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12 de marzo del 2002
Huelga de hambre en las prisiones turcas
Morir de hambre para no morir de soledad
Nedim Gürsel
Le Monde Diplomatique
Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano
Por el puente de Gálata en Estambul una anciana camina entre la
multitud. Lleva una pancarta en la que se puede leer: "Mí hijo Nâzim
Hikmet está en huelga de hambre. Yo, también, quiero morirme".
La foto está tomada un día de primavera, los árboles de
la Pointe-du-Sérail están en flor. En otra fotografía de
ese mismo periódico publicado el 9 de mayo de 1950, su hijo, el gran
poeta turco Nâzim Hikmet (1902-1963), cuyo centenario se conmemora este
año, tiene el rostro cansado. "Nâzim Hikmet está en huelga
de hambre desde hace seis días" anuncia el titular en grandes caracteres.
Y añade un subtítulo que podría resultar algo insólito,
cincuenta años después, en el umbral del siglo XXI: "El médico
de la cárcel afirma que intervendrá en caso de peligro de muerte
(1)".
Pero ¿qué es lo que hará exactamente el médico? Obligar
al preso a comer. El poeta, condenado a una dura pena tras un largo proceso
totalmente amañado, lleva ya doce años encarcelado en Bursa cuando
inicia una huelga de hambre para recobrar la libertad. Aún le quedan
suficientes fuerzas para escribir su poema "El quinto día de una huelga
de hambre", dedicado a sus amigos franceses que reclaman su libertad, entre
los que destacan los poetas Tristan Tzara y Aragon: "Hermanos míos /
si no consigo deciros correctamente / lo que tengo que deciros, / deberéis
perdonarme, / estoy un poco ebrio, la cabeza me da vueltas. / No tengo raki,
/ Y hambre, solo un poco."
Un charco ardiente
Medio siglo después, nada ha cambiado en Turquía, en donde los
presos políticos siguen haciendo huelgas de hambre, ya no para recobrar
la libertad como Nâzim Hikmet, sino para recuperar la dignidad. Para defender
el derecho a vivir juntos, esa "commune présence" de la que habla
René Char. Y no se trata de algo nuevo. En Le dernier tramway,
una recopilación de cuentos del exilio, yo escribía, hace más
de veinte años, estas líneas: "Pero mi cuerpo no puede sufrir
con los cuerpos esqueléticos de los niños africanos, no más
que con los de los jóvenes de mi generación muertos en las cárceles
turcas a causa de las huelgas de hambre. La televisión no pudo mostrar
a estos últimos ya que no se permitió entrar a los periodistas,
pero sus muertes se reflejan en mi como un charco ardiente formado por el sol
de mi país."
Hoy en día los periodistas se encuentran a menudo en los escenarios del
drama y asistimos, a través de las pantallas, a una lenta muerte en directo.
O rápida según las circunstancias. Hace más o menos un
año, el 19 de diciembre, por muy paradójico que parezca, la "Operación
por el regreso a la vida" llevada a cabo por las fuerzas del orden contra
los presos que hacían huelga de hambre, concluyó con un saldo
de decenas de muertos, algunos de ellos policías. Curioso nombre para
una acción en la que la vida humana no se tuvo nunca en cuenta. ¿Cómo
explicar sino ese desastroso balance, la utilización de armas pesadas,
de helicópteros, de buldózer para derribar los muros?
No olvidaré nunca el rostro de aquella muchacha, como una máscara
mortuoria, gritando "Nos han quemado vivos" antes de que se la llevaran
al hospital. Ni tampoco el de Fidan, otra muchacha cuyo nombre en turco significa
"brote", muerta abrasada en la primavera de su vida. Seguramente, se me podrá
decir que fueron los presos, miembros de una organización de extrema
izquierda, los que se inmolaron con fuego por orden de su líder. Es muy
probable. Pero le corresponde al Estado encargarse de la seguridad de los presos
y no de la de las organizaciones terroristas. Aún resuena en mis oídos
la cínica declaración del primer ministro Bülent Ecevit:
"El Estado lleva a cabo esta operación para liberar a los terroristas
de su propio terrorismo." Muy bien. Pero ¿cuál es la situación
ahora?
A pesar de haber trasladado a los supervivientes a otras cárceles en
las que, desde entonces, cumplen su condena en celdas individuales, la agitación
continúa. Los jóvenes presos mueren en la indiferencia, mientras
que aumentan las huelgas de hambre. En el barrio de Küçükarmatlu
de Estambul, sobre las colinas que dominan el Bósforo, los familiares
de los prisioneros se ponen también en huelga de hambre. La palabra utilizada
en turco para esa acción me parece además enormemente significativa.
Lo llaman "ölûm orucu" en referencia al ayuno del ramadán,
un término con connotaciones religiosas que significa "ayuno para
la muerte". Están, por lo tanto, decididos a morir de hambre para
no morir de soledad.
Porque de lo que se trata es de una oposición a la reforma penitenciaria
que prevé pasar del sistema E al sistema F. Dicho de otro modo, el abandono
de las celdas comunes por celdas individuales, en las que los presos políticos
se exponen a sufrir la tiranía de los guardias. Turquía, candidata
a la Unión Europea, debe efectivamente adaptarse a las normas europeas
que exigen, en particular, una reforma del sistema penitenciario. Pero las autoridades
no deben aprovecharlo para anular la personalidad de los presos y destruir su
integridad física.
Asistimos, al mismo tiempo, a la agonía de los jóvenes detenidos
y a la de un sistema que tenía indudablemente defectos pero también
algunas cualidades. Fue gracias al sistema denominado E, es decir, el de la
detención en celdas comunes, que Nâzim Hikmet, ex preso político,
pudo escribir su obra maestra Paisajes humanos de mi país. Así
describe su compañero de celda, Orham Kemal, futuro novelista que aprendió
mucho de Nâzim, esta especie de rabia creativa que se adueñaba
del poeta y que sólo podía producirse en el antiguo sistema que
permitía una vida comunitaria en la cárcel: "Nâzim trabaja
en Paisajes: allí, cerca de la pared principal, va y viene, haciendo
gestos con las manos, los brazos, gira bruscamente, murmura, canturrea."
Otro observador de este periodo fue el joven campesino Balaban, a quien Nâzim
enseñó a pintar - igualmente gracias al antiguo sistema defendido
por los prisioneros políticos de hoy arriesgando sus vidas - y que se
convirtió en el mejor pintor turco de la realidad campesina: "El poeta
entraba en todas las celdas comunes; escuchaba a los presos contarle lo que
fuera. De repente, pedía papel y algo para escribir al primero que encontraba,
después garabateaba cosas."
Apertura de tres puertas
No soy especialista en el sistema penitenciario, pero tengo corazón.
Y también una pluma. No puedo quedarme callado ante este desastre, cuya
responsabilidad corresponde al Estado que no ha sabido resolver el conflicto
y a los jefes de una organización política que están dispuestos
a sacrificar a sus compañeros por una causa caduca desde hace ya mucho
tiempo.
Acabo de enterarme de que los prisioneros en huelga de hambre y sus familiares
que están muriéndose en Küçükarmutlu, en donde
es tan agradable vivir (¡lo sé porque nuestra casa familiar se encuentra
precisamente en la otra orilla, en la orilla de las Dulces Aguas de Asia!) proponen
una solución "Apertura de tres puertas". Se trata de permitir a los detenidos
que puedan comunicarse entre ellos en sus celdas en grupos de tres personas.
Pero el ministro de Justicia, Hikmet Sami Turk, la rechaza. Me viene entonces
a la memoria el título francés de las cartas que Nâzim Hikmet
escribió en la cárcel: "De l' espoir a vous faire pleurer de
rage" [De la esperanza hasta haceros llorar de rabia]. ¿Vencerá el
deseo de muerte al de la esperanza? Desgraciadamente, no se puede responder
con un sí mientras el conflicto continúe. Y amenaza con durar
aún mucho tiempo si el Estado no hace concesiones.
Notas
(1) NDLR. Desde octubre del 2000, varios centenares de presos políticos
turcos miembros de organizaciones de extrema izquierda mantienen una huelga
de hambre para oponerse a su traslado a pequeñas celdas en las que vivirán
aislados En diciembre del 2000, las fuerzas de policía tomaron al asalto
las cárceles donde esto sucedía para romper el movimiento y trasladar
a los prisioneros, con un saldo de treinta presos y dos policías muertos.
Pero la huelga ha continuado. Ochenta prisioneros han muerto de hambre desde
el inicio de este movimiento.
Nedim Gürsel es escritor, director de investigación en el CNRS
y autor de la novela Les turbans de Venise (Seuil, París 2001).