Raúl Zibechi
Brecha. Uruguay.
Como todo organismo vivo, los movimientos sociales cumplen un ciclo vital: nacen, crecen, se desarrollan, declinan y mueren. Desde esta perspectiva, el movimiento sindical uruguayo ingresó hace cierto tiempo en una etapa de declive y probablemente esté transitando hacia su muerte, por lo menos en su faceta de movimiento emancipatorio.
Toda agonía es dolorosa. Sobre todo cuando se trata del más importante movimiento del país, el que ha escrito algunas de las páginas más hermosas de la historia nacional. Sobre todo, cuando la conservadora sociedad uruguaya se empeña en optar por los fuertes: entre el Estado y los sindicatos, ha venido apoyando al primero, ya sea por desconfiar del "corporativismo" sindical o por defender a ultranza la administración estatal de la izquierda. .
"El naufragio siempre es el momento más significativo", escribió Fernand Braudel. Ciertamente, proyecta luz sobre el pasado, ayuda a comprender la travesía y las razones que condujeron a la ruina. Es ésta la segunda crisis de larga duración que vive el movimiento sindical uruguayo en sus poco más de 130 años de existencia. .
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LAS GLORIAS DEL PASADO .
Hace casi un siglo cuajó la primera central sindical (Federación Obrera Regional Uruguaya), que resumía tres décadas de incipiente movimiento obrero. A comienzos de 1920 atravesaba ya una profunda crisis. La excusa fue política: el triunfo de la primera revolución proletaria en Rusia disparó las diferencias en el movimiento, que se saldó con la división y la creación en 1923 de la Unión Sindical Uruguaya. En realidad, las diferencias político-ideológicas encubrían problemas mucho más graves: la concentración del capital, forma encontrada por los capitalistas individuales para enfrentar el enorme poder de los obreros especializados, redundó en la creación de grandes unidades industriales que aplicaron nuevas formas de organizar el trabajo (métodos tayloristas y fordistas) que hundieron al obrero de oficios. Con él se hundieron no sólo los viejos sindicatos sino toda una cultura obrera autodidacta, con sus ateneos, bibliotecas, cooperativas, centros de formación y discusión. .
Durante dos décadas el movimiento naufragó dividido, sectariamente enfrentado, enormemente debilitado. Apenas el 10 por ciento de los trabajadores estaba afiliado a los sindicatos. La crisis registró algunas de las peores escenas que vivió el movimiento obrero organizado. A la violencia del Estado contra los gremios se sumó la violencia entre militantes de las diferentes tendencias. Hubo muertos y heridos y cicatrices que nunca cerraron. Fue la corriente comunista la que tuvo la lucidez de vislumbrar que, en adelante, se trataba de sustituir los pequeños sindicatos por oficios por sindicatos de masas por ramas o empresas. .
Recién a comienzos de los años cuarenta el movimiento obrero salió de su larga defensiva. Contó con la inestimable "ayuda" del Estado neobatllista, industrializador, protector de la actividad sindical, y de una burguesía débil pero decidida a ampliar sus fábricas beneficiándose de una generosa política proteccionista. .
Los cincuenta y los sesenta fueron el momento de esplendor de este sindicalismo de masas. Fue capaz de unirse, procesando la unidad de abajo hacia arriba, algo infrecuente en la mayoría de los países. El Congreso del Pueblo y la creación de la cnt, a mediados de los sesenta, mostraron el camino a todo el movimiento social y desbrozaron la unidad de la izquierda. El programa del Frente Amplio de 1971 fue una fiel copia del que elaborara seis años antes el Congreso del Pueblo, de forma asamblearia y participativa. .
El de aquellos años no fue un movimiento idílico. A menudo, las diferencias se laudaban a cadenazos; las asambleas fueron muchas veces manipuladas; la lucha por los cargos fue tan implacable como el sectarismo. La violencia contra los rompehuelgas tuvo como objetivo compactar a los trabajadores y afianzar sus organizaciones. Héctor Rodríguez, por citar a uno de los dirigentes más queridos por todos los sectores, nunca dejó de recordar cómo en las huelgas textiles se "apretaba" a los carneros, con piquetes y hasta con palizas ejemplarizantes. Claro está, no había cámaras que registraran esas rencillas. Fue, por otro lado, un movimiento fuertemente ideologizado y partidizado, en el que la pugna por el poder, que se resumía en el control de las direcciones de los sindicatos y de la central, consumía buena parte de las energías. Pese a todos los problemas, era un movimiento pujante, en ascenso, que resistió una y otra vez la presión de un Estado que había hecho su opción por los ricos, aplicando medidas de seguridad contra huelgas obreras (que comenzaron a utilizarse ya en 1952, fecha que por otra parte sirve para echar por tierra las elucubraciones de los defensores de la teoría de "los dos demonios"). .
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DECLIVE Y HUNDIMIENTO .
Lo de hoy es otra cosa. Como en los peores tramos de su historia, el movimiento sindical agrupa a menos del 10 por ciento de los asalariados. Se trata de un sindicalismo de funcionarios estatales y empleados con trabajo fijo y garantías. No fue una opción de los sindicalistas, sino imposición de la cruda realidad: el terrorismo económico patronal impide la organización de la inmensa mayoría de los asalariados. .
La crisis del Estado benefactor, el fin de los consejos de salarios, la crisis industrial y de empleo y la flexiblidad laboral debilitaron al extremo a un sindicalismo que creció bajo el alero del Estado y tiene enormes dificultades cuando ese Estado emprende la retirada. .
El movimiento emergió extremadamente debilitado de la dictadura, y los intentos por refundarlo, que se mostraron de forma muy tibia durante el año que duró el pit (1983), fracasaron ante la aplanadora restauradora que supuso el retorno de los dirigentes, exiliados o liberados de la prisión, a los mismos cargos que habían ostentado. Fue una oportunidad perdida, "un gravísimo error", como no se cansó de repetir Héctor Rodríguez, entre otros. .
De la primera etapa del sindicalismo de masas, o sea del movimiento sindical anterior a la dictadura, quedaron en pie sus peores señas de identidad; entre ellas la partidización, que se convirtió en una forma de ascenso para llegar a ocupar cargos estatales, electivos o no. Las diferencias ideológicas ya no son importantes y las opciones partidarias que dividen corrientes no dividen actitudes; entre los llamados "moderados" y los "radicales" la opción partidaria es a menudo una forma de conseguir aliados para prevalecer en el aparato sindical y, en ocasiones, usarlo como trampolín para la defensa de intereses sectoriales, cuando no personales. .
Lo que está en crisis no es una u otra línea sindical, sino una cultura sindical, esa que nació hace ya 60 años. A partir de los noventa se fueron destapando sonados casos de corrupción sindical, que afectan tanto a dirigentes "moderados" como a "radicales", pero muy pocas veces los responsables fueron sancionados. Podría decirse, no sin razón, que la violencia actual es menor al lado de la que se vivió en el propio movimiento hace 30 años; que los piquetes siempre fueron una forma de defender las huelgas. Sin embargo, la amplificación exagerada y oportunista de los medios, que décadas atrás no existía, expone las peores facetas del movimiento ante la población. Además, la violencia actual, que no es patrimonio de ningún gremio, aparece huérfana siquiera de "justificación ideológica" y remite a la impotencia que provoca la crisis final de un tipo de sindicalismo corporativo e insolidario. .
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¿SIN SALIDAS? .
Existen enormes dificultades para enfrentar los nuevos desafíos. Quizá la mayor es que los cambios culturales -que de eso se trata- son lentos, requieren generaciones o sacudones brutales. Este sindicalismo nació bajo el pleno empleo y el auge de la industria. Ahora, la mitad de los asalariados naufraga en la desocupación, el empleo precario y la informalidad, y sus hijos nacen condenados a la exclusión. Un movimiento que sólo organice a los que tienen trabajo seguro, quizá menos de un tercio de los asalariados, como señala el dirigente gremial argentino Víctor de Gennaro, no puede ser otra cosa que conservador, insolidario y corporativo. Y funcional al sistema. .
Hay otras opciones que no pasan por la repetición del libreto, hasta desgastar las tradicionales formas de lucha, como el paro, la marcha y el reclamo a un Estado que ya no puede, si es que quiere, resolver los problemas de los trabajadores. No es fuera sino dentro del movimiento donde anidan los recursos para superar la situación actual. Incluso la fragmentación social, impuesta a sangre por el modelo que trajo la dictadura, ofrece sus oportunidades si se es capaz de articular las diferencias: incluir a las mujeres y a los jóvenes y correr a un costado la centralidad del varón cuarentón que ocupa el grueso de los cargos sindicales. Para eso, para abrir las puertas a las diferencias, además de una buena dosis de tolerancia y respeto, habría que aceptar que todo un imaginario ha caducado. El movimiento sindical puede rescatar las mejores tradiciones del pasado, aquellas que impulsaron a las organizaciones de los trabajadores a crear un mundo nuevo en el corazón del viejo, sin depender de nadie más que de los propios trabajadores. .