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6 de marzo del 2002
Especies menores
José Steinsleger/ La Jornada
Por sobre ideologías y modos de entender la vida, la suerte de la
humanidad depende del gobierno de George W. Bush, uno de los más incompetentes,
agresivos y peligrosos de la historia de Estados Unidos. Todo lo que intenta
limitar su poder internacional es visto como una "amenaza". Todo lo que cuestiona
su expansión es "terrorismo".
Parecería que el equipo de la Casa Blanca se ha tomado en serio las palabras
del general retirado Brent Scowcroft ante la Convención Nacional Republicana
que en 2000 apoyó la candidatura de Bush: "...desde el imperio romano
no se ha dado que un país haya dominado al mundo de la manera que lo
hemos hecho nosotros" (Cason, Brooks, La Jornada, 2/8/00).
Opinión desmesurada pues si en mil años el imperio romano legó
una civilización, el estadunidense, que lleva poco más de 200
años, promete destruir el equilibrio ambiental y sociocultural del planeta.
A causa, justamente, de lo que el imperio romano tenía y el imperio yanqui
carece: "una gran estrategia", como dice el historiador Paul Kennedy en Auge
y caída de los imperios.
Millones de voces aseguran que sólo el amor puede salvar al mundo. Pero
en agosto de 1990, tras la ocupación de Kuwait por Irak, la Ciccolina
declaró estar dispuesta a hacer el amor con el malísimo Saddam
Hussein con el fin de lograr la paz. La propuesta de la ex diva del cine porno
y fogosa legisladora italiana quedó en agua de borrajas.
Papá Bush fue a la "guerra" y el gobierno que le sucedió en el
mando, el de William Clinton, sólo tenía a Madeleine Albright
para transar con Saddam. Naturalmente, fracasó. La bella secretaria de
Estado prefirió posar con los gobernantes de Corea del Norte, Arafat
y otros actores de la política mundial a los que hoy George W. Bush exorciza
a diario porque pertenecen al "eje del mal".
En diciembre de 2000, el implacable Donald Rumsfeld, hoy jefe del Pentágono,
fue muy claro con tales flirteos: "La historia -dijo- nos enseña que
la debilidad es una provocación. La tarea es fijar disuasivos y capacidades
de defensa para que nuestro país pueda contribuir a la paz y a la estabilidad
en el mundo".
¡Bien dicho! Sin embargo, los centuriones del imperio romano sostenían
sus verdades en el campo de batalla. En cambio, muy pocos de los que integran
el equipo de Bush fueron a la guerra. El vicepresidente Dick Cheney, quien en
las bombas que mataban niños en Irak escribía: "A Saddam, con
afecto...", gestionó cinco aplazamientos durante la guerra de Vietnam.
Y el patriota George W. Bush se refugió en su rancho de Texas para no
ir a la guerra.
Genocida y bufonesca, la política exterior de Washington responde a lecturas
del mundo que coinciden con las de aquel enciclopedista conocido, precisamente,
con el nombre de Buffon (1707-1788). En sus escritos sobre América hispana,
el conde de Buffon aseguró que el nativo de América (al que llama
"salvaje") "...es débil y pequeño por los órganos de la
generación; no tiene pelo ni barba, ningún ardor con su hembra".
Según la tesis bufonesca, las plantas, los animales y hasta los hombres
sufren en estas tierras un proceso de involución que los convierte en
especies menores, en versiones degeneradas de los originales (Antonello Gerbi,
La disputa del Nuevo Mundo: historia de una polémica: 1750-1900, FCE,
México, 1960).
Lo triste es que para buena parte de los gobernantes latinoamericanos no ser
WASP (white, anglosaxon, protestant) les obliga al ejercicio de lo "bufonesco".
O sea al supuesto de que nuestros pueblos respaldan su propia capacidad de autodenigración.
En este sentido el imperio yanqui y sus acólitos parecen haber olvidado
la derrota del general Pershing en Chihuahua y las de sus tropas en Nicaragua
y Playa Girón.
Luego del entusiasmo de los medios de comunicación ante la "arrasadora"
victoria del Pentágono en Afganistán, en la remota localidad de
Gardes la resistencia afgana derribó un helicóptero MH-47 Chinook
en el que murieron nueve soldados estadunidenses. ¿Pero cómo? ¿No era
que los afganos eran "hombres de las cavernas" que habían huido ante
las tropas "de la libertad", temblando de miedo? Estas meditaciones nos recuerdan
a un famoso cazador estadunidense, John Walter Pearson, que a fines de los años
sesenta llegó a Buenos Aires. Ganador de numerosos trofeos, traía
consigo una decena de rifles de las mejores marcas europeas que mostró
orgulloso a los periodistas.
"Vengo más en plan de turismo que para cazar porque no hay en estos países
más que 'especies menores', inofensivas...". Interrogado acerca de qué
zonas recorrería dijo que pensaba visitar el noroeste argentino y, si
le quedaba tiempo, cazaría unos "gatos" (pumas).
En la provincia de Salta, Pearson contrató dos baqueanos para que lo
acompañaran a cazar unos pumas. Días más tarde regresaron
y contaron lo sucedido. Desoyendo sus consejos, se había internado en
el monte por la noche. A la mañana siguiente salieron a buscarlo. Los
baqueanos encontraron su cuerpo destrozado a zarpazos. En una mano, el cadáver
apretaba todavía su rifle preferido. No había alcanzado a disparar
ni un tiro.