17 de noviembre del 2002
Colombia: El parafiscal general
Alpher Rojas Carvajal
Rebelión
Desde hace algo más de una década la América Latina
se ha visto sometida a fuertes presiones por parte de los organismos multilaterales
de 'desarrollo', para reformar la justicia, de manera que esta institución
se convierta en un espacio que permita la libre expansión de la globalización
económica y el control de los recursos y mercados de la región.
Obvio es decir, que estos intereses generalmente subvierten postulados democráticos,
culturales y tradiciones de los países identificados por sus altos potenciales
de mano de obra, de espacio radioeléctrico, faunas, biomasas y subsuelos
de gran riqueza hídrica y minera, como Colombia.
Los investigadores y analistas que de manera periódica solemos rastrear
las dinámicas del modelo neoconservador conocemos documentos Top Secret
del Banco Mundial, en los que se ordena a los gobiernos del hemisferio establecer
rápidamente modificaciones esenciales a la estructura de los aparatos
judiciales y a la propia concepción filosófica del sistema, de
modo que pueda 'fortalecerse el componente de eficacia', útil a los intereses
mercantiles multinacionales. Naturalmente esta estrategia 'gerencial' va en
desmedro del concepto garantista, contemplado por las nuevas tendencias del
derecho como gran referente simbólico de las sociedades democráticas
para proteger y promover la dignidad y la integridad de las personas y los bienes
colectivos.
El sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, en su más
reciente obra La globalización del derecho, advierte que simultáneamente
con la gobalización, se está produciendo el nacimiento de un nuevo
tipo de derecho, que regula las políticas del mercado -¡para favorecerlo!-,
por ejemplo, para producir espacios de desregulación financiera, de flexibilización
laboral, de desmontes arancelarios y de subsidios, para criminalizar la protesta
social, facilitar la ampliación de fronteras agrícolas, la explotación
indiscriminada de recursos naturales y la concesión de ilimitadas garantías
contractuales a la inversión extranjera. En fin, 'toda una trama normativa'
que estaría creando un universo jurídico neoconservador.
Si me he remontado a elucubraciones universales para explicar la presión
del modelo económico sobre el sistema de justicia, es para hablar aquí
de cómo el actual Fiscal General de Colombia -cuya esposa trabaja para
el poderoso grupo económico denominado 'Sindicato antioqueño'-,
ha entendido perfectamente su papel de muñeco de ventrílocuo de
intereses lesivos de la soberanía nacional. Las probadas acusaciones
que organismos tan respetables como Human Rights Watch (HRW) relacionadas con
impunidad y parcialidad judiciales y arbitrariedad administrativa en la Fiscalía,
explican a cabalidad el sutil y a veces abierto amparo judicial que Osorio les
ha dado a militares en ejercicio, a violadores de los derechos humanos, v. y
gr, caso del general Rito Alejo del Río, y a quienes atentaron contra
la vida del líder sindical Wilson Borja, como a reconocidos paramilitares
y bandidos de cuello blanco.
Las extrañas circunstancias en que opera el Fiscal General, tienen fundamento
en el hecho de que los individuos favorecidos por sus decisiones, además
de representar la punta de lanza de las políticas guerreristas y contrainsurgentes
del establecimiento, tienen a su cargo la tarea - esencial para el neocapitalismo-
de prestar 'el servicio' de seguridad a los megaproyectos económicos
transnacionales - principalmente norteamericanos- y a los latifundios ganaderos
y mafiosos, cuyas avanzadas representan miseria, despojo y masacres para humildes
familias colombianas. Masacres y despojos que la particular concepción
de justicia del Fiscal General encuentra como producto natural de la violencia
que azota al país, para socializar la culpa y absolver a los victimarios
individuales, como lo ha hecho al limpiar el prontuario escabroso del ex ministro
Carlos Arturo Marulanda, depravado malandrín, jefe de una banda paramilitar
que se apropió a sangre y fuego de las mejoras y parcelas de los campesinos,
desalojó a más de 1.500 de ellos y asesinó a 36.
Al paralizar investigaciones, destituir y trasladar fiscales que se encaminaban
a dictar medidas de aseguramiento contra militares involucrados en masacres
y sus compinches de las AUC, como lo ha documentado en su riguroso informe HRW,
el Fiscal pastrano-uribista está siendo leal a un postulado neofascista
de defensa de los intereses privados transnacionales al irrisorio precio de
cerrar los ojos y los oídos frente a crímenes y atropellos contra
los pobres de Colombia y los defensores de los derechos humanos. Pero como dice
su amigo y jefe Álvaro Uribe Vélez, 'es mejor que me tilden de
arbitrario y no de débil'.
* Alpher Rojas Carvajal es Analista político e investigador social