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Latinoamérica

Mercuriales América Ladina

Por Arturo Guerrero

La debacle de los partidos políticos viejos es patente en Latinoamérica. Una sepultura ilustre les acaba de otorgar el presidente Lula del Brasil, desde el país que en sí mismo es un continente dentro del continente. Su enorme triunfo electoral era el gramo de oro que faltaba para hacer inclinar la balanza a favor de los pueblos.
Una semana atrás, el coronel Lucio Gutiérrez había roto las encuestas en Ecuador, porque esas encuestas no se habían tomado la molestia de entrevistar a los indios, que dos años y medio antes habían tumbado a un presidente corrupto, en alianza con los militares de este coronel.
En Argentina los políticos no saben dónde esconderse. Sus sufridos compatriotas no les perdonan haber ofendido el soberano ego nacional. El PRI de México cayó, luego de siete décadas de mancillar la palabra revolución.
Venezuela sufre en medio de un antagonismo, fruto del fracaso de los partidos, capitalizado por el vocinglero coronel Chávez, quien a pesar de haber casado al mismo tiempo todas las peleas casables, todavía resiste en su discurso libertario.
Un indio, para mayor escarnio, líder de los sembradores de la hoja sagrada de coca, Evo Morales, estuvo a punto de ser presidente de Bolivia, y aguanta como reserva para las elecciones futuras, en las que puede levantarse como aymara andino coronado.
Un obrero, un indio, dos militares bendecidos por los pobres, los mismos pobres ahogados por la corrupción y por la hambruna, le están dando otra cara al continente de los quinientos años. Caen los partidos y suben los pensamientos que desde los años sesenta inquietan a las minorías contestarias, hoy convertidas en masas estragadas y airadas.
A lo largo del continente las multitudes se agitan, identifican las carcomas centenarias, echan a pique los vetustos oropeles, impulsan a los estrados líderes nacidos del barro, se aprestan para negociar cara a cara con los poderes del mundo inéditas maneras de dicha colectiva.
Y Colombia como isla, rodeada de vientos generosos, aquí apagados por una conflagración anacrónica. Igual que Centroamérica, franja donde hace dos décadas se ensayó y colapsó la vía revolucionaria armada, este país chapalea en charcos de sangre que alimentan únicamente a los vampiros.