18 de diciembre del 2002
A favor o en contra de Chávez
Antonio Rangel C.
Definir quiénes se encuentran a favor de Chávez resulta
relativamente sencillo, porque es sencilla la pobreza. Es algo real, verificable
y tangible. Es que el hambre, la desnutrición, la ignorancia, las necesidades
no necesitan demasiados argumentos para ser demostrados. Están ahí.
Se padecen, se sienten y punto. Pueden ir acompañados de otros ingredientes
perniciosos como la falta de fe y de esperanza en el futuro, la desconfianza
hacia cualquier ofrecimiento para mejorar en especial si proviene de políticos
de cualquier origen.
Estas actitudes, fácilmente verificables, son poderosos factores para
mantenerse en la pobreza, para dudar de que la educación escolar pueda
servir para algo, a desconfiar de quien afirma que el trabajo ayuda a salir
de la estrechez. Es que para ser peón embrutecido no se requiere saber
leer y escribir; basta con provenir de la pobreza. Al pobre que trabaja para
no alcanzar a satisfacer las necesidades primarias acuciantes le resulta sospechoso
que alguien pregone que se requiere más trabajo porque eso es lo que
ha hecho él y sus generaciones anteriores y tendrán que hacer
las que le sigan. No alcanza a comprender lo del trabajo productivo, lo de la
eficiencia en el trabajo, le resulta ajeno lo del ahorro, le es indiferente
el progreso intelectual como vía para el mejoramiento de su condición
social y económica.
Sencillamente no lo entiende, le resulta extraño, irreal, inaplicable.
Le parece que tiene que venir alguien a resolverle el dramático problema
de su vida. Le parece más fácil y real jugar el kino, los caballos
o los terminales.
Las promesas de Hugo Chávez, su discurso comprensible para el pobre,
la simplificación que suele hacer de las cosas complicadas, sus continuas
referencias al campo, a su abuela, a la escuela, a la vida real que vive el
pobre lo aproximan a la propia realidad del pobre. Lo hermanan. Lo convierten
en la única esperanza. Despierta en este la posibilidad de mejorar sin
entender muy bien el cómo y entrega sin reparos totalmente lo poco que
le queda.
Un apreciable número de intelectuales, profesionales, militares, empresarios,
estudiantes e industriales con grados variables de convicción política
y de sensibilidad social han salido a colocarse del lado de los postulados de
Hugo Chávez en la certeza de que Venezuela puede ser un mejor país
para vivir, de que la masa de pobres puede ser rescatada o mermada la brecha
social que la separa de los más favorecidos. Practican el deber ineludible
de echar una mano al desvalido en un esfuerzo de desarrollo que sirva para mejorar
la patria.
Es fácil entonces definir e identificar a quienes están con Chávez.
No así a quienes se encuentran en su contra. Porque las razones de estos
resultan más complejas, a veces intangibles por ocultas o por ininteligibles
aparentemente. Pudiéramos decir que se agrupan en tres esferas de complicación
creciente.
La más próxima se comprende con facilidad por hacer parte de la
pasión humana que nos resulta tan natural y propia. Es una oposición
visceral surgida de la intransigencia, de la incomodidad por el origen, el lenguaje,
las simplezas o la falta de clase del lenguaje presidencial. No queremos hacer
conjeturas sobre la posibilidad de que existan ingredientes racistas, referencias
antimilitaristas o contra el autoritarismo o sencillamente de desprecio hacia
los marginados representados en el lenguaje concreto de Chávez. Ciertamente
la figura toda del Presidente, sus constantes referencias a su pasado "pata
en el suelo", al conuco o a la morrocoya de Rosinés, u otras simplezas
aparentes lo hacen poco "fashion", poco "cool" , y crecientemente
odioso por "balurdo" u ordinario. "No lo soporto" es la expresión
de turno. No han alcanzado a comprender que ese modo de hablar es precisamente
lo que lo vincula tan de cerca con sus seguidores quienes no habían oído
ese "idioma" en boca de Presidente alguno.
Este grupo de opositores ha sido hábilmente capitalizado por una segunda
esfera de dirigentes políticos adversos que perdieron privilegios, canonjías
y prebendas. Aquí se agrupan advenedizos y viejos desplazados de los
manjares del poder del que han vivido. No sin mucho disimulo se suman unos cuantos
prelados con sus acólitos y sacristanes que también le tomaron
el gusto a las exquisiteces del poder. Así mismo militares políticos
de oficio, vergonzantes de sus mañas y taimadas artimañas, perjuros
contra la patria que juraron defender. Todos ellos conocen de autos de lujo
con choferes de librea, viajes, viáticos , comisiones más o menos
jugosas, distinciones, restaurantes, mujeres y vinos deliciosos, jubilaciones
generosas, en fin, un no despreciable tren de vida a la que se aporta más
o menos poco y de la que se obtiene en abundancia. Este grupo sí sabe
a dónde va. Este sí conoce de negociar contratos con el Estado,
del dar y recibir las comisiones, de comprar y vender conciencias de dirigentes
sindicales, de traicionar trabajadores, de costas sindicales, de cuotas de contratos,
de negociar con empresas privadas, de "ñemear" con los dineros
públicos, de retener las cuotas del Seguro Social sin necesidad de inscribir
los trabajadores para su debida protección, de "negociar" los
certificados del SENIAT, de contrabandos y otras menudencias y "meritocracias".
Están en este mismo grupo quienes han usufructuado los bienes crediticios
del Estado explotando grandes extensiones de tierras de la patria y les resulta
inadmisible pensar siquiera en compartir un pedazo de la heredad con los condueños
naturales. Aquí también se encuentran quienes practican el maravilloso
don de convertir en verdades las mentiras con desparpajo frío para amplificar
el grueso contingente de ingenuos confundibles y para disimular las bribonadas
de ladrones de cuello blanco y no poca veces verde. Aquí pululan quienes
justifican la pobreza para que exista la riqueza.
No falta un grueso número de profesionales e intelectuales que disienten
de la posibilidad de un ordenamiento social menos injusto, oscilantes entre
Maquiavelo y Rousseau que hacen de corifeos de vividores y politiqueros trashumantes
para alimentar de ideas discutibles la fealdad de las ambiciones de quienes
saben con certeza para qué sirve el poder.
Hay un tercer grupo que sabe mucho más que el anterior. Son los que conocen
la importancia de la geopolítica del petróleo y que nos miran
desde allá, apurados por precipitar los procesos de privatización
de las industrias estratégicas. Estos, más peligrosos todavía
gobiernan e inspiran a los anteriores porque pretenden ser los dueños
del mundo y de todo cuanto en él ha sido. Estos han establecido unas
reglas de juego tan estrictas e ineludibles para ir llevando al mundo por los
vericuetos de la guerra a su antojo y según sus intereses con recetas
quiméricas que plenan las naciones de penurias pretendiendo disfrazar
de desarrollo las angustias y miserias de estos pueblos.
Tan sencillo como definir a quienes se encuentran respaldando la única
esperanza de un pueblo del tercer mundo, es entender a los adversarios quienes
se juegan también la suya en peligro de interrumpir "el orden establecido".
Actúan todos por diferentes razones pero absolutamente poderosas para
cada uno. Esa es la raíz de la lucha enconada, de las pasiones desatadas
a favor y en contra que descubren el fondo de la condición humana llena
de virtudes y bajezas.
Es imposible entonces escurrir el bulto. Hay que tratar de buscar el sitio en
el que cada uno está clasificado. Los seguidores resultan homogéneos.
Los detractores muy heterogéneos. Lo que está de por medio es
oponerse o conceder una oportunidad al desarrollo de la inmensa mayoría
de quienes en otro orden de ideas diferentes están condenados a la miseria
y a la desesperación.