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25 de abril del 2002
Las elecciones presidenciales francesas de 2002
El premio de la lotería
Norman Madarasz
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
La Constitución de la V República francesa, redactada por
el General Charles de Gaulle, fue adoptada por un referéndum en 1958.
Institucionalizó una separación de poderes requerida por de Gaulle
para legitimar la forma en la que llegó al poder, es decir mediante un
golpe blando, no violento. Al acontecer los disturbios causados por los franceses
de Argelia en las calles de Argel en mayo de 1958, la Guerra por la descolonización
comenzó a afectar la estabilidad de Francia.
Los militares se tornaron hacia de Gaulle, que estaba en retiro, esperando que
realizara una rápida represalia contra el Frente de Liberación
Nacional de Argelia. Obtuvieron la represalia, aunque fue insuficiente para
mantener a Argelia dentro del redil del gran imperio republicano francés.
Con la alianza con de Gaulle, los militares pudieron organizar un cambio fundamental
en el Estado francés a través de un proceso político aceptado
por la Asamblea Nacional. En caso de oposición de las fuerzas políticas
progresistas de Francia, los militares respaldarían a de Gaulle con un
plan para asegurar las instituciones republicanas del país, que involucraba
el lanzamiento de paracaidistas sobre París para tomar el control de
los principales puntos de ingreso a la capital. Finalmente, no se necesitó
semejante invención violenta. De Gaulle continuó con una gloriosa
presidencia y terminó por abandonar el poder en 1969 después de
sufrir una derrota en un referéndum sobre proposiciones relacionadas
con la regionalización y la reforma del Senado.
Según la Constitución de 1958, el Presidente es elegido por un
período de siete años, y se realizan elecciones legislativas con
intervalos de un máximo de cinco años. Estableció sobre
todo un fuerte control presidencial del gobierno. El Presidente nombra al jefe
de la administración ejecutiva, el Primer Ministro, el que pasa a presentar
el gabinete que ha seleccionado para que lo apruebe, generalmente un asunto
de protocolo.
En el evento de una crisis nacional, como había estado ocurriendo desde
1954 con la guerra de Argelia, o durante las huelgas generales del sector público
en 1995, el Presidente puede elegir entre un cambio de gobierno o la convocatoria
a elecciones legislativas anticipadas – todo disfrazado de una voz abstracta,
no partidaria. Es un motivo por el cual es erróneo pretender, como lo
hacen muchos observadores anglo-estadounidenses, que la posición del
Presidente sea similar a la del Rey, pero con una nueva vestimenta de modisto.
En realidad, la posición del Presidente representa la encarnación
de la "Idea" política en su sentido filosófico. Recordemos que
en el siglo XVIII, la 'res publica,' o 'cosa pública,' concretizaba el
principio por el cual el contrato social de Rousseau lograba legitimidad como
proceso político.
En última instancia se puede considerar el republicanismo de de Gaulle
como fundamentalista. Después de todo, retornó a las bases filosóficas
de la república para conectarlas con la Idea trinitaria por la que fue
auspiciada: libertad, igualdad, fraternidad. Esto es también lo que lleva
a cada presidente a distanciarse del partido que lo ha llevado al poder. Aunque
los orígenes evocadores de un golpe de la V República constituyen
sólo una de las tantas omisiones históricas que obsesionan la
sensibilidad francesa, su evolución, incluyendo los momentos más
abruptos de mayo y junio de 1968, sacó a Francia de la inestabilidad
política que ha continuado persiguiendo hasta hace poco a un país
como Italia. La Constitución tuvo nuevos brotes cuando el Presidente
Francois Mitterand, uno de los críticos más acerbos en 1958 de
de Gaulle –y de la V República, fue obligado a compartir el poder con
la centro-derecha durante gran parte de sus 14 años en el poder. Ahora,
cuando los resultados del voto presidencial de 2002 ponen a prueba la Constitución
hasta el límite de lo posible, Francia ha sido agraciada con una increíble
sorpresa.
Por cierto, los más preocupados entre los franceses son los medios de
comunicación y la prensa. Ninguno de ellos, ni siquiera los partidarios
del Frente Nacional, hubiera apostado por este resultado tan poco usual. Por
el choque sufrido ante su crítica ineficiencia, los medios impresos y
televisivos franceses están emitiendo olas de pánico en una población
de la que sólo se puede decir que está irritada por las ondas.
El domingo por la noche, y durante todo el lunes, surgieron espontáneas
manifestaciones pacíficas, de miles de personas, por toda Francia. Los
más visibles entre los manifestantes son los jóvenes. Protestan
contra los resultados de la campaña electoral más prosaica en
la historia francesa, que ha permitido que el candidato del Frente Nacional,
Jean-Marie Le Pen, elimine al Primer Ministro socialista saliente, Lionel Jospin.
Según las reglas electorales francesas, las elecciones presidenciales,
un voto directo por el candidato, tienen lugar en un proceso electoral en dos
etapas. Los dos finalistas con más votos, se enfrentan por segunda vez
en una segunda votación, motivo por el cual Le Pen ha logrado confrontar
al actual Presidente Jacques Chirac en la elección por la máxima
responsabilidad. El proceso permite que se forjen alianzas en el período
de dos semanas entre las votaciones, garantizando un voto mayoritario. Aunque
es poco probable que el Frente Nacional obtenga la victoria, Francia sigue enfrentando
por primera vez desde los años 40 la perspectiva de ser gobernada por
la extrema derecha.
En las elecciones de este año hubo un número récord de
candidatos, en total 16. Los primeros tres estuvieron a 2 puntos porcentuales
de uno del otro: el actual Presidente, Jacques Chirac, logró un 19,67%,
Jean-Marie Le Pen obtuvo el segundo lugar con un 17,02%, apenas más que
Lionel Jospin con un 17,01%. Pocos en Francia hubieran esperado que el vociferante
extremista de derecha Le Pen seguiría mejorando su posición, como
lo ha hecho desde que fue elegido por primera vez a la Asamblea Nacional en
1956, formando el partido Frente Nacional en 1972. El que lo haya logrado, sin
embargo, debe ser visto teniendo en cuenta la perspectiva del candidato presidencial
victorioso: la abstención.
Estimada en un 28,4%, con un 3,37% adicional de votos en blanco o descalificados,
es un evento notable, aunque no enteramente sorprendente, incluso en la cuna
de la política moderna.
Los jóvenes y los intelectuales progresistas franceses se han cansado
de la deslucida escena política francesa. Las sucesivas "cohabitaciones"
han acercado al Partido Socialista al Rassemblement pour la Republique (RPR)
de centro derecha. También llevó hacia el apoliticismo las
voces de aquellos que tenían dudas sobre la desaparición de la
división entre la Izquierda y la Derecha proclamada por los medios. Sin
embargo, muchos jóvenes franceses comparten una idéntica creencia,
su desdén hacia el Frente Nacional de Le Pen. Pero el hecho que ese partido
haya terminado en segundo lugar es un resultado directo de la decisión
de la juventud de boicotear esta primera vuelta de las elecciones –por lo menos
porque iban a resultar en una segunda elección entre Chirac y Jospin.
A pesar de todo, el proceso político francés podría haber
absorbido esas actitudes abstencionistas si no fuera por la división
que también ha ocurrido en la Izquierda electoral. Ya que los descontentos
con la globalización protestan contra la autosatisfacción del
equipo de Jospin durante todo su período, el Primer Ministro ha considerado
los resultados como un rechazo de su contribución política personal.
La ironía es que ha sido sancionado por razones que probablemente no
tienen nada que ver con lo que incumbe a su mandato bajo la Constitución.
La recompensa, por contraste, ha sido cosechada por un político profesional
cuya inmunidad presidencial lo ha protegido hasta ahora contra un importante
escándalo de corrupción. Además, los obstáculos
que bloquean la investigación han llevado a las renuncias recientes de
dos de los principales jueces del sistema penal francés. En última
instancia, tiene algún sentido el dicho que sólo los socialistas
han sido capaces de lograr que Jacques Chirac se vea lo mejor posible. En este
momento, el señor de Correze debe estar contando sus buenas estrellas.
La campaña de Jospin fue realizada en una época en la que la toma
de posiciones políticas aumenta los riesgos del juego político.
Francia ha sufrido una ola de violencia anti-israelí que, para todos
los fines posibles, no puede ser diferenciada de actos antisemitas. Esto llevó
a los medios y a los especialistas del efecto a darle un toque de 'l'exception
francaise' al tema predominante que influencia la política mundial en
la actualidad: el terror. Pero Francia es una nación demasiado rica en
historia para aprovechar simplemente ese manto barato estadounidense
para un gobierno incompetente, que ahora deshonra a la administración
Bush. Fue, después de todo, el compromiso de Robespierre con la virtud
que aceleró el deslizamiento macabro de la guillotina y confirió
por primera vez a la progenie la etiqueta del 'Reino del Terror'– nada menos
que como un rasgo positivo. Los franceses improvisaban sobre el tema del día
con una convergencia de preocupaciones, condenando la "inseguridad" en su lugar.
A pesar del hecho que en realidad los homicidios, según las estadísticas
oficiales francesas, han disminuido durante el período de Jospin, el
elevado desempleo y la pobreza en las torres de apartamentos de los suburbios
de las principales ciudades de Francia parecen haber preparado la escena para
una película de otro tipo.
¿Y qué hay con Monsieur Le Pen? Un antiguo legionario, que combatió
en las guerras coloniales franceses de Indochina y Argelia, tiene la apariencia
física de los que apoyaron a de Gaulle en 1958. Condenado por asalto
contra una candidata socialista en 1997, que llevó a su exclusión
de todo puesto público durante un año, odia en realidad aún
más a la coalición de centro-derecha representada por Chirac.
Son los que le han impedido conseguir la legitimidad política, apoderándose
de manera oportunista de sus temas de campaña cada vez que necesitaban
acumular electores que se encontraban más a la derecha.
A pesar de todo lo que trabajan sus hermosos agentes de relaciones públicas
y prensa –incluyendo a BB Brigitte Bardot– por insertar su racismo en el nuevo
'nacionalismo,' y cómo trabajan los dialécticos del Frente Nacional
por perfeccionar sus fragmentarias interpretaciones históricas, su pasado
político proyecta toda la dimensión del papel que implica la mística
del individuo. Lo vi hacer un discurso en la estatua de Juana de Arco en el
Día del Trabajo de 1991, del que se apropió tal como lo hicieron
sus maestros italianos y alemanes de otra época. Toda la escena, con
estandartes medievales brillando bajo el sol primaveral, recordaba realmente
bastante a "Los caballeros de la mesa cuadrada" de Monty Python. La expresión
en las caras de sus guardaespaldas skinheads me recordó rápidamente
que esos señores carecen claramente de todo sentido del humor.
Si uno se basa en estándares norteamericanos, hay muy poco de qué
asustarse. Por cierto no está más a la derecha que el barrunto
de visión política de George W. Bush, o de su equivalente canadiense
Stockwell Day (que está siendo reemplazado por él mismo). Representa
'la France profonde' exactamente como esos dos sermonean en nombre del Cinturón
Bíblico y del Canadá Conservador. Y, comparado con Ariel Sharon,
es un muñequito de Ken–doll. Probablemente la principal diferencia
tenga que ver con su nostalgia por el brillo de las botas de la SS, en lugar
de la velocidad high-tech del poder de EE.UU. Aunque Le Pen no sea un amigo
de la población judía de Francia, para no hablar de Israel, su
azote principal es la amplia población magrebí norteafricana de
Francia. Los puntos de vista de Le Pen son, en realidad, más fieles al
verdadero sentido del 'antisemitismo': odia a todos los extranjeros del Sur,
del Medio y del Este, no importa si son judíos o árabes y punto
aparte.
Que Le Pen haya terminado segundo no es más que un asunto de suerte,
relacionado con el sistema de voto directo. Hace cinco años, su partido
casi implosionó a causa de una lucha por el poder con su número
dos, Bruno Megret, que representa el ala 'intelectual'. Sólo con un gesto
para hacer las paces pueden lograr combinar votos para llegar a un 20%. Por
escandaloso que pueda parecer esa cuenta, lo que ha causado la mayor ansiedad
entre los franceses ha sido la aterradora caja de Pandora que se acaba de abrir
–y lo saben. Mientras los partidos políticos corretean a unirse tras
el candidato Chirac, y los medios tartamudean tratando de explicar cómo
calcularon mal las tendencias en la elección, la población está
desconcertada por un espectáculo que no es enteramente desconcertante.
Los políticos convencionales están implorando a la gente para
que mantenga su 'sentido común' y que devuelva el poder a un presidente
que apenas ha logrado un 20% del voto popular y que carece de toda visión
política fuera del tipo de oportunismo que todos atribuimos a la profesión
más antigua del mundo.
Lo que es más importante, toda la población de Francia sabe que
Monsieur Chirac tiene una acusación por corrupción pendiente desde
los años de su régimen absolutista sobre el ayuntamiento de Paris.
Puede suceder que tenga que enfrentar esas acusaciones, como le sucedería
a todo francés promedio, si y cuando deje el poder. Los que están
descontentos y disgustados por la corrupción de la política francesa
ya han rechazado a Chirac y a sus compinches burócratas. Es la cólera
de los que van a continuar haciéndolo –como Arlette Laguiller, dirigente
de 'Lutte Ouviere' (Lucha obrera), que ya se ha negado a entregar sus 5,72%
–la que llevará a Francia a temblar durante la próxima quincena.
Lo que está en juego depende de la suposición de hasta qué
punto los franceses en su conjunto están dispuestos a demostrar su 'sentido
común'.
Antes de irse a Brasil, Norman Madarasz vivió en Francia, donde hizo
su investigación doctoral en filosofía y en ciencias sociales
bajo la supervisión de Alain Badiou. Espera comentarios en: normanmadarasz@hotmail.com