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La leva
Moncho Alpuente
Con un optimismo a prueba de bombas de fragmentación, el Ejército
español anuncia su intención de reclutar, voluntariamente, por
supuesto, en los próximos días a 11.000 jóvenes soldados
profesionales en la zona zur de la Comunidad de Madrid, sin más pertrechos
que un autocar y dos furgonetas serigrafiadas con sugestivas imágenes
de impecables y fotogénicos guerreros, desarmados pero con casco y uniforme
de combate, y amazonas de armas tomar con la boina graciosamente ladeada y el
pelo recogido en la nuca, junto al ingenioso lema publicitario 'Aquí
tienes lo que buscas'.
La munición: 150.000 folletos titulados 'Descubre lo que te ofrecen las
Fuerzas Armadas Profesionales', o 'Todo lo que querías saber sobre el
Ejército español y no te atrevías a preguntar'. Los puntos
estratégicos de la campaña, las ciudades de Leganés, Móstoles
y Alcorcón, sus calles, sus plazas, sus oficinas de empleo, sus colegios
y sus APA, asociaciones de padres de alumnos a los que se supone, vaya usted
a saber por qué, capaces de influir sobre el futuro de sus vástagos
mayores de 18 años y menores de 27, tramo de edad fijado para ingresar
en el Ejército. La elección de las tres localidades madrileñas
como campo de batalla para esta ofensiva piloto no ha sido casual. Móstoles,
Leganés y Alcorcón suman entre sus respectivos censos 150.000
jóvenes en edad de militarización, y se supone que la mayor parte
de ellos de pocos recursos y con escasas opciones de encontrar un empleo estable.
¿Habrá entre ellos 11.000 almas vírgenes aptas y dispuestas a
cambiar su estado civil por el militar? Los responsables del reclutamiento confían
en ello y ofrecen toda clase de facilidades: empleo fijo, formación a
cargo de la empresa, seguro de vida y accidentes y afiliación a la Seguridad
Social para los más pragmáticos; y, para los aventureros, bonitos
uniformes, viajes a países exóticos y posibilidad de poder disparar
armas de verdad contra enemigos auténticos en conflictos bélicos
homologados. Una posibilidad más bien remota porque, como todo el mundo
sabe o debería saber, los militares profesionales de hoy se dedican casi
en exclusiva a misiones de paz y de buena voluntad en dura competencia con las
oenegés.
Ésta es 'la nueva realidad de las Fuerzas Armadas' que el general Asensio
Gómez, subdirector general de Reclutamiento, quiere que conozcan a toda
costa los jóvenes del sur madrileño que cumplan con unos requisitos
mínimos: poseer la nacionalidad española, carecer de antecedentes
penales, no haber sido objetores de conciencia -lo que parece harto improbable-
y poseer el nivel cultural adecuado a la vacante solicitada, existiendo muchas
plazas que ni siquiera necesitan la titulación de graduado escolar. Para
facilitar aún el acceso, hace unos años las Fuerzas Armadas rebajaron
generosamente la cifra del coeficiente intelectual de los aspirantes: ahora
que las armas son inteligentes, los que las manejan ya no deben serlo tanto.
En el capítulo de inconvenientes que, por supuesto, no mencionan los
folletos informativos, figuran un sueldo bajo, la posibilidad de un destino
alejado de la ciudad de residencia y los gastos que ello conlleva. La obligación
de servir sin rechistar, obedecer sin objetar y someterse a la estricta disciplina
castrense, que sigue insistiendo en aspectos como el corte de pelo y el lustre
de las botas, son otros factores a tener en cuenta; si bien el general reclutador
advierte de que los jóvenes soldados podrán regresar a la vida
civil cuando quieran, sin exponerse a los duros castigos que conlleva la deserción.
No comparto el fiero optimismo de los responsables del banderín de enganche,
no conseguirán su cupo a no ser que, con arreglo a una vieja tradición
castrense, se saquen de la bocamanga a aquellos sargentos reclutadores de antaño,
expertos en enrolar borrachos en las tabernas del puerto, o en embaucar a ingenuos
aldeanos deslumbrándoles con sus brillantes uniformes de fantasía
y con no menos fantasiosos relatos sobre los goces de la vida militar. Un aviso
a los incautos si ven aparecer por sus botellones sabatinos a los de la furgoneta
y los folletos: pónganse a cubierto y no firmen nada por mucho calimocho
que les den, no vayan a amanecer con la resaca a cuestas en el patio del cuartel.
¡Rompan filas!
El País