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Latinoamérica


3 de noviembre del 2002

Los sin tierra ante Lula

Raúl Zibechi

El principal movimiento social de Brasil fijó su posición ante el nuevo gobierno, señalando que representa "una victoria político-electoral de las fuerzas populares". Sin embargo, no oculta que se avecinan tiempos difíciles.
"El pueblo votó por el cambio. Pero continúa despolitizado y no hubo una participación entusiasta", señala un documento difundido por el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST). En líneas generales, esa fuerte organización saluda la victoria del candidato del PT, pero estima que el tipo de alianzas que estableció y la realidad que atraviesan las fuerzas populares de Brasil, genera desafíos nuevos para los que debe preparase cuidadosamente.
El nudo del análisis de los sin tierra aparece muy relacionada a la forma como se procesó la derrota del modelo neoliberal en Brasil: sin mediar una lucha de masas importante, ya que se procesó justo cuando los movimientos sociales atraviesan por un intenso reflujo. "La victoria electoral no fue fruto del ascenso del movimiento de masas; fue el resultado del fracaso del modelo económico adoptado por las elites". Esto se resume en un gobierno de centro-izquierda que estará obligado a negociar permanentemente.
El análisis parece ajustado y realista, aunque no precisamente optimista. En efecto, el hecho de que el modelo "se agotó en sus propias contradicciones", pone en negro sobre blanco las diferencias con el proceso argentino, que es un punto de referencia para un MST que anhela un protagonismo social como el que tienen los movimientos de desocupados en el país del otro lado del río. También parece ajustada la consideración de que el gobierno de Lula será presionado por la derecha que adhirió a su gobierno ("va a exigir combate y vigilancia a 'los radicales'", dicen), así como la lectura de las trampas que deja el modelo, que se resumen en la dependencia externa y la vulnerabilidad hacia la especulación financiera, y la dependencia del presupuesto público con la deuda interna. Como consecuencia de este conjunto de presiones, los sin tierra presagian "un gobierno de disputas y tensiones, en un cuadro de crisis".
El futuro inmediato, para quienes se paran en la cancha del movimiento social, no es promisorio. Según el MST, el gobierno parace dispuesto a negociar un pacto social, "cediendo inclusive en derechos históricos de los trabajadores, en nombre de la gobernabilidad". Ese parece el camino más probable, de atenerse a la experiencia histórica de la socialdemocracia europea, en la que se inspiraron las alianzas tejidas por Lula con el empresariado paulista, que no sólo aportó el candidato a la vicepresidencia (José Alencar) sino al probable ministro de Economía (Eugenio Staub).
Para los sin tierra, el panorama se complica aún más al comprobar que la izquierda y las fuerzas populares "están diluidas y desorganizadas" y que no se registra un ascenso del movimiento de masas. Este análisis resulta completamente opuesto al que había esbozado Joao Pedro Stedile, dirigente del MST, pocas semanas atrás al justificar el apoyo a Lula, argumentando que de triunfar se produciría un salto adelante en la movilización social. Parece evidente que los cálculos se estrellaron ante una reacción más bien fría y distante de la población brasileña ante el triunfo del candidato petista.
Es esta una paradoja de la luchas sociales, que atraviesa a todos los movimientos en todos los países: se despliegan grandes y potentes luchas que generan un clima contrario al modelo y propicio a los cambios; con el tiempo, las luchas se debilitan y la población opta por llevar a las izquierdas a los gobiernos con la esperanza de que implementen los cambios deseados. Una vez en el gobierno, la inexistencia de una potente presión social frente a una fuerte presión de las elites nacionales e internacionales para mantener el status quo, neutraliza los deseos de los nuevos gobernantes de cambiar las cosas.
Esa historia parece haber sido bien asimilada por los sin tierra. Por eso no se quejan sino que trabajan en la única dirección que puede ayudarlos a salir del atolladero: "producir material didáctico para elevar el nivel político" de la población, intensificar la formación, "utilizar creativamente la pedagogía de masas, sin caer en el escepticismo de 'contra todo', pero también sin la ilusión de que ahora todo se resolverá". El principal movimiento social del continente, aprendió que lo único seguro es el esfuerzo que sean capaces de hacer ellos mismos para resolver sus problemas. Llevan dos décadas realizando una reforma agraria desde abajo, contra los terratenientes, contra el Estado y contra los sucesivos gobiernos. Ahora, es posible que tengan gobernantes amigos que los ayuden. En el mejor de los casos, deberán seguir trabajando duramente en sus campamentos y asentamientos, que es donde verdaderamente están creando un mundo nuevo.