1 de diciembre del 2002
Emir Sader deconstruye el mito de la ingobernabilidad
Deuda externa e ingobernabilidad del estado
Emir Sader
Rebelión
Traducido para Rebelión por Manuel Talens
El miedo, promovido desde los años setenta, de que los Estados
se volviesen ingobernables, parece convertirse hoy en realidad, si bien a través
de una vía diferente de la prevista. Fueron los teóricos de la
denominada Comisión Trilateral, de la mano de autores como Samuel Hintington,
quienes hicieron correr el bulo de que la excesiva cantidad de derechos existentes
en nuestras sociedades –excesiva para ellos– convertiría a los Estados
en algo ingobernable. Por ello, se pronunciaron abiertamente a favor de "democracias
restringidas" o selectivas, es decir, de una ausencia de democracia.
En Brasil, tan pronto como fue aprobada una "constitución ciudadana"
–así bautizó Ulysses Guimarães a la difunta Constitución
que siguió a la dictadura militar–, José Sarney y Saulo Ramos,
su ministro de la Justicia, se apresuraron a actualizar el miedo, acusándola
de convertir al Estado brasileño en algo "ingobernable", pues según
los miembros del gobierno elegido por el Colegio Electoral, implantaba una cantidad
excesiva de derechos. Ante la disparidad entre cabezas y sombreros, en vez de
fabricar más sombreros, propugnaron cortar cabezas, lo cual abrió
el camino para el establecimiento del neoliberalismo entre nosotros.
Las acusaciones al Estado buscaban absolver a un régimen político
que no puso en entredicho las formas de poder heredadas de la dictadura, sino
que, muy al contrario, las consolidó, ya se tratase del monopolio de
los medios de comunicación, del sistema bancario o de la propiedad de
la tierra. La "ingobernabilidad" llegó a convertirse en la locomotora
de la contrarreforma del Estado propugnada por Collor y llevada a cabo por los
gobiernos FHC, alteró el carácter popular de la Constitución
y promovió las condiciones de la desregulación como palanca central
de las políticas neoliberales, triunfantes hasta hace muy poco.
En los tiempos actuales la ingobernabilidad, a la que supuestamente se le impidió
entrar por la puerta, regresa y se introduce por las ventanas, abiertas de par
en par por la apertura económica. La Argentina se convirtió en
un país ingobernable, Haití lo es desde hace años y Perú,
Bolivia, Paraguay, Colombia, Venezuela, Nicaragua o Ecuador entraron de lleno
en crisis que se configuran como callejones sin salida y que minan la credibilidad
de los sucesivos gobiernos.
La razón de todo ello es que la política que supuestamente hubiera
debido superar la crisis de gobernabilidad es la que la produce y la reproduce.
La mercantilización promovida por el neoliberalismo –en el que todo se
vende, todo se compra, los derechos son bienes de consumo, el mercado es el
criterio absoluto del valor de las cosas y la política, el deporte o
la vida cultural están controlados por el reino del dinero– se convirtió
en una máquina de ingobernabilidad. Y es que la cosa no tiene vuelta
de hoja: o se gobierna para el capital financiero y para las grandes compañías
multinacionales o para la masa de los ciudadanos.
Las exigencias del FMI para conceder nuevos préstamos a Argentina – recortes
presupuestarios todavía mayores en las provincias donde ya no funcionan
los servicios públicos, donde los salarios no se pagan o se pagan en
monedas locales, donde el desempleo y la miseria campan por sus respetos– se
enfrentan directamente con las necesidades básicas de la población.
El préstamo aprobado por el FMI para Brasil antes de las elecciones autorizó
al gobierno saliente a que terminase de utilizar todos los recursos del Banco
Central y le dejase el saldo a pagar al gobierno actual. Así lo declaró
al Financial Times Walter Molano, del BCP, para quien en tales condiciones,
"la probabilidad de suspensión de pagos es ahora mayor que nunca".
En otras palabras, el responsable de la ingobernabilidad es el endeudamiento
del Estado, herencia del neoliberalismo del gobierno FHC, no el "exceso de democracia".
Si Brasil no rompe el círculo vicioso del endeudamiento, se adentraría
irremediablemente en una situación de ingobernabilidad y abandonaría
cualquier posibilidad de construcción de una sociedad mínimamente
democrática y civilizada.
(www.manueltalens.com)