9 de diciembre del 2002
Un fenómeno ilusorio
Pedro Cribari
Bitácora
Vivir en una sociedad en donde rija la libertad de expresión y en particular la libertad de información es una legítima aspiración de cualquier ciudadano.
Nuestro país en teoría ofrece todas las garantías constitucionales y legales para que esa aspiración constituya una firme realidad. Lástima que eso ocurra solo en teoría.
Apenas se comienza a analizar con rigor cómo se desarrolla el fenómeno de la información, es decir, el doble nivel de, por un lado, el derecho y el deber del periodista a informar libremente y por otro, el derecho del ciudadano a ser informado sin cortapisas, asoma el problema.
Es cierto que esos avales constitucionales y legales existen, pero, ¿cómo se aplican éstos en la vida cotidiana de un medio de comunicación? Todo intento de dar respuesta honesta a este interrogante deriva inexorablemente hacia el ambiguo y oscuro mundo de las lógicas imperantes en los medios acerca del modo en que se desenvuelve la comunicación.
De la experiencia propia y la de numerosos colegas, resumida tanto en los diálogos abiertos y mucho más aún en las conversaciones reservadas, se desprende que mientras la libertad de información puede ser un ideal posible a perseguir, y eventualmente alcanzar, por las empresas, nunca lo puede ser del periodista, responsable de transmitir o relatar en una nota determinado hecho o historia de acuerdo a lineamientos y pautas del empleador. Y no se interprete que los periodistas carecen de ideales. No es precisamente falta de interés profesional lo que caracteriza a los periodistas uruguayos, quienes en una incontrastable mayoría elige esta profesión animado por valores de honestidad intelectual.
Lo que sucede es que la labor de producción y procesamiento de las noticias es un proceso en el que confluyen diversas expectativas e intereses, que van desde el posicionamiento del medio hacia su concepción de la información hasta la realidad económica de la empresa que puede determinar dependencias hacia tal o cual grupo de poder no mediático. El periodista debe moverse "libremente" entre esas coordenadas pero siempre cuidando de no traspasar las borrosas líneas de uno y otro extremo.
A la hora de que el periodista encuentre limitado su libre ejercicio de la acción de informar, se pueden producir innumerables casos-tipo: noticias que disgustan a los centros del poder político, económico o ideológico a partir de lo cual se desatan procesos de presión, nunca públicos o aceptados por quienes los ejercen ni tampoco por quienes las aceptan, para que la noticia "políticamente incorrecta" o "inconveniente" no se divulgue.
Otras veces las limitantes surgen al interior de los medios, son los mismos propietarios o sus portavoces quienes hacen saber su desacuerdo y/o prohibición para que determinada noticia no tome estado público, sea porque no encuadra en la política del medio, sea porque entra en colisión con determinada situación planteada en el relacionamiento de la empresa con el resto de la sociedad.
La historia más reciente, la del año en curso, aporta situaciones muy esclarecedoras de cómo funcionan los extremos más perversos del sistema de información imperante. O podría tomarse el caso de la entrevista concedida por el presidente Batlle a la cadena Bloomberg y analizar en consecuencia el comportamiento de los medios gráficos y electrónicos, de cómo operó el poder político y en general los principales actores de la sociedad. Sin ánimo de juzgar quien hizo bien o quien hizo mal, el lector puede asumir el desafío de cómo se fue manejando la noticia por ciertos medios para tratar de ocultar, atenuar o minimizar el papelón suscitado.
Podría elegirse el caso de las maniobras de algunos banqueros, la propia crisis financiera y en todas estas situaciones, frescas en la memoria colectiva, se deberá acordar que los medios uruguayos -no los periodistas- desarrollaron un triste papel, muy alejado por cierto de la labor informativa seria, honesta y profesional.
Obviamente que en los tres casos planteados hubo excepciones en cuanto al modo en que los medios abordaron las situaciones. Pero éstas son eso, excepciones a una lógica dominante de perversión de los hechos.
En todo caso, lo que hace al tema en análisis, en los principales sucesos del 2002, y en la habitual rutina de la actividad periodística, la libertad de información es una prerrogativa que usa o no usa el dueño del medio, nunca el periodista. Para éste no pasa de ser una hermosa e inalcanzable ilusión que se renueva día a día.
Pedro Cribari. Integrante del Consejo Editorial de la revista "Latitud 30-35".