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24 de marzo del 2002
Buscar el dolor, reducir el placer
Robert Jensen
ZNet en español
El placer del bienestar del que goza una gran parte de la población
de EE.UU. depende del dolor sufrido por la inmensa mayoría de la humanidad.
La lucha contra ese dolor incluye, fuera de la necesidad de más empatía,
la comprensión de que semejante modo de vida no podrá continuar
eternamente.
En casi todas las situaciones, la gente tiende a buscar el placer
y a evitar el dolor, lo que en general tiene sentido. Quisiera sugerir que en
este momento de la historia, los ciudadanos de EE.UU. tienen que invertir esa
actitud. Si queremos convertirnos en seres humanos en el sentido más
completo de la palabra, si queremos ser algo más que ciudadanos prósperos
del imperio, si queremos ser algo más que simplemente estadounidenses
– entonces tenemos que comenzar a buscar el dolor y a reducir el placer. Al
expresarlo no quiero decir que nos vayamos a volver masoquistas viviendo en
la negación de la alegría de vivir. Quiero decir, más bien,
que para vivir plenamente debemos dejar de apartarnos de un cierto tipo de dolor
y comenzar a poner en duda una cierta categoría de placer. Y lo quiero
decir palabra por palabra, y con un sentido de urgencia; pienso que la supervivencia
de la especie y del planeta depende de que los estadounidenses busquen el dolor
y reduzcan el placer. Déjenme comenzar explicando lo que quiero decir
a través de la descripción de dos conversaciones recientes que
tuve con estudiantes. Una joven vino a mi oficina un día después
de haber visto en la clase un video documental sobre la Guerra del Golfo y sus
efectos brutalmente devastadores –inmediatos y a largo plazo– sobre el pueblo
de Irak. La estudiante también participa en el movimiento para apoyar
la lucha palestina por la libertad, y el día en que vino a verme fue
durante un período en el que se intensificaban los ataques israelíes
contra los palestinos. Hablamos un rato sobre una serie de tópicos políticos,
pero la conversación retornaba siempre a un punto crítico: estaba
dolorida. Mientras más averiguaba sobre los sufrimientos de otros en
el mundo, más sentía ese dolor. ¿Qué hacer ante un sentimiento
semejante, sabiendo que es el propio gobierno el que es responsable por, y es
cómplice de, tanto de lo que está sucediendo? Preguntó:
¿Cómo dejo de sentir ese dolor? Le pedí que pensara si realmente
quería eliminar ese sentimiento de su vida. Seguramente conoces a gente,
tal vez incluso compañeros de estudio, que parecen no sentir ese dolor,
que ignoran todos esos sufrimientos, le dije. ¿Quieres volverte como ellos?
Aunque duela mucho, le dije, ¿preferirías no sentir nada? ¿Preferirías
ignorar intencionalmente lo que está sucediendo? Pude ver que sus ojos
se llenaban de lágrimas. Lloró. Hablamos un poco más. También
lloré. Abandonó mi oficina, sin sentirse mejor, en un sentido
simplista. Pero espero que le haya dejado, por lo menos, un sentimiento de no
estar sola y de que no tenía que sentirse como un bicho raro por sentir
tanto, tan profundamente. Un par de horas más tarde pasó una estudiante
que había estado en mi clase durante el semestre anterior. Después
de discutir el tema académico que quería elucidar, hablamos más
generalmente sobre sus intereses en la investigación científica
y en la política de financiamiento de la investigación. Señalé
el punto obvio que el potencial de beneficios tenía mucho que ver con
el tipo de investigación que se realiza. Por cierto, sugerí que
los niveles comparativos de fondos para la investigación y el desarrollo
que se destinan, por ejemplo, al Viagra, en comparación con el dinero
disponible para las drogas para combatir las nuevas cepas de tuberculosis, nos
dicen mucho sobre los valores de nuestra sociedad. La estudiante estuvo de acuerdo
pero presentó otro problema. En vista del problema de la superpoblación,
dijo, ¿vale la pena gastar muchos recursos para desarrollarlas? Y al llegar
ella a la mitad de su frase, ya comprendí a dónde iba, aunque
no quería creerlo. Esa estudiante tan brillante quería discutir
si tenía sentido o no invertir recursos en drogas para salvar las vidas
de gente pobre en el Tercer Mundo, considerando que se puede decir que ya hay
demasiada gente en el planeta. Contuve mi furia, de alguna manera, y le dije
que cuando estuviera dispuesta a sacrificar a miembros de su propia familia
para ayudar a resolver el problema de la población global, entonces escucharía
su argumento. En realidad, considerando los horrendos niveles de consumo de
las clases medias y superiores en Estados Unidos, le dije, uno podría
argumentar que la muerte en gran escala en los suburbios estadounidenses, sería
mucho más positivo para revolver el problema de la población;
una sola familia estadounidenses es un peso más grande sobre la ecología
del planeta que cien campesinos indios. "Si estuvieras dispuesta a permitir
que una epidemia arrasara tu localidad y matara a mucha gente sin tratar de
detenerla, por el bien del planeta, entonces te escucharé," le dije.
La estudiante partió poco después. Basándome en su reacción,
supongo que la hice sentirse mal. Me alegro. Quería que se sintiera mal.
Quería que viera que la suposición tras su comentario –que las
vidas de los que se parecen a ella son más valiosas que las de los pobres
y vulnerables en otras partes del mundo –es etnocéntrica, racista, y
bárbara. Esa suposición es el producto de una sociedad arrogante
e inhumana. Quería que reflexionara sobre por qué vive en un mundo
en el que el dolor de otros es usualmente ignorado. Quería que sintiera
algo sobre cosas de las que, durante casi toda su vida, había hecho caso
omiso. No quiero sobreestimar el poder de la empatía para cambiar el
mundo. Pero sin empatía, sin la capacidad de movernos fuera de nuestra
propia experiencia, no hay esperanzas de cambiar el mundo. Andrea Dworkin, una
de las grandes pensadoras feministas de nuestra época, escribió,
"Las víctimas de toda brutalidad sistematizada son pasadas por alto,
porque los demás no pueden tolerar ver, identificar, o articular el dolor"–
[Andrea Dworkin, Heartbreak: The Political Memoir of a Feminist Militant
(New York: Basic Books, 2002), p. 193.] Hace tiempo que pasó el espacio
para que comencemos a ver, a identificar, a articular el dolor de la brutalidad
sistematizada. Es tiempo de reconocer que gran parte de ese dolor es el resultado
de un sistema diseñado para asegurar nuestros placeres.
El dolor causado por las bombas de racimo.
Según mi experiencia la gente puede sentir empatía por el dolor
de otros en ciertas situaciones, como el dolor de un ser querido o de un amigo,
o en ciertos casos de un pueblo lejano que ha sido afectado por un desastre
natural o por un cruel golpe del destino. Pero la clave de la percepción
de Dworkin es la "brutalidad sistematizada". La empatía parece menos
viable para esas víctimas, especialmente si es el propio gobierno o sociedad
o cultura las que están sistematizando la brutalidad. Cuando ese dolor
es causado por nuestro gobierno, se nos aleja de esa empatía. El modo
utilizado para educarnos y mantenernos nos aparta del conocimiento o de la comprensión
del dolor de otros en otras partes del mundo, y del entendimiento de cómo
nuestro placer está relacionado con el dolor de otros. Y es una incapacidad
combinada intelectual, emocional y moral –una incapacidad de saber y de sentir
y de actuar. Tomemos un simple ejemplo, el CBU-87, también conocida como
la bomba de racimo que forma parte del arsenal de EE.UU. Es una bomba que los
pilotos de EE.UU. lanzan desde aviones de EE.UU. pagados con dólares
de los impuestos de EE.UU. Cada bomba de racimo contiene 202 submuniciones individuales,
llamadas 'bomblets'. Son formalmente conocidas como Municiones de Efectos
Combinados (CEM [en inglés]) porque cada 'bomblet' tiene un efecto
antitanque y antipersonal, así como una capacidad incendiaria. Las 'bomblets'
son distribuidas típicamente sobre un área de unos 100 x 50 metros,
aunque el área exacta de caída de las 'bomblets' es difícil
de controlar. Al caer las 'bomblets' del tamaño de una lata de
gaseosa, un resorte hace salir un "paracaídas" de nylon, (llamado el
desacelerador), que se infla y pasa a estabilizar y armar la 'bomblet'.
La bomba viene incluida en una caja de acero con un anillo de zirconio incendiario.
La caja está hecha de acero estriado diseñado para que se rompa
en unos 300 fragmentos preformados de treinta granos al detonar el explosivo
interno. Los fragmentos vuelan a velocidades extremadamente elevadas en todas
direcciones. Es el principal efecto antipersonal del arma. Antipersonal significa
que los fragmentos de acero desgarrarán a todo el que se encuentre en
la cercanía. El principal efecto antiblindaje proviene de balas de cobre
fundido. Si las 'bomblets' han sido adecuadamente orientadas, la carga
que se dispara hacia abajo viaja a unos 800 metros por segundo y es capaz de
penetrar la mayor parte de los vehículos blindados. El anillo de zirconio
dispersa pequeños fragmentos incendiarios. La carga tiene la capacidad
de penetrar al contacto 12,5 centímetros de blindaje. Los pequeños
fragmentos de la caja de metal son suficientemente poderosos para dañar
blindaje ligero y camiones a 16 metros de distancia y para causar heridas a
seres humanos a 160. El anillo incendiario puede provocar incendios en todo
ambiente combustible. Human Rights Watch, fuente de esta descripción
de una bomba de racimo, ha llamado a una moratoria mundial del uso de bombas
de racimo porque causan víctimas civiles inaceptables. Esas víctimas
ocurren parcialmente en combate, porque las municiones tienen una capacidad
amplia de racimo y no pueden ser dirigidas con precisión, haciéndolas
especialmente peligrosos cuando son utilizadas cerca de áreas civiles.
Aún más mortífera es la forma en la que no funcionan las
bombas de racimo. La tasa oficial de no-explosión de las 'bomblets'
es de 5 a 7 por ciento, aunque algunos desactivadores de minas estiman que las
que no estallan llegan a un 20 por ciento. Esto significa que en cada bomba
de racimo hay entre 10 y 40 'bomblets' que no estallan al hacer contacto,
convirtiéndose en minas terrestres que pueden estallar simplemente al
rozarlas.
Human Rights Watch estima que 1.600 civiles kuwaitíes e iraquíes
han sido matados, y otros 2.500 heridos, por las cerca de 1,2 millones de bombas
de racimo sin estallar que fueron abandonadas después de la Guerra del
Golfo Pérsico de 1991. Durante décadas después de la Guerra
de Vietnam, hubo informes sobre niños y campesinos que hicieron estallar
'bomblets'. Las armas también fueron utilizadas durante el ataque
de la OTAN contra Serbia. ¿Qué significa esto en la realidad? Significa
que el padre de Abdul Naim está muerto. Los campos de la familia en la
aldea de Rabat, a media hora de Herat en Afganistán occidental fueron
sembrados con bombas de racimo, algunas de las 1.l50 que se informa fueron utilizadas
en Afganistán. Algunos de los campesinos trataron de limpiar los campos;
algunos murieron tratando de hacerlo. Naim dijo que su padre, desesperado, terminó
por decidir que se arriesgaría. Utilizando una pala, el campesino apartó
exitosamente tres 'bomblets'. La cuarta estalló. La metralla lo
alcanzó en la garganta. [Suzanne Goldenberg, "Mucho tiempo después
de los ataques aéreos, las 'bomblets' siguen causando fatalidades,"
Guardian (Gran Bretaña), 28 de enero de 2002, p.12.] O consideremos
este testimonio de un niño de 13 años en Kosovo: ·"Salí
con mis primos a ver el lugar que había sido bombardeado por la OTAN.
Caminando, vi algo amarillo –alguien nos dijo que era una bomba de racimo. Uno
de nosotros la tomó y la puso en un pozo. No pasó nada... Comenzamos
a hablar de que nos llevaríamos la bomba para jugar con ella, y entonces
la puse en algún sitio y explotó. El niño a mi lado murió
y a mí me lanzó por los aires a un metro de altura. El niño
que murió tenía 14 años –le cortó la cabeza". El
de 13 años sobrevivió, pero sus dos piernas le fueron amputadas.
[Richard Norton-Taylor, "Bombas de racimo – El costo oculto," Manchester
Guardian (Gran Bretaña), 2 de agosto de 2000.) Cuando uno presenta
estos hechos desagradables una respuesta común es que la guerra es un
infierno, que en la guerra "muere la gente y se destrozan las cosas". En este
caso los de 14 años mueren y los de 13 son destrozados. Desean que hagamos
caso omiso ante algo semejante. No se supone que tengamos sentimientos. Muertos
y destrozados. Es la guerra. Es la vida durante tiempos de guerra. Aunque es
cierto que, como dijera el portavoz del Pentágono en la era de la Guerra
del Golfo, Pete Williams, "No existe una manera agradable de matar a alguien
en una guerra," también es verdad que hay maneras de librar una guerra
sin bombas de racimo. Recordémos al respecto que uno de los conceptos
centrales del derecho internacional, en las leyes de la guerra, es que los civiles
no deben constituir un objetivo. Eso significa no sólo la prohibición
del asesinato intencional de civiles, sino que, como lo indican las Convenciones
de Ginebra, también los ataques indiscriminados. La descripción
de los ataques indiscriminados en el artículo 51 es que son: "aquellos
en los que se utiliza un método o medios de combate cuyos efectos no
pueden ser limitados como lo requiere este protocolo; y en consecuencia, en
cada caso semejante, sean de una naturaleza que ataque objetivos militares y
civiles u objetivos civiles sin distinción". Eso es una bomba de racimo.
Es verdad que los militares estadounidenses utilizaron menos bombas de racimo
en Afganistán que en la Guerra del Golfo o en Serbia. Un reportero estadounidense
explicó que el Pentágono tuvo "más cuidado" que en conflictos
anteriores. Pero el cuidado no parece incluir el respeto al derecho internacional.
El general Richard Myers, presidente de los Jefes de Estado Mayor Conjuntos,
ha dicho, "Sólo utilizamos municiones de racimo cuando constituyen el
arma más efectiva para el objetivo buscado"– En otras palabras, las utilizaremos
cuando queramos. En otras palabras, las Convenciones de Ginebra no importan.
Las bombas de racimo son fabricadas por Alliant Techsystems of Minnesota.
Yo vengo de esa parte del país. Hay una expresión ampliamente
utilizada sobre la simpatía de los habitantes de Minnesota, que son legendarios
por su habilidad para evitar conflictos (por lo menos conflictos abiertos) –
"amables como Minnesota"– Alliant emplea 11.200 personas, la mayoría
de los cuales seguramente son amables. Sin duda muchos de los militares que
lanzan bombas de racimo y defienden el uso de bombas de racimo son amables.
Muchos de los ciudadanos estadounidenses a los que parece no importarles que
lancemos bombas de racimo son indudablemente amables. Amables como Minnesota.
Amables como Estados Unidos. Me pregunto qué pensará el niño
de 13 años sin piernas en Kosovo de lo amables que somos. Quiero que
todos piensen en el niño de 13 años sin piernas y en su amigo
al que se le arrancó la cabeza. Algunos de ustedes ya deben saber de
las bombas de racimo y de semejantes efectos. Puede ser que algunos de ustedes
ya lleven imágenes parecidas en sus mentes. Si no es el caso, quiero
que lo hagan. Quiero implantar esa imagen, y quiero que no la olviden jamás.
Quiero que sepan que la lucha del gobierno de EE.UU. por obtener la hegemonía
global, y los bárbaros esfuerzos militares de EE.UU. por lograrla, dejan
a niños de 13 años sin piernas y con recuerdos de amigos muertos.
La próxima vez que ustedes escuchen a oficiales y generales diciendo
que luchamos por la libertad, piensen en eso. Pregunten por qué libertad
estamos luchando. Recuerden que ustedes ayudaron a pagar las armas con las que
están combatiendo. Si la capacidad de sentir empatía es la parte
que nos hace humanos, ¿qué haremos con esa imagen, el dolor del niño,
el dolor de los miembros de su familia? Si tuviéramos que mirarlos cara
a cara, ¿qué les diríamos? Si tuviéramos que mirarlos cara
a cara, ¿lloraríamos con ellos? ¿Tendremos que viajar a Kosovo para sentirlo?
Sabemos. Sentimos. Pero la pregunta sigue siendo, ¿actuaremos? Diré más
al respecto más adelante.
Los costos de nuestros placeres
La mayoría de la gente en Estados Unidos considera natural un nivel de
vida que la inmensa mayoría de las personas de este mundo apenas logra
imaginar y que ni siquiera puede anhelar que pueda llegar a obtener durante
su vida. La mayoría de nosotros puede recitar la cifra de que Estados
Unidos tiene aproximadamente un 5 por ciento de la población del mundo,
pero consume cerca de un 25 por ciento del petróleo del mundo y un 30
por ciento del producto bruto mundial. ¿Cómo se relaciona este hecho
con la política extranjera y la intervención militar? La declaración
más clara de esa conexión provino en febrero de 1948 de un documento
ultra secreto del Departamento de Estado de EE.UU., conocido como el memorando
23 del Equipo de Planeamiento Político, que definió la política
de posguerra de EE.UU. en Asia, concentrándose en particular en Japón
y en las Filipinas. El documento político fue redactado por George Kennan,
el primer director del Equipo de Planeamiento Político del Departamento
de Estado. Kennan escribió: "Nosotros [estadounidenses] poseemos un 50
por ciento de la riqueza del mundo pero sólo un 6,3 por ciento de su
población. Esta disparidad es particularmente grande entre nosotros y
los pueblos de Asia. En esta situación, no podemos dejar de ser el objetivo
de envidias y resentimientos. Nuestra verdadera tarea en el período por
venir es desarrollar un modelo de relaciones que nos permita mantener esa posición
de disparidad sin sufrir un detrimento positivo de nuestra seguridad nacional.
Para hacerlo tendremos que dejar de lado todo sentimentalismo y no hacernos
ilusiones... Debemos dejar de hablar de objetivos vagos, y en lo que se refiere
al Lejano Oriente, irreales, tales como los derechos humanos, el aumento de
los niveles de vida, y la democratización. No está lejos el día
en el que tendremos que manejarnos en términos estrictos de poder. Mientras
menos nos veamos inhibidos por consignas idealistas, tanto mejor". Kennan abogaba
por que nos deshiciéramos de consignas idealistas sobre la libertad,
pero resultó que estas consignas eran demasiado efectivas para que los
responsables de la política de EE.UU. renunciaran a ellas. A pesar de
todo, la declaración de Kennan representa la filosofía de un pequeño
sector de la elite de EE.UU. cuyo objetivo es subordinar los intereses de otros
pueblos a las necesidades de obtención de beneficios de las corporaciones
de EE.UU. La mayor parte de nosotros no forma parte de ese sector. Pero, mientras
la política exterior y las guerras se hagan para beneficiar a un sector
extremadamente pequeño del país, la mayor prosperidad general
de la cultura será parte importante de los útiles utilizados por
esas elites para lograr apoyo para esas políticas y guerras. Es decir,
pienso que la gente en la clase trabajadora y media de EE.UU. que vive cómodamente,
ha llegado a creer que el mantenimiento de su confort depende de la dominación
de EE.UU. sobre el mundo. También creo que esos estadounidenses de clase
media y trabajadora, están generalmente dispuestos a apoyar políticas
y guerras de dominación para proteger ese confort. Para decirlo de otra
manera: Si se propone un camino relativamente poco costoso (es decir, con pocas
víctimas estadounidenses y gastos limitados) para continuar la dominación
y asegurar la continuidad del confort material, mi experiencia me dice que la
mayoría de los estadounidenses lo apoyarán, especialmente si se
puede aplicar la mitología profundamente arraigada de que Estados Unidos
lucha por la libertad. Si tengo razón, entonces, además llegar
a ser capaces de comprender el dolor del mundo, también necesitamos reducir
nuestros propios placeres. El nivel de consumo en este país sólo
puede ser mantenido si gente en otros sitios (y asimismo un número cada
vez más grande de gente del interior) sufre privaciones. El grado en
el que la gente cree que debemos continuar consumiendo a ese nivel para ser
felices tenderá a deformar su capacidad de ver cuánto dolor exigen
nuestros placeres. No puedo decir con gran precisión cuál es el
nivel sostenible de consumo, ni existe quién pueda hacerlo. He tomado
pasos para reducir mi propio consumo, pero puede resultar que tenga que tomar
pasos mucho más drásticos. En realidad, es casi seguro que resulte
ser así. Pero lo que es fácilmente evidente es que el modo de
vida de la clase media normal en Estados Unidos es insostenible a largo plazo
y, que si toda la gente en el mundo tuviera ese estilo de vida, representaría
el fin de la vida en el planeta. Si todos en el mundo vivieran como nosotros
vivimos, sería el fin del juego. Pienso que existen razones de auto-interés
para la reducción de nuestro consumo; pienso que este estilo de vida
de alta energía, de alto consumo, lleva en realidad a la gente a la incapacidad
de sentir la alegría de muchas maneras. No creo que se encuentre mucha
auténtica alegría en un centro comercial. Pero lo que digo no
es sólo que reducir la dependencia de esas comodidades materiales sea
bueno en sí, sino que forma parte de un proyecto político de creación
de un mundo en el que la mayor parte de la gente no tenga motivación
para apoyar políticas extranjeras injustas y guerras de dominación.
Necesitamos comenzar el largo proceso de desmontar una forma de vida que es
grotescamente dispendiosa y que se basa en desigualdades injustificables, no
sólo porque es ecuánime en sí y en nuestro propio interés,
sino porque la prosperidad tiende a distraer a la gente de la percepción
de cómo su prosperidad depende de las brutales políticas en el
exterior (y cada vez más en el interior). Al respecto, muchos argumentarán
que semejante atención a los problemas de decisiones personales distrae,
o que hay recursos suficientes para que los 6 mil millones de personas en el
planeta vivan vidas saludables, o que la tecnología resolverá
los problemas creados por nuestro modo de vida de alta energía y elevado
consumo. Todo esto es, creo, confusión basada en el miedo. Estoy de acuerdo
en que esas decisiones personales terminarán siendo insignificantes si
no se involucran en una lucha política amplia para cambiar la estructura
de la sociedad. Pero pienso que son complementarios, y tengo la noción
de que la una no puede avanzar sin la otra.
Acción política
Presento estos temas del dolor y del placer porque creo que conocerlos y
sentirlos puede llevar a actuar, a la acción política colectiva.
El objetivo no es simplemente sentir, hundirse en la desesperación, permitir
que el dolor nos paralice, o sentirnos culpables por nuestro bienestar y dejar
que esa culpa nos paralice. El objetivo es transformar nuestra sociedad y levantar
la bota estadounidense que oprime la garganta de la gente en todo el mundo que
trata de transformar sus sociedades. Si se piensa en el niño sin piernas
y se llora, está bien. Pero hay que recordar las palabras del gran escritor
y revolucionario cubano José Martí. Antes de ser asesinado por
los españoles por el crimen de resistir la dominación española,
dijo, "¿Cuando los otros lloran sangre, qué derecho tengo de llorar lágrimas?"
[retraducido del inglés]. Tal vez yo no tenga el derecho de llorar en
Estados Unidos. Considerando el bienestar en el que vive la mayoría de
nosotros, puede ser que hayamos perdido hace mucho ese derecho. Pero tenga o
no el derecho de llorar, lo hago. Virtualmente cada día, en algún
instante del día, me veo confrontado por algún aspecto de ese
dolor, y lloro. No hay nada noble en mis lágrimas; en cierto sentido,
son demasiado indulgentes conmigo mismo. Constituyen mi manera de recordarme
que soy una persona que no ha renunciado por entero a su humanidad. Pero nuestras
lágrimas pueden ser algo más que autocompasivas, si nos motivan
a la acción. No podemos eliminar todo el dolor del mundo. Todos sabemos
que el simple hecho de estar vivos nos lleva a sentir el dolor de la desilusión,
de la enfermedad, de la muerte. Todos veremos crecer y morir a nuestros seres
queridos. Amigos en los que confiamos nos desilusionarán. Es parte de
la condición humana. Pero las bombas de racimo no son parte inherente
de la condición humana. Las guerras de dominación, las guerras
para proteger privilegios, no son parte inherente de la condición humana.
El hecho de que semejantes guerras hayan existido durante tanto tiempo no significa
que deban continuar existiendo para siempre. Esas cosas pueden ser modificadas
por gente decidida a cambiarlas. Podamos organizarnos para obligar al gobierno
a dejar de utilizar bombas de racimo. Podemos llegar a organizarnos para obligar
al gobierno a dejar de librar guerras de dominación en las que se utilizan
bombas de racimo. Eventualmente, podemos organizarnos para modificar las instituciones
que impulsan las guerras de dominación. Hay un mundo mejor por construir.
Es un mundo que podemos lograr sólo si confrontamos el dolor de este
mundo. Es un mundo en el que tendremos que aprender a sentir el placer de muchas
maneras diferentes. Las bombas de racimo no son parte inherente de la condición
humana. Pero la empatía sí que lo es. La capacidad de cambiar
también lo es, en todos nosotros. Pero esas cosas no son automáticas.
El tema es si escogeremos saber, sentir, y actuar.
Robert Jensen es profesor de periodismo en la Universidad de Texas, en Austin,
miembro del Colectivo Nowar, y autor del libro: "Escribiendo el disenso; llevando
las ideas radicales del margen a la corriente dominante". Su ensayo, "Ciudadanos
del imperio," [en inglés] está en http://www.nowarcollective.com/citizensoftheempire.pdf.
Otros escritos [en inglés] se encuentran en http://uts.cc.utexas.edu/~rjensen/freelance/freelance.htm.
Se puede establecer contacto con él en: rjensen@uts.cc.utexas.edu.
Título original: Seeking Pain and Reducing Pleasure
Autor: Robert Jensen, 20 de marzo de 2002
Link: http://www.zmag.org/content/ForeignPolicy/jesnen_pain.cfm
Traducido por Germán Leyens