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Internacional

17 de abril del 2002

Negociación y medios de comunicación

Jabier Lertxundi
La Haine

Hace tiempo viene afirmándose que en la civilización de la informática, los media han incrementado su importancia y alcanzado la categoría de «cuarto poder», uniéndose así a los típicos poderes fácticos reconocidos, formados por el poder militar, el poder económico y el poder ideológico ­representado fundamentalmente por las doctrinas religiosas­. Si bien esto es así, en realidad habría que puntualizar la reflexión en el sentido relativo a la servidumbre de los medios de comunicación ante quienes los mantienen; que no son otros sino los citados poderes fácticos tradicionales. Sin embargo, esta actitud servil no les inhibe de la responsabilidad contraída. De esta manera, en aquellas cuestiones donde existen percepciones sociales divergentes, los media intentan condicionar ­a través de las noticias aparecidas en ellos­ las soluciones que se deben adoptar para superar la situación de conflicto; correspondiendo así a su servidumbre con los poderes establecidos. En consecuencia, su acción mediática deja de ser independiente y es lícito preguntarse acerca de la acción formativa de los medios de comunicación en los asuntos concernientes a los estados de opinión. En este sentido, se hacen eco de los procesos de negociación abiertos en el mundo y, según sus intereses concretos, van creando una opinión generalizada sobre la marcha negativa o positiva de los mismos.
Esta acción de los media se revela especialmente determinante en aquellos países pertenecientes al primer mundo, donde el avance tecnológico permite un bombardeo mediático ininterrumpido y el asentamiento de los mensajes subliminales como si de ciencia política se tratara. De este modo, se crean corrientes de opinión adecuadas a los intereses de los poderes fácticos, y luego se realizan encuestas para demostrar la certeza de las aseveraciones propugnadas desde los ámbitos del poder. Con ello, amordazan al espectro social menos concienciado y se aseguran la continuidad de la acción política represiva aplicada sobre el sector disconforme. Pero para lograr el triunfo total, necesitan aún más; precisan de la asimilación de la derrota por sus propios enemigos; y, cuando lo consiguen, se avienen a la negociación de las condiciones de la paz. Entonces no les importa lo más mínimo utilizar sus medios de comunicación en sentido inverso; es decir, presentando a los vencidos como vencedores y viceversa. Este sibilino proceso determina que, si la penetración mediática en el contexto de la negociación política emprendida por quienes se han rebelado es adecuada, los propios implicados se sientan optimistas cuando están dispuestos a aceptar dejaciones de su proyecto político, y pesimistas ante la posibilidad de seguir defendiéndolo en su integridad. Pero la perversión de los hechos no se queda en la simple renuncia, sino que la influencia mediática anima a los renunciantes para que achaquen a los íntegros la irresponsabilidad adquirida por quienes luchan por la destrucción de un proyecto emancipador para un pueblo. Es entonces cuando se encuentran establecidas las condiciones para la denominada «caza de brujas»; preparándose un escenario final en el que las cabezas de los luchadores por la paz sean presentadas a los verdugos por sus propios ex compañeros de lucha. La táctica utilizada es antigua, aunque los medios audiovisuales y electrónicos sean modernos, ya que así ha sucedido a lo largo de la historia política de los imperios conocidos. De hecho, los poderes fácticos siempre se han basado en la traición para derrotar a los proyectos emancipadores de los pueblos; y, en consecuencia, aplicando la represión de manera progresivamente selectiva.
También sucede lo propio en los procesos negociadores que se encuentran hoy abiertos; buscando desde los poderes fácticos ceder el mínimo en las exigencias planteadas ­aun reconociendo su legitimidad­ y utilizando para ello profusamente la herramienta mediática. Así, la famosa frase «Roma no paga a traidores» mantiene plena vigencia ­aunque se les pague­; pues quien detenta el poder sabe que la persona íntegra ni se compra ni se vende, y el traidor es despreciable precisamente por haber calculado el precio de su derrota. En este contexto, la resistencia a la avalancha mediática se torna imprescindible. Aprender a convivir con unos medios de comunicación que se suponen neutrales, en función de la libertad de prensa, cuando en realidad responden a unos intereses muy determinados, requiere un esfuerzo mental extraordinario; pero hay que hacerlo. Así, un luchador por la paz debe aprender a traducir las noticias recibidas; no dejándose llevar, por el hecho de resultar más fácil de asimilar, por la comodidad de alimentarse mentalmente mediante la manipulación interesada. Pero la actitud resistente no es suficiente, también es necesario asimismo potenciar los medios de comunicación propios, donde la traición sea explícitamente denunciada; evitando con ello su extensión y su sumisa colaboración en el proceso de paz abierto. Lógicamente, los poderes fácticos intentarán impedir la transmisión de los mensajes emancipadores y coartarán su difusión; empleándose violentamente en su contra. Hecho represivo que no hace sino afirmar la corrección del planteamiento de la insumisión informativa.
En conclusión, dos son los caminos fundamentales a transitar. El primero basado en la resistencia y el segundo en la construcción de alternativas; considerando que lo más importante para conseguir el reconocimiento socio-político de un proyecto justo, consiste en mantenerlo vivo. Consecuentemente, la propuesta expuesta requiere de personas tenaces e inteligentes. Efectivamente, en estas circunstancias difíciles por lo incómodas que resultan para una sociedad económicamente desarrollada, los pulsilánimes y los necios no tienen cabida en el bando emancipador; considerándose imprescindible el reciclaje ­para su posterior aprovechamiento­ de quienes han perdido vitalidad o no disponen de los conocimientos suficientes para afrontar esta nueva situación.
(*) Ldo. en Ciencias Políticas y doctorando en Economía