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Internacional

14 de marzo del 2002

Los políticos de feria o la perversión de los alcahuetes

Marcos Roitman Rosenmann
La Jornada

La práctica de la política debe traslucir un compromiso ético desde el cual orientar la acción. Sin este componente ético la acción política se ve despojada de su ejemplaridad, perdiendo su significado y volatilizando su contenido creador de ciudadanía plena. La ausencia del imperativo ético vuelve intrascendente la política transformándola en un acto egoísta y sectario. Nada puede emerger de una consideración individualista y pragmática del quehacer político, salvo la destrucción y aniquilación de la condición humana. La pérdida de centralidad de la política surge cuando su accionar se torna un acto irrelevante a la hora de articular proyectos de futuro y construir una ciudadanía activa, radical y democrática. Es decir, cuando entorpece el desarrollo autónomo de las personas, diluyendo la responsabilidad y el compromiso por el devenir del mundo. En otras palabras cuando se trasmuta en una actividad mercantil para obtener beneficios particulares a costa de desvirtuar completamente el significado mismo de la política y lo político.
Ahora, quiero referirme a esta circunstancia para realizar una crítica radical, ir a las raíces, a quienes han tenido responsabilidades de gobierno y hoy se han travestido convirtiéndose en hombres-espectáculo dictando conferencias y cobrando grandes sumas de dinero por ello. Nada habría que objetar a dar conferencias y vivir de ello si su origen fuese legítimo y su práctica estuviese relacionada con la profesión o actividad previa a su condición de haber sido ciudadanos electos con cargos y responsabilidades públicas de alto nivel. Pero no es éste el caso. No dictan conferencias como juristas, médicos, ingenieros, politólogos, futbolistas, cantantes o actores, lo hacen en su condición de ex jefes de gobierno o de Estado. Convierten la política en un circo donde desfilan elefantes, leones, tigres, enanos, payasos, equilibristas, contorsionistas o domadores, todos dirigidos por el nuevo chambelán, el ex gobernante, quien los hace surgir magistralmente dando sensación de control y gobernabilidad. Así, a medida que la función avanza, el político-espectáculo, presenta uno a uno los números circenses señalando sus peculiaridades, amén de enfatizar la dificultad que conlleva la puesta en práctica de cada uno de ellos. Puede enseñar cómo hacer para disminuir la tasa de cesantía sin aumentar realmente el empleo. Puede explicar los malabarismos necesarios para mantener baja la tasa de inflación o disminuir el conflicto social. Igualmente se sentirá rejuvenecer al compartir sus secretos de gabinete. Para hacer amena la función, entre actos cuenta los pormenores y chascarrillos acontecidos durante sus mandatos. Se trata de hacer reír y divertir a los asistentes. La erótica del poder emana en cada palabra pronunciada por los nuevos alcahuetes. En esta perversión de la política, los asistentes se ven atrapados en las redes del político-espectáculo produciéndose una catarsis, cuyo clímax es conscientemente fabricado cuando fluyen de sus labios aquellas intimidades, cuya pública confesión está al alcance de unos pocos privilegiados, aquellos que han pagado para acceder a dicho relato.
En este nuevo quehacer de ex jefes de Estado o gobierno no hay diferencias, todos comparten su falta total de escrúpulos, principios éticos, ademas de un denodado amor al dinero. No resulta extraño que se agrupen entre ellos y organicen giras internacionales en las que son tratados como estrellas. Conocedores, ciertamente de la política más espuria, trafican con las ilusiones, expectativas y esperanzas de pueblos y naciones que tuvieron a bien elegirlos para cumplir con programas y proyectos, todo hay que señalarlo, nunca practicados. Unos son fracasados, otros han sido destituidos por corruptos o simplemente se vanaglorian de haber cumplido su mandato sin grandes complicaciones. Se autoproclaman reformadores, se piensan auténticos líderes mundiales de la opinión internacional. Venden su experiencia a cambio de monedas de oro, que no son pocas. Hay quienes llegan incluso a ofrecerse como mediadores para la resolución de conflictos. Son capaces de proyectar modelos de transición, democracia, gobernabilidad o lo que haga falta. Se consideran maestros en todo. Crean sus propias oficinas de contacto y distribuyen entre empresarios y posibles compradores los honorarios a desembolsar por servicios prestados. Contratan manager, asesores de imagen y se rodean de intelectuales institucionales, apegados al poder, encargados de ensalzar las virtudes personales del político- espectáculo en cuestión. Se produce una simbiosis y una connivencia entre ellos. De dicha unión se benefician todos. Nadie deja de cobrar. Sin escrúpulos tienen sus tarifas y de ellas no se apean. Mucho es lo que consideran que el mundo les debe. Estamos en deuda con ellos. Es necesario revertir esta injusticia y equilibrar la balanza.
Estoy seguro de que a muchos de ustedes les vienen a la memoria algunas decenas de estos personajes, políticos-espectáculo, que en la actualidad transitan por el planeta, vendiendo sus intimidades. Algunos nombres propios resaltan por su osadía. Gorvachov, anuncia pizzas en los medios de comunicación de masas y da conferencias sobre la perestroika y transiciones democráticas. Los ex presidentes de Estados Unidos, especialmente el último, Clinton, no se queda atrás. Margaret Thatcher, menos solicitada, se suma a esta ola. Y en lengua castellana salta por su desparpajo Felipe González, quien sigue siendo diputado del PSOE. Sin embargo, éste entiende que todo el orbe debe beneficiarse de su conocimiento y experiencia. Bajo este argumento y en aras de diseminar su sapiencia da una bofetada a sus electores al convertirse en el diputado invisible. Normal, viajero infatigable descuida sus obligaciones, pero dicta conferencias y se lucra en su condición de político-espectáculo.
Lamentablemente, los políticos-espectáculo, habituales en nuestros días, son objetos de consumo por las elites económicas y empresarios deseosos de beneficiarse de un ejercicio del poder, las más de las veces corrupto. El conocimiento de los entramados manejados por los políticos-espectáculo les convierte en objetos de deseo y ellos lo saben. La información privilegiada e influencias con la cual trafican son sus haberes. Convertidos en alcahuetes aspiran a ser comprados en el mercado de valores a cambio de un puñado de dólares o euros con los cuales satisfacer su nueva condición.