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7 de marzo del 2002
Sin movimiento social no hay política social
Pierre Bordieu
El Grano de Arena
Los gobiernos socialdemócratas, que son mayoría en Europa,
están liquidando las conquistas sociales · Es preciso, entonces, diseñar
otras formas de lucha contra la precarización a nivel internacional.
Los sindicatos tienen un rol clave en la creación de nuevas solidaridades
que trasciendan los límites de cada país.
Cuando uno habla de Europa, no es fácil que lo entiendan. El campo periodístico,
que filtra e interpreta todos los discursos según su lógica más
típica, la del "a favor o en contra", intenta imponer a todos la débil
opción que se le impone a él: estar "a favor" de Europa -es decir,
ser progresista, moderno, liberal- o no estarlo -y condenarse al arcaísmo,
al pasatismo, al lepenismo, casi al antisemitismo... Como si no hubiera otra
opción legítima que la adhesión incondicional a Europa
tal como es y se prepara a ser: reducida a un banco y una moneda única
y sometida al imperio de la competencia sin límites.
Para eludir esta alternativa grosera no basta con hablar de una "Europa social".
Aquellos que, como los socialistas franceses, han apelado a este señuelo
retórico, sólo llevan a un grado de ambigüedad superior las
estrategias del "social-liberalismo" a la inglesa, ese thatcherismo apenas rebajado
que para venderse utiliza en forma oportunista el simbolismo, reciclado mediáticamente,
del socialismo. Es así como los socialdemócratas que hoy están
en el poder en Europa pueden contribuir, en nombre de la estabilidad monetaria
y el rigor presupuestario, a liquidar las conquistas sociales más admirables
de los dos últimos siglos y destruir la esencia misma del ideal socialista:
grosso modo, la ambición de reconstruir en forma colectiva las solidaridades
amenazadas por el juego de las fuerzas económicas. Así, trabajan
para inventar el "socialismo sin lo social", que asesta el golpe de gracia a
la esperanza socialista tras las "experiencias" criminales del "sovietismo"
que les sirven de coartada.
Para quienes podrían juzgar excesivo este cuestionamiento, he aquí
algunas preguntas: ¿no es tristemente significativo que, cuando su acceso casi
simultáneo a la conducción de numerosos países europeos
abre a los socialdemócratas la oportunidad de concebir en común
una verdadera política social, no se les ocurre ni siquiera explorar
las posibilidades de acción política que se les ofrecen en materia
fiscal, de empleo, formación o vivienda social? ¿No es revelador que
no intenten siquiera contrarrestar el proceso de destrucción de las conquistas
sociales del Estado de Bienestar, por ejemplo instaurando en la zona europea
normas sociales comunes en materia de salario mínimo, jornada laboral
o formación profesional de los jóvenes? ¿No es chocante que se
reúnan para fomentar el funcionamiento de los "mercados financieros",
en vez de controlarlos con medidas colectivas como la instauración de
un régimen tributario internacional del capital (con particular incidencia
en los movimientos especulativos a corto plazo) o la reconstrucción de
un sistema monetario que garantice la estabilidad de las relaciones entre las
economías? ¿Y no es difícil aceptar que el exorbitante poder de
censura de las políticas sociales que se les otorga a los "guardianes
del euro" impide financiar un gran programa público de desarrollo económico
y social europeo en el campo de la educación, la salud y la seguridad
social?
El espectro de la mundialización: Es evidente que, dado lo preponderante
que son los intercambios comerciales intraeuropeos en el conjunto de los intercambios
de los diferentes países de Europa, los gobiernos de estos países
podrían implementar una política común destinada a limitar
la competencia intraeuropea y resistir en forma colectiva la competencia de
las naciones no europeas y, en particular, las imposiciones estadounidenses.
Esto, en lugar de invocar el espectro de la "mundialización" para que
se acepte el programa regresivo que el empresariado viene promoviendo desde
los años setenta: reducción de la intervención pública,
movilidad y flexibilidad de los trabajadores, ayuda pública a la inversión
privada mediante asistencia fiscal, reducción de los aportes patronales,
etcétera. En pocas palabras, al no hacer prácticamente nada en
favor de la política que profesan, a pesar de que están dadas
todas las condiciones para que puedan concretarla, revelan claramente que no
quieren esta política.
La historia enseña que no hay política social sin un movimiento
social capaz de imponerla (y que no es el mercado, como se intenta hacer creer
hoy, sino el movimiento social el que "civilizó" la economía de
mercado, contribuyendo así en gran medida a su eficacia). Así,
para quienes realmente quieren oponer una Europa social a una Europa de los
bancos y la moneda, flanqueada por una Europa policial, penitenciaria y militar,
la cuestión es saber cómo movilizar las fuerzas capaces de llegar
a este fin y a qué instancias pedirles el trabajo de movilización.
Evidentemente, pensamos en la Confederación Europea de Sindicatos. Pero
nadie contradecirá a los especialistas que, como Corinne Gobin, muestran
que el sindicalismo a nivel europeo se comporta como "socio" preocupado por
participar en el decoro y la dignidad de la gestión de los asuntos europeos,
llevando adelante una acción de lobbying según las normas del
"diálogo", caro a Jacques Delors. No se puede negar que casi no se esforzó
por obtener los medios para contrarrestar eficazmente los designios del empresariado
(organizado en la Unión de Confederaciones de la Industria y los Empleadores
Europeos) e imponerle, con las armas clásicas de la lucha social -huelgas,
manifestaciones-, verdaderas convenciones colectivas a escala europea.
No pudiendo esperar de la Confederación Europea de Sindicatos que se
pliegue por ahora a un sindicalismo resueltamente militante, es forzoso recurrir
primero, provisoriamente, a los sindicatos nacionales. Pero sin pasar por alto
los obstáculos inmensos a la "conversión" que deberán hacer
para escapar a la tentación tecnocrático-diplomática a
nivel europeo y a las rutinas que tienden a encerrarlos en los límites
de lo nacional. Y esto, en un momento en que, bajo el efecto de la política
neoliberal y las fuerzas abandonadas a su lógica -por ejemplo, con la
privatización de grandes grupos de trabajo y la multiplicación
de los "pequeños trabajos" aislados en el área de servicios, temporarios
y de tiempo parcial-, las bases mismas de un sindicalismo de militantes se ven
amenzadas, como lo testimonian la caída de la sindicalización
y la débil participación de los jóvenes, sobre todo los
nacidos de la inmigración, que suscitan tantas inquietudes y que casi
nadie sueña con movilizar.
Rupturas radicales: El sindicalismo europeo que podría ser el
motor de una Europa social debe ser inventado, y no puede serlo más que
al precio de toda una serie de rupturas más o menos radicales: ruptura
con los particularismos nacionales de las tradiciones sindicales, siempre encerradas
en las fronteras de los estados, de los que esperan los recursos indispensables
para su existencia y que delimitan sus objetivos y campos de acción;
ruptura con un pensamiento concordatario que tiende a desacreditar el pensamiento
y la acción críticos y a valorar el consenso social al punto de
alentar a los sindicatos a participar de una política tendiente a hacer
que los dominados acepten su subordinación; ruptura con el fatalismo
económico, alentado por el discurso mediático-político
sobre las necesidades ineluctables de la "mundialización", el imperio
de los mercados financieros y hasta la conducción misma de los gobiernos
socialdemócratas que, al prolongar la política de los gobiernos
conservadores, hacen que ésta aparezca como la única posible;
ruptura con un neoliberalismo hábil para presentar las exigencias inflexibles
de contratos de trabajo leoninos bajo la apariencia de la "flexibilidad" (por
ejemplo, con negociaciones sobre la reducción del horario de trabajo
y la ley de las 35 horas, que encierran todas las ambigüedades de una relación
de fuerzas cada vez más desequilibrada); ruptura con un "socialiberalismo"
de gobierno propenso a dar a las medidas de desregulación que favorecen
las exigencias patronales la apariencia de conquistas de una verdadera política
social.
Este sindicalismo renovado convocaría a agentes movilizadores animados
de un espíritu internacionalista y capaces de superar los obstáculos
vinculados a las tradiciones jurídicas y administrativas nacionales y
a las barreras que separan las ramas y categorías profesionales, las
clases de género, edad y origen étnico. Es paradójico que
los jóvenes, en especial los provenientes de la inmigración -tan
presentes en los fantasmas colectivos del miedo social-, tienen en las preocupaciones
de partidos y sindicatos progresistas un lugar inversamente proporcional al
que les acuerda en toda Europa el discurso sobre la "inseguridad". ¿Cómo
no esperar una suerte de internacional de los "inmigrantes" que una a turcos,
kabilas y surinamitas en la lucha que podrían encabezar, junto a los
trabajadores europeos, contra sus empleadores y las fuerzas económicas
dominantes, que son tan responsables de su emigración? Quizá las
sociedades de inmigración ganarían mucho si, objetos pasivos de
una política securitista, estos jóvenes "inmigrantes" -que en
verdad son ciudadanos europeos-, a menudo desarraigados y excluidos de las organizaciones
de contestación, y sin otra salida que la sumisión resignada,
el delito o los tumultos suburbanos, se transformaran en agentes de un movimiento
social constructivo.
Para desarrollar en cada ciudadano la disposición internacionalista que
hoy es condición de toda estrategia eficaz de resistencia hay que imaginar
una serie de medidas, como instaurar en cada organización sindical instancias
que traten con las organizaciones de otras naciones para recoger y hacer circular
la información internacional; establecer reglas de coordinación
en materia de salario, condiciones de trabajo y empleo; instituir paridades
entre sindicatos de iguales categorías profesionales o de regiones fronterizas;
fortalecer, en las empresas multinacionales, comisiones internacionales capaces
de resistir las presiones atomizantes de las direcciones centrales; promover
políticas de reclutamiento dirigidas a los inmigrantes, que se convertirían
en agentes de resistencia y cambio, y dejarían de ser usados como factores
de división e incitación al pensamiento nacionalista o racista;
realizar la "conversión de los espíritus" necesaria para vincular
las reivindicaciones en el trabajo con las exigencias en materia de salud, vivienda,
transporte, formación y ocio, y para reclutar y resindicalizar los sectores
tradicionalmente desprovistos de medios de protección colectiva (servicios,
empleo temporario).
La verdadera unión europea: Pero no se puede prescindir de un
objetivo: la construcción de una confederación sindical europea
unificada. Esto es indispensable para orientar las innumerables transformaciones
colectivas e individuales que serán necesarias para "hacer" el movimiento
social europeo. Aunque hay que tener cuidado de no pensar el movimiento social
europeo del futuro según el modelo del movimiento obrero del siglo pasado.
La estructura social de las sociedades contemporáneas experimentó
cambios profundos, entre los cuales el más importante es la disminución,
en la industria, de los obreros frente a los "operadores", quienes, más
ricos en capital cultural, podrán concebir nuevas formas de organización,
nuevas armas de lucha y nuevas solidaridades.
No hay condición previa más absoluta para construir un movimiento
social europeo que el repudio de las formas habituales de pensar el sindicalismo,
los movimientos sociales y las diferencias nacionales. No hay tarea más
urgente que inventar las nuevas formas de pensar y actuar que impone la precarización.
Fundamento de una nueva forma de disciplina social, nacida del temor al desempleo,
la precarización generalizada puede originar solidaridades de un tipo
nuevo, en especial cuando suceden crisis particularmente escandalosas, que adoptan
la forma de despidos masivos impuestos por el deseo de ofrecer suficientes ganancias
a los accionistas de las empresas. El nuevo sindicalismo deberá apoyarse
en las nuevas solidaridades entre víctimas de la precarización,
las profesiones de la salud y la comunicación, así como entre
los empleados y los obreros. Y deberá esforzarse por producir un análisis
crítico de las estrategias, a menudo sutiles, con las que colaboran ciertas
reformas de los gobiernos socialdemócratas y que pueden resumirse en
el concepto de "flexplotación": reducción de las horas de trabajo,
multiplicación de los empleos temporarios y de tiempo parcial. Análisis
difícil de realizar ya que, por una suerte de efecto de armonía
preestablecida, las estrategias ambiguas son ejercidas a menudo por víctimas
de estrategias similares: docentes precarios a cargo de estudiantes marginalizados
y destinados a la precariedad, trabajadores sociales sin garantías sociales
que deben asistir a poblaciones de las que se hallan muy próximos.
Pero es necesario también terminar con otros preconceptos que desalientan
la acción, como la oposición que formulan algunos politólogos
entre "sindicalismo protestario" y "sindicalismo de negociación". Esta
representación desmovilizadora impide ver que las conquistas sociales
sólo pueden obtenerse mediante un sindicalismo capaz de movilizar la
fuerza de contestación necesaria para arrancarles al empresariado y a
las tecnocracias verdaderos avances colectivos y para negociar e imponer los
compromisos y las leyes que los vuelvan duraderos. Hoy es su incapacidad para
unirse en torno a una utopía racional (que podría ser una verdadera
Europa social) y la debilidad de su base militante lo que impide a los sindicatos
superar los intereses de corto plazo y dar toda su fuerza -especialmente integrando
a los desocupados- a un movimiento social capaz de combatir los poderes económico-financieros
en el lugar de su ejercicio, ahora internacional. Los movimientos internacionales
recientes, entre los cuales la marcha europea de los desempleados es sólo
el más ejemplar, son los primeros signos del descubrimiento colectivo
de la necesidad vital del internacionalismo o, mejor aún, de la internacionalización
de los modos de pensamiento y de las formas de acción.
Pierre Bourdieu fue sociólogo, profesor del College de France.
Traducción de Elisa Carnelli.