
fuera otra.
¿Qué significa ser de izquierda hoy? Antes significaba profesar un catálogo
de doctrinas basadas en las teorías de Marx y Engels, según las
hermenéuticas de Lenin, Trotsky, Stalin o Mao Tse Tung. Terminado el
muro de Berlín, presencié, en viajes por países socialistas,
algo semejante a un grupo de cardenales que, al morir, descubren que no hay
ni Dios ni cielo: Teóricos del Partido se adhirieron a los nuevos tiempos
neoliberales y fueron rarísimos los militantes que se escondieron en
trincheras para reiniciar la lucha por el socialismo. Y menos aun los que se
aliaron con los pobres, las grandes víctimas del desaparecimiento del
socialismo real. En resumen, ¿qué diablos de hombre y mujer nuevos eran
aquellos que, ante la conmoción del sistema, no llevaban en sí
convicciones, valores subjetivos, capaces de mantener encendida la vocación
revolucionaria?
Con la caída del muro de Berlín quedó claro que había
tres tipos de militantes de izquierda: los adaptados, los ideológicos
y los orgánicos. Adaptados eran aquellos que se acomodaron al socialismo
con el mismo espíritu oportunista con que se adaptaron después
al capitalismo; su negocio era mamar de las tetas del estado. Hacían
del partido único el trampolín para alcanzar sus ambiciones personales.
Eran izquierdistas fisiológicos, sin ninguna convicción subjetiva
de las tesis que defendían de la boca para fuera.
Los ideológicos sabían de corazón toda la cartilla marxista,
citaban de memoria una extensa bibliografía, adoraban tener infinitas
reuniones, daban cultos a sus jefes en el poder, pero no demostraban amor al
pueblo, trataban a sus subalternos con la misma arrogancia con que un burgués
lo hace en las obras de Gorki, y nunca estrechaban vínculos con los sectores
más pobres de la población.
Los orgánicos se mantenían permanentemente sintonizados con el
movimiento social, ayudando a fortalecer las organizaciones de la sociedad civil,
como fue el caso, en Brasil, de los comunistas que actuaron junto a sindicatos
rurales y urbanos y de los cristianos, vinculados a las comunidades eclesiales
de base y a las pastorales populares, ayudaron a expandir el movimiento popular.
Sólo los orgánicos sobreviven en las izquierdas en los expaíses
socialistas; sólo ellos, en Brasil, no se sintieron derrumbados con la
desaparición del socialismo e el Este europeo, como si el muro de Berlín
hubiese caído sobre sus cabezas.
Lula es fruto del objeto de la izquierda: la clase trabajadora. Recuerdo bien
la fundación del PT. Los políticos afiliados a los partidos de
izquierda se pusieron furiosos ante la petulancia de un obrero que se negaba
a ingresar en los partidos que representaban los intereses de las clases trabajadoras,
y con un gesto osado, creaba lo que nadie todavía había pensado:
un partido de los trabajadores. Vi a un dirigente comunista, renombrado intelectual,
tirarse del pelo, indignado, como si dijera: ¿Por qué un proletario anhela
ser vanguardia del proletariado? ¿Será que no conoce la historia? ¿No
sabe que los partidos de la vanguardia del proletariado casi siempre fueron
dirigidos por intelectuales (Lenin, Stalin, Mao, Fidel...)?
Enfocar a Lula desde la óptica ideológica, antes de fijarse en
su extracción social, es invertir los términos de la ecuación
política. Sin embargo Lula no es resultado de sí mismo, sino de
un movimiento social construido a lo largo de 40 años (1962-2002), en
el que las teorías de Marx tuvieron menos importancia que la pedagogía
de Paulo Freire. Lula es fruto de las CEBs y de la Teología de la Liberación;
de la izquierda que enfrentó a la dictadura y de las oposiciones sindicales;
de la CUT y del MST; del agravamiento de la crisis social brasileña y
de la actual globocolonización. Lula es lo que queda de la izquierda
orgánica después de la caída del muro de Berlín.
Ahora sube la estrella.
La coyuntura nacional e internacional sufrió cambios sustanciales después
de 1989. El mundo unipolar quedó bajo la hegemonía neoliberal;
el capital especulativo sobrepasó al productivo; aumentó la desigualdad;
las teorías de izquierda pasaron por una rigurosa evaluación crítica;
movimientos como el MST fueron innovadores en sus métodos de lucha, adecuando
propuesta y conquista; las revoluciones se hicieron inviables (Nicaragua, El
Salvador, Colombia...) frente a la guerra de baja intensidad de las potencias.
Mientras tanto, la piedra angular de todo el edificio de la izquierda, desde
los socialistas utópicos hasta Fidel Castro, no sólo se mantuvo
sino que se amplió: la pobreza como fenómeno colectivo. Pues sólo
los cínicos fingen ser de izquierdas para buscar parcelas de poder. Estar
en la izquierda es, como principio ético, luchar para que todos tengan
acceso a los bienes esenciales para la vida y la felicidad.
Es por lo profundo del agravamiento de la cuestión social por lo que
Lula ganó la elección. Sus fuerzas de sustentación política,
como la CUT y el MST, ya habían obligado a la agenda política
del país a tratar temas como las reformas obrera y rural. El desempleo,
el hambre, la mala calidad de la salud y de la educación hicieron que
el electorado reconociera que con Lula es posible otro Brasil. Posible en la
medida en que la izquierda tenga claridad acerca de que una elección
no es una revolución. Ésta es la ruptura de un sistema; aquélla
es un cambio de gobierno. Lula no va a implantar el socialismo por decreto.
Va a modernizar el capitalismo, aumentando la capacidad productiva del país
y reduciendo el desempleo y el hambre. No hará lo deseable sino lo posible.
No inventará la rueda, pero le imprimirá la suficiente velocidad
para atenuar la deuda social.
Para este propósito Lula cuenta con el apoyo de una amplia mayoría
de la población. Aunque algunos militantes le pidan un discurso ideológico,
que sonaría bien en oídos acostumbrados a la música ortodoxa
(y asustaría al pueblo), es necesario reconocer que Lula rescató
para la izquierda, entre otras, una virtud preciosa ya hace tiempo dejada de
lado por los defensores de la nueva sociedad: el buen humor. Sí, porque
era casi una marca registrada el militante hosco, ceñudo, incapaz de
sonreír, saltar y alegrarse con las cosas buenas de la vida. Aquel militante
para quien el fútbol era alineación; la religión, opio
del pueblo; el carnaval, promiscuidad; el hombre de saco y corbata, burgués;
la mujer bien arreglada, superficial. Militante que soñaba con construir
un mundo nuevo adoptando comportamientos tópicos de la persona vieja:
la ira, la envidia, la sed de venganza, el autoritarismo, la ambición
de poder.
La izquierda, que siempre habló de táctica para la conquista del
poder, tuvo dificultad de entender su aplicación en un proceso electoral.
Como me dice Duda Mendonça: vendo productos a quienes no les gustan.
En otras palabras, publicidad es convencer al mercado para que adquiera lo que
no conoce o incluso rechaza. Y la oferta debe ser, a los ojos del cliente, una
buena oferta. (Para quien no sabe de esto, la publicidad fue inventada por Jesús,
al envolver su mensaje con el rótulo de evangelio, palabra griega que
significa buena nueva. Los apóstoles y los misioneros son los vendedores
del Cristianismo).
La táctica electoral dio en el blanco. Atrajo a elegir a Lula a sectores
de la población que antes le miraban con prejuicios. Amplió el
arco de apoyos en la esfera partidaria. (Apoyo no es alianza. Lula no prometió
ningún cargo a cualquier partido, ni cedió en su programa de gobierno.
No hubo cambalache).
Lula no hizo una campaña para agradar a los 'petistas' (del PT) o a la
izquierda. Ni hará un gobierno en ese sentido. Será el presidente
de todos los brasileños, coherente con los principios que lo llevaron
a fundar el PT y fiel a su programa de gobierno. Priorizará las cuestiones
sociales, a las que estará supeditada la economía. Si eso no es
ser de izquierda, ¿cómo será?
Habrá quien diga que ser de izquierda es derribar el capitalismo y edificar
la sociedad socialista. Estoy de acuerdo con esa tesis, incluso por razones
aritméticas: no habrá futuro digno para la humanidad si no se
da aquello que reza el sacerdote en la eucaristía: 'fruto de la tierra
y del trabajo humano'. Pero ¿cómo poner fin al sistema que sitúa
el lucro individual por encima de los derechos colectivos? ¿Mediante revoluciones?
Dudo que, en la coyuntura actual, éstas sean viables. Desde la cubana,
hace 43 años, ninguna otra fue posible en América Latina, excepto
la sandinista, en Nicaragua, abortada pocos años después.
Quizás el efecto Lula venga a demostrar que, a través de la acumulación
progresiva de los movimientos sociales, es posible conquistar parcelas de poder.
E introducir nuevos cuadros en la esfera del gobierno. Si eso significa la superación
paulatina de las políticas neoliberales y la mejora de la calidad de
vida de la mayoría de la población, lo aplaudiré como un
gran salto adelante. En caso contrario le daré la razón a Robert
Michels, que en 1912, en su clásico "Los partidos políticos",
defendió esta tesis, hasta ahora confirmada por la historia: todo partido
revolucionario que insiste en disputar espacio en la institucionalidad burguesa
termina por ser asumido por ella, en vez de transformarla.
La suerte está echada. Y no debemos preguntar qué hará
Lula por el Brasil. Debemos preguntarnos lo que cada uno de nosotros haremos
para fortalecer las bases populares de su gobernabilidad.
(Traducción de José Luis Burguet)