La otra sociedad
La larga marcha de los
quichuas
La potencia del movimiento indio, que derribó dos presidentes
y llevó al gobierno al coronel Lucio Gutiérrez, es el resultado
de 70 años de cambios subterráneos que redundaron en la recomposición
de una sociedad diferente que actúa como un contrapoder.
Raúl Zibechi / RODELU
El triunfo electoral del coronel Lucio Gutiérrez tiene una sola explicación:
la potencia del movimiento indio. Observado desde la larga duración y
desde la base de la sociedad, este movimiento ha provocado, por un proceso desarrollado
a lo largo de más de un siglo, un verdadero terremoto sociocultural,
económico y político. La potencia del movimiento de los indios
ecuatorianos, sobre todo los quichuas de la sierra y las múltiples etnias
de la Amazonia, se resume en la lenta, persistente e invisible reconstrucción
de una sociedad que, llegado a un cierto punto de su desarrollo, cuajó
en un contrapoder de base territorial anclado en la cosmovisión cultural
india.
El resultado de las elecciones es claro. En varias provincias amazónicas
el triunfo de Gutiérrez fue abrumador: 90 por ciento de los votos en
Napo, 83 por ciento en Morona Santiango y 80 en Pastaza. En ellas la población
es mayoritariamente india. Algo similar sucedió en algunas provincias
de la sierra, en particular en las que presentan una población étnicamente
más homogénea: en Cotopaxi y Chimborazo rozó el 80 por
ciento, en la populosa Pichincha, donde está Quito, superó el
73, mientras en la mayoría de las provincias serranas estuvo por encima
del 70 por ciento. Se trata de un voto sólido, compacto, que por su masividad
revela un carácter marcadamente comunitario.
En contraste, en las provincias costeñas el voto estuvo más dividido,
aunque en todas ellas triunfó Álvaro Noboa, que no pudo descontar
la enorme ventaja que el voto indio le dio a Gutiérrez en el resto del
país. De modo que surge un panorama de honda división étnico-geográfica,
ya que la población india se concentra en la sierra y la Amazonia mientras
en la costa predomina la población mestiza y negra.
LA LUCHA POR LA TIERRA. La conquista española fue un mazazo que
rompió en mil pedazos el mundo indio. La presencia incaica en la zona
ecuatoriana había promovido una identidad panandina que le permitió
a la mayoritaria etnia quichua identificarse como una sociedad basada en la
reciprocidad, la complementariedad y la redistribución. Se trata de valores
centrales en la cultura andina que empapan la concepción india del poder.
A su vez, la lengua quechua jugó un papel fundamental como trasmisora
de la cultura incaica.
La conquista interrumpe y destruye este proceso de conformación de una
nación incaica o andina. La hacienda, como eje articulador de las relaciones
sociales y de poder, reemplaza a los desaparecidos señoríos andinos
y profundiza la atomización del mundo indio que provocó la colonia.
Pero las cosas no son tan simples. La hacienda fue a la vez refugio y espacio
de recreación de la identidad india: "La hacienda, de un lugar de explotación,
fue convertida también en el sitio de una renovada resistencia étnica
para reconstituir la organización india desde la que podía negociarse
con el poder local".* En suma, la hacienda garantiza también la supervivencia
de la etnia y se convierte en un espacio en donde es posible construir una hegemonía
política: no se busca liquidar al adversario sino establecer acuerdos
mutos, aunque asimétricos. En su seno, los indios ecuatorianos rehicieron
sus estructuras organizativas que habían colapsado con la llegada de
los españoles.
La larga resistencia se transformó en sublevación en 1777. Todas
las insurreciones de ese período fueron derrotadas, dando paso a una
etapa de gran retroceso con el advenimiento de la independencia republicana.
"El pacto que se planteaba con el Estado en la época colonial, que de
alguna manera reconocía la existencia de un poder distinto, en la época
republicana se acaba."** No obstante, la persistencia de la hacienda como unidad
económica y política básica se mantiene y refuerza como
el espacio en el que una cierta fuerza india "inunda culturalmente al hacendado
obligándolo a recoger en el ejercicio del poder elementos que permiten
cierto consenso", según señala Galo Ramón en sintonía
con la visión que dibujara José María Arguedas en Todas
las sangres. De modo que la cultura hacendaria encubre a escala micro la integración
del indio que las sociedades colonial y republicana excluyen en el espacio público
y simbólico.
Así, entre 1830 y 1950 "los grupos familiares lograron reconstruirse
formando pequeñas comunidades, grupos rizomáticos de afinidad
y parentesco, tanto dentro de las grandes haciendas, o fuera de ellas (...).
El mundo indio se había homogeneizado, comunalizado, de manera de negar
por dentro toda forma de representación política centralizada,
a la vez que hacia afuera no se reconocían en el poder blanco-mestizo".***
Volviéndose hacia adentro de su mundo, recobraron fuerza para emerger
luego como actores.
Recién a partir de 1930, al calor de la crisis mundial y del reacomodo
que se produce en el país, se abre un largo ciclo de ofensiva india,
en base a la recuperación de las tierras de la hacienda, que tiene su
punto culminante en el levantamiento de enero de 2000 y que ahora cierra una
etapa con el triunfo electoral del coronel Gutiérrez. Se trata de un
largo proceso de más de medio siglo que permitió a los indios
de la sierra la recuperación de buena parte de sus tierras arrebatadas
y la reconstrucción de sus "territorios étnicos". Este proceso,
invisible a los ojos de la sociedad formal, es fascinante y requiere alguna
explicación. Tuvo un doble anclaje: el aumento del número de comunas
y el sostenido crecimiento demográfico sin aculturación.
La evolución de la tenencia de la tierra en Ecuador es contundente: el
estrato campesino, que posee menos de 20 hectáreas por unidad de producción,
pasa de poseer el 16 por ciento de la tierra agrícola en 1954 a tener
el 35 por ciento en 1987. En el otro extremo, las haciendas de más de
100 hectáreas pasan del 64 al 32 por ciento del total en el mismo período.
En suma, los campesinos indios, que controlaban menos de un millón de
hectáreas en 1954, pasan a controlar tres millones y medio en 1987. En
paralelo, desde que se aprobó la ley de comunas, en 1937, se inscribieron
casi dos mil comunas hasta 1988. Pero son los datos del crecimiento demográfico
los que explican estos cambios: todos los censos apuntan a que el proceso de
mestización de la población se detuvo hacia 1950, y la tasa de
crecimiento de la población india supera a partir de esa fecha la de
blancos y mestizos, invirtiendo la tendencia histórica.
A grandes rasgos, se puede considerar que la resistencia india pasa de tener
un carácter comunal y defensivo a desplegarse más allá
de esa realidad-refugio. Adquiere un carácter territorial, se hace fuerte
en amplios espacios geográficos -buena parte de ellos en alturas superiores
a los tres mil metros- donde no llega el poder del Estado ni de los hacendados.
En ese proceso de territorialización, la lucha por la tierra pasa a un
segundo lugar. La prioridad es ahora de otro tipo, ya que la supervivencia como
pueblo quedó asegurada al reconstruirse los territorios históricos
sobre los que afirmar la reproducción económica, sociocultural,
política y simbólica. Fueron cuatro siglos de onda defensiva,
superados en gran medida gracias a la existencia de un proyecto indio no escrito,
práctico, subterráneo pero profundo y sostenido que los involucra
como sociedad.
A partir de ahí, el proceso se acelera: la recuperación de los
territorios étnicos les permite reforzar los mecanismos comunitarios
y comenzar a desplegar una amplia gama de estrategias que van desde la demanda
de servicios hasta la inserción en la educación formal, que habilita
el entrenamiento de indios en el manejo de la escritura y les permite hasta
el acceso a la universidad, con lo que aparecen una dirigencia ilustrada e intelectuales
indios. Un proceso que eclosiona hacia 1979 y que lleva a la formación
de una nueva camada de organizaciones.
DE ETNIA A NACIÓN. El 4 de junio de 1990 se produjo el primer
levantamiento de esta nueva etapa. Cientos de miles de indios, en todo el país,
cortaron rutas, cerraron mercados, invadieron haciendas, tomaron ciudades. Para
sorpresa de la sociedad ecuatoriana, los indios presentaron por primera vez
un programa escrito. Rompieron de un golpe la imagen que la sociedad tenía
de ellos. Hasta 1950 la mitad de los ecuatorianos eran analfabetos. En 1963
el Estado asume la alfabetización. Más allá de la permanente
disminución de iletrados, las campañas alfabetizadoras van cambiando:
hacia 1980 se comienza a alfabetizar en quechua y en 1984 se plantea la educación
bilingüe intercultural. Los indios se apropian del proyecto alfabetizador,
lo desbordan con sus demandas y lo permean con su cultura. Fue el punto más
alto del proyecto criollo de integración cultural de los indios.
La escolarización les permitió dominar las herramientas que manejaban
los blancos. O sea, usaron la escritura como arma de lucha, ya que no abandonaron
su cultura oral sino que incorporaron otros saberes. Al conocer los mismos elementos
que manejan los otros, pudieron resistirlos mejor.
Pero la alfabetización mostró a su vez el techo que tenía
la unidad nacional entendida como lo hacían las elites, toda vez que
fue emergiendo un proyecto indio de nación que es parte de la consolidación
del "otro" mundo indio, que asumió la forma de nacionalidades basadas
en culturas diferenciadas. En ese momento, comienza una lucha por el reconocimiento
de esa nueva nación, que las elites se niegan empecinadamente a aceptar.
El tránsito de la etnia a la nación, según Galo Ramón,
representaría un salto de conciencia de la "nación en sí"
a la "nación para sí", siguiendo los parámetros que Marx
estableciera con respecto a la conciencia de clase. No fue un pasaje sencillo.
Las primeras organizaciones de esta nueva etapa, como Ecuarunari, que reúne
a los quichuas de la sierra, se definía en 1975 como organización
"indígena, campesina y clasista" y se proponía la formación
de un "Estado socialista". Cuando se crea la Confederación de Nacionalidades
Indígenas de Ecuador (Conaie), en 1986, los conceptos de clase y etnia
aparecen superados, se define a Ecuador como un país pluricultural, plurinacional
y multilingüe y se acuña el término "nacionalidades indígenas".
La Conaie nace luego de seis años de profundos debates, "a partir de
la reflexión interna de los pueblos de las nacionalidades indias", según
recuerda uno de sus dirigentes, Luis Macas.
Con el levantamiento de 1990, que movilizó a dos millones de indios,
surge un actor político que ya nadie puede ignorar. Un contrapoder se
puso en marcha. Se abre así un ciclo corto signado por sucesivos levantamientos,
una confrontación inevitable puesto que el sector mayoritario de la sociedad
se había erigido en nacionalidad y reclamaba algo más que unos
derechos. "Nuestra meta no es la simple toma del poder o gobierno sino la transformación
de la naturaleza del actual poder del Estado uninacional hegemónico,
antidemocrático y represivo; y construir la Nueva Sociedad Humanista
Plurinacional", reza la declaración política de la Conaie de 1994.
Este cuestionamiento radical del Estado recorre varias etapas, pasa por la formación
del movimiento político Pachakutik en 1996, que en su primera participación
electoral consigue el 10 por ciento de los votos, y tiene un hito en la participación
india en la Asamblea Nacional Constituyente de 1997-1998 (consecuencia directa
del derrocamiento popular de Abdalá Bucaram en 1997), que ratifica el
Convenio 169 de la oit relativo a los derechos colectivos para los pueblos indígenas.
Pero la Constituyente fracasa a la hora de construir un verdadero Estado plurinacional,
ya que todos los acuerdos firmados son papel mojado para los sucesivos gobiernos.
Sobreviene así una nueva etapa de levantamientos. La Conaie desplaza
a Pachakutik ya que el movimiento comprende que los espacios políticos
tradicionales no son los adecuados para promover los cambios estratégicos
que persiguen. Los dos levantamientos de 1999 (marzo y julio) permiten tejer
nuevas alianzas. La Conaie se instala como el referente principal de toda la
sociedad, de todos los sectores sociales, y termina representando los intereses
del conjunto de la población. A comienzos de 2000 el poder estatal se
desploma, surgen asambleas (cabildos) locales y provinciales que ejercen el
verdadero poder ante la parálisis de las instituciones. Y se instala
en enero una asamblea nacional, en la que participan representantes de toda
la sociedad, desde obreros y amas de casa hasta la Iglesia y el Poder Judicial.
El contrapoder es tan fuerte que por momentos se anima a convertirse en poder,
aun a costa de contradecir los objetivos estratégicos del movimiento
indio, que se había fijado no "la simple toma del poder" sino la transformación
del Estado ecuatoriano. Este paso, dado por unas horas durante el 21 de enero
de 2000, hizo entrar en crisis al movimiento, y habilitó un viraje que
se resume en el triunfo electoral de Gutiérrez.
UN MUNDO NUEVO. La enorme fuerza de que es portadora la rebelión
india se ha ido canalizando a través de múltiples cauces. Muestra
de su potencia es la creación reciente de la Universidad Intercultural,
visualizada como una universidad alternativa que pretende formar en agroecología
y derecho indígena; pero también la formación pedagógica
de las 2.800 escuelas dirigidas por indios e indias en el Programa de Educación
Intercultural Bilingüe. Otra muestra es el festival de cine indígena
que organiza anualmente la Conaie, haciendo hincapié no sólo en
la temática india sino sobre todo en la mirada particular de su cultura
que se resume en modelos diferenciados de los de Hollywood.
La fuerza de este movimiento, en el terreno político, ha optado por concentrarse
en el nivel de los municipios. Pachakutik cuenta con decenas de alcaldes. El
más conocido es el joven economista Auki Tituaña, graduado en
Cuba, que preside el municipio de Cotacachi desde 1996. Su gestión participativa
en una ciudad de 36 mil habitantes le mereció la distinción de
la unesco con el premio Ciudades Internacionales por su trabajo "contra la exclusión
y en pro del diálogo entre comunidades" y por la creación de condiciones
"para una nueva ciudadanía".
Cotacachi funciona en base a una asamblea cantonal que realiza las tareas de
planificación, evaluación y control municipal. El municipio está
instalado en una de las zonas de fuerte hegemonía india, pero la mitad
de la población es mestiza. Ejemplos como éste revelan no sólo
la fuerza del proyecto indio sino su capacidad para establecer alianzas plurales
y la posibilidad de gestionar de forma exitosa los resortes estatales.
La última década puso de relieve que los pueblos indios tienen
un proyecto para Ecuador, que son capaces de negociarlo con otros sectores sociales
y adquirir amplio consenso, por lo menos en la sierra y la Amazonia. Cada vez
son más los que se rinden a la evidencia del fracaso del modelo modernizador,
consumista y excluyente, y aceptan que desde el mundo indio surgen propuestas
que apuntan a la construcción de una sociedad pluricultural autogestionada,
en base a una relación más armoniosa con la naturaleza, a relaciones
de reciprocidad entre las personas y de respeto a la diversidad. Este proyecto
está en pleno desarrollo. Pese a las dificultades que surgirán
en las alturas, incluyendo las probables marchas atrás de un gobierno
que va a sufrir múltiples presiones, nada indica que esta larga marcha
vaya a detenerse por "la simple" omisión de los gestores del Estado.
* Galo Ramón Valarezo, El retorno de los runas, Quito, Comunidec,
1993, pág 22. La primera parte de esta nota se basa en este trabajo,
que reconstruye la historia de los indios ecuatorianos desde una óptica
de larga duración.
** Ídem, pág 24.
*** Ídem, pág 225.