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Latinoamérica

24 de octubre del 2002

Privatizaciones en Perú y Chile

Raúl A. Wiener
Polítika

En el transcurso de una exposición realizada hace algunos días en la Universidad San Agustín de Arequipa, me plantearon las siguientes preguntas: ¿por qué cree que las privatizaciones han funcionado bien en Chile y mal en el Perú?, ¿cuál sería el secreto del neoliberalismo de los chilenos?. Creo que el tema inquieta a muchas personas, por lo que me parece conveniente compartir la respuesta que entregué en esa ocasión como elemento de debate. La desdoblo en tres secciones:

El desarrollo previo: es una historia que se remonta hacia casi doscientos años atrás. No fue una casualidad que con mucho menos población, territorio y recursos, Chile derrotara militarmente a Perú y Bolivia. El adelanto sureño sobre el Perú que data casi desde los albores de la república, ha tenido que ver con cohesión social interna, objetivos nacionales, instituciones políticas fuertes. Esta fue su marca, mientras aquí cundía el caudillismo, el militarismo y la corrupción del poder En los años 1950 y 60, teníamos un vecino mucho más industrial que nosotros, aplicando reciamente la política de sustitución de importaciones y promoción del mercado interno, al punto que la filosofía de la CEPAL se identificaba fácilmente con su sede en Santiago de Chile. Muchas empresas públicas del período pre Pinochet, en el sector servicios, industrial y más tarde en el minero, alcanzaron niveles apreciables de eficiencia, fiscalizadas por un Estado que las consideraba pieza crucial para el logro de los objetivos de desarrollo. Varias de estas unidades,. Como las del agua y la energía, son presentadas ahora como "modelos de la privatización", pero su calidad estaba establecida antes de su venta. De igual modo los males de la industrialización periférica: inflación, déficit público, desequilibrio ciudad-campo, etc. se presentaron mucho antes en Chile que en nuestro país. Nosotros caminamos con un retraso de alrededor de veinte años en todo orden de cosas. Aquí el industrialismo llegó tardío y con mayor carga ideológica, y su crisis resultó tan fulminante que nos hemos quedado con el trauma para toda la vida.
Neoliberalismo militar: el régimen de Pinochet aplastó a la izquierda, reprimió a los trabajadores e impuso el orden a sangre y fuego. Triunfaron las derechas tradicionales. De pronto, sin embargo, descubrieron que aparte del orden y la defensa de sus privilegios, carecían de programa. Los socialistas habían ganado a la mayoría del país a la idea de que el control de los principales recursos y la participación popular harían una sociedad más rica y más justa. La derecha afirmaba que eso agravaría la crisis y había hecho lo posible a través del boicot, para que eso sucediera. Pero ellos sabían que la crisis ya estaba instalada, aún antes del gobierno popular de los 70, por lo que no había forma de ir hacia atrás. De allí surgió, después de los primeros años de oscuridad represiva, regresión social y falta de perspectivas, el proyecto neoliberal de finales de los 70 inspirado en estudios realizados en universidades norteamericanas que darían también fundamento al giro de las políticas económicas y sociales durante los gobiernos Thatcher y Reagan que cambiarían la historia del mundo. El neoliberalismo chileno fue un ensayo precursor en América latina. Y cuando se inició no habían aún las condiciones para que las transnacionales se apropiaran totalmente de él. Las privatizaciones chilenas, por ejemplo, contribuyeron directamente a fortalecer a una burguesía nacional que ya tenía una historia de acumulación de capital y que resignó rápidamente la pérdida de posiciones en la industria por la apertura del mercado, ante la posibilidad de reforzarse en la banca, los servicios, la agricultura y las exportaciones. El negocio de comprar empresas públicas en países periféricos se hizo evidente con la experiencia chilena. Desde allí, los grandes capitales mundiales vuelven la mirada hacia nuestros países y se apoderan, con la ayuda del FMI, de todo el proceso. El carácter relativamente nacional del neoliberalismo chileno, le ha permitido sacar ventaja no sólo al Perú, sino a países como Argentina y Brasil, con mercados mucho más grandes y recursos naturales incomparablemente más vastos. El esquema instaurado en tiempos de Pinochet ha reforzado la competitividad de Chile en los mercados internacionales y expandido una clase media más amplia que en otros países asociada al modelo. Por ello ni con la socialdemocracia en el poder ha habido forma de revirarlo. Allí sigue enterito después de casi dos décadas.
Las debilidades del modelo: los costos originales del neoliberalismo y la privatización en Chile fueron muy severos, aunque no se hable mucho de ellos. La capacidad industrial y el empleo se destruyeron en masa. Lo mismo en la privatización y reforma del Estado. Las brechas sociales se agrandaron y se hicieron insalvables. La concentración de capital se tornó insultante, mientras que los bolsones de pobreza y exclusión se convirtieron en una sistemática negación de una sociedad con pretensiones de haber encontrado la vía justa para incorporarse al primer mundo. La clase media consumista fue arrastrada a un endeudamiento masivo atrapada en el círculo vicioso de las refinanciaciones. La política de control de cambios a su vez ha ayudado a sostener la inflación a la baja, pero ha sido a su vez una de las causas de estrangulamientos periódicos del crecimiento. Si se ve en perspectiva, además, resulta mucho más probable que diversos aspectos del modelo chileno se contagien de elementos del peruano, argentino o brasileño, que ocurra lo contrario. Tómese el caso de la transnacionalización, en el que a pesar de las barreras de abierta ingerencia en el mercado, impuestas por la legislación y la conducta de las autoridades sureñas resulta evidente el avance de propiedad del capital extranjero. Es el caso de las eléctricas, las mismas que compraron en Perú durante la ola privatizadora de Fujimori, y que luego terminaron compradas por inversionistas españoles. También es hacia donde va la flexibilización en la exploración minera.
Otro aspecto es el de la corrupción (sobornización, como la llama Stiglitz), a la que los chilenos parecían resistentes por puro sentido de eficiencia puritana en la acumulación de capital. Nosotros hemos por aquí visto los casos Luchetti, Lan-Perú y otros, protagonizados directamente por inversionistas chilenos que imaginan poder mover jueces e influencia pública a su regalado gusto, como para saber que nuestro vecinos serán cualquier cosa menos santos impolutos.
La conclusión que se extrae es la siguiente: la comparación entre experiencias neoliberales y privatizadoras favorece a Chile respecto a Perú, por diferencia en los puntos de partida del desarrollo y por mayor manejo nacional del modelo. En última instancia porque en el sur fueron industrialistas y aperturistas, siempre antes que nosotros. Deberíamos aprender por tanto lo bueno de la experiencia del otro que es trabajar con sentido de nación, con objetivos económicos, sociales y geopolíticos. Y lo malo de nuestra propia historia, que es tratar de seguir políticas de imitación, que normalmente conducen a fracasar mucho más rápido en el intento y a potenciar los elementos negativos de la experiencia ajena.