17 de diciembre del 2002
El peligro del radicalismo izquierdista ante la nueva situación brasileña
El gobierno de Lula o el estrecho filo de la navaja
Carlos Nelson Coutinho
Adital
Traducido del portugués para Rebelión por Manuel Talens
La reciente elección de Lula ha sido la mayor victoria política
de la izquierda en nuestro país. Y no porque un miembro de las clases
subalternas, oriundo del norte de Brasil y antiguo obrero, haya ascendido a
la presidencia de la república, sino sobre todo porque dicha ascensión
se ha dado en estrecha alianza con el crecimiento y el fortalecimiento de una
de las instituciones más importantes de la sociedad civil, es decir,
un partido político. Me estoy refiriendo, por supuesto, al Partido de
los Trabajadores, el único de la izquierda brasileña que ha logrado
convertirse en un partido de masas, no sólo por su presencia cada vez
mayor en las instituciones, sino también por el sólido vínculo
que ha mantenido desde sus orígenes con los movimientos sociales. Pero
además del extraordinario simbolismo, tantas veces resaltado, que representa
la victoria de un antiguo obrero en una elección presidencial, cabe sobre
todo recordar que esta victoria, lejos de ser el mero triunfo de un líder
carismático o mesiánico, como algunos sociólogos apresurados
lo han definido, ha sido la del proyecto político de un partido que supo
crecer y convertirse en uno de los principales protagonistas del proceso de
democratización.
La aplastante mayoría de los que votaron por Lula saben que él
no se considera un "mesías" o un "padre de los pobres", sino el líder
de un partido político y la expresión –a través de su partido–
de una sociedad civil rica, compleja y participativa. En las banderas rojas
que ondearon al viento durante las conmemoraciones de la victoria no había
fotos de Lula, sino la estrella del PT y la hoz y el martillo de los partidos
aliados.
Cabe recordar que el gobierno de Lula no es el primero de izquierda en la historia
de Brasil. El breve gobierno de João Goulart (1961-1964) fue ciertamente
un gobierno de izquierda por su programa político-reformista y por los
vínculos que buscó mantener con los movimientos sociales (en particular
con el movimiento obrero). Sin embargo, las condiciones en que se dio fueron
muy distintas de las actuales: además de que Jango (nombre popular de
Goulart) no fue elegido directamente a la presidencia y no contó con
el respaldo de un partido como el PT (lo cual hizo que su actuación fuese
frecuentemente caracterizada de populista), su tumultuoso gobierno se dio en
un contexto en el que la cultura política y las instituciones democráticas
eran todavía débiles en Brasil, en comparación con las
actuales. Tampoco se puede decir que el gobierno de Lula es el primero de izquierda
elegido democráticamente en nuestro continente: Salvador Allende ganó
las elecciones en Chile en 1970 y gobernó durante casi tres años
con el apoyo de una coalición (la Unidad Popular) constituida por partidos
(el comunista, el socialista) que, por su arraigo en la sociedad, tenía
mucho que ver con la fisonomía de nuestro PT. Pero, también en
este caso, se trataba de otras condiciones.
Allende obtuvo apenas un tercio de los votos populares, y su elección
se vio confirmada en la segunda vuelta, en la que votaron apenas los congresistas.
Así, contrariamente a Lula, ni Jango ni Allende llegaron al gobierno
legitimados por una extraordinaria votación, casi dos tercios de los
electores. Pero, de cualquier modo, quienes pretendemos que el gobierno de Lula
tenga otro destino nos vemos en la obligación de analizar y valorar estas
dos experiencias, trágicamente derrotadas.
En la valoración de las perspectivas que se abren para este gobierno
no se debe olvidar un hecho decisivo: esta extraordinaria victoria de la izquierda
brasileña ocurre en un contexto internacional adverso, marcado por el
retroceso y por las sucesivas derrotas de la izquierda en todas sus vertientes,
incluso las más moderadas. No sólo los Estados Unidos están
gobernados por una derecha conservadora y belicista, sino que también
en Europa –donde la izquierda siempre fue pujante– predominan hoy los gobiernos
de centro-derecha o simplemente de derecha. En América Latina, a pesar
de los fuertes indicios de malestar ante el neoliberalismo, tampoco se puede
decir que la situación de la izquierda o incluso del centro-izquierda
sea brillante.
Es verdad que las condiciones internacionales en que funcionaron Jango y Allende,
en los años sesenta y setenta del pasado siglo, fueron también
muy difíciles: estábamos en plena Guerra Fría, lo cual
facilitó la acción decisiva de estas enormes dificultades, había
algunos márgenes de maniobra –posibilitados, por ejemplo, por un importante
movimiento de países no alineados, que buscaban situarse entre las dos
superpotencias de la época, así como por un menor grado de globalización
imperialista–, que permitían proyectar, e incluso poner en funcionamiento
de manera parcial, un desarrollo nacional relativamente autónomo y una
política exterior razonablemente independiente.
También en la actualidad, sin duda, existen márgenes de maniobra.
Pero es preciso no olvidar un hecho obvio: en comparación con las experiencias
de Jango y de Allende y a pesar de la mayor legitimidad con que la izquierda
brasileña llega al poder, las condiciones que el gobierno de Lula tendrá
que afrontar para poner en práctica una política efectivamente
reformista no son menos difíciles. Es verdad, ya no vivimos bajo la amenaza
de un golpe militar (como los que derrocaron a Jango y a Allende), pero estamos
ante un marco nacional e internacional que limita drásticamente la posibilidad
de impulsar lo que Lula prometió en su campaña, o sea, la creación
de un "nuevo modelo económico" distinto del neoliberal. Por un lado,
en el ámbito interior, el gobierno del FHC desactivó mediante
las privatizaciones y la llamada "reforma" del Estado muchos de los instrumentos
necesarios para llevar a cabo este "nuevo modelo" y, por el otro, las condiciones
de vulnerabilidad externa en que nos encontramos –también creadas y ampliadas
por el gobierno neoliberal que el pueblo brasileño acaba de derrotar–
obligan a que este gobierno de izquierda "negocie" en condiciones extremadamente
adversas la realización de sus objetivos reformistas.
A ello se debe añadir el relativo aislamiento internacional en que habrá
de actuar un gobierno de este color, tanto en nuestro continente como en el
mundo. En el marco de un solo país difícilmente se puede llevar
a cabo una política efectivamente reformista, que prefiero llamar "reformista
revolucionaria". No sólo el socialismo, como bien sabían Marx
y Trotsky, sino incluso un reformismo "fuerte" requieren hoy un espacio internacional
para poder desarrollarse. Así, una de las principales tareas del gobierno
de Lula consistirá en gestar y llevar a cabo una política exterior
capaz de favorecer el nacimiento político (y no sólo económico)
de dicho espacio.
Como sabemos que el "mercado" no es ni una persona ni una cosa, sino el resultado
de una relación de fuerzas entre grupos y clases sociales, cabe desde
este momento reconocer algo desagradablemente obvio: la izquierda brasileña
ganó las elecciones en un contexto nacional y, sobre todo, internacional
donde tal correlación de fuerzas le es extremadamente desfavorable. Fue
eso, entre otras cosas menos esenciales, lo que motivó la necesaria política
de alianzas que la dirección del PT decidió adoptar en la campaña
presidencial y que ahora pretende respetar el gobierno de Lula. Al margen de
determinar si todas las alianzas propuestas y llevadas a cabo fueron correctas
y necesarias, esta decisión, que rompe con el aislamiento sectario que
caracterizó los primeros años del PT (y que pone de nuevo en práctica
una antigua herencia "aliancista" del viejo Partido Comunista de Brasil), ha
sido una de las razones de la victoria de Lula.
El actual grupo dirigente del PT, casi siempre con lucidez y buen sentido, propuso
alianzas que, además de a los partidos políticos, implicaban también
a segmentos, grupos y clases sociales y que tenían como meta alterar
la desfavorable relación de fuerzas. Tras definir como eje del "nuevo
modelo económico" la prioridad de la producción en detrimento
de la especulación financiera, era natural y correcto que el PT buscase
un diálogo con la burguesía industrial, tanto la que se ocupa
del mercado interior como la que trabaja para la exportación.
Menos justificable, pero sí electoralmente comprensible, es que no se
haya dejado claro que si de lo que se trata es de poner en marcha un nuevo modelo,
no es posible imaginar que "todos" saldrán ganando: los bancos, el capital
especulativo nacional e internacional y los latifundistas improductivos, es
decir, los grupos más favorecidos por el actual modelo, saldrán
"menos beneficiados" (por no decir más perjudicados) que los demás
segmentos de la población.
Por lo demás, dado que la desfavorable relación de fuerzas obliga
a un gobierno de izquierda a aceptar los "contratos" firmados por los gobiernos
anteriores, es imposible construir un "nuevo modelo económico" sin crear
las condiciones para que los "contratos" de este tipo se vuelvan innecesarios.
Si bien Lula y el PT centran sus propuestas en la necesidad de regresar al paradigma
de la producción y adoptan como eje central la creación de empleo
y la distribución de la renta y si, al mismo tiempo, afirman que el modelo
neoliberal es responsable de las dolencias que sufrimos, es preciso afirmar,
con toda claridad, que el respeto de los "contratos" (por ejemplo, con el FMI)
no deja de ser un mal necesario. De ningún modo hemos de sucumbir a la
tentación de convertir una necesidad (temporal) en una virtud (permanente).
En el caso de que esto ocurriese, lo cual nos parece improbable, el riesgo con
el que se enfrentaría hoy un gobierno de izquierda en Brasil ya no sería
un golpe militar, sino otro, quizá todavía más grave: el
de ser absorbido objetivamente (es decir, con independencia de la voluntad y
de la intervención subjetiva de sus componentes) por el modelo liberal
de los sectores más reaccionarios de las clases dominantes nacionales
e internacionales.
En otras palabras, si esto llegase a ocurrir, nos encontraríamos por
enésima vez con una "revolución pasiva", es decir, con un nuevo
movimiento en el que, tras pequeños retoques "sociales", se conservaría
el statu quo.
Ante todas estas dificultades cabe hacerse una pregunta: ¿Cuál es la
actitud que deben adoptar, frente al gobierno de Lula, no sólo los movimientos
sociales radicales como el de los sin tierra (MST), sino también las
corrientes que una prensa deliberadamente maliciosa suele tildar de "izquierda
del PT"? ¿Qué es la "izquierda del PT"? Incluso a riesgo de caer en una
definición sumaria, creo que esta "izquierda del PT", con la que me identifico,
está formada por todas aquellas corrientes o personalidades que –contrariamente
a importantes sectores del partido, quizá mayoritarios, los llamados
"moderados"– consideran que el socialismo no es un "movimiento ético"
que busca una mayor justicia social en el interior del capitalismo, sino un
nuevo modo de producción y una nueva forma de sociabilidad, alternativos
al propio capitalismo. Es verdad, en esto existe una gran diferencia político-ideológica
entre los miembros del PT, una diferencia que ya nos ha enzarzado y seguirá
enzarzándonos en discusiones programáticas en el interior del
partido.
No obstante, sería estúpido evocar tales discusiones para definir
la actitud que se debe tomar frente al gobierno de Lula, que evidentemente no
puede (y no debe) asumir el socialismo como punto prioritario inmediato de su
agenda política. Eso nos obliga a tener en cuenta algo que, además
de las identidades, diferencia a los componentes de la "izquierda del PT", es
decir, la manera de concebir el cómo y el cuándo
llegar al socialismo . En este terreno, las diferencias entre quienes somos
de "izquierda" también son sustanciales. Por mi parte, ya he dicho que
las sociedades complejas como la brasileña únicamente podrán
acceder al socialismo a través del "reformismo revolucionario", es decir,
de un largo proceso de luchas que, por medio de reformas que alteren de modo
gradual la relación de fuerzas, nos permitan superar progresivamente
la lógica individualista del capitalismo y crear una sociedad solidaria,
fraterna e igualitaria, una sociedad que, tal como dijo Lula en una entrevista
al "Jornal Nacional" de TV Globo durante su campaña, sea sinónimo
de sociedad socialista.
En mi opinión, la "izquierda del PT", ya se trate de los movimientos
sociales o del MST, debe apoyar de manera enérgica al gobierno de Lula
y exigirle nada más que los pasos iniciales en este largo proceso de
reformas que buscan un nuevo orden social, que serán necesariamente modestos
a causa de la desfavorable relación de fuerzas. Para dar tales pasos,
el gobierno de Lula tendrá que avanzar sobre un estrechísimo filo
de la navaja. Por un lado, deberá evitar que lo absorba el actual
statu quo y, por el otro, deberá resistir a las tentaciones voluntaristas
(contra las cuales Lula parece estar suficientemente vacunado) de ir más
allá de lo que nos permite la actual relación de fuerzas. Una
presión inteligente y razonable, por parte de los movimientos sociales
y de la "izquierda del PT", será importante para impedir que el sistema
actual lo neutralice; pero se debe evitar un radicalismo insensato, un voluntarismo
de principiantes, ajeno a las exigencias de las condiciones objetivas (radicalismo
que, por desgracia, algunos de nuestros compañeros ya han manifestado
públicamente).
No dudo en afirmar que, en la actual relación de fuerzas, este radicalismo
"izquierdista" sería un gravísimo error político, quizá
el mayor que se pueda cometer.
El eventual éxito del gobierno de Lula será, para la izquierda
en general, una victoria de alcance histórico universal. Con este gobierno
se abre para todos nosotros –los componentes de la izquierda brasileña,
sea cual sea la posición en que estemos situados– un enorme desafío.
Tenemos una gran responsabilidad, no sólo ante el pueblo brasileño,
que plebiscitó a Lula, al PT ir a los partidos aliados, sino también
ante todas las fuerzas internacionales que saludaron esta victoria y la sienten
como suya. Cuanto mayores serán los obstáculos, más tendremos
que luchar para evaluarlos correctamente y superarlos con paciencia y tenacidad.
Cabe recordar la lección de Gramsci: si bien es necesario el pesimismo
de la inteligencia, no lo es menos el optimismo de la voluntad.
* Carlos Nelson Coutinho es profesor titular de Teoría Política
de la Universidade Federal do Rio de Janeiro.
(http://www.adital.org.br/asp2/noticia.asp?idioma=PT¬icia=4683)
(www.manueltalens.com)