2 de noviembre del 2002
Lula, un estadista latinoamericano
Heinz Dieterich Steffan
Rebelión
El triunfo electoral de Inacio "Lula" da Silva se debe a tres factores:
a) el proyecto estadounidense del Area de Libre Comercio de las Américas
(ALCA); b) los intereses de la burguesía de Sao Paulo y, c) la disponibilidad
de un sujeto político para una alianza nacional entre el capital y el
trabajo, el Partido de los Trabalhadores (PT). La futura presidencia de Lula
es, por lo tanto, el resultado de dos coyunturas objetivas y una subjetiva.
Las coyunturas objetivas no requieren de mayor explicación. El proyecto
anexionista de Washington, el ALCA, ha sido rebautizado oportunamente como el
"Area de Libre Colonización de las Américas". Se trata, en resumidas
cuentas, de la consumación de la Doctrina Monroe (1823) y del Corolario
de Roosevelt (1904), que pretende convertir a la Patria Grande de Bolívar
en una maquiladora regional militarizada de Wall Street, a fin de ganarle la
carrera por el plusproducto mundial a la Unión Europea.
América Latina como subsistema colonial de Estados Unidos significaría
el fin de los sueños subimperiales del Brasil que desde hace más
de un siglo son parte integral del software de las elites regionales brasileñas
y, particularmente, de la burguesía paulista. La burguesía paulista
es el factor de poder singular más importante del Brasil y, por lo tanto,
el "arbitro" sobre los proyectos nacionales que los diversos partidos políticos
pretenden implantar.
Fernando Henríque Cardoso, el altivo intelectual-presidente del país,
había negado en sus tiempos de sociólogo profesional la existencia
de esos sueños subimperiales en las burguesías de México,
Argentina y Brasil, sosteniendo sobre la base de sus investigaciones académicas
que ninguna de las tres clases dominantes querría ni podía jugar
un papel desarrollista nacional, porque habían aceptado su sometimiento
neocolonial al imperialismo estadounidense. Esto explica, porque durante su
presidencia neoliberal de ocho años entregó el país a las
transnacionales europeas y estadounidenses, llevándolo ---al igual que
su homólogo Menem en Argentina--- a la ruina económica estructural.
La misma política neocolonial de Cardozo fue la que finalmente desmintió
sus elucubraciones académicas, porque ante la amenaza de destrucción
clasista de la burguesía paulista por el ALCA, esas elites empezaron
a buscar desesperadamente un sujeto político capaz de salvarlas de la
aplanadora estadounidense. Y el único actor político disponible
para llevar a cabo tan enorme tarea, era el PT con Lula. De esta coyuntura nació
la alianza entre el partido del capital, el Partido Liberal, y el partido del
trabajo, el PT.
Como en las décadas de los cincuenta y setenta, el conflicto entre la
burguesía imperialista dominante y una burguesía nacional amenazada,
genera un intento de defensa estratégica y desarrollo entre amplios sectores
nacionales, desde estratos populares y sectores de clase media hasta fracciones
de la elite. Sin embargo, este tipo de alianzas es, por su propia naturaleza,
limitado en el tiempo, porque la inevitable radicalización de los sectores
populares y el enfrentamiento con la oligarquía en Washington tienden
a deshacerlas.
La elite estadounidense ha sido moderada en su reacción pública
frente al triunfo de Lula, porque una actitud más agresiva provocaría
el colapso de la economía brasileña que, a su vez, quebraría
definitivamente a la economía mundial. Pero no cabe duda que los representantes
del "fascismo perfumado" que hoy reina en la Casa Blanca y el Pentágono,
ven con malos ojos el reinicio de un proyecto nacional autónomo en América
Latina. El Secretario del Tesoro, Paul O´Neill ha afirmado que Lula debe demostrar
que "no es un loco" y los analistas de la Central de Inteligencia (CIA) describen
a Lula como la ficha decisiva en un dominó regional independentista que
amenaza a sus intereses estratégicos coloniales.
Con el triunfo de Lula queda claro que no sólo es un líder de
masas sino algo más: un hombre de Estado; entendiéndose por hombre
de Estado a alguien que tiene un proyecto estratégico viable y la capacidad
personal de su implementación táctica mediante un equipo y partido
eficiente. Lula cumple con los tres criterios y esto le confiere a priori un
papel de liderazgo regional, junto con la obligación moral y política
de formar un frente unido latinoamericano capaz de sobrevivir a los asfixiantes
intereses de Estados Unidos y la Unión Europea.
Las dificultades de esta tarea son enormes. La economía brasileña
está quebrada por la deuda externa e interna y no puede mejorar la situación
de las mayorías a corto plazo; el PT es un conglomerado de tres corrientes
políticas que disfrutan de considerable autonomía; la alianza
con sectores de la burguesía nacional es frágil y el nivel de
conciencia, movilización y organización de las mayorías
es deficiente.
Todo esto no imposibilita que el proyecto sea exitoso, siempre que Lula tenga
la audacia de plantear y convencer de su proyecto de desarrollismo proteccionista
al resto de los Estados de la Patria Grande. Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina,
al igual que Brasil, no tienen un futuro de autodeterminación posible,
si no es a través de un Mercosur ampliado, profundizado y democratizado.
A nivel de Estado, únicamente Brasil tiene el poder para construir esa
alianza. Y a nivel de la sociedad civil, sólo un gran movimiento latinoamericano
de masas ---vinculado al rechazo del ALCA--- tendrá la capacidad de imponer
a los gobiernos titubeantes ese camino bolivariano.
En la coyuntura actual, Brasil ha de convertirse en centro de gravitación
de la integración latinoamericana. En la solución de este problema
se mostrará si el segundo hombre de Estado más importante de América,
al lado de Fidel Castro, tendra la grandeza que la inconclusa tarea de Bolívar
y Martí requiere.