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26 de abril del 2002
El fascismo ha regresado a Italia
Dario Fo
Clarín
Los intelectuales no advierten la gravedad de lo que ocurre en el gobierno
de Silvio Berlusconi. Es necesario denunciar la vuelta de un oscuro ejercicio
del poder.
Italia nos ofrece el espectáculo del desaliento: le falta
impulso, interés, pasión. En París, asistí hace
poco a un encuentro con intelectuales y artistas y allí observé,
en cambio, una voluntad impresionante de participar, de involucrarse, de comprometerse,
como se decía antes.
En Italia, asistimos a una serie ininterrumpida de aberraciones e hipocresías
de los más diversos grupos políticos que se adaptan al clima del
fascismo, llegando casi a retomar sus palabras y sus gestos. Usan el mismo repertorio
proclamando los mismos términos: libertad, esfuerzo, patria, Italia,
defensa de la raza, cultura de nuestra civilización, civilización
originaria.
A todo esto se suma el llamado "conflicto de intereses". Ni siquiera el propio
Mussolini había hecho semejante política de reparto de privilegios,
ni para él ni para los que aceptaban la lógica del régimen
(dejando de lado la elección de Fiat como jefe de filas de la industria
nacional).
Hoy, tenemos a un Agnelli que, viendo de qué lado soplaba el viento,
cambió rápidamente de opinión; igual que los bancos, las
grandes empresas financieras, etc. Frente a ellos, lo que hay es un vacío
miedoso, absurdo, de la oposición, que parece inexistente. Es cierto,
y podemos constatarlo: nuestro papel es el de simples disidentes que tratan
de llenar el vacío de la oposición política.
Vi el congreso de la DS: parecían paralizados. "Cambiemos o moriremos",
proclamaron. Y, después de decirlo, se quedaron como estatuas de sal.
Cuando vemos a un personaje como Pierferdinando Casini, presidente de la Cámara
de Diputados, hacer una declaración que pertenece directamente a la izquierda
como: "Antes de cambiar algo en la RAI, hay que resolver primero el conflicto
de intereses", la locura es total.
Quien dice esto es un hombre de derecha, que tapa de esa forma la voz de una
izquierda que no existe y que no obstante debería expresarse a través
de debates, encuentros, manifestaciones; en suma, estar presente.
Nos hallamos ante esta situación absurda de oír cómo Casini
dice a sus partidarios: "Basta, no exageren". Aunque, acto seguido, todo se
arregle con alguna payasada o con nada; de esa forma lograron hablar en el lugar
de la oposición.
Pero también vemos que se manifiestan algunos movimientos nuevos —sobre
todo entre los estudiantes, los jóvenes obreros e incluso los mayores—
que parece hacer revivir, con su participación amplia y generosa, el
agua de la resurrección. Diría incluso, en el sentido católico
del término, el agua de la purificación. Movimientos que dan prueba
de una renovación maravillosa.
Pero sucede que, en vez de ir a su encuentro, de apoyarlos, aplaudirlos, la
izquierda se aleja de ellos como si le repugnaran. El día de la gran
marcha de la paz contra la guerra, prefiere ir a hacer su asado y agitar banderitas
para saludar a la flota que zarpa para Oriente. Y son los mismos, no lo olvidemos,
que son responsables de la primera liquidación de la escuela pública,
proyecto contra el cual los jóvenes, docentes y representantes de las
familias democráticas habían manifestado bajo la consigna de "no
a la transformación de la escuela en empresa privada". Antes de crear
otra escuela, la escuela privada, preocupémonos por volver a poner orden
en la que ya existe, la escuela pública.
Bromas absurdas
Lo mismo vale para la posición sobre la guerra. Los representantes de
centroizquierda, para matizar su adhesión, habían implorado: "Cuidado,
no hay que castigar a la población, evitemos causar daños y víctimas
entre los inocentes". ¡Cuidado! ¿Es una broma? A esta altura, es notorio que
90% de las víctimas son inocentes, como nos lo explicó Gino Strada.
Y se sabía perfectamente que así sería.
Se ha hecho el cálculo de que estos tres meses de bombardeos causaron
más de 3.000 víctimas civiles, o sea, como mínimo la misma
cantidad que en las Torres Gemelas, sin contar todas las víctimas ocasionadas
por los desórdenes en las ciudades que sufrieron destrucciones atroces,
ni las víctimas invisibles, los muertos invisibles, como dice Strada,
cuyo número es aterrador:
miles de huérfanos cuyos padres fueron despedazados por los bombardeos,
los misiles antipersonal y las bombas que, lanzadas desde los aviones, no estallaron.
Sobre un inmenso territorio sembrado de millones de minas, se estima que harán
falta dos siglos para limpiar esa tierra torturada.
¿Y todo eso para qué? Para una victoria de los Pashtún que recuperaron
de los talibanes la producción de adormidera, el opio que en Pakistán
encuentra las bases para ser refinado y transformado en heroína. Lo cual
significa una enorme reactivación del mercado, el reciclaje de lo producido
por el tráfico en bancos de negocios estadounidenses —y no solamente
ellos— , el círculo vicioso de la financiación del terrorismo
por parte de los bancos europeos y estadounidenses.
Volviendo a Italia, a esa reunión parisina sobre el ocaso de la democracia,
que se manifiesta sobre todo en nuestro país, quiero decir algo que parece
una provocación: no me gustaría que el hecho de verme obligado
a ir a París para pronunciar un discurso que apele a un mínimo
de reflexión, de eco, de atención, pueda llegar a ser comparable
a lo que sucedía en los tiempos en que nacía ese otro gobierno
absolutista del que hablaba mi padre —él, que, de joven, fue refugiado
político en Francia—. Me impresiona oír decir a los sobrevivientes,
testigos de esa época, que les parece estar reviviendo los años
1920, los años del nacimiento del fascismo.
Por otro lado, uno lee el diario y ve al abogado de Berlusconi que se permite
abandonar la sala del tribunal gritando: "¡Ya no hay Justicia!" Y los abogados
que se suman a los de Berlusconi para reclamar la intervención del ministro
de Justicia, de la Liga del Norte, perro guardián de los intereses del
gobierno de Berlusconi.
Nos hallamos ante la paradoja más absurda, digna de Ubu Rey, la farsa
de lo imposible: se hacen leyes expresamente para el rey, se eligen ministros
en su corte, y ellos defienden únicamente sus intereses. Y el público
aplaude.
En el mejor de los casos, alguien emite algún pequeño eructo de
indignación. Todo eso expresa una clara conciencia, tanto en el "Cavaliere"
como en sus empleados, de tener en sus manos todos los poderes, de gozar de
una impunidad absoluta. Es la lógica del "Nunca iremos a la cárcel".
Garantizado por el palafrenero. Oí decir a un miembro del gobierno que
organizarían un encuentro con la centroizquierda: "En una mano llevaremos
una rama de olivo y en la otra el revólver". Textual.
Hay otro sol
Sin duda, el nuevo fascismo ya está aquí, en su lenguaje, en sus
expresiones: primero la empresa-Italia, después el partido-empresa, que
convierte a todos en empleados de la sociedad, con el gran manager en el medio.
"¡Abajo los vencidos!", era ya una expresión fascista. Hoy, basta ver
los gestos, las palabras, las actitudes, la arrogancia de estos gobernantes
que golpean la mesa con el puño, que gritan: "¡Me están rompiendo
las pelotas!", ¡Los echo de la empresa!" (como el ministro de Comunicación),
o incluso "¡Fuera los árabes!". "¡Que se vayan a hacer sus asquerosas
mezquitas a otra parte! ¡Que se queden en sus ghettos!" Vaya una idea novedosa:
el ghetto, para los que son diferentes, para los que no se ajustan a la norma.
A veces, me angustio ante la situación. Una melancolía sorda.
Sigo haciendo teatro, sin duda, y en nuestro trabajo tenemos la posibilidad
de reducir esos discursos a cenizas, y el público reacciona, pero sabemos
perfectamente que se trata de un público que se seleccionó a sí
mismo.
Lo más bello es esa ola magnífica, ese sol que aclara la visión
de esos jóvenes que se agitan y a los que hay que ayudar, informar, decir
la verdad.
Pero en la actualidad no tenemos a ningún Jean-Paul Sartre que vaya a
expresarse a las universidades, como lo hizo en 1968, cuando dio una conferencia
sobre el teatro de situación, el teatro político, el teatro popular,
citando, para terminar, las palabras de Savinio: "¡Oh, hombres, contad vuestra
historia!"
Hoy ya ni se habla de hacer la crónica del presente ni de mostrar la
mentalidad de la época. Y casi todos los directores de cine y teatro
no sólo son, gracias a ágiles cambios de camiseta, hombres de
derecha más o menos recientes, sino que la mayor parte de los intelectuales
están como dormidos, o en todo caso fingen no estar presentes, tener
otra cosa en qué pensar.
Dario Fo es premio Nobel de literatura
Copyright Clarín y Le Monde, 2002.
Traducción de Cristina Sardoy