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Latinoamérica

4 de diciembre del 2002

El rol de la educación en la hegemonía del bloque popular

María Gracia Núñez
Rebelión

El filósofo uruguayo José Luis Rebellato (1946-1999) dedicó varios artículos a reflexionar sobre los aportes del pensador italiano Antonio Gramsci (1891-1937), de quien destaca como sustantivos los aportes relacionados con la confianza en las capacidades de los sectores populares de constituirse como nuevo bloque histórico, la integración de lo personal y lo colectivo, la elaboración de un pensamiento comprometido y la tarea militante del intelectual.
Rebellato considera que las relaciones de dominación son mucho más amplias que la explotación económica. En este sentido, concibe como Gramsci al Estado como un conjunto de organismos propios de un grupo, que disciplina, unifica y concentra la potencia de clase, que transmite su concepción del mundo y crea las condiciones para la reproducción de la clase social hegemónica. De este modo, la vida estatal se concibe como un continuo formarse y superarse de equilibrios inestables (dentro del ámbito de la ley) entre los intereses del grupo dominante y los grupos subordinados.
No existe clase hegemónica que pueda asegurar durante largo tiempo su poder económico, sólo con el poder represivo: la cultura cumple una función social indispensable para el mantenimiento y reproducción del sistema. Los grupos dominantes ejercen la función de dirección cultural de transmisión ideológica a través de un conjunto de organizaciones e instituciones que organizan y divulgan la interpretación de la realidad que responde a sus intereses. Los aparatos ideológicos del Estado transmiten el intento por justificar y reproducir las estructuras y relaciones de dominación: valores, símbolos y comportamientos que aparece representado en el arte, la filosofía, el derecho, la religión, las ciencias sociales, los medios de comunicación, etc. La ideología genere hábitos, es decir, sistemas de disposiciones, esquemas básicos de percepción, comprensión y acción y ellos son estructurados por las condiciones de producción y la posición de clase, pero también son estructurantes.
La supremacía de un grupo social se manifiesta de dos modos, como «dominio» y como «dirección intelectual y moral» estas dos funciones, existen en cualquier forma de Estado, según cada sociedad y la correlación de fuerzas entre clases sociales: en los niveles económico, político, ideológico y militar. El poder popular supone quebrar esa relación de subordinación: exige una distribución de poder, basándose en la participación directa de los sectores populares, como sujetos de lucha, de pensamiento y de historia.
Rebellato afirma que no hay acción política verdaderamente transformadora si no es generada a partir del ejercicio del poder popular y a favor de las clases oprimidas con lo que plantea la conformación de una voluntad política colectiva, un nuevo poder con capacidad de unificar las fuerzas dispersas en partidos, sindicatos, concejos vecinales, etc. Los sectores populares deben constituirse en un nuevo bloque histórico, opuesto al bloque dominante. Tal unidad supone un proyecto alternativo común que nace de la colaboración de todos los grupos subordinados.
La hegemonía del bloque popular conlleva una instancia cultural o actividad práctica colectiva que funciona sobre la base de una misma y común concepción del mundo, una unidad cultural-social que reúne una multiplicidad de voluntades disgregadas. Así, el bloque histórico tiene una dimensión orgánica y estructural, no meramente teórica. Es orgánico porque alude al carácter estructural de los fenómenos sociopolíticos, concebidos como históricos y dinámicos oponiéndose a lo coyuntural, a lo burocrático o a lo mecánico y también porque se distingue de la conciencia corporativa y la de clase. Esta hegemonía no se logra sólo accediendo al poder político, sino también creando y difundiendo una nueva concepción del hombre y la sociedad. Es decir, realizando una transformación radical, un cambio sustancial en las estructuras de la conciencia, lo que Gramsci llamó "reforma intelectual y moral" (o sea cultural). Y este proceso no debe ser entendido cronológicamente como algo que se desata "a posteriori" del proceso político. Como Gramsci lo expresa la transformación cultural se da antes, durante y después que los sectores de cambio han asumido la dirección de una nueva sociedad.
La cultura actúa en la organización cotidiana de prácticas de dominación, la familia, la escuela, los medios de comunicación, las instituciones y la organización del espacio y el tiempo; generan hábitos, conjunto de disposiciones, esquemas de percepción, comprensión y acción en determinadas condiciones de producción. Asimismo, la cultura está estructurada en torno a relaciones sociales y redes comunicacionales, supone la conjunción de distintos elementos que conforman una visión del mundo, del entorno, de la naturaleza y de los demás. Una determinada manera de interpretar la producción del conocimiento, el reconocimiento o la negación de las propias potencialidades. En este sentido, la cultura es una matriz generadora de comportamientos, actitudes, valores, códigos de lenguajes, hábitos y relaciones sociales en la que se reproducen las relaciones de dominación-dependencia vigentes en la sociedad.
Con cultura popular se hace referencia a los contenidos impugnadores, a las resistencias, a los códigos que se contraponen a la cultura hegemónica: es el conjunto de expresiones y concepciones que manifiestan la posición subalterna.
Sin la intervención del elemento subjetivo, no hay posibilidad alguna de transformación. Por tanto, la relación entre estructura y cultura no puede ser interpretada en forma determinista y unilateral. Ambas deben ser pensadas como la forma y el contenido, conformando el bloque histórico. Es a través de la historia, de las prácticas sociales, de las reglas de poder/saber que se constituyen las diversas formas de subjetividad. El sujeto en sí es sustituido por la subjetividad producida a través de los discursos y dispositivos de poder. Si el saber y el poder no pueden separarse, se requiere conocer las relaciones de lucha y de poder, la dominación de unos hombres sobre otros, para comprender la producción de conocimiento. Las estructuras políticas y las condiciones de existencia no se imponen a un sujeto, sino que son constitutivas del mismo. Ellas conforman un saber: de ahí la necesidad de hablar en términos de "poder epistemológico".
Rebellato afirma que el poder tiene contenidos muy precisos en su análisis:
(a) el desarrollo del poder en los múltiples espacios y canales de comunicación;
(b) el reconocimiento de que ya no es posible continuar hablando tan sólo en nombre de, sino que es preciso aprender a hablar con;
(c) la superación de la distancia hoy existente entre la organización y los sectores en nombre de los cuales la organización supone hablar;
(d) la construcción de un estilo diferente de hacer política; la vigencia de la pregunta, como condición de la existencia humana;
(e) el poder entendido como participación;
(f) la articulación de poderes populares.
Ética, política y educación son tres dimensiones fundamentales de los procesos de construcción de poder: la educación es política y está siempre sostenida por una opción ética; la política desempeña un papel educativo, en tanto actúa sobre las conciencias, impulsando determinados valores éticos y bloqueando otros; la ética no puede nunca permanecer en el plano de la abstracción, sino que se concreta en formas de acción política y desarrolla procesos de aprendizaje y desaprendizaje. Se habla de pedagogía del poder afirmando que el poder no debe identificarse con una comunicación monológica, sino que ha de convertirse en un dispositivo de aprendizaje dialógico, lo que nos pone en contacto con la multiplicidad de redes de participación, comunicación y organización.
Rebellato considera que los movimientos populares no son sujetos históricos por puras razones objetivas, es decir, por el hecho estructural de ser explotados económicamente, sino que se constituyen en tales a través de un proceso de lucha, de maduración y autoeducación. En este sentido, la educación popular inscribe su proyecto en la línea estratégica de transformación de los movimientos populares en sujetos colectivos portadores del poder popular, por lo que la tarea del educador consiste en crear las condiciones para que los sectores populares se constituyan en sujetos del poder a nivel político, económico y cultural.
La educación popular parte de un enfoque del saber que presenta una postura antiautoritaria contra la dominación, la explotación y la exclusión; emplea una metodología que procura despertar la iniciativa, el sentido crítico y la creatividad, tratando que los sujetos sean protagonistas de la interacción educativa. Así, la educación popular tiene proyecciones éticas, políticas y culturales. Le compete llevar adelante una lucha contra los proyectos hegemónicos ligados al neoliberalismo y a la globalización. En este sentido, una educación popular que impulsa una búsqueda, necesariamente rigurosa y creativa, guiada por la convicción de que la cuestión del poder sigue vigente: LA APUESTA CONTINÚA SIENDO LA DEL FORTALECIMIENTO DEL PODER (DE DECISIÓN, DE CONTROL, DE NEGOCIACIÓN, DE LUCHA) DE LOS SECTORES POPULARES.
Bibliografía
José Luis Rebellato, "Gramsci: transformación cultural y proyecto político", en Trabajo Social, Montevideo, N° 3, 1986, pp. 52-59.
José Luis Rebellato, "El marxismo de Gramsci y la nueva cultura", en Para comprender a Gramsci, AAVV, Montevideo, Nuevo Mundo, 1988, pp. 102-131.
José Luis Rebellato "Algunas reflexiones sobre educación popular, sociedad civil, autonomía popular", en Francisco Vio Grossi (ed.) Educación popular, sociedad civil y desarrollo alternativo, Santiago de Chile, Aconcagua-CEAAL, 1988, pp. 103-114.