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La ofensiva de los EE.UU en América
Latina:
golpes, retirada y radicalización
Por James Petras**
Dice James Petras que "estamos entrando en un período de ofensiva
política y militar de los EEUU, de golpes militares (o intentos de golpes),
de acción directa de masas, de polarización política y
nuevas formas de representación social", pero que "los resultados
políticos importantes están todavía por venir". En
este análisis del momento que vivimos el autor se refiere al proceso
en los países de suramérica, menos Uruguay. Aborda especialmente
Colombia, Venezuela, Brasil y Argentina. Aún así, con esa particular
y curiosa omisión, su examen comparativo es también contingente
para los hermanos uruguayos, con quienes en estos días celebramos dos
valiosos triunfos de la verdad: la búsqueda y encuentro de Simón
y la defensa de Antel; mientras volvemos la memoria a las dictaduras de los
70. (GE)
Introducción
La actual ofensiva político militar de los EEUU se pone de manifiesto
en América Latina en múltiples contextos, usando una variedad
de tácticas e instrumentos (militares y políticos), dirigidos
a apuntalar regímenes clientes en decadencia, desestabilizar a los que
son más o menos independientes, presionar a las formaciones de centro
izquierda para que se muevan hacia la derecha y destruir o aislar a los movimientos
populares en ascenso que desafían al imperio de los EEUU y sus lacayos.
Procederemos discutiendo en primer lugar las formas particulares de la ofensiva
de los EEUU en cada país, para luego explorar las razones generales y
específicas de la ofensiva en la América Latina contemporánea.
Esta discusión nos aportará las bases para el análisis
teórico de la naturaleza específica de "Nuevo Imperialismo" que
reviste esta ofensiva, y su impacto sobre los partidos electorales de centro
izquierda y los movimientos sociopolíticos más radicalizados.
En la sección final discutiremos las alternativas políticas existentes
en el contexto de la ofensiva de los EEUU y del nuevo imperialismo.
Ofensiva Político-Militar: Métodos Diversos, Objetivo Único
El aspecto más llamativo de la ofensiva político militar de los
EEUU en América Latina lo constituyen las variadas tácticas utilizadas
para establecer o consolidar a los regímenes clientes y derrotar a los
movimientos sociopolíticos populares opuestos a la dominación
imperial.
El centro de la atención sobre la intervención estadounidense
de alta intensidad se da en Colombia y Venezuela. En ambos países Washington
mantiene apuestas muy altas, que tienen que ver con intereses políticos,
económicos e ideológicos, así como con consideraciones
geopolíticas.
Ambos países tienen vecindad estrecha con las naciones caribeñas
y andinas, al igual que Brasil; la emergencia de un régimen revolucionario
en Colombia o la estabilización de un régimen nacionalista en
Venezuela podrían inspirar transformaciones similares en las regiones
adyacentes y minar el control que ejerce EEUU a través de sus regímenes
clientes. Más aún, de producirse cambios políticos significativos,
estos podrían afectar el control de los EEUU sobre la producción
y el abastecimiento de petróleo, no sólo en Venezuela y Colombia,
sino que también podrían imponer presión sobre México
y Ecuador para que retrocedan en sus procesos de privatizaciones.
A toda costa Washington quiere mantener un abastecimiento seguro de petróleo
en el actual período de "guerra no declarada" contra países productores
de petróleo del Golfo -es decir, Irak e Irán- y frente a la creciente
vulnerabilidad de Arabia Saudita.
Geopolíticamente las transformaciones socio políticas en Colombia
y Venezuela podrían llevar a un pacto de integración con la Cuba
revolucionaria, destruyendo así el embargo de cuarenta años impuesto
por Washington y creando una alternativa viable al Acuerdo de Libre Comercio
(ALCA/FTAA en inglés) patrocinado por los EEUU.
Washington ha optado por diferentes estrategias hacia esos dos países.
Para derrotar a la insurgencia popular en Colombia, ha adoptado una estrategia
de "guerra total". En Venezuela, combina una estrategia civil de desestabilización
político económica que culminaría en un golpe militar.
La estrategia contrainsurgente de Washington en Colombia operaba bajo el manto
de una campaña antinarcóticos, para justificar la acelerada escalada
militar. Las campañas antinarcóticos se centraban en regiones
en las que las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) eran más
fuertes, al mismo tiempo que ignoraban virtualmente las áreas controladas
por los paramilitares aliados de las Fuerzas Armadas Colombianas. El avance
político militar de las FARC hacia fines de los años 90 obligaron
al gobierno colombiano a ir a la mesa de negociaciones, e incrementaron su dependencia
de la ayuda militar y los asesores del ejército de los EEUU. Así,
tanto en los EEUU como en el gobierno de Colombia las "negociaciones de paz"
fueron vistas como una táctica temporal para prevenir una ofensiva a
gran escala de las FARC sobre los centros urbanos de poder, y como una tregua
para fortalecer la capacidad militar del ejército colombiano. También
para extender y profundizar la influencia militar de los EEUU sobre las fuerzas
militares-paramilitares, y sobre sus estrategias militares. Los "negociadores
de paz" del gobierno también esperaban distraer o dividir a las FARC
ofreciéndoles una "opción electoral", tal y como sucedió
en Centroamérica (en El Salvador y en Guatemala). Las FARC se negaron
a rendirse, conocedoras del brutal asesinato en masa de activistas políticos,
de 4 a 5 mil en la segunda mitad de los 80, y del abyecto y estrepitoso fracaso
de los guerrilleros centroamericanos, convertidos en políticos electoralistas
para apenas lograr cambios sociales no significativos. Insistieron en exigir
reformas fundamentales de las estructuras del Estado y la economía como
precondiciones para cualquier acuerdo de paz duradero. Esas propuestas de reformas
democráticas y socioeconómicas fueron totalmente inaceptables
para los regímenes de EEUU y de Pastrana, que se estaban moviendo en
la dirección opuesta, hacia una mayor militarización de la vida
política y de "liberalización" de la economía.
A lo largo de todo el período de negociaciones de paz, los EEUU y Pastrana
combinaron una retórica de paz con financiamiento y promoción
de grupos paramilitares (a través del ejército colombiano) involucrados
en la toma y destrucción de pueblos y aldeas, el desplazamiento de millones
de campesinos y sindicalistas, y el asesinato de miles de campesinos sospechosos
de tener simpatías izquierdistas. El objetivo era el de aislar la las
FARC dentro de la zona desmilitarizada y al mismo tiempo entrenar, armar y acumular
tropas en sus fronteras, y llevar adelante tareas de reconocimiento de alta
tecnología para identificar blancos estratégicos. Por fin, romper
abruptamente las negociaciones y atacar por sorpresa la región por aire
y por tierra, capturando o matando a los líderes de las FARC y desmoralizando
a los insurgentes en retirada. No hace falta decir que esas tácticas
fallaron. La guerrilla continúa activa, fortaleció sus fuerzas
en el interior de la zona antes desmilitarizada y no sufrieron pérdidas
serias cuando Pastrana rompió las negociaciones de paz.
Los Estados Unidos hicieron de Colombia un "caso experimental" para su ofensiva
político militar en América Latina. Antes que nada porque las
FARC son la formación antiimperialista más fuerte que amenaza
con tomar el poder del Estado. En segundo lugar porque tiene frontera con Venezuela
y es percibida como un aliado del presidente Chávez. La derrota de las
FARC le permitiría a los EEUU "cercar" e incrementar la presión
externa sobre Venezuela, y reforzar la campaña de desestabilización
interna.
A medida que la base política de Pastrana se erosiona -debido a la prolongada
recesión y a los recortes sociales producto del enorme presupuesto militar-
los EEUU aumentan su ayuda bélica. Ahora, toda la economía colombiana
está subordinada a la estrategia militar estadounidense dirigida por
una política de tierra arrasada, de guerra total. Esto significa que
todas las consideraciones, civiles y económicas de Colombia, son secundarias
para el interés primordial de Washington de "ganar la guerra" contra
las FARC.
Dadas la fuerza y la experiencia de la FARC, y la formidable capacidad estratégica
de su dirigente Manuel Marulanda y su Comandancia General, la guerra entre los
EEUU y Colombia promete un desarrollo prolongado y sangriento, en el que probablemente
haya un escalamiento de grandes dimensiones de la intervención de los
EEUU, un mayor uso del terror paramilitar y mayores y más indiscriminados
bombardeos de blancos civiles. Sin embargo, una victoria militar de los EEUU
es muy dudosa, el resultado final podría estar más cerca de Vietnam
que de Afganistán.
Los primeros signos de que la ofensiva de Washington podría tener un
efecto de "boomerang" son visibles en Colombia. Hace menos de dos
semanas, luego que los EEUU presionasen al presidente Pastrana para que terminara
las conversaciones de paz y declarase zona de guerra el área desmilitarizada,
renunció el principal general al frente de las tropas que entraron a
la zona; éste declaró públicamente que la victoria militar
era imposible. La causa inmediata de su renuncia fue la destrucción por
las FARC de un puente que conducía hacia el interior de la antigua zona
desmilitarizada, ahora bajo el mando militar directo de este general. La exitosa
ofensiva militar de las FARC, que siguió al fin de las conversaciones
de paz, llevó al Embajador de los EEUU en Colombia a admitir que el Plan
Colombia era un fracaso.
En contraste con la estrategia militar de tierra arrasada en Colombia, los EEUU
implementan un enfoque cívico militar para derrocar al presidente Chávez
en Venezuela. Chávez es un nacionalista liberal, ha seguido una política
económica interna bastante ortodoxa al mismo tiempo que ha emprendido
una política exterior nacionalista e independiente. La estrategia de
los EEUU tiene varias fases y combina ataques cívico-económico-mediáticos
con esfuerzos para provocar fisuras dentro del ejército tendientes a
provocar un Golpe de Estado.
La primera fase de este conflicto es la desestabilización de la economía
mediante acciones muy coordinadas de grupos allegados, de negocios, profesionales
y dirigentes sindicales de derecha. El propósito es el de movilizar la
oposición pública y centrar la atención de los medios en
la inestabilidad del país, inhibiendo las inversiones de los capitalistas
menos politizados quienes, sin embargo, tienen miedo de ver descender sus ganancias
ante una situación conflictiva. Los medios de comunicación emprenden
una campaña sistemática para derrocar al régimen de Chávez,
abogando por una toma violenta del poder. Las protestas gubernamentales y públicas
contra el comportamiento desestabilizador de los medios le permiten a Washington
orquestar una campaña internacional contra las "violaciones a la libertad
de expresión", en especial a través de la Asociación Interamericana
de Prensa (SIP) influida por los EEUU. La segunda fase de la estrategia de la
administración Bush consiste en pasar directamente de la desestabilización
a un golpe militar que a su vez incluye otras dos fases. La primera es la de
movilizar los recursos de inteligencia de los EEUU, oficiales venezolanos retirados
y aquellos denominados "disidentes" entre los oficiales en actividad de las
ramas más reaccionarias de las Fuerzas Armadas, en el caso de Venezuela
la Fuerza Aérea y la Marina. La idea es la de forzar una discusión
política en el comando militar, provocar a otros oficiales con ideas
afines para que "salgan" en defensa de los oficiales expulsados y reforzar el
mensaje de los medios/empresarios acerca de la "inestabilidad" y de una inminente
"caída de Chávez", estimulando así un incremento en la
fuga de capitales. El segundo paso es el de organizar a los oficiales autoritarios
de la Marina y de la Fuerza Aérea para que presionen al Ejército
-el grueso del apoyo a Chávez-, para conseguir adherentes, neutralizar
a los oficiales apolíticos y aislar a los leales. La estrategia de dos
fases de Washington culminaría en un golpe militar con apoyo activo de
los EEUU en el que una "junta cívico-militar de transición" acabaría
instalada en el poder.
Vinculada a su estrategia interna, basada en sus lacayos venezolanos, Washington
ha implementado una "estrategia externa". El Secretario de Estado Colin Powell
ha denunciado públicamente a Chávez como autoritario, y tanto
él como el FMI han dado públicamente su apoyo a un "gobierno de
transición", una señal clara y evidente del apoyo de los EEUU
a los golpistas internos. Las "fuerzas especiales" de los EEUU ya operan en
Ecuador, Colombia, Perú, Panamá, Afganistán, Yemen, Filipinas,
Georgia, Uzbekistán y otros estados lacayos del Asia Central. Es más
que probable que, en el caso de un intento de golpe, el Pentágono envíe
elementos tácticos operativos y asesores políticos para "conducir
el golpe", y asegurarse de que emerja la configuración apropiada de personalidades
civiles con propósitos propagandísticos.
El peligro que el régimen venezolano enfrenta es que, ante la "guerra
de desgaste político" de Washington, en la que abundan las avalanchas
propagandísticas diarias y las acciones provocadoras, Chávez no
puede depender de las constantes movilizaciones de masas. Debe implementar seriamente
políticas socioeconómicas redistributivas radicales para mantener
el compromiso de las masas y el apoyo activo organizado. La ofensiva orquestada
por los EEUU está orientada a crear una "tensión permanente",
como arma psicológica para agotar el apoyo popular y socavar la moral
del Ejército.
La política exterior independiente de Chávez es lo que suscita
el antagonismo de los EEUU. Esto incluye su oposición al Plan Colombia,
su crítica a la guerra de los EEUU en Afganistán y a la ofensiva
imperial a nivel mundial, sus relaciones cordiales con Irak, Irán y Cuba,
y su rechazo a permitir que los EEUU colonicen el espacio aéreo venezolano.
Su política exterior no ha sido complementada con reformas socioeconómicas
integrales que redunden en el bienestar de millones de sus partidarios desempleados
y mal remunerados que viven en los barrios pobres y en las villas miseria.
Los esfuerzos de los EEUU por derrocar a Chávez están basados
en su rechazo, a inicios de octubre de 2001, a apoyar la ofensiva imperial mundial,
la llamada "campaña antiterrorista". Asesores cercanos a Chávez
me informaron que una delegación de altos funcionarios de Washington
visitaron al presidente venezolano y le dijeron sin rodeos que "pagaría
un alto precio por su oposición al Presidente Bush". Poco después,
la Cámara de Comercio local (Fedecámaras) y dirigentes sindicales
lanzaron sus campañas, aún cuando el Presidente Chávez
había introducido una reforma impositiva muy modesta (que en su mayoría
afectaba a las compañías petroleras extranjeras), un plan de adquisición
(remunerada) de tierras, y había privatizado la mayor empresa eléctrica
pública de Caracas.
Claramente los intentos de Chávez de montar sobre dos caballos a la vez,
una política exterior independiente y una política interna liberal
reformista, lo hacen muy vulnerable a la estrategia golpista diseñada
por los EEUU. La táctica imperial de los EEUU en Venezuela difiere sustancialmente
de la empleada en Colombia, en gran parte porque en este caso está defendiendo
a un estado cliente contra la insurgencia popular y, en el otro, está
tratando de crear un movimiento civil para provocar un golpe. Sin embargo, estratégicamente,
el resultado político buscado es el mismo: el de consolidar un régimen
lacayo que subordine el país al imperio neomercantilista representado
en el ALCA, y se convierta en vasallo dispuesto a hacer de policía en
Latinoamérica y tal vez de proveedor de mercenarios para las nuevas guerras
de ultramar.
Argentina es el tercer país en el que Washington está interviniendo.
Luego de los levantamientos populares de los días 19 y 20 de diciembre
de 2001, y de la sucesiva caída de "presidentes" lacayos, Washington
comenzó a operar a través de una estrategia de varias fases que
fue diseñada para continuar transfiriendo activos por miles de millones
de dólares a las compañías estadounidenses, perjudicar
a los competidores europeos y reasegurarse una posición privilegiada
en el sistema político y económico de Argentina. El colapso del
régimen de De La Rúa y la debilidad del régimen de Duhalde
para "imponer" un retorno al statu quo anterior al levantamiento popular, han
llevado a Washington a recurrir a los allegados civiles incondicionales, el
ex-presidente Carlos Menem y el ex-ministro de economía López
Murphy, y al aparato de inteligencia militar relativamente intacto desde los
días de la sangrienta dictadura.
El problema de Washington con el régimen de Duhalde no es su "rectificación"
de las "medidas populistas" (ha accedido al pago parcial de la deuda, ha jurado
apoyo incondicional a la ofensiva global de los EEUU, propone limitar el gasto
público, etcétera). El problema de los EEUU es que Duhalde no
puede cumplir de manera enérgica con sus compromisos con el FMI y Wall
Street. Los movimientos populares están creciendo en tamaño y
actividad, y son más organizados y radicales. En sus asambleas plantean
cuestiones fundamentales así como preocupaciones inmediatas. Sus demandas
incluyen el repudio a la deuda externa, la nacionalización de la banca
y de los sectores económicos estratégicos y la redistribución
del ingreso, es decir, repudian el "modelo neoliberal" precisamente cuando los
EEUU presionan para extender y profundizar su control por medio del ALCA neomercantilista.
No caben dudas de que el régimen de Duhalde está dispuesto a acceder
a la mayoría de las demandas del FMI, pero le falta la capacidad de implementar
todo el paquete completo de ajuste y rescatar económicamente a los bancos
en el tiempo y las condiciones que Washington y el FMI lo demandan. Cada concesión
al FMI -como los recortes presupuestarios- alimenta el fuego de más manifestaciones
de maestros y otros trabajadores estatales; el rescate de los bancos extranjeros
requiere continuar la confiscación de los ahorros privados; la rebaja
drástica de los presupuestos provinciales provoca más desempleo,
hambre y protestas. El régimen de Duhalde ya ha incrementado el nivel
de represión y desatado a sus matones callejeros, pero los movimientos
proliferan y el tenue barniz de legitimidad del gobierno se está disolviendo.
Tenet, el director de la CIA, refiriéndose a las movilizaciones populares
ya ha señalado la "preocupación" de los EEUU por la inestabilidad
en Argentina. Los recursos estadounidenses en el aparato de inteligencia argentino
están lanzando globos de ensayo que evalúan la respuesta a los
rumores de un golpe militar. Esas jugadas tentativas, exploratorias, han sido
diseñadas para asegurar un consenso entre las elites militares, financieras
y económicas, junto con los banqueros y las multinacionales estadounidenses
y europeas, especialmente españolas. Los medios de EEUU y Europa han
comenzado a hacerse eco de la estrategia desarrollada desde Washington escribiendo
sobre el "caos", el "colapso" y la "inestabilidad crónica" del régimen
civil.
Washington apunta hacia un régimen cívico-militar, sí,
y para cuando Duhalde renuncie o sea derrocado la estrategia de Washington es
decapitar a la oposición popular. Puede ser resumida como la Triple M,
un régimen conformado por el ex-presidente Menem, el ex-ministro de economía
López Murphy y los Militares. Su falta de apoyo social entre las capas
medias y los pobres urbanos significaría que sería un "régimen
de fuerza", diseñado para poner a la clase media contra la pared, empujándola
hacia un éxodo masivo por medio de la reducción brutal de los
niveles de vida, necesaria para cumplir con los compromisos de la deuda externa.
En resumen, Washington está trabajando en dos direcciones: por un lado
presionando a Duhalde para que se pliegue a sus demandas asumiendo poderes dictatoriales
totales, y por el otro preparando las condiciones para un nuevo régimen
vasallo cívico-militar, más autoritario y derechista.
El recurso a dictaduras militares con una fachada cívica provee a la
administración Bush del disfraz ideológico de "defender la democracia
y la libertad de mercados". Los medios de los EEUU pueden embellecer esto, así
como toda una variedad de motivos relacionados.
La estrategia de militarización de Washington también es evidente
en Ecuador, Bolivia y Paraguay, donde los regímenes lacayos, desprovistos
de toda legitimidad popular, se aferran al poder e imponen las fórmulas
neomercantilistas de Washington (mercados libres en América Latina y
proteccionismo y subsidios en los EEUU).
En Brasil y México, Washington depende mucho de instrumentos políticos
y diplomáticos. En el caso de México Washington tiene acceso directo
a la administración Fox en política económica, y un virtual
agente en el Ministro de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda. La meta
de la subordinación mexicana al neomercantilismo de los EEUU no es cuestionada
por el gobierno de Bush, dado que Fox y Castañeda están totalmente
de acuerdo con ella; la que sí es cuestionada es la efectividad del régimen
en implementar las políticas estadounidenses. El esfuerzo de Fox para
convertir el sur de México y América Central en una gran planta
de ensamblaje, centro petrolero y turístico de los EEUU (Plan Puebla-Panamá),
ha chocado con una oposición sustancial. El desplazamiento masivo de
capitales estadounidenses hacia China, donde los salarios son todavía
más bajos, ha provocado el desempleo en gran escala en los pueblos de
la frontera entre México y los EEUU. Los así llamados "beneficios
recíprocos" de la "integración" brillan por su ausencia. El "dumping"
estadounidense con cereales y otros productos agrícolas ha sido devastador
para los campesinos y agricultores mexicanos. La toma de control estadounidense
de todos los sectores de la economía mexicana (finanzas, telecomunicaciones,
servicios, etcétera) ha llevado a un flujo masivo de pagos al exterior
en concepto de beneficios y licencias.
En cuanto a las relaciones exteriores, la influencia de Washington nunca ha
sido mayor, dado que Castañeda remeda groseramente las políticas
del Departamento de Defensa y de la CIA, declarando el apoyo incondicional a
la política estadounidense en Afganistán y en cualquier otra intromisión
militar futura, interviniendo burdamente en la política interna de Cuba
y provocando el peor incidente en la historia reciente de las relaciones diplomáticas
cubano-mexicanas. Las groseras injerencias anticubanas de Castañeda apoyando
a Washington tuvieron el resultado contrario, con la gran mayoría de
la clase política mexicana pidiendo un voto de censura para el ministro,
e inclusive su renuncia. Sin embargo, se ve claramente que la mera presencia
de tan desvergonzado promotor de la política estadounidense, como lo
es Castañeda en la administración Fox, es indicativa de la conquista
agresiva de espacios por parte de Washington en el sistema político mexicano.
La poderosa presencia de bancos y corporaciones multinacionales de EEUU y de
numerosos vasallos políticos locales y regionales, facilitan la recolonización
de México, contra una fuerza laboral cada vez más empobrecida
y difícil de controlar.
En Brasil, los EEUU han estado activos, tanto en la esfera política como
en la económica. Su apoyo a Henrique Cardoso produjo resultados sin precedentes:
la virtual entrega de las principales empresas públicas en los sectores
de las finanzas, los recursos naturales y el comercio. Más significativo
aún es que los vínculos de los capitales de EEUU y Europa con
los imperios brasileños en los sectores de los medios y los grandes negocios,
han tenido una poderosa influencia sobre la clase política y sobre la
conformación de la política electoral. Este bloque de poder ha
conseguido hacer girar políticos electoralistas de centroizquierda hacia
la derecha, con el objetivo de asegurarse éstos el acceso a los medios
y el apoyo financiero para ganar las elecciones nacionales. La hegemonía
de los EEUU sobre Brasil es un proceso político. Su influencia se transmite
tanto a través de intermediarios locales y regionales como de los monopolios
mediáticos nacionales. La "conquista" más reciente de la ofensiva
estadounidense es la de la dirigencia del así llamado Partido de los
Trabajadores, y en particular de su candidato presidencial Inacio Lula da Silva.
En respuesta a la ofensiva de los EEUU, Lula seleccionó a un magnate
textil del derechista Partido Liberal como candidato a la vicepresidencia. Ha
intentado congraciarse buscando una reunión con Kissinger, declarando
su lealtad al FMI y jurando cumplir los compromisos de la deuda externa, las
privatizaciones industriales, etcétera. El giro a la derecha de Lula
y del Partido de los Trabajadores significa que todos los mayores partidos electorales
permanecerán dentro de la órbita estadounidense, y garantizarán
la hegemonía indiscutible de los EEUU sobre las clases políticas.
En resumen, la ofensiva imperial ha adoptado una variedad de tácticas
y enfoques en diferentes países, en una variedad de contextos político
militares. Al tiempo que dándole en ciertos países (Colombia,
Venezuela) una mayor supremacía a la intervención militar y a
los golpes militares (siempre con alguna forma de fachada civil), Washington
continúa por un lado instrumentando a sus vasallos políticos y
diplomáticos, y por otro "dando vuelta" a sus adversarios políticos.
El objetivo estratégico de construir un imperio neomercantilista enfrenta
una gran variedad de obstáculos políticos, sociales y militares,
lo que es particularmente evidente en Colombia, Venezuela y Argentina. En otras
palabras, la proyección imperial de poder está lejos de haberse
realizado en totalidad. Se encuentra enredada en una serie de relaciones conflictivas
y en un contexto en el que los fracasos socioeconómicos del imperio en
el pasado no favorecen el terreno para el avance ni justifican el supuesto de
una victoria inevitable. Por el contrario, la actual ofensiva imperial es en
parte el resultado de importantes reveses en los años recientes, y del
crecimiento de la oposición entre sus antiguos partidarios en las clases
medias de algunos países.
La Decadencia del Imperio: Las Bases de la Ofensiva Imperial
La ofensiva político militar de los EEUU en América Latina forma
parte de una campaña mundial para revertir el deterioro de su influencia
política y su dominación económica, y para extender y consolidar
su poder imperial por medio de una combinación de bases militares y regímenes
políticos vasallos. Con el inicio el 7 de octubre de 2001 del bombardeo
masivo y la subsecuente ocupación de Afganistán, Washington procedió
a establecer un régimen títere, completamente dependiente del
poder militar de los EEUU. La construcción de estos regímenes
satélites se extendió hacia el Asia Central, donde Washington
apartó abruptamente a los rusos y estableció bases militares y
relaciones patrón-cliente. Procesos similares de intervenciones militares,
ocupaciones de bases y relaciones patrón-cliente fueron establecidas
con los gobernantes de Filipinas, Yemen y Georgia. En América Latina,
antes del 7 de octubre de 2001, los EEUU ya habían establecido bases
militares en Ecuador, Perú, Aruba, El Salvador y en el norte de Brasil.
Más significativo aún es que la ubicación de nuevas bases
fue acompañada por un papel directo en el financiamiento, el entrenamiento
y la dirección de operaciones de contrainsurgencia de las fuerzas militares
y paramilitares colombianas que combaten a la insurgencia popular.
Es importante hacer notar dos puntos. Primero que esta expansión del
poder de los EEUU está dirigida a contrarrestar los avances de los movimientos
populares y de los regímenes antiimperialistas. Segundo, que la ofensiva
no sólo busca recuperar la influencia perdida, sino también a
establecer nuevos centros estratégicos de poder para imponer su imperio
mundial absoluto. En el caso de América Latina, ambos procesos están
en camino: un esfuerzo imperial concertado para derrotar los desafíos
populares al poder imperial, y establecer un imperio neomercantil más
exclusivo, explotador y represivo que el que existió durante el período
denominado como "neoliberal".
El propósito inmediato de la ofensiva político militar de los
EEUU en América Latina es el de recuperar su dominación en una
región en la que sus regímenes lacayos están desacreditados
y perdiendo su capacidad de aplicar las políticas macroeconómicas
debido a la oposición de las masas.
Esencialmente, la presencia militar de largo plazo de los EEUU tiene un objetivo
político: apuntalar regímenes desacreditados, reemplazar regímenes
vasallos débiles por juntas cívico-militares más autoritarias,
y derrocar gobiernos nacionales independientes que se rehusan a seguir las políticas
de Washington.
Que los regímenes vasallos de los EEUU se están debilitando salta
a la vista por el fracaso del modelo económico liberal, el declive vertical
de la popularidad registrado en las encuestas de opinión, la fuga en
ascenso de capitales locales y, lo que es más importante en algunos países,
la beligerancia cada vez mayor de robustos movimientos populares de masas que
desafían la autoridad del régimen cuando no el poder del Estado.
El desafío más poderoso y organizado al proyecto de construcción
de regímenes satélites se da en Colombia. La oposición
popular al régimen cívico-militar está basado en un poderoso
movimiento agrícola multisectorial que incluye a agricultores, campesinos
y trabajadores rurales, perjudicados por los recortes en los créditos,
la política de puertas abiertas hacia las importaciones de alimentos
estadounidenses y el bajo precio de los productos de exportación nacionales.
La oposición incluyó también luchas sindicales militantes,
particularmente de los sindicatos petroleros, de los empleados públicos
y de la industria. La tercera y más significativa oposición se
encuentra en el movimiento guerrillero más poderoso y mejor organizado
de la historia reciente de América Latina; las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN),
de menor tamaño, incluyen más de 20 mil combatientes. La tarea
principal de los expertos en contrainsurgencia es la de dirigir a los escuadrones
de la muerte paramilitares para que expulsen del campo a cientos de miles de
campesinos simpatizantes de la guerrilla y asesinen a los habitantes progresistas
de los barrios pobres, activistas estudiantiles, trabajadores por los derechos
humanos y líderes sindicales. La violencia de las fuerzas paramilitares
esta dirigida a aislar a las guerrillas de su base natural de masas -fuente
de alimentos y de combatientes- para facilitar a las Fuerzas Armadas el enfrentamiento
directo con la guerrilla.
La amplitud y la profundidad de la violencia militar -40 mil pobladores asesinados
en la década de 1990- sugieren el grado en el que la guerrilla estuvo
y está profundamente enraizada entre los trabajadores y campesinos. La
guerrilla controla o tiene influencia sobre la mitad de los municipios rurales
del país y no ha sufrido derrotas significativas, a pesar de las frecuentes
"campañas de exterminio" del Ejército. Por el contrario, se encuentra
activa a menos de 80 kilómetros de la capital, Bogotá, controla
carreteras principales y domina una vasta franja de zonas rurales. Al tiempo
que inmersos en una guerra móvil más que de posiciones, los insurgentes
han, de hecho, establecido un sistema de doble poder en varias regiones del
país. Más aún, los insurgentes tienen la ventaja del conocimiento
del terreno, de la proximidad a la población local y de una dirigencia
estratégicamente superior que holgadamente compensa la capacidad tecnológica
y numérica del aparato militar dirigido por los EEUU, en su mayoría
compuesto por reclutas.
La entrada masiva de armas y oficiales estadounidenses está dirigida
a reforzar al régimen y a impedir su deterioro o colapso de cara a la
recesión que ya lleva dos años, al descontento civil y a las arremetidas
de la guerrilla.
En Venezuela, el régimen de Chávez ha desafiado la política
exterior de los EEUU en varias regiones vitales: 1) en el Medio Oriente, los
Estados del Golfo y el Norte de África. El gobierno de Chávez
ha fortalecido a la OPEP y visitado Irak, Irán y Libia, rompiendo así
el boicot de los EEUU. 2) En el Sur de Asia Chávez se opuso a la intervención
militar de los EEUU ("la respuesta al terror no es más terror"); en América
Latina se opuso al Plan Colombia y a la estrategia militar contrainsurgente
de los EEUU, prohibió los vuelos espías estadounidense sobre el
espacio aéreo venezolano, rechazó la implementación del
ALCA, desarrolló lazos cercanos con Cuba y ofreció su mediación
en la disputa entre la guerrilla y el régimen en Colombia. En términos
más generales ha fortalecido la OPEP y revitalizado su capacidad de toma
de decisiones, y sobre todo Chávez ha rechazado someterse a la cruzada
por la dominación mundial del tándem Bush-Rumsfeld. Esta última
toma de posición es la que ha llevado a los EEUU a retirar temporalmente
su embajador, y a enviar una delegación de alto nivel de funcionarios
del Departamento de Estado que amenazaron a Chávez en un estilo que recuerda
más bien a la mafia que a los diplomáticos de carrera. La política
exterior independiente de Chávez marca un claro contraste con los anteriores
regímenes vasallos corruptos, que hacían de eco de la política
internacional de los EEUU.
El tercer país que ha sido testigo de un agudo declive de la influencia
de los EEUU es la Argentina. El colapso del régimen de De La Rúa
y su séquito de ministros, a remolque de los banqueros extranjeros y
de los bancos multilaterales controlados por Europa y los EEUU, hicieron sonar
las campanas de alarma en Washington. La instalación de la camarilla
de Duhalde y sus concesiones a Washington y al FMI no han tranquilizado a la
Casa Blanca, porque su régimen es percibido como inestable e incapaz
de poner fin de manera efectiva a las movilizaciones populares. El hecho político
más significativo es que la gran mayoría de la clase media se
ha puesto en contra del neoliberalismo y sus promotores extranjeros, y rechazan
a todos los políticos locales asociados con éstos. A diferencia
del golpe de 1976, cuando EEUU y los generales argentinos fueron capaces de
echarle la culpa a la izquierda del "desorden" y la "violencia", en 2002 son
los regímenes liberales derechistas pro-estadounidenses los que confiscaron
los ahorros de la clase media, haciendo descender sus niveles de vida y reprimiendo
violentamente sus asambleas y cacerolazos.
Un golpe cívico-militar respaldado por los EEUU podría ocurrir
dándose el vacío político total de la clase dominante,
sin base social de apoyo y dependiendo exclusivamente de la represión
violenta contra la mayoría de las organizaciones de la sociedad civil.
El descrédito político de los lacayos políticos de los
EEUU, como el ex-presidente Menem, el ex-ministro (ministro por 15 días)
López Murphy y los comandantes genocidas del Ejército, significa
que Washington enfrenta en este momento y en un futuro inmediato una correlación
de fuerzas socio-políticas muy desfavorable. En esta situación
la estrategia más probable de Washington será llamar a Duhalde
a tomar medidas represivas aún más severas como un medio de desmovilizar
a la oposición, para cumplir con las condiciones de los bancos extranjeros
y la promesa de nuevos préstamos del FMI. Otro escenario posible serían
nuevas elecciones, en las que una renovada versión de coalición
de centroizquierda llegue al poder y Washington recurra al desgaste político,
minando las inversiones, los préstamos, etcétera, a efectos de
provocar el descontento para así descargar un Golpe de Estado en un entorno
de caos y políticas fallidas.
En el contexto tiene lugar una carrera entre los movimientos de masas y Washington
para ver quién consigue llenar el espacio dejado por la derecha civil
en desintegración. Los EEUU tienen las armas del Estado pero no la base
social. Los movimientos de masas tienen el apoyo popular pero ninguna dirigencia
nacional organizada en una posición de pujar por la toma del poder del
Estado.
Colombia, Venezuela y Argentina expresan claramente los centros de la influencia
y el poder en decadencia de los EEUU. Sin embargo, fuerzas alternativas avanzan
en varios otros países latinoamericanos. Hay signos claros de que los
regímenes vasallos en Paraguay (Macchi), Bolivia (Quiroga), Ecuador (Noboa)
y Perú (Toledo), están desacreditados y tienen poco apoyo social
para la ejecución de la agenda de Washington. Lo que es más, hay
poderosos movimientos de masas multisectoriales en los tres primeros países
que han demostrado su capacidad para la acción directa al bloquear algunas
de las leyes más retrógradas. Mientras que esos movimientos son
poderosos, su fuerza reside en regiones y en clases sociales particulares (campesinos)
y son propensos a negociar acuerdos limitados (que nunca son implementados por
el régimen, lo que de este modo precipita nuevas movilizaciones y confrontaciones).
Analizar la influencia política de Washington en Brasil es muy complejo.
Por un lado, el régimen centroderechista y proestadounidense de Cardoso
ha perdido mucho apoyo en la opinión pública, excepto entre los
banqueros extranjeros y las elites locales, debilitando así la hegemonía
de los EEUU. Por otro lado, la izquierda ha sido severamente debilitada por
el giro a la derecha de la dirigencia del Partido de los Trabajadores y su candidato
presidencial Inacio Lula Da Silva. Su alianza con el derechista Partido Liberal
y su adopción de la mayor parte de la agenda neoliberal dejan a los EEUU
en una situación en la que sólo pueden ganar. El giro a la derecha
privará de ejercer su voluntad a muchos de los votantes de base del PT,
y tal vez divida al partido provocando que pierda las elecciones. O, si se da
el resultado improbable de una victoria del PT-Liberales, las consecuencias
políticas no afectarán los intereses fundamentales de los EEUU.
La incógnita es en qué medida el giro a la derecha del PT va a
resultar en un reagrupamiento de la izquierda, en el que los poderosos movimientos
sociales (Trabajadores Sin Tierra, pequeños agricultores, movimientos
urbanos y habitacionales), los partidos de izquierda radicales (PSTU, PC do
B, etcétera) y los disidentes de izquierda del Partido de los Trabajadores
puedan aunar fuerzas. Independientemente de los partidos electorales hay una
poderosa y creciente corriente de opinión, nacionalista y antiimperialista,
que se opone fuertemente al ALCA y a las políticas económicas
promovidas por los EEUU y Europa, las que han traído consigo una década
de estancamiento económico. Más aún, el ejército
brasileño no es un aliado de fiar para el Pentágono, dado que
hay una fuerte corriente nacionalista con raíces históricas que
podría resistirse a una mayor intervención estadounidense.
En resumen, sería una equivocación atribuir la actual ofensiva
político militar de los EEUU exclusivamente a factores globales. La contraofensiva
de los EEUU es de fecha anterior al 11 de septiembre y al 7 de octubre. El Plan
Colombia comenzó casi dos años antes. Ciertamente, la ofensiva
imperial en América Latina recibió un ímpetu ideológico
y militar mayor luego de los eventos de la segunda mitad de 2001, pero igualmente
importante es el avance de los movimientos populares y la extensión de
los sentimientos antiimperialistas y antiliberales en sectores sustantivos de
las clases medias en algunos de los países más grandes. La compleja
interacción entre la decadencia de la influencia en América Latina
y en los Estados del Golfo, combinada con la competencia de Europa, ha cambiado
dramáticamente la concepción del imperio por parte de Washington.
El nuevo imperialismo: del neoliberalismo al neomercantilismo
El caso de los "regímenes fallidos" al interior del imperio neoliberal
de los EEUU en América Latina fue ilustrado dramáticamente por
la Argentina, pero se repite en otros países. El neoliberalismo, como
estrategia imperial para obtener el control de los mercados, las empresas y
los recursos naturales nacionales, parece estar llegando a su punto final. Esto
no significa el fin del imperialismo. Lo que está teniendo lugar es un
mayor grado de control del estado imperial sobre las economías y los
circuitos de circulación del capital y las mercancías. El ALCA
de Washington es precisamente un plano para la construcción de un imperio
neomercantilista, en el que los EEUU establecen el marco legal para consolidar
una posición privilegiada en los mercados y en la economía latinoamericanos,
por encima y en contra de sus competidores europeos/japoneses.
Los imperios neomercantilistas se basan esencialmente en decisiones de Estado
unilaterales (rechazando las negociaciones) y en la supremacía militar,
ambas diseñadas para imponer políticas a los competidores internacionales,
regionales y nacionales. Dada la debilidad de los Estados-clientes neoliberales
para contener la insurgencia popular, el estado imperial neomercantilista opta
por un mayor uso de la fuerza y de la militarización de la política.
Contra las conquistas económicas en América Latina de sus aliados
europeos, el neomercantilismo busca limitar las pérdidas futuras atando
América Latina a los Estados Unidos.
La transición de un imperio neoliberal a uno neomercantil no es un cambio
abrupto; el nuevo imperialismo todavía tiene muchas de las características
del anterior: EEUU todavía importa muchas más mercancías
que hace 30 años, y continuará siendo dependiente de las importaciones
en el futuro previsible. Pero de modo cada vez mayor, Washington se esta moviendo
hacia el control de las importaciones, cuotas y tarifas, para proteger a las
industrias domésticas no competitivas, desde el acero hasta el camarón.
Segundo. Muchas de las exportaciones de los EEUU han sido subsidiadas y, en
cierta medida, el proteccionismo siempre ha existido, aún en los momentos
más álgidos del imperio neoliberal. La verdadera cuestión
es el grado y, lo que es más importante, la dirección del comercio
subsidiado por el Estado. EEUU ha incrementado desproporcionadamente sus subsidios
a la agricultura, y a causa del dólar sobrevalorado impusieron aranceles
al acero foráneo a un costo para los exportadores de ultramar de casi
10 mil millones de dólares en ingresos no percibidos. Europa tomará
represalias; los clientes latinoamericanos no, especialmente aquellos comprometidos
con el ALCA.
Tercero. A medida que EEUU pasa a ser un imperio de comercio e inversiones dirigidos
por el Estado, en América Latina mantendrá su retórica
neoliberal implementando al mismo tiempo una estrategia estatista, desorientando
así a los analistas superficiales. Varios factores llevan a una coincidencia
entre el neomercantilismo y el incremento de la militarización. a) La
evidente asimetría de las relaciones comerciales -los EEUU protegen y
dan subsidios a su industria, pero exigen "libre comercio" para América
Latina- conduce a desequilibrios que sólo pueden ser impuestos y sostenidos
por la fuerza. b) También el neomercantilismo degrada y aliena a sectores
de las clases medias locales, de los agricultores y de los pequeños negocios
urbanos, estrechando así la base política del régimen lacayo
local. c) Además, el papel cada vez mayor del Estado imperial politiza
la oposición al Estado. d) El neomercantilismo debilita el empleo local
en las industrias y en los servicios sociales del sector público, engrosando
las filas de los desocupados y subempleados y ampliando la base social para
la acción directa de masas. e) La presión del Estado Imperial
sobre los Estados Vasallos para que cumplan con el pago de la deuda externa,
elimina la mayor parte del ingreso para financiar servicios sociales locales
o proyectos de capital, reduciendo el empleo de profesionales y el desarrollo
de la infraestructura. En resumen, la transición a la economía
neomercantil requiere más explotación y dominación. La
ideología global "antiterrorista" usada para justificar una mayor militarización
estadounidense en América Latina es un ardid propagandístico:
las bases económicas de la militarización están enraizadas
en la transición hacia el nuevo imperialismo.
La Ofensiva de los EEUU: su impacto en la izquierda
La actual ofensiva imperial de los EEUU ha tenido un impacto diferencial en
las formaciones de izquierda en América Latina. En general, podemos decir
que los partidos electoralistas han girado a la derecha y que los movimientos
sociopolíticos se han radicalizado. La ofensiva no sólo ha afectado
a las configuraciones políticas y a las estrategias, sino también
a los programas económicos.
Comencemos por el lado negativo, aquellos sectores de la izquierda que, como
resultado de la intervención de los EEUU, las amenazas, las presiones
y la propaganda, han girado a la derecha. Los dos casos más destacados
son los del Partido Sandinista (FSLN) en Nicaragua y el Partido de los Trabajadores
en Brasil. En ambos casos hubo un gradual giro hacia el centro durante la última
década. En las elecciones presidenciales de Nicaragua en 2001 Daniel
Ortega escogió un candidato neoliberal para vicepresidente, y luego del
11 de septiembre avaló el bombardeo de los EEUU sobre Afganistán,
su ofensiva militar a escala mundial, el ALCA, el pago de la deuda externa y
la política neoliberal ortodoxa. Eso no sirvió de nada: Washington
y el embajador de los EEUU intervinieron en las elecciones favoreciendo al candidato
liberal convencional, y lanzaron amenazas al electorado en caso de votar por
una guerrilla reciclada convertida en liberal. Ortega perdió las elecciones
y el apoyo de la militancia y de la izquierda, sin lograr asegurarse el apoyo
de las elites capitalistas.
En Brasil, la dirigencia del Partido de los Trabajadores ha pasado de un programa
socialista a uno socialdemócrata y, recientemente, a uno neoliberal.
Mientras que el Partido aún cuenta con una fuerte minoría de socialdemócratas
de izquierda y un contingente de intelectuales marxistas, su orientación
actual es la de desplazarse hacia el centroizquierda para asegurar alianzas
con el conservador Partido Liberal y el PMDB (el Partido Movimiento Democrático
Brasileño). Mientras que los dirigentes del partido dan el giro a la
derecha, Lula asume más bien las características de un caudillo
autoritario más interesado en ganar posiciones de poder que en reformar
o cambiar el sistema socioeconómico. Lula y sus seguidores en la dirección
han tomado medidas tanto simbólicas como efectivas para asegurar a Washington
su voluntad de ser vasallos obedientes: prometen garantizar el pago de la deuda,
defender a las empresas privatizadas y estimular a los inversores estadounidenses.
En el nivel simbólico-sustantivo, la selección por parte de Lula
de un magnate textil, hostil a los sindicatos militantes, a los homosexuales
y al Movimiento de Trabajadores Sin Tierra (MST), y favorable al ALCA, sugieren
que el PT continúa en movimiento… hacia la derecha. Lula alabó
a Kissinger, archidefensor de las guerras imperiales y de la OMC, durante su
reciente visita a São Paulo. Lula ha visitado Washington para dar seguridades
a la Casa Blanca de su apoyo total a su campaña global "antiterrorista".
El giro a la derecha, aún más pronunciado por parte del PT luego
del 11 de septiembre, sugiere que la presión de Washington aceleró
un proceso que ya estaba teniendo lugar como resultado de la política
partidaria interna.
En México, el voto del PRD (junto con los otros dos principales partidos
de derecha) a favor de la legislación que perjudicaba a las comunidades
dirigidas por los zapatistas -y de hecho a todas las comunidades indígenas-,
es un indicador de las políticas conciliadoras de la actual dirigencia.
La negativa del actual líder del Partido a denunciar los provocadores
pronunciamientos del ministro de relaciones exteriores mexicano Castañeda,
y las acciones contra Cuba, son indicadores de que algunos sectores del PRD
pueden estar compitiendo con el PAN para ser los lacayos favoritos de Washington
en el Senado mexicano.
En resumen, la ofensiva de los EEUU ha tenido un impacto significativo en empujar
a la mayoría de los partidos electoralistas de centroizquierda hacia
la derecha. En casi todos los casos, sin embargo, este giro hacia la derecha
ya estaba en camino, la presión sólo aceleró el proceso
y quizás empujó a esos partidos mucho más hacia la derecha
de lo que se podía prever.
En contraste, la ofensiva político militar estadounidense y el gran empujón
dado para imponer el ALCA han aumentado la extensión, profundidad y radicalización
de muchos de los movimientos sociopolíticos de la región.
En Colombia, la presión de los EEUU para romper las negociaciones de
paz y militarizar la zona neutral ha conducido a grandes y exitosas contraofensivas
de las guerrillas, a una colaboración más estrecha entre las FARC
y el ELN y a un drástico deterioro de la economía, incluyendo
los flujos de petróleo, de energía y el abastecimiento de agua,
producto de los ataques de la guerrilla. Aún más, bajo condiciones
de guerra y confrontación de clases, es probable que las demandas programáticas
de la insurgencia se radicalicen. Al menos en su primera fase, la ofensiva estadounidense
en Colombia ha conducido a varias derrotas tácticas y, aparte de la captura
de unas pocas poblaciones aisladas en la zona desmilitarizada, ha llevado a
pérdidas significativas entre los escuadrones de la muerte paramilitares
patrocinados por los ejércitos de EEUU y Colombia.
En Argentina, el intento de Duhalde para aplacar a los EEUU en cuanto al pago
de la deuda, ofreciendo votar contra Cuba, cumplir con el FMI, etcétera,
ha fortalecido a la oposición y radicalizado las demandas. Los grupos
y clases de oposición, otrora dispares, convergen cada día más
hacia una coalición efectiva. Las reuniones de unidad nacional cuentan
con una asistencia de miles y los cacerolazos de la clase media continúan
uno detrás del otro con grandes bloqueos de carreteras a cargo de los
desempleados. La economía sigue hundiéndose, previéndose
un decrecimiento de dos dígitos. La masa de la clase media con sus fondos
todavía confiscados sabe que los banqueros estadounidenses y europeos
y sus clientes argentinos pudieron enviar a los EEUU, Europa y Uruguay cerca
de 40 mil millones de dólares antes de que sus cuentas fuesen congeladas.
El resultado es un rechazo poderoso y consciente hacia la clase política.
La ofensiva de los EEUU ha tenido el efecto de aislar a sus vasallos políticos.
No ha tenido ningún efecto en cuanto a amortiguar o neutralizar el ascenso
popular. Mientras el régimen de Duhalde respalda la ofensiva de los EEUU,
se ve socialmente impotente y políticamente aislado, incapaz de implementar
medidas políticas significativas. Más importante aún es
que Washington no posee interlocutores estables en la mansión presidencial,
el régimen de Duhalde podría terminar antes de cumplir con el
período de su mandato.
En Venezuela, la ofensiva estadounidense ha movilizado exitosamente a las elites
comerciales (Fedecámaras), a la jerarquía religiosa y a los jefes
sindicales en manifestaciones a gran escala con la esperanza de provocar un
golpe militar y reemplazar a Chávez por un vasallo local. Por otro lado,
Chávez ha respondido fomentando manifestaciones masivas de sus partidarios
entre los pobres de las ciudades y los sindicalistas que lo apoyan. También
cuenta con la lealtad de los comandantes del Ejército. La intervención
de los EEUU ha radicalizado los discursos de Chávez, quien ha dado señales
de que podría introducir cambios socioeconómicos más sustanciales
a favor de los pobres.
Las confrontaciones están llevando a una mayor polarización social
entre las clases altas ricas y las clases medias prósperas por un lado,
y la clase media pauperizada y los pobres urbanos y rurales por el otro. La
ofensiva de Washington ha polarizado al país y ha radicalizado las demandas
políticas y sociales en ambos bandos: las clases ricas y el empresariado
apoyan abiertamente una solución militar para volver a imponer un régimen
lacayo que revierta la política exterior independiente de Chávez;
los pobres pidiéndole a Chávez que use mano dura para tratar a
la oposición dirigida desde el exterior y que implemente un programa
redistributivo radical. Chávez hasta el momento mantiene una cada vez
más insostenible "posición intermedia", resistiendo los intentos
de la derecha para derrocarlo, llamando a movilizaciones de masas en apoyo al
régimen constitucional, manteniendo su política exterior independiente
pero sin comprometerse en un proceso de transformaciones sociales claramente
delineado.
En México, Brasil, Bolivia, Ecuador y Paraguay, los EEUU se han asegurado
el respaldo de los regímenes lacayos a su ofensiva mundial. Pero en ese
proceso, los regímenes mismos se convierten cada vez más en instrumentos
aislados e inefectivos de las políticas de los EEUU dentro de América
Latina. Más aún, por debajo del nivel del gobierno, hay poco apoyo
para cualquier campaña militar estadounidense que favorezca a las políticas
económicas asesinas y que se sostenga en fuerzas militares represivas
con un largo historial de masacrar movimientos populares.
Washington consigue asegurarse alineaciones favorables de parte de la mayoría
de los regímenes en los foros internacionales por medio de las amenazas
y la compra de votos, pero ha perdido la hegemonía ideológica
en toda la región, excepto en algunos círculos de elites intelectuales
y entre las ONGs conformistas.
En contraste con esto, los cortes de carreteras de multiplican, desde las "autopistas"
de la Patagonia hasta los caminos rurales de Bolivia o las junglas de Colombia:
"ellos" no pasan. Los EEUU se aseguran las promesas de los Presidentes títeres,
pero cada vez más los palacios presidenciales y los edificios del congreso
son rodeados por manifestantes, mientras que el olor a neumáticos ardiendo
se filtra por entre los alambres de púas y pasa por las caras adustas
de los soldados fuertemente armados. La ofensiva estadounidense ha intimidado
o cooptado a los políticos oportunistas precisamente en el momento en
el que el electorado los estaba abandonando.
Conclusión
Claramente estamos entrando en un período de ofensiva política
y militar de los EEUU, golpes militares (o intentos de golpes), acción
directa de masas, polarización política y nuevas formas de representación
social. No hay resultados uniformes, los beneficios y las pérdidas que
resulten de la ofensiva estadounidense no pueden ser medidos contando los votos
de los presidentes y el nivel de asentimiento de los generales leales. Los movimientos
sociales en avance y la insurgencia popular han desenmascarado el saqueo imperial
y han derribado regímenes lacayos, pero los resultados políticos
importantes están todavía por venir.
*Tomado de La página de Petras, Revista Rebelión.
**Traducción de Jorge Capelán, para Rebelión. Corrección
de estilo para Surmedia, Gervasio Espinosa.