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10 de marzo del 2002
Cambios estructurales para la igualdad de género
Irene León
Servicio Informativo "alai-amlatina"
El modelo económico neoliberal, por sus efectos excluyentes, vuelve inaplicables
buena parte de los derechos obtenidos por las mujeres en los últimos
decenios. Pues, si el siglo empezó en medio de un desarrollo, sin precedentes,
de derechos para las mujeres, también inició con una agudización
de las complejidades que resultan del proceso de la globalización, de
lo cual se desprenden nuevas modalidades de la brecha de desigualdad entre los
géneros.
Así, tanto la realización como los impedimentos para el ejercicio
de los derechos por parte de las mujeres, están indefectiblemente vinculados
a la manera como se expresa la conexión entre las relaciones de género
con las situaciones estructurales, socioeconómicas, culturales y políticas,
en cada contexto. De tal forma que el acceso de las mujeres a su ciudadanía
se produce en relación proporcional, por un lado, a la toma de medidas
concretas que cada sociedad adopta y, por otro, a la ubicación de cada
cual en las relaciones de clase, la etnia, el lugar de origen y geo- económico.
En el caso de América Latina y el Caribe, es patente que si bien se han
registrado significativos avances en la formulación de políticas
públicas en todos los países, estos se ven paralizados, especialmente,
cuando se trata de áreas que requieren inversiones económicas,
tales como la salud o la educación. Y, más aún, los efectos
de las mencionadas políticas públicas se vuelven prácticamente
nulos cuando se trata de ajustar las prácticas nacionales a los criterios
del modelo económico vigente.
Esto se expresa claramente en el campo laboral, donde contrario a procurar mejoras
en las condiciones de trabajo de las mujeres, la mayoría de países
se encuentran más bien abocados a modificar sus legislaciones para dar
campo abierto a la flexibilización. Aquí, como en la mayoría
de asuntos relacionados con la economía, persiste una expresa omisión
de las consideraciones de género en la adopción de políticas
y medidas.
Esta discordancia entre los derechos adquiridos, la adopción de políticas
públicas, y la falta de visiones integrales de género, toma matices
aún más críticos cuando entran en el escenario las mecánicas
inherentes al proceso de globalización. Tal es el caso de las dinámicas
que se expresan con relación a la agricultura, donde las mujeres se ven
obligadas a continuar cumpliendo con su rol de garantes de la seguridad alimentaria
del conjunto, en un contexto de competencia desigual con las compañías
transnacionales.
Retos actuales para la igualdad
Entre los principales retos para la igualdad de género en este nuevo
siglo se destaca el de la vigencia de la Ciudadanía, que incluye tanto
la apropiación de los derechos individuales y colectivos -específicos
y generales- por parte de las mujeres, como el desarrollo de las condiciones
propicias para su ejercicio, estas últimas indiscutiblemente relacionadas
con cambios societales globales, que proyecten un mundo donde existan posibilidades
reales para ejercer la igualdad, la diversidad, la justicia económica.
Esto incluye la visualización de los llamados nuevos derechos, que abarcan
desde los relativos a opciones y decisiones personales -como lo son los derechos
sexuales y reproductivos- hasta los vinculados a la inserción de las
mujeres a la sociedad global con sus paradigmas actuales, lo que está
relacionado directamente con a posibilidad de poder optar por modelos de desarrollo
propios y autónomos.
Por ello, a la par de los reconocimientos institucionales que potencian los
avances formales, es más importante que nunca potenciar la notoriedad
del enfoque crítico que producen los movimientos, porque la propia existencia
de éstos tiene que ver con la perennidad de las situaciones de discriminación
que afectan a las mujeres, y hablan de voluntades participativas para la construcción
de futuro.
Los movimientos y sectores organizados han demostrado ser verdaderos laboratorios
de ideas, propuestas e iniciativas alternativas al modelo excluyente, las mismas
que invariablemente son ignoradas por la tecnocracia planificadora actual. Potenciar
su influencia contribuiría al afianzamiento de la democracia, haciéndola
más participativa, y por lo tanto, más viable.
El movimiento de mujeres ha producido o adherido a numerosas iniciativas prácticas
de redistribución de la riqueza, muchas de las cuales solo dependen de
voluntades. Fomentar su viabilidad contribuiría a resolver buena parte
de los problemas de crucial actualidad: la condonación de la deuda externa
de los países pobres; el impuesto Tobin a los capitales financieros especulativos
y su redistribución; la iniciativa 20/20, entre otras.
Las propuestas formuladas por las mujeres del campo se basan en varios puntos:
el fomento de relaciones igualitarias entre los géneros; fortalecer la
producción sana para la autosubsistencia; mantener el campo como entidad
social; desarrollar modelos sostenibles y sensibles a la protección del
medio ambiente; incrementar redes de comercialización y distribución
solidarias; priorizar las aspiraciones humanas antes que las ganancias. Todo
esto contribuiría, sin duda, a la erradicación del hambre y la
pobreza, máxime si son las mujeres quienes aseguran ya la seguridad alimentaria
de la mayoría. Pensar en modelos alternativos, con ellas produciendo
lo que producen, garantizaría la sustentabilidad.
En lo concerniente a las políticas públicas y en lo que a relaciones
de género compete, tan sólo es indispensable mantener las que
ya existen, aplicarlas y desarrollar las que faltan. Pero, esto no puede hacerse
desde el fundamentalismo neoliberal, corriente que justamente produce lo contrario.
Es necesario, entonces, defender las visiones democráticas que sustentan
el desarrollo de políticas para y desde la gente y no desde el ideal
del capital financiero.
Las privatizaciones y los recortes presupuestarios en el área social,
el descomprometimiento estatal en la gestión de las necesidades colectivas,
la entrega al mercado de los sistemas de seguridad social, son potentes amenazas
para que las mujeres puedan ejercer su ciudadanía, pues como el mercado
no es nada benefactor, son ellas quienes tienen que asumir, resolver y paliar
todas las carencias, a costo de una mayor pauperización de su vida diaria
y de una mayor exclusión potencial. Fortalecer las iniciativas que abogan
por un modelo alternativo, basado en principios de igualdad, sería clave
para el ejercicio de la ciudadanía de las mujeres.
Otro reto actual es la educación de las mujeres y, para ello, además
de la erradicación del analfabetismo, urge facilitar procesos de educación
permanente, que permitan dar respuesta al analfabetismo funcional y los otros
desbalances que persisten en el acceso a las profesiones y a la tecnología.
Pues, la conjunción entre la pobreza y la discriminación de género
obliga a las mujeres a asumir, desde muy temprano, actividades productivas de
sobrevivencia, cuya consecuencia directa es la deserción escolar. En
ese sentido, promover y priorizar la educación de las mujeres sólo
sería una cuestión de elemental justicia.
En lo relativo a la salud, además de señalar la contradicción
que existe entre el afán de lucro de las corporaciones farmacéuticas
y de los sistemas privados de atención, con las necesidades de la población,
es importante insistir en la importancia del mantenimiento de los sistemas públicos
y el fortalecimiento de las políticas públicas en este campo.
Lo que implica un mayor involucramiento de los Estados y no su descomprometimiento.
El estímulo a la participación ciudadana en la formulación
de políticas nacionales y locales, en el diseño de los servicios
y en el planeamiento sanitario, son asuntos impostergables, vinculados al ejercicio
de ciudadanía e indisociables de la formulación de políticas
públicas viables. El desarrollo de iniciativas de la salud preventiva;
la promoción de un enfoque de género y diversidad en el diseño
de políticas y en las prácticas diarias; la adopción de
perspectivas holísticas; el reconocimiento de los derechos sexuales y
reproductivos son aspectos que no pueden desligarse de la definición
del derecho de las mujeres a la salud, cuya aplicación debería
ser inmediata.
Tomando en cuenta que la viabilidad de estas iniciativas depende grandemente
del compromiso de los Estados y de la puesta en aplicación de las políticas
públicas apropiadas, es indispensable insistir en el desarrollo de la
transversalidad integral de género y en un planeamiento que garantice
su ejecución, como también en el desarrollo de mecanismos permanentes
de monitoreo y medición de impacto de su cumplimiento.
La igualdad entre los géneros hará la diferencia
Pensar en la igualdad de género abre la posibilidad de plantear la erradicación
de un sinnúmero de relaciones desiguales conexas, pues buena parte de
la brecha de género esta relacionada con problemas estructurales, de
alcance universal, cuya modificación afectaría positivamente al
conjunto de relaciones humanas, y encaminaría hacia un mundo bueno y
mejor. Así, luego de varios siglos de modelos societales productores
de desigualdades de género, y de toda índole, es ineludible plantear
el más humano de los avances civilizatorios: la adopción de un
modelo inclusivo y justo.
Para hacerlo, es pieza clave el replanteamiento del actual modelo, que genera
exclusión y produce regresiones hacia relaciones sociales que se creían
superadas por la humanidad. Por ejemplo, el tráfico y apropiación
de personas, el trabajo esclavo o la misma exclusión, que se derivan
de desigualdades históricas, producidas por relaciones sociales concretas
y, como tales, modificables.
En el marco específico de las relaciones de género, es indispensable
hacer confluir un conjunto de haceres, recursos y voluntades, que se encaminen
a pagar la deuda por exclusión que la humanidad tiene pendiente con las
mujeres, principales afectadas de las desigualdades.
El nivel más elemental de civilización tiene que ver con la erradicación
de los males más injustos que resultan de la discriminación de
género, que con un poco más de sensibilidad deberían constituirse
en crímenes de lesa humanidad. Tal es el caso de la mortalidad y morbilidad
vinculados a la salud sexual y reproductiva; la persistencia del analfabetismo;
la violación, el incesto, y todos los abusos y violencias contra las
mujeres; la doble jornada de trabajo, que incluye el doméstico y el remunerado
sin garantías laborales; el tráfico de mujeres y niñas,
entre otros.
El segundo nivel está relacionado con la creación de condiciones
para que las mujeres puedan ejercer su calidad de sujeto y su ciudadanía,
a través de la simple aplicación de los compromisos ya adquiridos
por los Estados y la Comunidad Internacional, entre los cuales muchos son apenas
cuestión de voluntad política y de un poco de creatividad. Por
ejemplo, el derecho a la participación política, el acceso a la
toma de decisiones, a la educación, a la ciencia, a la tecnología,
a la cultura, factibles con la aplicación de medidas (cuyos diseños
ya existen) que pongan en aplicación la transversalidad de género.
Un tercer nivel es el de la justicia económica, que tiene que ver con
la toma de medidas para erradicar la gran brecha estructural, que mantiene a
las mujeres fuera de juego de los verdaderos envites societales. Buena parte
de la exclusión de las mujeres tiene que ver con la falta de consideración
de la desigualdad de género en el diseño de políticas económicas
globales, los acuerdos de libre comercio, el principio de libre competencia
en el mercado, y otros, cuyos planteamientos actuales obvian la brecha estructural
e histórica, que coloca a las mujeres en situaciones de imposibilidad
de competir en igualdad de condiciones, o hasta de participar en dinámicas
sociales de las cuales están excluidas de antemano.
Pensar una globalización solidaria y humana es posible. Y, para hacerlo,
hay que replantear a fondo la filosofía que es parte de la que ya está
en marcha, y encarar las nuevas modalidades de discriminación que resultan
de ella. Es necesario, igualmente, la aplicación de los derechos humanos
y otros acuerdos internacionales, en el contexto de las migraciones, de la flexibilización
y deslocalización laboral; en los acuerdos de libre comercio; en los
procesos de liberalización, pues tal como están las cosas, solo
son beneficiosos para el capital.
Sin esto, buena parte de los paliativos propuestos por diversas instituciones,
nacionales e internacionales, tan solo serán votos piadosos, comparados
con la magnitud de la masividad de las relaciones de explotación y exclusión
de las mujeres, que produce el actual modelo.
Con la creación de dichas condiciones propicias para la igualdad entre
los géneros, el resto solo depende de la propia posibilidad de sostener
las múltiples iniciativas que las mujeres y otros actores sociales están
impulsando para generar su propio desarrollo económico, social y cultural
que, como se expresa en los pocos casos señalados aquí, son germen
de prácticas sostenibles, inclusivas y englobantes.
* Síntesis del documento La "Promoción de la igualdad de género,
especialmente ante desafíos sociales como la educación, el empleo
y la salud", elaborado para RECAL como insumo para la Cumbre de Presidentes
Europa-América Latina.