13 de diciembre del 2002
Venezuela: El poder en las calles
Andrés Ruggeri
El pueblo venezolano está dando muestras de una movilización
y capacidad de acción política en las calles pocas veces vistas
en los últimos años de la política latinoamericana, con
la excepción, claro está, del verano argentino de un año
atrás. Con una gran, enorme diferencia: los argentinos salimos a las
calles contra un modelo y un gobierno que eran la quintaesencia de la insensibilidad
neoliberal, derribándolo, pero sin lograr construir una alternativa política
por lo menos en el corto plazo; los venezolanos, en cambio, están defendiendo
con uñas y dientes un gobierno al que consideran propio, en contra de,
justamente, aquellos mismos sectores que fueron eyectados por la insurrección
argentina. En la Venezuela de hoy, cientos de miles salen a las calles a
defender al gobierno de Hugo Chávez, a hacer valer una oportunidad de
cambio que muy posiblemente sea única (la historia trágica
de Latinoamérica habla a las claras del costo de las oportunidades perdidas),
a defenderse del racismo, del resentimiento de clase, de la tergiversación
constante, denigrante, indignante y rabiosa de un monopolio empresarial de medios
de comunicación que transmiten en cadena, incluso más allá
de sus fronteras, contra la descarada intervención del Departamento de
Estado norteamericano, en fin, contra quienes desde toda una eternidad les niegan
su humanidad.
No es solamente una reacción despechada. Hay realidades concretas que
defender, desde la destrucción del corrupto sistema político que
desvió hacia esas poderosas clases productoras en serie de misses Universo
las enormes regalías de la producción petrolera, hasta la puesta
en marcha de una reforma agraria (ley de Tierras) o una ley de pesca que beneficia
a los pescadores artesanales frente a las multinacionales de los barcos factoría,
la sanción de una Constitución ampliamente democrática
que por primera vez en toda la historia de Venezuela reconoce los derechos de
los pueblos originarios, o la gratuidad de la educación primaria, increíblemente
paga en un país que se preciaba falazmente de ser el más democrático
de toda América Latina. Los venezolanos en las calles saben que están
defendiendo que esas conquistas perduren, se consoliden y sean las bases de
un sistema social más justo y más solidario, y que una derrota
(como en Chile de 1973, o Argentina de 1955, o Nicaragua de 1990, o todo América
por siempre) sería una inexorable, cruel y revanchista vuelta a tiempos
oscuros.
Pareciera ser que nuestros preclaros y progresistas medios de comunicación
masiva no entienden, no quieren entender o entienden demasiado bien esto. Como
en el fallido golpe de Estado de abril, analistas perspicaces señalan
que la única salida posible a la crisis venezolana es la salida del poder
de Hugo Chávez. Exactamente lo que dice la oposición. Que ayer
mismo (9 de diciembre de 2002), como apunta Clarín, ha reconocido
que es lo único que le importa, en palabras del dirigente "trabajador"
Carlos Ortega[1].
Ni plebiscito, vinculante o no, ni libertades democráticas, ni elecciones,
ni derechos humanos: que se vayan Chávez y toda la turba. No es el mismo
que se vayan con que explotó el pueblo argentino hace un año,
no son las mismas cacerolas: piden que se vayan para volver a ocupar los lugares
de privilegio a los que están acostumbrados. Es decir, que se vayan para
volver a quedarse.
Sin embargo, no son los mismos argumentos los que esgrimen ciertos medios que
otros. Los que representan a la derecha liberal clásica, por ejemplo,
se hacen eco de la posición off the record del Departamento de
Estado yanqui. Andrés Oppenheimer[2],
por ejemplo, connotado comentarista político residente en Miami, sostiene
que Chávez, Lula y Gutiérrez formarán, junto con Fidel
Castro, un nuevo eje antinorteamericano que provocará graves desgracias
a nuestro subcontinente cuyo destino pasa, por si todavía hay algunos
oligofrénicos que no lo entendieron, por construir la mejor relación
posible con el gigante del Norte. ¿Qué hacer con presidentes que ni siquiera
saben hablar inglés? Los progresistas de Página 12, en
cambio, que ya se tuvieron que tragar, masticándola lentamente, la edición
entera del 12 de abril[3]
en donde explicaban por qué la caída de Chávez había
sido inevitable, siguen sosteniendo, de la mano de su especialista y responsable
de internacionales Claudio Uriarte, los vaticinios de la oposición, que
los progres argentinos parecen siempre estar dispuestos a escuchar. No cae bien
este demagogo caribeño, populista, fulero y, para colmo de males militar,
que tuvo el tupé de encabezar un proceso democratizador desde fuera de
los libretos.
El eje de estos progresistas es marcar las diferencias entre Chávez y
Lula, del que cantan loas basadas en su supuesta maduración política.
Supuesta no porque no sea real, sino porque no pasa por donde se le atribuye,
es decir, por el saco y la corbata, el abandono del consignismo izquierdista,
la amplitud de alianzas o la moderación de centroizquierda. La maduración
de Lula no es de Lula, no es de un individuo, sino del movimiento popular brasilero
que supo crecer en organización social y política, y contener
un marco de alianzas que le permita gobernar sin, en un principio, grandes choques
que sería mejor dar cuando sea inevitable. Chávez, en cambio,
viene de un proceso donde su figura no es un emergente, sino un aglutinante
de algo que recién ahora se está consolidando en forma de organización
popular. El proceso político del chavismo es más contradictorio
y más aluvional que el movimiento de masas que los brasileños
supieron construir a lo largo de más de veinte años. Lo cual no
quita que sea tan popular un proceso como el otro, mal que les pese a los amantes
de los modelos. Y mal que le pese a los agoreros de la centroizquierda, el
chavismo está en peligro de ser volteado por ser el más democrático
y tolerante de los gobiernos que el hemisferio occidental haya conocido.
A esta altura de los acontecimientos, donde el pueblo venezolano logró
algo inédito en América Latina, al reponer a un presidente legítimo
luego de un golpe de estado de derecha y apoyado por los Estados Unidos, debería
quedar claro para todos que el gobierno de Chávez es un gobierno de base
popular, defendido por su pueblo, y que está encabezando, en medio de
la tormenta desatada de la furia y la desesperación de quienes tienen
todo por perder, un proceso de formación y consolidación de un
poder popular legítimo y con miras a no quedarse dentro de las fronteras
de Venezuela. Por lo tanto, aunque carezca, por ahora, del romanticismo de la
Revolución Cubana, o de la bandera roja, la estrella de cinco puntas
y el pragmatismo del PT, o de la poesía del zapatismo, ni respete ningún
manual revolucionario o reformista, el movimiento bolivariano de Venezuela
debe ser defendido por todos los latinoamericanos que queremos un cambio social,
que queremos dejar de ser una colonia, defendido como si se tratase de nosotros
mismos.
QUE BUSCAN LOS ESCUÁLIDOS:
Los chavistas llaman escuálidos a la oposición por su escasa capacidad
de movilización. Esa escualidez, empero, se ha ido engordando ha medida
que se agudizaba la confrontación social y política y también,
por qué no decirlo, cuando el milagroso cambio que millones de venezolanos
esperaban se iba mostrando más lento y trabajoso de lo que se deseaba.
La realidad, como de costumbre, no se cambia por una expresión de deseos,
y Venezuela no es la excepción. En base a esa combinación de alevosía,
desesperación e ingenuidad los opositores lograron construir el fracasado
golpe de abril, movilizando cientos de miles contra el gobierno, en una escalada
en que contaron con el apoyo de parte de las fuerzas armadas y la complicidad
de los poderes internacionales. Algunos de los cuales, como el presidente Aznar
de España se deschavaron completamente al felicitar al efímero
Pedro Carmona Estanga. La reacción popular, sin embargo, fue más
fuerte y profunda y derrotó la conspiración. Muchos, incluyendo
a algunos que honestamente y desde el apoyo al proceso bolivariano así
lo creyeron, pensaron que a pesar de haber sobrevivido, los días de Chávez
estaban contados. Y nadie puede nunca decir que las cosas van a suceder como
se lo imagina pero, sea como sea, Chávez sigue allí. Y los medios
venezolanos, con la excepción de la prensa alternativa y el canal estatal,
siguen inventando la realidad con desfachatez.
Los escuálidos, entonces, son bastante gordos. Gordos sobre todo por
lo colmadas que estuvieron siempre sus barrigas y sus billeteras, en contraste
con los partidarios de quienes aborrecen, justamente por tener los partidarios
que tienen. Si hay algo que entender en todo esto, desde la lejanía de
nuestro país, es que la confrontación política que divide
a Venezuela es básicamente una confrontación social, en que
uno de los bandos, el que defiende sus viejos privilegios, está dispuesto
a todo por mantenerlos. En eso, la oposición es totalmente lúcida,
lucidez que parece captar Clarín, entiende por cuestión
de piel La Nación y aparentemente se le escapa a Página:
la única forma de resolver el conflicto es a todo o nada, y todo es el
poder, simbolizado en la cabeza de Chávez, y nada es la derrota absoluta,
los gusanos en Miami. Solamente el que no quiera ver no entiende que el país
de cartón que añoran todas las Catherine Fullop es el país
de la tragedia del Caracazo del 27 de febrero de 1989, con sus miles de pobres
amasijados para calmar el terror de los mismos que ahora desfilan en sus 4x4
haciendo sonar bocinas y cacerolas. Chávez puede no ser el líder
revolucionario preclaro que muchos militantes de izquierda fabricados en serie
pretenden, ni el Mahatma Gandhi edulcorado que le gustaría a unos cuantos
derrotados por naturaleza, pero es el líder que esa Venezuela trágica
parió.
Lo segundo que hay que ver, y es posible ver a la distancia, es que esta situación
ya la hemos vivido en el mundo. La táctica habitual de los poderosos
que pierden es cualquier cosa menos la del buen perdedor. Es el abandono de
toda regla que no les sea impuesta por la fuerza. Cuando Carmona Estanga, el
empresario demócrata, se vio en el Palacio de Miraflores rodeado de uniformes
adictos, se convirtió en cuestión de segundos en un autócrata
mayor que el Zar de todas las Rusias. Van por todo todo el tiempo. Y si no se
puede por los votos, será por la fuerza, y si no es por la fuerza propia,
que intervengan de afuera. Y si de afuera no pueden, o no se atreven, será
la de la boa constrictor, no dejar respirar al adversario. Hasta que caiga por
cansancio, por no aguantar la confrontación permanente, por no entenderla,
por no poder hacer nada de lo que se pretende porque el otro está ahí,
implacable, irracional, increíble. Porque es increíble que convoquen
a un referéndum cuando dentro de meses la Constitución del propio
enemigo les da la oportunidad de hacerlo y sacarlo, que ese referéndum
lo convoquen juntando firmas falsas con los directorios y los mailing de sus
empresas, que sean capaces de matar a sus propios partidarios para tirárselos
por la cabeza a su adversario, que convoquen a un paro sin límite y sin
objetivos porque estos son inconfesables...hasta que los confiesan. Como en
Nicaragua en los 80, la amenaza es el golpe (la invasión), pero la estratégica
es el desgaste. Si el golpe va, mejor, como lo han demostrado en abril, pero
antes que nada, la opción es el menos heroico desgaste permanente. Si
la batalla decisiva se pierde, hay que hostigar como una guerrilla insaciable.
Las fuerzas conservadoras no necesitan tiempo para demostrar que son mejores,
les basta con mostrar que los que quieren cambiar las cosas son peores. Si Chávez
representa el cambio, y es la fuerza del cambio la que sostiene la esperanza,
entonces hay que impedir que ese cambio prospere. Si todo son problemas, si
todos son enfrentamientos, ese sector que con cierta ingenuidad espera que Chávez
y los sectores más politizados del pueblo cambien las cosas con la tranquilidad
y la eficacia que esos cambios se merecen, puede llegar a ver que el costo es
demasiado alto y que las cosas no sólo no cambian sino que empeoran.
"Siempre estuvimos mal, pero tranquilos; ahora estamos tan mal como entonces,
pero en medio de una cuasi guerra civil", es la reflexión buscada,
como el cobarde refrán "mejor malo conocido que bueno por conocer".
Reagan impidió que los mejores sueños de la Revolución
Sandinista se llevaran a la práctica provocando con sus contras que el
50 % del presupuesto se dedicara a la defensa nacional en vez de a la educación,
la salud, la vivienda. Si el asalto al gobierno no funciona, hay que hacer que
ese gobierno no funcione, y se caiga por el repudio de aquel pueblo que confió
y que prefiere volver a lo seguro comprando la tranquilidad con la derrota.
Por eso, que el pueblo venezolano se mantenga movilizado, hostigue a los canales
de TV que inventan la realidad mientras la van mostrando, que pongan el pecho
a los asesinos para preservar su gobierno, que no se crea el cuentito de la
oligarquía es altamente positivo y ejemplar. Por eso hay que ser solidarios
y entender que la llave del futuro de América Latina es, desde noviembre
de 1998, la Venezuela Bolivariana de Hugo Chávez.
EL FUTURO DE VENEZUELA ES EL DE LATINOAMÉRICA:
La década de los noventa fue el momento en que el neoliberalismo avasallador
explotó la victoria en la Guerra Fría. Impusieron sus condiciones
sin límite, insaciablemente, como si el aplastamiento de los movimientos
populares que se movieron en la lógica del mundo bipolar fuera eterno.
El gobierno de Bill Clinton mostró una eficacia enorme para aprovechar
esa debilidad y, a su vez, una sutileza inesperada después de los tenebrosos
años de Ronald Reagan conduciendo con sus halcones trogloditas la etapa
final de esa confrontación. La política clintoniana partía
del presupuesto de que esa victoria era definitiva, pero que su aprovechamiento
al máximo no, y que lo que había que hacer era asegurar el mayor
tiempo posible esa condición de sumisión a través de mecanismos
que requirieran lo menos posible de la fuerza, por lo menos en América
Latina. Para la ultraderecha yanqui, en cambio, ceder el Canal de Panamá,
con la increíble ocurrencia de cumplir un tratado firmado por el derrotista
Carter, tolerar que la guerrilla colombiana humille a los militares de aquel
país, y llegar al colmo de permitir que un tipo como Chávez llegue
al gobierno del Estado más estratégico en términos petroleros
de Sudamérica, era sencillamente intolerable por convicción, y
además, equivocado. Su acceso al poder después de un fraude garantizado,
no por casualidad, por la gusanera contrarrevolucionaria de Miami, les dio la
oportunidad de volver a la política reaganiana, la vieja política
del garrote.
Poca gente en al Argentina, o por lo menos pocos intelectuales y periodistas,
advirtieron lo decisivo que fue para la historia reciente latinoamericana
el triunfo electoral (y militar, porque sino fuera por el poder de fuego el
fraude era un hecho) de Hugo Chávez, a fines de 1998[4]
. Significó un precioso aire para Cuba, fortaleza negociadora para la guerrilla colombiana, y el puntapié inicial de un proceso de caída en dominó de los gobiernos neoliberales y su reemplazo, cuatro años después, por gobiernos de base popular, o el crecimiento electoral de las mismas. No pretendemos decir con esto que el proceso bolivariano es la causa de esta nueva situación política latinoamericano, lo cual implicaría una suerte de difusionismo político, sino que fue la señal de que se estaba gestando un nuevo tiempo, la primera muestra de un clima diferente en nuestro continente, el comienzo del fin de esa era neoliberal que se enseñoreó en Nuestra América y el mundo. Y por eso, el valor simbólico de una caída de Chávez es justamente tratar de mostrar que eso es apenas una ilusión, de que esta primavera de resurrección popular inesperada (sea a través de la rebelión callejera, como en Argentina, o de triunfos electorales de fuerzas de izquierda) es un fenómeno momentáneo y que, tarde o temprano, las cosas volverán a la normalidad de la derrota. Y sin embargo, muchos que se entusiasman con Lula no se dan cuenta del poder de amenaza que tiene la marcha sin retorno de la oligarquía venezolana en pos de la caída del gobierno popular.
Esto es lo que se define en las calles venezolanas, atada a la suerte de un gobierno que, con errores y aciertos, trata de llevar adelante una política que signifique el gobierno de las clases populares frente a la rosca infame de la oxigenada oligarquía petrolera. Si el proceso revolucionario bolivariano se mantiene, es gracias a esa resistencia callejera, esa demostración de poder popular que mantiene a raya, hasta ahora, a la brutal ofensiva del poder económico y la manipulación de los medios de comunicación golpistas. El gobierno solo, entendido como el manejo del aparato estatal, no basta si no se tiene además ese apoyo callejero, imprescindible, razón de ser de todo proceso popular real. A su vez, el hecho de mantener al grueso de las fuerzas armadas no solo bajo control, sino comprometidas con el proceso, hizo inviable la masacre, la preprogramada reacción visceral de las oligarquías cuando se sienten amenazadas.
Chávez está seguro mientras la mayoría de los venezolanos sostengan la apuesta.
[1] Titular de la CTV (Confederación de Trabajadores de Venezuela), un bastión de la burocracia sindical ligada al Viejo Régimen.
[2] La Nación, Buenos Aires, 1 de octubre de 2002. "La posible partición de América Latina.
[3] Con las honrosas excepciones, entre quienes firmaron artículos, de miguel Bonasso y Luis Bruchstein.
[4] Ver De Mano en Mano, Nº 10, marzo de 1999 , Nº11, junio del mismo año, en dos artículos del autor: "Los desafíos del chavismo en Venezuela"