Un mundo que sigue dividido en centro y periferia
El neoliberalismo fracasa y fracasa, pero insiste
Después del autoritarismo reestructurador de los setenta,
la década perdida de los ochenta y la exclusión social de los
noventa, los países de América Latina son más marginales
que dependientes. Las sociedades se han vuelto cada vez más heterogéneas,
el número de excluidos se ha multiplicado y se amplió la segmentación
social. Además la distribución del ingreso es crecientemente regresiva,
se ha incrementado el desempleo y aumenta la brecha tecnológica.
Antonio Elías
/ BRECHA, URUGUAY
La hipótesis que se sostiene en este artículo es que el modelo de
sustitución de importaciones que predominó en América Latina
hasta la década del 60 fue remplazado por un modelo con fundamentos neoclásicos,
orientación de mercado y extrovertido, que se sintetiza en el denominado
Consenso de Washington. Esos lineamientos fueron impulsados en América
Latina por los organismos multilaterales de crédito desde principios de
los setenta, en medio de la ruptura del marco institucional producida por las
dictaduras militares, y su implementación fue potenciada, fundamentalmente
por la crisis de la deuda externa, a principios de los ochenta.
Una primera y sustancial diferencia entre el modelo anterior y el actual es que
el primero afirmaba que "uno de los errores más serios de la teoría
económica general, mirada desde la periferia, es su falso sentido de la
universalidad"1 y el actual modelo es esencialmente universalista en el discurso.
Las políticas son francamente diferenciadas; por ejemplo existe un centro
proteccionista con un Estado que desarrolla políticas intervencionistas
para corregir los desequilibrios del mercado y una periferia aperturista en la
que el Estado deja librado el proceso económico a las iniciativas de los
empresarios privados.
El modelo anterior se basaba, en esencia, en el pensamiento de Raúl Prebisch,
en el cual se definían dos polos: centro y periferia. En el centro, el
progreso técnico se difunde con gran rapidez y es endógeno al proceso
de desarrollo; en la periferia, se incorpora el progreso técnico de manera
exógena, a partir del intercambio con los países centrales.
El patrón de desarrollo de una economía central es diversificado
(puede producir una amplia gama de bienes) y homogéneo (el progreso técnico
se irradia y eleva el nivel de productividad del conjunto de la economía).
Por el contrario, el patrón de desarrollo de una economía periférica
es especializado (produce en forma dinámica un número reducido de
bienes, en general de exportación) y heterogéneo (el avance técnico
no se irradia al conjunto de la economía; coexisten, por tanto, sectores
minoritarios de alta productividad con sectores mayoritarios de muy baja productividad).
Esa superioridad de los países centrales respecto de los periféricos,
en cuanto a la creación y la irradiación del progreso técnico,
amplía la brecha tecnológica entre ambos. Ello se refleja en casi
todos los indicadores de desarrollo, lo cual no significa que exista una situación
estática. En efecto, la revolución científico-técnica
aumenta el ritmo de expansión del centro, lo cual requiere de la expansión
desigual de partes de la periferia, como sucedió, por ejemplo, en el sudeste
asiático.
Raúl Prebisch sostenía que, junto con el desarrollo desigual, se
daba una diferente apropiación de los excedentes, basada en el deterioro
de los precios de intercambio. Afirmaba que los países centrales se apropiaban
de una parte de los excedentes de la periferia, a través de la brecha entre
los precios de los productos primarios y los de los productos manufacturados.
Así, el modelo de desarrollo de la economía mundial era, además
de desigual, concentrador.
A partir de esa concepción -y como consecuencia, entre otros aspectos,
de la debilidad de los países centrales a raíz de las guerras mundiales-
se desarrolló en América Latina un modelo basado en un Estado interventor,
que a través de la planificación indicativa y del manejo de la política
económica, impulsó un proceso de desarrollo hacia adentro basado
en la sustitución de importaciones pero que no acumuló la fuerza
necesaria para pasar a etapas superiores de desarrollo industrial y se agotó
sin resolver las contradicciones estructurales de fondo.
A la fecha, no parece haber indicadores que demuestren que la dinámica
de la economía mundial haya dejado de ser fundamentalmente desigual y concentradora,
aunque los mecanismos no son, necesariamente, los mismos.
Treinta años de neoliberalismo. El modelo económico que se
aplicó en Uruguay y en casi toda América Latina (con todos los matices
y particularidades históricas de cada una de las sociedades) tiene fundamentos
neoclásicos, lo que se expresa en políticas con una clara hegemonía
de mercado y en la apertura externa (asumiendo la teoría de las ventajas
comparativas por la cual el libre mercado llevaría a la convergencia de
las economías), que conduce al predominio del capital financiero.
El paradigma tiene como núcleo central el supuesto del mercado en competencia
perfecta y considera que la acción del Estado para corregir fallas en el
funcionamiento del mercado genera más perjuicios que beneficios. Con él
como punto de referencia, se han aplicado políticas económicas con
múltiples heterodoxias, dependiendo del nivel de desarrollo de cada país,
de la relación de fuerzas políticas y sociales, y del nivel técnico-político
de los encargados de ejecutarlas.
Las políticas de sustitución de importaciones, dentro de una estrategia
particular de desarrollo industrial, intentaban establecer controles y regulaciones
provisorias hasta que industrias incipientes se consolidaran y compitieran bajo
las reglas del mercado; sin embargo, fueron distorsionadas en su aplicación.
La búsqueda de respaldos electorales por parte de los políticos
y de rentas por parte de los empresarios hizo olvidar el carácter provisorio
y temporal de las medidas. Lo provisorio se convirtió en permanente.
El error del neoliberalismo no está en la búsqueda de la estabilidad,
la reducción de la inflación, el manejo del mercado en el cálculo
económico, el incremento de la productividad o el ataque a la ineficiencia
del Estado. Lo realmente cuestionable -en el plano estrictamente económico-
es que parte de un enfoque que supone que la libre circulación de capitales
y de los flujos comerciales generará, por sí misma y en forma automática,
un proceso de crecimiento productivo.
Su falla fundamental está en haber desarrollado un modelo de política
económica válido para un mercado perfecto, ignorando el mercado
mundial real, caracterizado por el proteccionismo comercial y la especulación
financiera. Ignorando que el mercado incluye -en forma inseparable- relaciones
económicas, políticas y sociales asimétricas, dentro de un
marco institucional que puede ampliar o reducir los costos de transacción
por razones de eficiencia económica y/o de poder.
En su articulación práctica, esta concepción -que pretende
retomar y ampliar el proceso de acumulación capitalista creando condiciones
para lograr la recuperación de la tasa de ganancia a través de la
reducción de la retribución de la fuerza de trabajo y de la parte
del beneficio que se apropia el Estado- no se presenta de un modo químicamente
puro, como tampoco lo han hecho las experiencias, los modelos y las alternativas
registrados en la historia de la humanidad.
Las propuestas de flexibilización del mercado laboral implican una reducción
de los beneficios obtenidos a lo largo del siglo pasado por los trabajadores,
mediante el fundamento de que el libre juego de la oferta y la demanda en ese
mercado posibilitaría mayores niveles de empleo. Pasan por alto además
las profundas asimetrías de información y poder que existen entre
trabajadores y empresarios.
En la desregulación del mercado laboral se expresa una nueva y fuerte contradicción
entre capital y trabajo. En países con insuficientes fuentes de empleo
-y, por tanto, con ejércitos de reserva cuantiosos- la desregulación
reduce la capacidad de negociación del trabajo ante el capital. Los bajos
salarios, el desempleo, la segmentación social y la exclusión son
consecuencias de una desigualdad estructural que es profundizada por las políticas
neoliberales.
La implementación de las políticas de ajuste en los países
periféricos, especialmente en los pequeños, se ve facilitada respecto
de los países centrales. Éstos tienen que resolver una contradicción,
que es uno de sus límites estructurales fundamentales: la retribución
del trabajo es, por un lado, un costo para el capital y, por otro, un componente
clave de la demanda agregada.
Si se produce una reducción de las retribuciones más allá
de ciertos límites, se genera una reducción del mercado que termina
interrumpiendo el ciclo de realización del capital. Es un límite
estructural en el avance de las políticas que buscan la competencia mediante
la reducción salarial.
En los países periféricos, dominados por políticas exportadoras,
ese límite se desdibuja, puesto que, para los sectores insertos en el mercado
internacional, el ciclo económico no se cierra en el mercado interno, sino
en el globalizado. Por lo tanto, las condiciones para deprimir los niveles de
retribución de la fuerza de trabajo son mucho más favorables que
las existentes en los países centrales.
El otro componente clave del planteo neoliberal es la reducción del papel
del Estado, en tanto éste modificaría en forma relevante las posibilidades
de funcionamiento del mercado, generando distorsiones en la asignación
de factores y en la posibilidad de fomentar el ahorro y la inversión. En
su versión más dura, pretende que el mercado determine por sí
mismo la oferta de bienes preferentes como la salud y la educación.
Así los dos pilares básicos del modelo de sustitución de
importaciones -el papel central del Estado y el cierre relativo de la economía
(barreras arancelarias, controles de cambio y tipo de cambios diferenciales, cuotas)-
fueron remplazados por un nuevo modelo basado en el desplazamiento del Estado
por el mercado y en una fuerte apertura de la economía (la competencia
con el exterior permitiría eliminar las ineficiencias a través del
sistema de precios, a la vez que facilitaría el ingreso de capitales y
de tecnología).
El modelo se aplicó y aplica en el país. Las reformas básicas
fueron llevadas a la práctica tempranamente en Uruguay: liberalización
del sistema financiero nacional; libre circulación de capitales con el
exterior, liberalización del sistema cambiario y liberalización
de importaciones. Estas reformas incluyen inconsistencias importantes entre sí.
La apertura de la cuenta de capitales provoca el ingreso de capitales de corto
plazo y la liberalización del sistema cambiario lleva a una sobrevaloración
de las monedas locales frente al dólar, lo cual en el marco de la apertura
comercial fomenta el aumento de las importaciones y disminuye la competitividad
de las exportaciones incrementando el déficit comercial y, por tanto, el
endeudamiento. Esa lógica de funcionamiento lleva a crisis cambiarias que
derivan en la destrucción de capital productivo de los productores de bienes
que deben competir con el exterior, en crisis financiera cuando se retiran los
capitales especulativos y en un fuerte endeudamiento externo derivado de los déficit
de cuenta corriente. La crisis de 1982 y la actual muestran la estructura cíclica
de este proceso, el cual es común -en líneas generales- al resto
de América Latina.
Las reformas en el Estado apuntaron a la estructura tributaria y a la reducción
del papel del sector público en general -tanto en lo que refiere a la política
de gastos e inversiones (donde hubo marchas y contramarchas dependiendo del ciclo
político electoral) como al sistema de regulaciones- y de las empresas
del Estado en particular, lo que ha sido parcialmente implementado a lo largo
de casi 30 años.
Se ha eliminado o reducido significativamente el papel de las empresas públicas
en los sectores de la carne, la pesca, el azúcar, el transporte aéreo
y ferroviario, y la comercialización; se han eliminado monopolios en los
seguros, el correo, la telefonía y la seguridad social; se han tercerizado
servicios de cobranzas, mantenimiento y limpieza y, aunque en el gobierno de Luis
Alberto Lacalle (1990-1994) los avances privatizadores más profundos fueron
detenidos por un referéndum, el proceso continúa con las medidas
tomadas respecto a los bancos Hipotecario y República.
El modelo demuestra sus debilidades. En los últimos años
noventa era notorio para los organismos multilaterales de crédito que ese
modelo no estaba dando los resultados que se preveían. El Banco Mundial2
sostiene, como idea central explicativa de los magros resultados, que el marco
institucional había sido creado para implementar el modelo de desarrollo
anterior, por lo cual no era adecuado para llevar adelante las políticas
del nuevo modelo.
La incorporación del neoinstitucionalismo a las bases teóricas neoclásicas
genera una importante brecha en la estructura conceptual del modelo. En efecto,
el marco teórico neoinstitucional parte de reconocer la divergencia creciente
entre las economías desarrolladas y no desarrolladas, cuestiona los supuestos
del mercado perfecto (racionalidad limitada, oportunismo, asimetría de
información y de poder) y por su carácter contextual e histórico
(dependiente de una trayectoria tecnológica e institucional generada por
relaciones de eficiencia y de poder) no podría ni debería ser utilizado
para fundamentar cambios institucionales de tipo universal (asumiendo como modelo
único las instituciones de los países anglosajones).
El neoinstitucionalismo incluye en su propia matriz teórica el reconocimiento
de las relaciones de explotación entre naciones basadas en los diferenciales
de poder: "los modelos marxistas o marcos analíticos inspirados inicialmente
en los modelos marxistas y que fundamentalmente dependen de consideraciones institucionales.
Sean teorías del imperialismo, de la dependencia o de centro/periferia
todas ellas tienen en común elementos institucionales cuyos resultados
evidencian explotación y/o pautas desiguales de crecimiento y de distribución
del ingreso. (…) Por otro lado debido a que gran parte de la historia económica
es un relato de humanos con potencial de negociación desigual que maximizan
su propio bienestar, sería sorprendente que tal actividad maximizadora
no se realizara con frecuencia a expensas de otros".3
Lo anterior pone el acento en un punto central de la discusión: el problema
de nuestros países para avanzar en sendas de desarrollo está en
las relaciones de poder y no en formulaciones económicas teóricas
e inaplicables en un mundo donde el proteccionismo de los países centrales
impide cualquier proceso de convergencia entre centro y periferia.
¿Y las alternativas? Un camino alternativo es la búsqueda de un
paradigma contrapuesto al modelo neoliberal, entendiendo que éste es esencial
al desarrollo del sistema capitalista. En el siglo pasado la expresión
máxima de modelo anticapitalista fueron los enfoques de raíz socialista,
fundamentalmente marxista. Ese modelo fue, en el imaginario colectivo, severamente
afectado por la implosión del socialismo real y aún no ha encontrado
una explicación teórica suficientemente sólida como para
sentar las bases de un nuevo socialismo que sea mayoritariamente aceptado en el
imaginario colectivo.
Otro camino es concebir al neoliberalismo como una deformación capitalista.
Las corrientes socialdemócratas, fundamentalmente en Europa, han sido en
el siglo pasado las principales expresiones de posiciones que plantean soluciones
dentro del actual sistema, lo que podría sintetizarse -sin ningún
contenido peyorativo- en una humanización del capitalismo.
El proyecto del capitalismo de rostro humano, que tenía un espacio de vigencia
a nivel del Estado nación -en un marco de economías relativamente
cerradas-, con una relación relativamente fuerte entre estructura económica
y superestructura política, se ve fuertemente limitado por los acuerdos
supranacionales. Aun así, en las sociedades centrales y opulentas -donde
hay todavía recursos para redistribuir sin afectar el proceso de centralización
y concentración del capital- las soluciones socialdemócratas tienen
espacio para su realización.
La proteccionista Unión Europea, que ha sido gobernada en la última
década en su gran mayoría por partidos socialdemócratas,
no ha podido resolver, pese a su alto nivel de desarrollo, la instrumentación
de políticas para eliminar los subsidios agrícolas y satisfacer
simultáneamente las demandas sociales.
Las propuestas realizadas por CEPAL en los noventa, tendentes a superar dicha
situación, no han sido suficientes. Al respecto se afirma: "dicha estrategia
padece un desbalance en los énfasis: excesivo en cuanto al progreso técnico
y a sus efectos virtuosos sobre el crecimiento, la reinserción internacional
y la equidad distributiva; insuficiente en cuanto a la dinámica perversa
de la heterogeneidad y el subempleo propios del subdesarrollo, y al conjunto de
medidas requerido para superarlos".4
Ni el modelo de sustitución de importaciones impulsado por Cepal produjo
los efectos de homogeneización social y diversificación productiva
previstos, ni el modelo neoliberal logró el desarrollo de nuestras economías
en el sistema globalizado. En ambos casos se conformaron islotes de modernidad
y se ampliaron las distancias entre los sectores modernos y no modernos de la
economía, con todas las implicancias sociales y políticas de esta
situación (en el último período se amplió en forma
sustancial el número de excluidos y marginados, parias que, quizá
por generaciones, no tendrán trabajo, educación ni salud).
Un nuevo modelo de desarrollo debería: a) retomar la tesis de los teóricos
de la dependencia de que el subdesarrollo responde a causas intrínsecas
al sistema capitalista; b) elaborar un marco conceptual que integre los avances
teóricos derivados de las relaciones centro periferia (reconociendo las
especificidades de escala) y los aportes de las diferentes teorías que
reconocen el papel fundamental de las instituciones; c) una redefinición
del papel del Estado como agente principal para corregir los desequilibrios macroeconómicos
y las brechas económico-sociales, en una nueva forma de gestión
y organización de las relaciones de trabajadores y empresarios; d) impulsar
acuerdos regionales de inserción internacional -que incluyan barreras al
capital financiero especulativo y a los bienes subvencionados y/o originados en
países proteccionistas- a fin de crear condiciones para generar estructuras
productivas que fomenten la incorporación de tecnología y de mano
de obra. En el caso uruguayo, además, se podría y debería
intentar -mientras se espera que el Mercosur madure- una asociación directa
con Brasil tratando de obtener y garantizar un mercado "interno" ampliado.5
1 Cepal; "Desarrollo económico de América Latina y algunos de sus
principales problemas", Santiago de Chile, segundo semestre de 1949.
2 Banco Mundial, El Estado en un mundo en transformación, Washington, 1997.
3 North, Douglass, Instituciones, cambio institucional y desempeño económico,
fce, México, 1993.
4 Rodríguez, Octavio, "Cepal, viejas y nuevas ideas", Quantum, Vol 1, N°
2, 1994.
5 Véase BRECHA 13-IX-02.