23 de diciembre del 2002
¿Por qué aguas navega el
gobierno de Lula?
Luis Fernando Novoa Garzon
Rebelión
"Se te move tanto a piedade
Desta mísera gente peregrina
Nalgum porto seguro de verdade
Conduzir-nos, já agora, determina."
Luis de Camões
«Brasil es un gran transatlántico. No se puede girarlo bruscamente», dice Antonio Palocci. El nuevo timonel, que asume el lugar de Malan en el Ministerio de Hacienda, insiste en que el cambio de rumbo es algo que sólo podrá ocurrir gradualmente y con el mínimo de oscilación. Esta película ya la vimos; todos saben cómo termina.
En las últimas elecciones, tripulación y pasajeros manifestaron su desacuerdo con los destinos hasta entonces trazados para el gran navío. Pero los rumbos del Brasil siguen siendo nebulosos. La nación está a la deriva o, para decirlo de otro modo, ¿imponen los contratos con la banca internacional alguna clase de pilotaje automático? Lula percibe el inmenso vacío sobre el cual quieren asentarlo. En la soledad desoladora de un Estado vaciado, Lula hace sonar su aviso: «¡Este barco tiene comandante!». ¿Es un desafío o una súplica?
Después de una década de políticas de desregulación y liberalización, las estructuras decisorias del país adquirieron otro sesgo. Antes que un ideario, el neoliberalismo en Brasil es la expresión de nuevos intereses que surgen con el agotamiento y la desnacionalización de las cadenas productivas, con la internacionalización de los bancos y con un modelo de financiación basado en capitales especulativos y aportes condicionales del FMI. Una reestructuración profunda del capitalismo en Brasil hizo que la renta y el poder saliesen de determinadas manos y se concentrasen en otras.
Una vez aplicados los programas radicales de liberalización y privatización, el capital financiero y los conglomerados transnacionales empezaron a mover la economía brasileña por dentro. Fue jugando al «sigue al jefe» como el capital nacional logró reciclarse y sobrevivir. La interpenetración patrimonial y financiera y la recreación de los mercados por las cadenas oligopolistas disolvieron las últimas diferenciaciones que pudiesen delimitar a una «burguesía nacional». Se incorporaron al Estado mecanismos automáticos de gestión transnacional tales como la Ley de Responsabilidad Fiscal, el cambio fluctuante, los topes de inflación, los pisos de superávit primario, los altos intereses que sustentan las operaciones de swap (financiación) de débitos, las libres remesas de ganancias y las cuentas CC5.
Esta escombrera neoliberal toma la forma de un Estado paralelo que, así como los demás, parasita lo oficial y se expande a partir de él. Bajo el envoltorio de burocracias políticas fácilmente domesticables, la expoliación se institucionaliza. La economía nacional se ajusta a la volatilidad como último recurso de estabilidad. En lugar de la nación, lo que surge es una estación de paso para flujos de capital de naturaleza efímera. Un país-cloaca provisto sólo de entradas y salidas.
Construcciones sociales y nacionales son vistas como cuerpos extraños que amenazan la perfecta salud de este cuerpo privado. La acción reguladora estatal es una intrusión innecesaria en el armonioso mundo de los negocios. Reivindicaciones de carácter público son ruidos que contaminan la sublime comunicación de los conglomerados entre sí. Programada para encajar y someter forzosamente el país a las redes globales, la máquina de pillaje no puede detenerse.
El capitalismo atraviesa por una de las crisis más graves de su historia. Las nuevas estructuras de mando tienen como premisas el estrechamiento socioeconómico y la guerra permanente. Los instrumentos de soberanía privada y transnacional –tribunales de arbitraje controlados por los acreedores, libertad y protección absolutas a las inversiones y las áreas de libre comercio gestionadas por los oligopolios– se suman a los instrumentos de soberanía imperial: guerra al terrorismo, doctrina de las represalias anticipadas y programa de «Guerra de las Galaxias». Son remotas y dudosas las posibilidades de movilidad en el interior de un sistema internacional con lineas asi atrincheradas.
Toda ambigüedad será castigada
Dentro de este marco de polarización, no queda espacio para vías intermedias o soluciones verdaderamente bilaterales o multilaterales. Es ilusorio esperar que las concesiones de hoy se conviertan en un crédito a recibir mañana. Lula y el PT tendrán que optar entre la continuidad y la ruptura. Si cumplen el mandato popular o el mandato de los mercados. La configuración del nuevo equipo económico y las primeras medidas anunciadas dan pistas sobre la opción que se está tomando.
En Nueva York, Palocci dio plenas garantías de que «no hay plan B». No existen cartas en la manga ni triunfos escondidos. Para asombro y júbilo de los ilustres usureros, no había nada detrás de la máscara de Mefisto a no ser lo propio. Era el conservadurismo el que se camuflaba con ropajes reformistas, y no lo contrario. El strip tease del nuevo gobierno fue completo. A la hora decisiva, Palocci prefirió la contraseña: «¿Conocen ustedes al Dr. Mireilles?» Fue de esta forma como el nuevo presidente del Banco Central del Brasil fue entronizado por Wall Street.
El capital transnacional se hizo representar orgánicamente en el núcleo económico del nuevo gobierno. Es el viejo modelo de inserción pasiva basado en la liberalización de los flujos de capital, en la adaptación a sus fluctuaciones y en el mantenimiento de los escenarios favorables a las inversiones externas. Palocci se tomó el trabajo de explicar: «Haremos un severo ajuste fiscal, una política de gran austeridad fiscal; reduciremos la deuda líquida con relación al PIB; a partir de ahí crearemos un ambiente macroeconómico sano y después tomaremos medidas para crecer». ¿Desde cuándo el rigor salarial y fiscal conduce a la ampliación del mercado interno? ¿Es la recesión inducida por los elevados intereses el único camino para el crecimiento económico sostenido? ¿Austeridad hoy, crecimiento mañana?
Indexación y protección del poder adquisitivo de la población, ni pensar. «La propia idea (indexación) debe ser evitada», dice el ministro, exégeta del capital financiero. El lenguaje debe ser censurado, recortado y rehecho, como un neolenguaje orwelliano. El sentido viene después de la decisión arbitraria. La indexación de los salarios es impensable en la misma medida en que es indispensable la indexación de las tarifas, de las prestaciones de la deuda y de las commodities.
La inflación debe ser controlada, por supuesto, pero sin que se empleen «medidas exóticas», como congelamientos o listas de precios. Una forma astuta de decir que se mantendrán las mayores tasas de interés del mundo. El mercado, pudiendo, manda, y el gobierno, no pudiendo, obedece. Simples y sencillo. Palocci es quien confirma: «Queremos trabajar con la libertad de mercado. El mercado y la economía deben hacer un acomodo entre sí».
Más de lo mismo
El «enganche» del nuevo gobierno fue hecho en el último acuerdo con el FMI. El garrote sólo fue firmemente ajustado porque hubo consentimiento y adhesión. El FMI planteó mantener una sintonía fina con las autoridades económicas responsables de uno de los más lucrativos mercados de derivados del mundo: el de la deuda pública brasileña. No se puede dar ningún paso en falso. Las posiciones iniciales fueron exhaustivamente ensayadas y coreografiadas.
Köhler, gerente general del Fondo, disimulando la ansiedad de los acreedores, dice que es «suficiente el 3,75% de superávit primario para 2003». Palocci, demostrando máxima solicitud, responde que el compromiso del futuro gobierno es «obtener el superávit primario que sea necesario en 2003». Los límites sólo valen de allá para acá. Los gastos público, éstos sí, se pueden sacrificar ilimitadamente. Al respetar pisos mínimos de superávit primario, el gobierno asume él mismo el papel de verdugo de la nación. El FMI puede así replicarse sin demasiados costos políticos.
El objetivo prioritario es la transferencia de la administración de la deuda (y de la política presupuestaria, de intereses y cambiaria) a la esfera transnacional y privada, poniéndola a resguardo de presiones «políticas». La autonomía operativa del Banco Central es la garantía de esta transferencia de poder. Es fácil entender el empeño del gobierno en la reglamentación a toda prisa del artículo 192 de la Constitución Federal. La propuesta es un auto- ataque que imposibilita de antemano otra gobernabilidad.
Hasta la CEPAL, que ya no incomoda a nadie, consiguió compeler a los nuevos administradores del Planalto. La propuesta es que Brasil y los demás países latinoamericanos reivindiquen la creación de una instancia multilateral de renegociación de la deuda, que dé acceso automático a líneas especiales de crédito y fondos de emergencia, de manera de disminuir el riesgo de moratorias unilaterales. La CEPAL sólo se hace eco del modelo de «reestructuración» de las deudas en gestación en el FMI.
El sistema financiero internacional no dejó de sacar las debidas lecciones del default argentino. Las alternativas están siendo construidas justamente por aquellos que dicen que no hay alternativas. En relación con esto, en Brasil los fieles seguidores del malanismo siguen creyendo que no hay nada que hacer sino cumplir con los objetivos recesivos y llevar el rigor fiscal hasta las últimas consecuencias. ¿Renegociación de la deuda, moratoria negociada? Palocci se persigna y jura: «Esto está fuera de nuestras intenciones. Está fuera de programa».
Entonces, el control de capitales y el establecimiento de un nuevo modelo de financiación del desarrollo son asuntos fuera de programa. ¿Quiere decir que la desprivatización, la soberanía nacional e regional y la democratización están fuera de programa? ¿Quién dicta el programa de la vida de 170 millones de brasileños? La nueva tecnocracia, instrumentalizando la democracia, se entrega a la plutocracia.
Extemporánea obsecuencia
El reinado del sistema financiero internacional pasa por serios apuros. En la periferia, insolvencia generalizada. En los países centrales, desinversión y recesión. En los más «respetables» foros económicos se plantea abiertamente la reforma o la disolución del FMI. Por aquí se renuevan sus nefastas recetas con una fe ciega y conmovedora.
El modelo socioeconómico es la superficie de las relaciones de dominación. Cuando entra en crisis, saltan fuera sus entrañas. Por eso, es tiempo de politización, no de vaticinios dogmáticos. La disputa de hegemonía no se da sobre un terreno fijo y transparente. El reverso de la ideología burguesa no es la «verdad». El mejor credo revolucionario no sustituye a la confluencia consciente de prácticas de autoorganización.
Si es inevitable la tempestad, nada más sensato que prepararnos para ella. Componer nuevas alianzas estratégicas, interna y externamente, diseminar y legitimar alternativas, afilar y potenciar nuestras herramientas económicas, culturales y geopolíticas.
Los dueños del poder nunca estuvieron tan solos. Entonces transformemos en realidad sus peores temores. ¿Siente alguien pena por profundizar las incertidumbres de la rapiña capitalista? Nuestra misión es agitar, subvertir y redireccionar la marea de descontento en curso. Y hacer de la ondulación el maremoto necesario.
l.novoa@uol.com.br
El autor es sociólogo y miembro de ATTAC-Brasil