11 de diciembre del 2002
Pinochet y el espejo venezolano
Carlos Fazio
La Jornada
Ante la indiferencia del mundo y con la complicidad de los medios masivos
de comunicación, Estados Unidos está reditando en Venezuela la
política de varios carriles que llevó al derrocamiento del presidente
Salvador Allende y la Unidad Popular (UP) en Chile, en 1973. Más allá
de las particularidades propias de cada caso, el curso de ambos acontecimientos
-el proceso de desestabilización en Chile que culminó con la sanguinaria
ordalía del general Pinochet y la actual ofensiva patronal insurreccional
apoyada por una dictadura mediática en contra el presidente Hugo Chávez
en Venezuela- guarda una similitud pasmosa.
En el caso chileno, mucho antes de la victoria electoral de la UP el 4 de septiembre
de 1970 -que inauguró la llamada "vía pacífica al socialismo"-,
Washington ya había iniciado una serie de acciones desestabilizadores
encubiertas para impedir la llegada de Allende al gobierno. El 27 de junio de
1970, cuando la victoria de la UP parecía un hecho, el ubicuo y todopoderoso
secretario de Estado estadunidense, Henry Kissinger, reunió en Washington
al Comité de los 40 (denominación tomada de la Decisión-Memorándum
No. 40 del Consejo de Seguridad Nacional) para analizar la situación
chilena y diseñar una estrategia de "bajo perfil" que incluía:
1) creación del caos económico; 2) acciones paramilitares; 3)
ofensiva de propaganda, 4) financiamiento a sectores derechistas, y 5) divisionismo
e infiltración dentro de la izquierda.
Según reconoció ante la Subcomisión de Asuntos Interamericanos
de la Cámara de Representantes de EU el ex director de la Agencia Central
de Inteligencia, Richard Helms (11.X.1973), la CIA fue autorizada a emplear
400 mil dólares para financiar diversos medios de comunicación,
entre ellos el diario El Mercurio. "No veo por qué tendríamos
que quedarnos cruzados de brazos, contemplando cómo un país se
hace comunista debido a la irresponsabilidad de su pueblo", dijo entonces Kissinger.
El simil entre la "irresponsabilidad" de los votantes chilenos de entonces y
los venezolanos que sufragaron por Chávez es un simple detalle de la
parodia democrática. Como dice Noam Chomsky apelando a la doctrina de
las elites, el sistema está diseñado para que los países
"estén gobernados por quienes lo poseen", por el poder privado. Si los
pobladores en general (la "chusma", los "intrusos ignorantes"), cuyo papel es
ser espectadores, intentan organizarse y entrar en la escena política
para participar, hay un problema. No es democracia: es "una crisis de la democracia".
La retórica de la administración Bush hoy, como la de Nixon hace
30 años en el caso chileno, es que los venezolanos pueden elegir su propio
camino con libertad, a menos que las elecciones no den un resultado acorde con
los intereses de "seguridad nacional" de Estados Unidos. En cuyo caso -como
dice Chomsky-, Washington tiene "que restaurar las estructuras tradicionales
de poder, con la violencia si hace falta". Es lo que ocurre ahora en Venezuela
con las adaptaciones del caso. Como Chávez no es socialista ni comunista
y ni siquiera expresamente anticapitalista, sino un reformista antineoliberal,
se le construyó una imagen de "populista iluminado" y los medios masivos
bajo control monopólico se encargaron de fijar en la opinión pública
la noción "hordas chavistas" donde antes se decía "comunistas".
El 16 de septiembre de 1970, ante la eventualidad de que Allende fuera ratificado
como presidente por el Congreso chileno, Kissinger expuso a la prensa, en Chicago,
su famosa "teoría del dominó": si surgía en Chile un régimen
comunista, Argentina, Bolivia y Perú podrían seguir ese ejemplo.
Desde entonces, y con base en la decisión del presidente Nixon de que
un régimen allendista en Chile era inaceptable para EU, la doctrina Kissinger
y la CIA utilizaron los "carriles uno y dos" (ambas operaciones secretas), donde
se establecía "la solución militar", sin el conocimiento de la
Comisión de los 40, del Departamento de Estado y de la embajada estadunidense
en Santiago.
La conspiración de Kissinger, la CIA y la empresa multinacional ITT (International
Telephone & Telegraph) -a la que se sumaron la Anaconda Copper y la Kennecott
Copper- fue un largo proceso que duró tres años, y que incluyó
un boicot económico, un bloqueo invisible dirigido a "estrangular económicamente"
a Chile y la subversión en el ejército. Hoy, la "teoría
del dominó" de Kissinger es asimilable al peligro que representa para
la "seguridad nacional" de EU el "eje del mal" que se formaría ante la
eventualidad de una alianza estratégica entre Luiz I. Lula da Silva (Brasil),
Lucio Gutiérrez (Ecuador) y Hugo Chávez (Venezuela), bloque del
que se beneficiaría Fidel Castro (Cuba) y que a corto plazo podría
sumar al Frente Amplio de Uruguay. Otra razón para apresurar el golpe
en Venezuela.
La ofensiva desestabilizadora de Washington contra la UP incluyó, además,
el primero de diciembre de 1971, la marcha de las cacerolas, forma de movilización
ideológica protagonizada por las mujeres de clase media y alta de Santiago.
El famoso cacerolazo, organizado por la organización pantalla Poder Femenino
-como expresión de masas de la derecha momia- fue, en realidad, un "invento"
de la CIA que había sido utilizado por primera vez en Brasil, en 1963,
en contra del gobierno de Joao Goulart. La marcha de las cacerolas contó
con la colaboración del Partido Nacional, del movimiento neonazi Patria
y Libertad y de la Democracia Cristiana.
En septiembre de 1972, la CIA financió el paro de los transportistas
y de otros gremios patronales en un intento por provocar la caída de
Allende por medio del boicot económico, el terrorismo y el desorden público.
El llamado Plan Septiembre puso en práctica una técnica que, bajo
un contenido de masas, se basaba en el "gremialismo" de los patrones y en la
"resistencia civil" de la burguesía radicalizada. Igual que ocurre hoy
en Venezuela. Entonces, el embajador estadunidense Nathaniel Davis envió
un cable secreto al presidente Nixon donde le informaba que "para proteger los
intereses de la oposición, la confrontación puede resultar inevitable"
(11.10.1972).
El 9 de octubre de ese año, la Confederación Nacional de Dueños
de Camiones comenzó un "paro indefinido" al que se sumaron otros gremios
patronales del comercio y la pequeña industria, que fue combinado con
acciones terroristas y bloqueos de carretera. Igual que ocurre ahora en Venezuela
con el "paro petrolero" de la Coordinadora Democrática -subrepticiamente
apoyada por César Gaviria, el peón de Washington bajo cobertura
de la OEA-, los gremios patronales financiados por la CIA presentaron al gobierno
de la Unidad Popular el llamado Pliego de Chile, que "tendrá que aceptar
íntegramente para que el país, paralizado de norte a sur, vuelva
a la normalidad".
Los golpistas chilenos también utilizaron contra Allende "la lucha de
poderes". "A la luz del derecho y la moral, nadie está obligado a respetar
ni obedecer a un gobierno que deja de ser legítimo", fue la argumentación
de quienes promovieron un golpe blanco contra Allende desde el Senado y la Suprema
Corte, utilizando la "juridicidad" como máscara del engranaje sedicioso.
La misma argumentación sobre la "ilegitimidad" de Chávez en Venezuela
que alienta el golpe constitucional. La "lucha de poderes" incluyó también
la subversión y el complot en las filas del ejército chileno,
que provocó el alzamiento del 29 de junio de 1973 -el tancazo, como se
conoce el alzamiento del Regimiento Blindado número 2- que, sofocado
por el gobierno, fue el preludio del sangriento golpe de Estado de Augusto Pinochet.
Como en octubre del año anterior, el 25 de julio de 1973 de nuevo los
camioneros cesaron actividades, cercaron y casi paralizaron Santiago y Valparaíso.
A comienzos de agosto se sumaron al paro otros gremios patronales y Poder Femenino
realizó otra marcha de las cacerolas. El 10 de septiembre, un día
antes del golpe, el Comando Multigremial de los sectores patronales señaló,
por conducto del abogado Jaime Guzmán, miembro del Opus Dei y ligado
al movimiento fascista Patria y Libertad: "La hora de la rectificación
ya pasó". El empresariado industrial y los grupos financieros aliados
de Washington habían dictado la sentencia de muerte de Allende. Las "fuerzas
vivas", "democráticas", preparaban una nueva Operación Yakarta.
"Unos conspiran y otros quieren dar ropaje constitucional a la sedición",
había advertido el presidente Allende. Pero ya era tarde. Como dijo Pinochet,
"ha llegado la hora de que Chile tome un baño purificador". El desenlace
es de todos conocido. Allende se inmoló y la "purificación" instrumentada
por los militares golpistas fue avalada por el director de la CIA, William Colby,
ante un comité secreto de la Cámara de Representantes: dijo que
los fusilamientos en Chile eran "beneficiosos" pues evitaban el estallido de
una guerra civil. Después se supo que Colby había destinado a
la prensa golpista chilena un millón y medio de dólares; la mitad
se los embolsó la empresa El Mercurio, la cadena de diarios de Agustín
Edwards, socio de la familia Rockefeller.
Según The New York Times, la CIA destinó a la oposición
antiallendista 8 millones de dólares entre 1971 y 1973; la mayor parte
de esos recursos fue para financiar la huelga patronal de los camioneros y a
los medios de prensa escrita, radial y televisiva. Todo está documentado.
Hoy la tragedia se repite en Venezuela con la pasividad y/o la complicidad de
los "demócratas" del mundo. Si triunfan los golpistas vendrá un
nuevo Pinochet y habrá una nueva "purificación". Pero de nada
valdrá decir después "yo no sabía".