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28 de marzo del 2002
CNN: El "medio" que justifica los fines de EE.UU
Gustavo Tomasi
Confidencial
La luz verde que llena las pantallas del mundo y de a ratos se completa
con destellos, que se parecen a un simple juego/fuego de artificios, empieza
a cobrar "sentido" cuando el relato de la voz en off, de un español anglicanizado,
advierte que nuestros sentidos están en presencia en vivo y directo del
primer conflicto bélico del nuevo milenio. Nada menos que la respuesta
de la potencia del mundo occidental y civilizado a los ataques cometidos el
pasado 11 de septiembre contra los edificios del World Trade Center de Nueva
York y el Pentágono en Washington.
Ese fondo verde monótono y antitelevisivo que emite Cable News Network
con el aval del gobierno norteamericano, y reproduce cuanto canal abierto, de
cable o satelital del planeta, se nos "vende" como la única verdad (por
monopolizada que está) contra la guerra a la comunidad terrorista talibán
de Afganistán. Pero lo único claro, de ese conflicto que intentan
mostrarnos, es que poco y nada se ve. Mucho menos se sabe; a pesar que las fuerzas
militarizadas de la OTAN, con Estados Unidos la cabeza, se empecinan en hacer
creer al mundo que estamos asistiendo en tiempo real a los entretelones del
conflicto bélico. El ataque nocturno ayuda a crear tal sensación.
La perorata se repite como en la Guerra del Golfo (1990-1991), donde las fuerzas
del "bien" usaron todo su aparato tecnológico persuasivo para hacer creer
que vemos lo que no vemos y sólo suponemos en la medida que el discurso
del poder se nos impregna con la omnipresencia/omnipotencia de 24 horas de transmisión
desde "el lugar de los hechos" (o desde la frontera pakistaní a cientos
de kilómetros de Kabul).
Extraña energía simbólica que se las arregla para ocultar
cualquier desgracia que se gesta en el seno de los ataques. Ya aparecerán
"otras" versiones, pero seguro ninguna afectará los planes del Tío
Sam y su sueño americano.
Con especifidades y variaciones propias de los cambios tecnológicos y
las depuradas tácticas militares se sucedieron, prensa visual mediante,
las dos conflagraciones mundiales, Corea, Vietnam, Malvinas, Granada, Panamá,
Golfo Pérsico y llegamos a Afganistán, pero sería interesante
recordar que el tema comenzó muy diferente.
La Revolución Mexicana de 1911 fue el primer registro bélico de
la epopeya que el New York Tribune criticó como el más notable
jamás realizado. La Mutual Film Corporation llegó al norte mexicano
para sellar un contrato con Pancho Villa a cambio de filmar sus hazañas.
Con un anticipo de 25.000 dólares y la promesa de repartir por mitades
las ganancias de la proyección de su vida, comprometía al General
a respetar una cláusula de la Corporation que establecía: todo
ataque o batalla debía ser de 9 a 17 horas, para que la luz diurna permitiese
filmar a las cámaras de antaño.
Francis Collins testigo de aquello comentó que una vez los hombres de
Villa soportaron el fuego enemigo sin responder hasta que las tropas enemigas,
que avanzaban, entraron en el radio que podía captar la cámara
de Burrud. Sólo entonces, el camarógrafo de la Mutual Film dio
la señal de ataque y empezó a girar la manivela de su máquina.
El material obtenido en crudo (en el sentido lato del vocablo) de la primera
Revolución del S.XX encontraría su parangón en la Guerra
de Vietnam. Pero desde entonces (1975), las batallas ya no matan; la aniquilación
televisada tiene costos altísimos para los gobiernos. Vale el ejemplo
yankee para graficar cómo se resquebrajó la opinión favorable,
cuando las imágenes que recorrieron el mundo desde el ´62 hasta mediados
los setenta, fue repudiada por quienes advirtieron la degradación de
un ejército estadounidense que no tuvo reparos en arrasar con la población
civil vietnamita. Alcanza el recuerdo con la imagen de la niña rociada
en napalm.
Por entonces la libertad de expresión no admitía la burla generalizada
de hoy, que ofrece sin tapujos un conflicto armado con transmisión en
vivo - directo. Otrora la tecnología sólo permitía que
las películas rodadas en 16 mm sean enviadas a EE.UU., donde las cadenas
noticiosas se encargaban de editar y retransmitir sin excesivas manipulaciones
a 48 horas de acontecidos los hechos.
De aquella derrota estadounidense en Vietnam quedaría una lección:
para mantener viva la consigna de que la primera víctima de la guerra
es la verdad hay que alejar al periodismo del frente de batalla. Principalmente
al que podría reproducir testimonios gráficos o visuales. Así
fue con la guerra entre argentinos e ingleses en Malvinas.
Mientras el país sudamericano se desinformaba cada día sobre las
bajas propias y ajenas, el gobierno de la Primera Ministra Thatcher se encargó
de seleccionar a un pequeño grupo de periodistas que cubrieron las acciones
bélicas desde la lejanía de un barco anclado en la periferia del
Atlántico Sur; so pretexto del peligro que significaba una dictadura
argentina despiadada. Así, las noticias que llegaban a los medios británicos
eran la textual reproducción que los cronistas hacían desde su
"cautiverio" de altamar sobre los informes de enfrentamientos que entregaba
el Estado Mayor.
Un año después de Malvinas llegaría la invasión
norteamericana a Granada; con ella el gran juicio de las cadenas de televisión
estadounidense a su Estado por violar la primera enmienda de la Constitución
sobre libertad de prensa. Motivos sobraban. El desembarco duró casi una
semana y los periodistas no pudieron tomar ninguna imagen. Cuando los militares
liberaron la zona ya todo era historia. ¿Contada por quién?
La paradoja se volvía recurrente. Una vez más, aquello del periodismo
como primer relato de la historia se desvanecía. Para el caso de Granada,
Malvinas y lo que vendría, los medios tendrán que conformarse
con contar el segundo relato. El primero será para los oficiales de la
milicia, especializados en la (des)información y la manipulación.
En 1989 otro testimonio se sumó al historial bélico de EE.UU.
La invasión a Panamá, donde murieron alrededor de 4000 civiles,
no guarda ninguna imagen por la prohibición y vigilancia estricta a la
que fue sometida la prensa por los Marines.
En tanto, durante la misma época los noticiosos del mundo (principalmente
los estadounidenses) interrumpieron sus programaciones para emitir la caída
del régimen de Ceaucescu en Rumania, donde la necrológica fue
más benévola y sólo alcanzó en una cuarta parte
a las víctimas en Centroamérica. No obstante, los medios llevaron
la atención de los ojos del mundo a Europa y supieron disimular el atropello
del gobierno norteamericano.
Luego llegaría la Guerra del Golfo con la presencia de las cámaras
de Ted Turner, y también la decepción de millones de espectadores
que durante 6 meses consumieron imágenes e infinitas horas de transmisión
sin apreciar lo fundamental, lo que Ignacio Ramonet definió como "la
propia Guerra, convertida paradójicamente, en invisible".
Como en la Guerra del Golfo, los socios CNN - Gobierno de EE.UU. vuelven a repetir
la estrategia militar/mediática, pero ahora en Afganistán. De
la satanización de Saddam Hussein a la negación del discurso de
Osama bin Laden sólo pasaron 10 años.
"Buscado vivo o muerto" por George Bush hijo, y borrado de la pantalla de la
CNN o canal oficial/oficialista de la transmisión, que por recomendación
y sumisión estatal, produjo la desaparición mediática del
terrorista talibán. El culpable de todos los males que padece la humanidad
fue evaporado de los medios bajo la consigna de no permitir que emita mensajes
subliminales o cifrados. Acto de censura provocado por la primera democracia
del mundo que le niega a 6 mil millones de personas aquel elemental derecho
a estar informado.
Y aunque la verdadera guerra se produce lejos de las cámaras, el telespectador
hace un esfuerzo de comprensión para interpretar algo, de la nada que
significa un aparto de TV en un verde infinito e infrarrojo; policromía
sólo interrumpida por luces, que imagina son misiles y destellos más
intensos, que asocia con explosiones. Sólo mapas, fotos, diplomáticos,
y más de ese esmeralda persistente que se mezcla con la sensación
de ausencia de lo esencial: la imagen que movilice y devele, para que nos alcemos
contra las miserias de cualquier intento de fundamentalismo, sea religioso,
político, ideológico o económico.