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9 de marzo del 2002
Pensar la globalización desde la izquierda
Entre la protesta y la propuesta
Gaspar Llamazares
El siglo XX dejó un importante legado del lado crítico:
sospechar de lo que parece evidente. Detrás de lo manifiesto se encontraba
normalmente alguna injusticia, alguna desigualdad. El siglo XX nos ha hecho
también sospechar de nosotros mismos, de nuestra capacidad de equivocarnos
cuando tenemos responsabilidades.
La izquierda que observa el siglo XXI mantiene intacta su sospecha ante todo
aquello que genera desigualdades. Y ha aprendido, sobre todo, que nunca más
valdrá aquella petición de perdón que hizo Bertold Brecht
reclamando a los que vinieran detrás indulgencia "porque no pudimos ser
amables". Nuestra izquierda ha aprendido que también tiene que ser amable,
que tiene que escuchar, que hay otros lugares donde también está
depositada la búsqueda de la emancipación. Y esa misma humildad
nos hace más fuertes, porque también hemos aprendido que no estamos
solos.
Pero por desgracia, la realidad del mundo nos devuelve constantemente el convencimiento
de nuestras más íntimas convicciones. Ese hilo rojo que va desde
la petición de solidaridad del profeta Juan en su conocida epístola
primera, a la búsqueda común de otro mundo más justo por
parte de los nuevos movimientos sociales en Brasil, en India, o en Europa, pasando
por tantos siglos de compartir una búsqueda común de justicia.
Un hilo rojo con el que trenzamos redes de solidaridad que han superado las
barreras de opresión que los poderosos nos han impuesto permanentemente.
De cualquier manera, quiero empezar esta conferencia sobre globalización
refiriéndome a los Estados Unidos porque nunca durante el siglo pasado
fue tan clara la hegemonía de un país en el resto el mundo, nunca
en los últimos cien años se resintió tanto la soberanía
nacional del resto de países del mundo, nunca en el siglo que hemos dejado
atrás fue tan asumida la dominación mundial por los Estados Unidos.
Y quiero dejar claro que no se trata de recuperar lenguajes hoy rancios pero
que bien sirvieron para explicar el comportamiento de Norteamérica durante
el siglo XX. ¿O es que acaso ya hemos olvidado aquél otro 11 de septiembre
en el que Augusto Pinochet, apoyado por la administración Nixon y, especialmente,
por Henry Kissinger, subvirtió el orden constitucional del Chile de Salvador
Allende? ¿Ese mismo Nixon que pretendía tirar una (o varias no sabemos)
bombas atómicas sobre Vietnam?
La decisión del Presidente Bush de aumentar un 15% el presupuesto militar
hasta alcanzar 379.000 millones de dólares representa un desafío
a la conciencia humana y a la comunidad internacional. Desde el 11 de septiembre
estamos sumergidos en una economía de guerra y lo terrible es que no
hay economía de guerra sin guerra. Podríamos asociar esa decisión
a la tentativa del Pentágono, al parecer abortada, de crear una Oficina
de Influencia Estratégica encargada de manipular a la opinión
pública y a los gobiernos amigos o enemigos.
Vivimos en el mundo de Enron, la compañía que financió
la campaña de Bush y que fue condenada a la ruina porque directivos directamente
ligados al gobierno estadounidense saquearon sus arcas. Vivimos en el mundo
de Berlusconi, quien, desde el control de buena parte de los medios de comunicación
italianos ha tomado el Estado a su propio servicio. Vivimos en un mundo en el
que Sharon está cazando a los palestinos en un juego sádico ante
la mirada complaciente o indiferente, tanto da, de Europa y del mundo.
Y, ya en casa, vivimos en un mundo en el que España, que preside la Unión
Europea durante este semestre, ve también sin sonrojo cómo el
gobierno de José María Aznar ocupa el poder ejecutivo, el poder
legislativo y el poder judicial, usa y abusa de los medios de comunicación
públicos y privados, se sirve de las compañías públicas
privatizadas en interés partidista particular o pretende homogeneizar
nuestro país desde presupuestos que parecían cerrados cuando se
decidió poner siete candados al sepulcro del Cid Campeador. Ni siquiera
la vieja Europa, la cuna de la Ilustración, del pensamiento político
democrático, parece quedar al margen de ese aliento cargado de injusticia
que arrastra al mundo desde los años ochenta.
Globalización
"Somos diversos –mujeres y hombres, jóvenes y adultos, campesinos-campesinas,
pescadores y pescadoras, pobladores de la ciudad, los y las trabajadoras, desempleadas,
estudiantes, profesionales, migrantes, pueblos indígenas y gente de todas
las creencias, colores y orientaciones sexuales. La diversidad es nuestra fuerza
y su expresión es la base de nuestra unidad".
Así comienza la Declaración del Foro Social reunido en Porto
Alegre. Ahora nadie se permitirá ignorar ese escenario, las gentes que
concurrieron y sus propuestas. Tras el 11 de septiembre se ha intentado acallar
por todos los medios de que disponen, que son muchos, la voz de los sin voz.
Pero por primera vez la oposición a la globalización neoliberal
se ha mostrado creativa, imaginativa y posible, con un rostro generoso en sonrisas.
Como ha dicho José Saramago, en su intervención en Porto Alegre:
"Se oyen campanas que anuncian la posibilidad de implantar en el mundo aquella
justicia compañera de los hombres. Esas campanas nuevas cuyo tañido
se extiende, cada vez más fuerte, por todo el mundo, son los múltiples
movimientos de resistencia y acción social que pugnan por el establecimiento
de una justicia distributiva y conmutativa protegida por la libertad y el derecho,
no en ninguna de sus negaciones". Así se explica el colosal impacto
que ha tenido en la izquierda el Foro Social de Porto Alegre.
Quizá podamos medir esta dimensión de la esperanza relacionando
la ocupación del espacio urbano en Nueva York y en Porto Alegre y su
modo de uso. En el primer caso teníamos cincuenta mil policías
para proteger a tres mil congresistas. En Portoalegre teníamos tres mil
policías y cincuenta mil congresistas. Ahora sabemos que la galleta que
se le atragantó a Bush estaba amasada con la ilusión y la esperanza
de los que claman por otro mundo posible.
Pero Porto Alegre es también la ilusión por una propuesta alternativa
que va llenándose de contenido. Del modo y manera en el que lo hacen
los relojes de arena, poco a poco y, sobre todo, grano a grano. La cara y ojos
de ese otro mundo posible está formado por una clara reivindicación
del derecho internacional. Por la propuesta de una nueva arquitectura política
fundada en la democracia. También por iniciativas económico- financieras
que embriden el caballo loco de la especulación: la Tasa Tobin, por ejemplo.
Pero también por un ejercicio de elemental solidaridad: la abolición
de la deuda externa. Por una propuesta de sostenibilidad medioambiental y de
paz. Es un programa sencillo y extremadamente subversivo. Ya ven, pedir pan,
paz y derechos humanos es un llamamiento a la rebeldía.
Ya nadie puede hoy defender con inocencia el modelo actual de globalización.
La vieja idea según la cual el proceso de mundialización era un
juego en el que todos ganaban ha demostrado ser un presupuesto ideológico.
La realidad está muy lejos de corresponder con las expectativas de sus
sacerdotes.
Hace poco más de un año, en esta misma sala, poníamos a
Argentina como ejemplo de un país sometido a las terapias de choque del
FMI y dolorosamente golpeado por un modelo de inserción internacional
asimétrico y empobrecedor. Entonces mirábamos con dolor la respuesta
de las gentes a una situación sin salida en algunas poblaciones periféricas.
Lo que ha pasado en los meses posteriores ha sido suficientemente conocido.
Naturalmente, no sabíamos lo que iba a ocurrir. No tenemos voluntad ni
oficio de ser Casandras castigadas a entender el futuro y no poder convencer
de lo que se avecina para evitarlo. Pero parece bueno recordar que hace algún
tiempo mucha gente viene denunciando con los amargos datos de la vida encima
de la mesa, los efectos devastadores de este modelo de globalización.
El neoliberalismo ha puesto en marcha el "nada para el pueblo sin el pueblo".
El proceso de globalización está produciendo un importante impacto
en las comunidades políticas: produce desvertebración y desestructuración;
incrementa las desconfianzas respecto a la utilidad de lo público y subordina
nuestros anhelos a las leyes del mercado. Esta mezcla catastrófica de
liberalizaciones, privatizaciones, flexibilización, corrupción
y desorden es el legado de dos décadas de doctrinarismo económico.
Y lo más triste es que las obligaciones del mundo neoliberal empujaron
a lo político a lo hondo de una profunda fosa de descrédito. Ahora
costará años recuperarla. La política se encarga de las
metas colectivas de una sociedad. Sin política vivimos en mero presente,
en la desnuda gestión. Sin política no hay ilusión.
La desafección de la política es un mal síntoma y es una
consecuencia más de un proceso que sustrae a los ciudadanos el control
sobre sus vidas. ¿Dónde dejó la vergüenza el neotalibán
del neoliberalismo, Dornbusch, que aconsejó recientemente que Argentina
sea dirigida por una Comisión Internacional que, esencialmente, asegure
el pago de la deuda externa? Por lo menos el despotismo ilustrado ejercía
aquel "todo para el pueblo sin el pueblo".
La reconstrucción de nuevos lazos y proyectos comunes es un modo de asegurar
una comunidad política que intente gobernar este desorden. Lo contrario
nos convierte en piezas inermes frente al arrollador avance del MacDonald's
World.
Necesitamos una reflexión y propuestas para articular un nuevo orden
político internacional que haga gobernable y habitable nuestro planeta.
No es conciliable este desorden económico, el creciente y gravísimo
deterioro medioambiental y la reducción de los espacios de lo político
y de la política para dar respuesta a los problemas de nuestras sociedades.
Esta necesidad se hace especialmente más aguda, atendiendo a lo que acontece
en nuestro mundo después de los atentados contra las torres gemelas y
el Pentágono.
Primero, fue la afirmación en la lógica de la guerra. Frente a
la complejidad, la fuerza. Frente a los desafíos autoritarios, las respuestas
prepotentes. Cómo ya hemos repetido varias veces no reconocemos en el
nuevo escenario ninguna razón para sentirnos más seguros ni más
libres. Al contrario, hoy el mundo es más inseguro, más inestable
y menos libre que antes del 11 de septiembre. ¿Qué dirán ahora
los que apoyaron la intervención militar en Afganistán cuando
comiencen los ataques a Irak?
Las consecuencias políticas del 11 de septiembre han sobrepasado ya el
nivel de lo, simplemente, preocupante. Algunos gobiernos –el nuestro muy especialmente-
se han aplicado a reforzar el discurso y las propuestas orientadas al control
social y político de las poblaciones. El discurso antiterrorista no puede
significarse como una excusa para hacer menos libres las libertades y menos
democráticas las democracias. En este escenario algunos gobiernos se
esfuerzan porque los parlamentos pierdan buena parte de sus facultades de control
y seguimiento de la acción de los ejecutivos.
Quizá tenemos que recordarles a los conservadores, y a los que dicen
que no lo son, aquellas palabras de Churchill cuando, en plena guerra mundial,
le recomendaron reprimir las huelgas de los mineros: "estamos haciendo una
guerra contra el fascismo para permitir que los ciudadanos puedan hacer huelgas".
Así es que desde este foro y bajo el argumento de autoridad de Churchill
reclamamos el derecho que asiste a Maragall a no ser considerado un peligroso
rompeescaparates por pretender participar en las manifestaciones por otra globalización.
Y esta dinámica que marginaliza la democracia pone aún más
de relieve la necesidad imperiosa de una arquitectura internacional que asegure
que los designios de la humanidad, su presente y su futuro, no dependen de los
humores de una única potencia donde su máximo dignatario confunde
deflación con inflación, o financia su campaña electoral
a costa de los trabajadores o del medio ambiente hasta ahora preservado en Alaska.
La ONU no puede ser la agencia de cuidados intensivos de la política
internacional de los Estados Unidos. Y la Unión Europea no puede ser
la bacinilla donde se escupe permanentemente y de donde no sale ningún
quejido.
Precisamente, la UE puede y debe jugar un papel más intenso y relevante
no sólo en el ámbito internacional, lo que no sería poco,
sino en la disyuntiva civilizatoria en la que nos encontramos. Somos firmes
partidarios de más Europa y no de menos Europa. Pero, por eso mismo,
somos exigentes respecto a la Europa que necesitamos y que deseamos construir.
Más Europa no puede ser mecánicamente asimilable a "más
mercado, más beneficios empresariales, más precariedad".
La dramática historia de nuestro continente debe impulsar una política
de paz planetaria. Aliarse con la guerra es dar la mano a los fantasmas de nuestra
historia; es coligarse con la estrategias de fuerza y con una concepción
militarizada de la vida incompatible con los más elementales derechos
humanos o principios democráticos.
Quizás sea el conflicto palestino- israelí el foco en el que se
refleja más trágicamente la doble moral de Occidente. Se nos hiela
la sangre cuando escuchamos al genocida Sharon decir que aun deben morir muchos
más palestinos para hacer posible una negociación de paz. Que
los palestinos sólo se sentarán a negociar cuando estén
derrotados. Por eso desde IU queremos impulsar un Llamamiento a la Solidaridad
con el pueblo palestino y por la paz en la zona. Pedimos que la Unión
Europea se sacuda su pereza política y ejerza su papel, el que le están
reclamando una buena parte del planeta. Por nuestra parte haremos práctica
esta solidaridad viajando en breve a Palestina a convivir con los que son asaltados,
torturados, volatilizados o, simplemente, asesinados, ante la mirada estupefacta
de la comunidad internacional.
Por eso es más imprescindible Europa y por eso es más imprescindible
una voz que se exprese desde la legitimidad de una construcción democrática
y participativa. Por eso Europa no puede ser un gigante con pies
de barro. Y menos aún un gigante sin cabeza. El ministro español
de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, recordaba estos días una frase
ocurrente del comisario europeo responsable de la política exterior,
el británico Chris Patten, quien, refiriéndose a la relación
entre los EE.UU y la Unión Europea, decía: "Gulliver también
necesita a los liliputienses". Con esa mentalidad subordinada y enana, la Unión
Europea seguirá como hasta el momento: desaparecida.
Estamos al inicio de un proceso que puede saldarse, una vez más, con
un "relativo fracaso" o con unas expectativas esperanzadoras.
Federalismo y Unión Europea
La Convención que se acaba de abrir debe verse, al menos es nuestro
punto de vista, como una oportunidad para construir otra Europa. Comprobamos
que no hay un solo proyecto y aunque la coalición de actores es desigual
hay opciones reales para articular un espacio social y político que proponga
a la sociedad la construcción de otra Europa. En este debate aparecen
diferentes alianzas transversales en relación con los temas relevantes
de la agenda europea hoy: el modelo democrático; la perspectiva social
y económica y el modelo de integración territorial.
El debate sobre la democracia y la construcción política europea
es un elemento significativo en este proceso. No nos resulta indiferente el
modo en el que se resuelva la discusión sobre la arquitectura institucional
de la Unión, ni el papel de los Estados y de las naciones en este proceso.
En este ámbito tiene sentido la perspectiva de un proceso federal de
construcción europea como respuesta a los problemas que plantea
la construcción democrática en este espacio político.
Como pude plantear aquí hace ahora un año, las propuestas
federales, tanto para Europa como para España, incorporan la idea de
virtud republicana y aúnan lo mejor de la responsabilidad particular
ciudadana y el internacionalismo que le es propio a la izquierda.
Por eso nos parece que este proceso puede organizarse en el contexto de un debate
sobre la aprobación de una Constitución para la Unión Europea.
Como en la Itaca de Kavafis, la meta es también el camino. El proceso
será también el resultado . Pero la solución no
es la Constitución en sí misma. El final de este proceso debe
ser la ratificación en referéndum de una nueva estructura política
en la Unión. Sólo aquello en lo que se participa es asumido como
propio.
El resultado final dará como fruto alguna suerte de federalismo extremadamente
diverso y plural. Pero permitirá un gobierno político del proceso
de construcción europea fundado en la participación de la ciudadanía.
El aspecto social y de cohesión territorial expresan, también,
una determinada idea de Europa. Como recordaba Delors no nos enamoraremos de
un gran mercado. Esta idea por sí misma es escasamente emocionante salvo
para los que tienen jugosos intereses en las bolsas. Pero lo que nos importa
de verdad es la capacidad de la Unión para dar respuesta de una manera
coordinado y eficiente a los problemas del desempleo. A su capacidad para extender
bienes y servicios sociales de calidad entre la mayor parte de la ciudadanía.
A su interés por producir un modelo de articulación territorial
que asegure un creciente proceso de convergencia real en todos los órdenes:
social, político y económico.
Esta política es además de deseable, posible. Para eso necesitaremos
abordar con realismo el incremento de los presupuestos comunitarios. Máxime
si la voluntad de ampliación de la Unión Europea no quiere hacerse
a costa del mismo proyecto europeo. Es una medida realista. Creemos también,
y es una propuesta de IU, que los medios de comunicación pueden colaborar
activamente en la articulación de un espacio político europeo
y por eso precisamos de debates públicos en los medios tanto públicos
como privados sobre el futuro de Europa. Por último, este apasionante
proceso debe saldarse con un Referéndum que de legitimidad a la construcción
europea y que haga visible el compromiso que las instituciones comunitarias
piden a su sociedad.
Desde IU reivindicamos el papel civilizatorio y referencial que la Unión
Europea puede jugar en estos momentos. Su historia es la oportunidad para incorporar
racionalidad y complejidad a una situación que demanda angustiosamente
ambas cosas. Si no soñamos Europa no sabremos soñar el futuro
político de nuestras sociedades.
Neonacionales y macroprovinciales
La economía está cambiando a ojos vista. Contaba Eduardo Galeano
cómo Jürgen Shrempp, directivo de Daimler-Chrysler, fue la persona
más aplaudida en el Foro de Davos con un discurso sobre "la responsabilidad
social de las empresas en el mundo de hoy". Tras cosechar la aclamación
de sus pares, al día siguiente Daimler-Chrysler despedía a 26.000
trabajadores. Esta y otras evidencias hacen difícilmente conciliable,
pese a las buenas intenciones de Maragall, el mundo de Davos y el mundo de Portoalegre.
La política de puertas giratorias entre las empresas y el Estado están
dificultando sobremanera las cosas. Como ha venido sucediendo en otras ocasiones
los que nos gobiernan usan de la mentira para intentar ocultar lo evidente.
Casos como los señalados de Enron, de Berlusconi o de Aznar dan
de nuevo visos de credibilidad a la denuncia que Marx y Engels hicieron hace
150 años: "El Estado es el lugar donde se sienta el consejo de administración
de la burguesía". ¿Cuánto Estado social puede construirse con
el billón de pesetas (o 6.000 millones de euros) que el gobierno de Aznar
le regaló a las eléctricas? ¿o incluso con los más modestos
20.000 millones de Gescartera?
Aun se resisten a llamar crisis a lo que no puede llamarse de otro modo. Cuando
aun apenas se atrevían a mencionar la palabra recesión ya conocimos
de centenares de miles de despidos. ¿Qué podemos esperar ahora? Y con
la perversión del lenguaje, las víctimas se presentan como sus
propios verdugos.
Los últimos datos de empleo conocido han sido particularmente malos.
El paro crece por séptimo mes consecutivo. Se afirma una preocupante
tendencia: sin una caída significativa de la actividad económica
el empleo sufre. Es decir, personas con vidas, ilusiones y expectativas se ven
empujadas al desesperante mundo del no-trabajo. Por otra parte, la bonanza en
las cuentas de la Seguridad Social y del INEM no han servido para la mejora
real de las pensiones, del Salario Mínimo. Internacional, ni de la protección
al desempleo, sino que se ha empleado para seguir transfiriendo recursos públicos
a las empresas o a mayor gloria del déficit cero. Ninguna evidencia,
repito:
ninguna evidencia demuestra que reducir los impuestos beneficie al conjunto
de la población. Si Robin Hood robaba a los ricos para dárselo
a los pobres, la derecha neoliberal roba a los pobres para dárselo a
los ricos. Como en la última reforma fiscal del gobierno Aznar.
Y mientras la introducción del euro plantea con toda crudeza la realidad
de una Europa muy heterogénea en lo social y en lo laboral y exige políticas
de armonización, el gobierno del PP habla de liberalizaciones, privatizaciones
y reformas estructurales. Es difícil imaginar más dogmatismo neoliberal.
El autoritarismo en los contenidos y la prepotencia en las formas de gobernar
del PP después de su triunfo electoral encuentra una parte de sus explicaciones
en las deudas de la cultura política franquista, pero también
en la seguridad de que ese pensamiento que dice que no existen alternativas
les ampara y les protege. Y en la convicción de que la contestación
a sus políticas no cuestionará lo esencial.
En los temas medioambientales hemos conocido un insuperable esfuerzo del gobierno
Aznar por el disimulo. Se dice una cosa. Se afirma incluso en la prensa del
régimen que gracias a los esfuerzos de este gobierno Europa ha aprobado
el Protocolo de Kyoto. Y, sin embargo, se contamina más que antes y a
un ritmo que duplica lo previsto. Y se presenta un Plan Energético Nacional
negociado con Enron, perdón, quiero decir, con las empresas eléctricas
de nuestro país. O un Plan Hidrológico Nacional que ha sido calificado,
con justicia, por el movimiento ecologista como un Plan de cemento y ladrillos.
Todo muy alejado de la necesaria reflexión sobre el impacto ambiental
de nuestra civilización y la imperiosa necesidad de un cambio de nuestras
pautas de consumo.
De entre los debates reales que nos propone la globalización ninguno
más transversal que el que remite a la creciente complejidad cultural
de nuestras sociedades. Tras un aparente e inesperado laicismo del gobierno
se esconde una profunda desconfianza a la contaminación cultural; una
aversión reflexionada a hacer esfuerzos por construir una sociedad moderna
que de respuesta al desafío de la multiculturalidad. Cómo siempre
este y otros problemas –cómo el que hace al ocio de los jóvenes-
termina por ser convertido en una cuestión de orden público.
La fracasada política migratoria, con episodios escalofriantes como el
de Fuerteventura, no parece haber conmovido un ápice las raciales opiniones
de nuestro Presidente. Los últimos resultados electorales en Dinamarca
y en Holanda ponen de relieve los riesgos de las viejas respuestas y la necesidad
de nuevas miradas. No podemos ser indiferentes a la expectativa de sociedades
fracturadas y conflictuadas por razones culturales. Y es, simplemente, peligroso
desacreditar las propuestas multiculturales desde instituciones que deberían
garantizar sensatez y equilibrio. Pero comprobamos que, muy a menudo, detrás
de la arrogancia uniculturalista se esconde una profunda islamofobia. Sospechosamente
algunos son menos uniculturalistas tratándose de Estados Unidos.
Y, sin embargo, caben alternativas y propuestas para estos amargos sinsabores.
Hemos propuesto un Plan Urgente por un Empleo de Calidad, que asegure que la
crisis no se va a saldar, una vez más, a cuenta de los y las trabajadoras,
los jóvenes o las mujeres. Y que impida esa situación de inseguridad
y riesgo permanente que explica esta altísima e inhumana siniestralidad
laboral. Porque nos parece obvio que las administraciones necesitan orientaciones
y coordinar esfuerzos para hacer frente a una amenaza que ya existe y maltrata
nuestra sociedad. Y nos parece más obvio aún que el gobierno no
puede mirar para otro lado como si este tema del desempleo creciente, de la
siniestralidad o la precarización no tuviera que ver con ellos.
Y necesitamos medidas que den respuesta con nuevos criterios a los problemas
energéticos en ciernes. Entre estas medidas ninguna más sensata
que el cierre de las centrales nucleares más peligrosas de manera inmediata
y un Plan negociado para el abandono definitivo de esta fuente energética
tan peligrosa a corto plazo. Pero es viable, también, un Plan Energético
alternativo que fomente los usos de energías renovables y penalice el
consumo suntuario y excesivo.
Por último, no estaría de más dedicar esas pesetas no canjeadas
a euros por los españoles a ayuda al desarrollo. Queremos recordar que
España está en el nivel más bajo de los últimos
diez años en este epígrafe tan sensible. Y desde luego muy alejado
del 0,7% del PIB auspiciado por la ONU desde 1979.
No tenemos más seguridad y sí menos libertad
Después del 11 de septiembre el gobierno ha forzado una situación
para colocar una nueva agenda política en la que la lucha contra el terrorismo
se ha convertido en la justificación para imponer una visión doctrinaria
y omnicomprensiva de nuestro presente y de nuestro próximo futuro.
El gobierno del PP no deja de proponer desafíos que nos interrogan sobre
la calidad de nuestra democracia. No es el lugar para el anecdotario, pero los
últimos acontecimientos son la expresión de un modo de entender
el gobierno del país que responden con claridad a la voluntad de consolidar
una determinada cultura política.
Algunos autores italianos se han referido a la estrategia berlusconiana como
"el régimen". Esto es, la voluntad de consolidar un escenario de acción
política e institucional sustentado sobre un predominio comunicacional
y económico.
¿Ha llegado el momento de llamar de este modo a la acción de gobierno
liderada por Aznar? Es inocultable que la actividad del PP promueve una idea
de España que incluye una concepción de lo que deben considerarse
incluso nuestros valores morales. Resucitar la inmarcesible camisa de Isabel
la Católica huele a rancio, como no puede ser de otra manera. Quieren,
además, canonizarla por haber, supuestamente, curado a un enfermo de
páncreas. Como médico, créanme si les digo que los que
realmente hacen milagros son los médicos de la seguridad social paliando
con su esfuerzo los recortes que el modelo sanitario del PP trae consigo.
Pero hay, además, una práctica que está convirtiendo a
todos los poderes del estado en subordinados al ejecutivo. Esta veterana tendencia
de las democracias en las últimas décadas se ha agudizado en este
tramo de nuestra historia obedeciendo a una voluntad consciente. Y se trata
de una subordinación en horizontal, es decir que afecta al equilibrio
tradicional de poderes. Pero también, hacia abajo, es decir, que afecta
a las relaciones entre las administraciones centrales, autonómicas y
locales.
La lucha antiterrorista y la concepción de España son una de las
claves de bóveda de esta estrategia. Parece ocioso afirmar, una vez más,
la condena reiterada que la fuerza política que represento realiza cotidianamente
de la actividad terrorista. Y defendemos que la actividad terrorista debe combatirse
policialmente, pero también política y socialmente. La vida ha
demostrado trágicamente que las estrategias de confrontación conducen
a más confrontación. Romper los puentes que permiten el diálogo
nos aleja de las soluciones. Y como en su momento defendimos en las elecciones
vascas, no necesitamos dinamiteros sino artesanos y constructores. Puentes es
lo que necesita el País Vasco, y no expertos en demolición.
Vimos con mucha rapidez como la lucha antiterrorista se convertía con
celeridad en la lucha contra los nacionalistas, contra los federalistas y contra
todos aquellos que se atrevan a pensar en una España plural y diversa.
Nos conmueve pensar que en esa lista creciente figuran personajes ilustres como
Fraga Iribarne. Si no fuera tan patético podría parecer hasta
divertido.
Pero mientras el famoso patriotismo constitucional disuelve su nadería
conceptual en los intersticios de la vida pública, el gobierno se afana
por gobernar la agenda política con propuestas que inquietan. No es una
buena idea atacar el sistema de partidos para intervenir en el problema terrorista.
En realidad es un despropósito. Es violentar un consenso básico
de la Constitución en sentido real, aquel que se refiere al papel de
los partidos en nuestro sistema político. Y todo para nada. Ellos, nosotros,
ustedes, saben que éste no es el modo en el que derrotaremos a los terroristas.
Aún más, es un modo para hacer imposible la evolución y
el debate en ese mundo. Nos preocupa, pensando en el futuro de Euskadi, que
este viaje se haga asegurando tanto como sea posible que no quedan enquistados
en la sociedad sectores importantes que tendrán, permanentemente, una
mirada hostil hacia la democracia.
Pero sí es, obviamente, ésta no es la solución al terrorismo,
sí es, sin embargo, el modo en el que el gobierno presiona sobre el debate
público necesario en torno a la articulación política de
España. Pese a las declaraciones que lleva haciendo en dirección
contraria, el Partido Popular lleva demasiado tiempo haciendo electoralismo
del problema del terrorismo.
El consenso constitucional respecto al modelo de articulación de nuestro
Estado quiso dar una respuesta de emergencia a un problema crónico que
precisaba de la mayor inteligencia y audacia. La propuesta del Estado de las
Autonomías tenía enormes problemas pero ha demostrado unas potencialidades
que han construido otra España. Pensar, sin embargo, que el modelo está
cerrado y finiquitado, o que la lectura pertinente sobre ese esfuerzo de integración
es la de un proceso de descentralización (como ha manifestado recientemente
el portavoz del gobierno), es o un insulto a la inteligencia o un tic autoritario.Y
dentro de este escenario de posibilidades no hay ninguna razón para que
no se consideren con el cuidado que merecen las propuestas que tienen por objetivo
avanzar en el autogobierno para asegurar mayores cotas de bienestar a nuestra
ciudadanía y más incentivos a la participación democrática.
La democracia debe mostrar su utilidad a la ciudadanía poniendo límites
a este empeño recentralizador que tanto daño puede hacer a nuestro
pluralismo y a nuestra diversidad. La coherencia y determinación del
gobierno en imponer su estrategia no debería subestimarse. Recordemos
la Ley sobre Internet, la Ley sobre el Centro Nacional de Inteligencia o el
desprecio hacia el control político del gobierno.
La deriva neonacional forma parte de una estrategia coherente. Es funcional
la voluntad de acaparar las prestaciones simbólicas del Estado con una
defensa de la globalización neoliberal y con un proyecto europeo reducido
–en los hechos- a un gran mercado. Es funcional también a una estrategia
política que pretende señalar el itinerario por el que debe transcurrir
la disputa por el anodino espacio del centro político.
Una vez más tenemos que recordar con Voltaire aquello de "no comparto
tus ideas pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarlas",
o en la tradición de Rosa Luxemburgo que ya recordábamos aquí
en la última ocasión: "Libertad es la libertad de los que piensan
diferente".
También la enseñanza ha vivido su confrontación con el
modelo de fractura social que el dogmatismo neoliberal del gobierno quiere imponer.
La educación podía haberse convertido en un lugar de reflexión
y acuerdo sobre el futuro. Pero el gobierno lo ha convertido en una prueba de
fuerza contra una parte de la sociedad que se resiste a la imposición
de un modelo ajeno y regresivo. Frente a la necesidad de integración
y tolerancia, el gobierno nos propone autoritarismo. Frente a la escuela como
espacio de educación de ciudadanos y ciudadanas, el gobierno se obstina
en no ver más allá de la competencia. Frente a una visión
integral y abierta de la formación de las personas, el gobierno busca
la producción de especialistas parcialmente informados. No puede ser
nuestro modelo. Máxime cuando su último Congreso reeditó,
con ligeras modificaciones, una conocida letanía: Municipio, familia
y educación. Adivinen a qué nos recuerda y cual de los conceptos
es el que ha cambiado.
Si esta es una reflexión que puede ser reconocida como no muy alejada
de la realidad, entonces, comprenderán nuestra perplejidad por el modo
en el que hace oposición el Partido Socialista.
No pretendo una crítica fácil. Pero espero haberles convencido
de la significación y calado del momento en el que nos encontramos y,
por ello, del escaso peso y proyección de una crítica que no proyecta
ninguna alternativa; que aparece proponiendo pactos sobre las cuestiones esenciales
y que busca un espacio de diferenciación en las cuestiones tangenciales
a los debates de fondo. Ese modelo de oposición no ayudará a reconstruir
una relación fluida y enriquecedora entre lo social y lo político.
No ayudará a que puedan expresarse políticamente una buena parte
de los conflictos que hoy preocupan a nuestra sociedad.
En fin, dentro de las dificultades ha sido también un año donde
se muestran las grietas de este modelo y las oportunidades que la situación
ofrece para la recomposición de la izquierda alternativa y transformadora.
Las movilizaciones contra la LOU, contra la guerra o por otro modelo de globalización
han hecho posible la socialización en un conflicto político de
una generación de jóvenes que han aprendido por propia experiencia
la realidad de nuestras sociedades: el papel de las diferentes fuerzas políticas,
el de los medios de comunicación que han ignorado sus propuestas, etc..
¿Y qué decir de nosotros mismos?
Comenzado el siglo XXI, seguimos las izquierdas políticas de casi todos
los países contándonos y recontándonos. Dando noticia de
nuestra supervivencia, y considerando, no sin razón, que el simple hecho
de seguir existiendo es un apreciable dato de la realidad. Instalados en el
pesimismo, quizá no esté mal, pero no parece suficiente para provocar
ilusión, y nos interroga sobre el momento en el que pondremos fin a esta
interminable fase de repliegue y comenzaremos, no digo la ofensiva, aunque sí
un más modesto momento de consolidación y crecimiento.
Si nos contemplamos con sinceridad podremos vernos, a veces, como ese personaje
de un poema de Erich Fried que duplicó con su torpeza sus problemas:
Quizá no esté
suficientemente escondido
de ellos
pero demasiado ya de mí mismo
Más de dos décadas de neoliberalismo han modificado el rostro
de nuestras sociedades. Al mundo para el que teníamos preparadas las
respuestas le han cambiado buena parte de las preguntas. Pero si hay un interrogante
que no ha cambiado es el que nos interpela sobre el poder y la necesidad de
vigilarlo en el presente, no en el pasado. La pregunta sobre la injusticia permanece
firme en un mundo hegemonizado por el neoliberalismo.
Las identidades políticas a las que ese mundo dio lugar viven un proceso
de cambio y transformación irreversible. De los cambios más sensibles
para nuestro quehacer ninguno más relevante que el propio papel de la
política y de la actividad pública. Al igual que en los años
sesenta los partidos políticos de izquierda tuvieron que acoger el desafío
de los movimientos sociales e incorporar las demandas del feminismo, del pacifismo
y del ecologismo. Hoy estamos dando respuesta al reto de un mundo globalizado,
con formas transformadas del trabajo, a menudo precarizadas, con una mayor conciencia
ciudadana del derecho que debiera asistirnos a escoger nuestra propia vida,
con la presencia de trabajadores de otros países…
El liberalismo que ha visto el nuevo siglo no es del de Adam Smith, David Ricardo
o Stuart Mill. Por eso hablamos de neoliberalismo, refiriéndonos
a las transformaciones sociales e institucionales, la desconfianza hacia el
Estado, la complejidad y aumento de las tareas públicas, la pérdida
del componente nacional de la economía.
El desafío de hoy es reconstruir un espacio público en el que
sea posible pensar el debate y el conflicto, es la tarea imprescindible con
la que nos hemos enfrentado en la izquierda alternativa y transformadora. No
es nada sencillo, pues la ciudadanía nos reclama otra manera de enfrentar
sus intereses y sus anhelos. No es que falten ciudadanos héroes, sino
que la forma del heroísmo cívico tiene otros contornos en un tiempo
con otro sentido común. Nadie va a seguir permitiendo en este siglo que
empieza representar un papel subalterno como espectadores de nuestras propias
biografías.
Nuestras sociedades son y serán más complejas y por eso se resisten
al impulso del poder por donde ya no valen grandes recipientes donde ahormar
la vida y los sueños de las gentes. Para nosotros eso quiere decir, como
pone de manifiesto PortoAlegre que el sujeto social vinculado a los proyectos
de emancipación social es diverso cultural, económica y políticamente;
que las identidades ideológicas no pueden ser hoy el único modo
de articulación política, y que, en consecuencia, necesitamos
construir, inventar, esforzarnos por hacer posible una cultura de la convivencia
y del encuentro que facilite la acción social y política.
Será la tarea de los partidos de izquierda, tarea nueva y difícil,
el sumar el ánimo emancipador que atraviesa a todos esos movimientos
y a todos esos comportamientos. Es lo que hacemos en IU con el carácter
de movimiento político-social que portan nuestras siglas desde sus inicios.
Queremos expresar esa voluntad de construir un "partido arrecife" un "partido
coral" donde deben encontrarse los trabajos conjuntos de todas aquellas personas
que construyen la izquierda con sus particulares ritmos y formas. Y por eso
nos obligamos no sólo a representarlos, sino a permitir que esas sensibilidades
se representen a sí mismas dentro de Izquierda Unida.
La moraleja de ese viaje ets sencilla: pretendemos ser la expresión política
de un tejido amplio y plural de organizaciones y personas activas en la vocación
de alcanzar un horizonte de transformación social. Queremos ser el precipitado
de esa energía rebelde que en nuestra sociedad se expresa de maneras
tan diferentes. Izquierda Unida quiere ser el hilo rojo que trence con la paciencia
de una tejedora confiada y amable, todos los esfuerzos transformadores que florezcan
en nuestro entorno.
Los últimos años nos han traído mejores noticias. El movimiento
por otra globalización, la constitución de ATTAC, la celebración
del Foro Social Mundial en Porto Alegre, la articulación de la izquierda
en países importantes, han evidenciado que en la sociedad se están
activando de nuevo las opiniones críticas que parecían arrumbadas
a tiempos ya lejanos. Cambiar el estado de cosas es la única opción
cuando pretenden segar la hierba bajo nuestros pies.
Y hemos de hacerlo incorporando lo aprendido durante este itinerario. Izquierda
Unida no es táctica. Es el convencimiento de ser, en la calle, uno más
que debe trabajar en pie de igualdad con las gentes y organizaciones que protagonizan
actividades sociales transformadoras. Pensamos que se trata de una contaminación
sugerente y enriquecedora.
Es momento de exigirnos con radicalidad la construcción de un espacio
de integración y pluralidad donde la máxima sea: seguimos necesitando
sumar. Porque, además, el encuentro de las izquierdas debe ser creíble
para la ciudadanía. Son muchas las dificultades, pero es ahora cuando
encontramos signos esperanzadores de una posibilidad: la de la reconstrucción
del espacio político de la izquierda alternativa y transformadora.
Ya hay algunas noticias sobre esto, y con toda seguridad encontraremos más
en los próximos meses. Para que podamos considerar buenas esas noticias,
deben dar cuenta de que las izquierdas no socialdemócratas de nuestro
país, hemos sido capaces de comenzar a andar. Esto afecta a las izquierdas
de ámbito nacional o regional; a las izquierdas locales y también
a algunas fuerzas nacionalistas.
Es una estrategia abierta, flexible, inclusiva que pretende un encuentro real
de las izquierdas con formas y modos por inventar. No nos asusta imaginar. Y
pretendemos también que ese giro político facilite algún
tipo de entendimiento con "la otra" izquierda para derrotar al PP y sus políticas.
La Presidencia española del semestre europeo apunta a una movilización
que debe servir para reencontrarnos después de la política de
tierra quemada desarrollada por el PP y no lo suficientemente contestada por
quienes podían. Las movilizaciones populares, el aumento de las voces
críticas nos ofrecen claros indicios de esperanza. O cuando menos, nos
señalan que es posible pensar en algo más que en contarnos y recontarnos.
La izquierda no puede ser como los antiguos alumnos de una promoción
al final de sus vidas, donde ya no entra nadie y cada vez faltan más.
No aspiramos a que todo sea perfecto. Como recordaba con tanta sabiduría
Hanna Arendt, cuando se viene del desierto es inevitable llevar los zapatos
llenos de arena al oasis en el que nos hemos refugiado. Pero la esperanza se
escribe con los materiales que la vida real nos ofrece. Y esos mimbres existen.
Generar un proceso que haga creíble el encuentro de estas izquierdas
llevará su tiempo. Pero puede ser un proceso ilusionante. Una condición
de oro para que la necesidad se acompañe de optimismo (un requisito para
la ilusión) es que sea, insisto, un proceso creíble.
A partir de la VI Asamblea, Izquierda Unida ha dado pasos importantes hacia
ese nuevo escenario que desea toda fuerza con horizontes utópicos. El
nuevo momento organizativo de la política exige construir una hermandad
de los diferentes, una articulación política donde pesen los elementos
compartidos, que siempre serán los de la emancipación, pero que
deje mucho aire libre para cada diferencia. Un nuevo momento organizativo que
de entrada a más jóvenes, para que sean ellos los autores de su
propia política; a más mujeres, porque todavía no pueden
ser los hombres los que interpreten sus necesidades pues aún hay muchas
diferencias; a más inmigrantes, porque son ellos los que mejor conocen
las necesidades de esos colectivos; a más independientes, porque se hayan
ganado el respeto de la sociedad por su trabajo.
Estamos en un momento crítico, donde el molde se ve rebasado por la realidad
política. Por eso necesitamos, como en otros momentos históricos,
audacia, generosidad y renovación. Mucha renovación. Precisamos
del coraje y de las energías que aportan las generaciones que han crecido
en las nuevas experiencias de organización y movilización, que
están más cerca de la sociedad que realmente existe hoy y que,
sin embargo, han hecho crecer la semilla de la rebeldía y se han enfrentado
al conformismo y a la resignación. Nuevas generaciones que configuran
el grueso de los votantes de nuestra formación política.
Se trata de un proceso de construcción de cosas nuevas en un horizonte
abierto. Es un camino en el que no habrá que inventarlo "todo", pero
donde habrá que inventar "mucho. Y emprendimos hace tiempo este itinerario
desde la convicción que solo la contaminación política
y el mestizaje ultural tenían sentido. Quien escuche los mensajes de
Porto Alegre, el discurso zapatista, el lenguaje político de los nuevos
trabajadores y de los nuevos manifestantes se dará cuenta de que estamos
inventando un nuevo alfabeto de la izquierda. Izquierda Unida quiere impulsar
una práctica que invite a sumarse, que genere ilusión y que haga
más compleja y diversa la izquierda plural.
En el programa de esta izquierda plural aparecen rasgos claramente reconocibles
para un programa alternativo deseable y posible: el compromiso con un desarrollo
económico sostenible; garantías para asegurar un modelo social
que asegure prestaciones universales de calidad; una defensa radical de las
libertades democráticas en el convencimiento de que estamos más
seguros cuando somos más libres; una propuesta abierta de articulación
federal de nuestro estado y un compromiso con una construcción social
y democrática de Europa. Son propuestas que pueden concitar un amplio
acuerdo y que, desde luego, pretendemos someter a debate en un próximo
Foro de la Izquierda.
No renunciamos al faro común de crítica al capitalismo que nos
une con tanta gente. Y defendemos con pasión la idea de una sociedad
alternativa que seguimos llamando socialismo.
Es esta condición de defensa del socialismo, como una tradición
intelectual de la que seguimos reclamándonos, la que nos hace fuertes
en nuestra oposición a la guerra, en la denuncia de las desigualdades,
en nuestra propuesta de moralización del Estado, en la exigencia de una
organización política europea al servicio de la ciudadanía,
en nuestro convencimiento de que deber ser los pueblos (y no los reyes) los
que decidan su destino común, en nuestro apoyo de la cultura y la educación,
en nuestro compromiso con las generaciones más jóvenes y la solidaridad
intergeneracional. En resumidas cuentas, el socialismo que alumbrará
la historia de la humanidad dejando atrás la prehistoria del mundo en
que vivimos.
En este último período y gracias a un importante esfuerzo colectivo
hemos recuperado credibilidad y ganado nuevos apoyos, porque hemos sido capaces
de mostrar en nuestra casa la transformación que sabemos necesaria para
la sociedad. Sólo desde esa nueva Izquierda Unida podremos encarar con
credibilidad social la solución que proponemos. No es momento ni de cosmética
ni de matemática institucional. Se trata, por tanto, de hacer visible
la realidad de un mundo que quiere cambiar, de recuperar la izquierda en todo
su sentido de innovación, entrega y generosidad.
Pero hay que continuar en esa línea. Nos jugamos, una vez más,
el futuro. Para cerrar esta malhadada era e inaugurar el tiempo de las verdes
alamedas que, fieles a nuestros sueños, siguen perteneciéndonos.
Tiempo de alumbramiento en que, con palabras de la poetisa nicaragüense,
nos "acompañará la tierra con su murmullo de vientre". Porque,
una vez más, nos habremos atrevido.
(*) Coordinador General de Izquierda Unida
Conferencia en el Club Siglo XXI de Madrid el 8 de marzo de 2002