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La tuerca da vuelta otra vez
Edward W. Said
La historia es inclemente. En ella no existen leyes contra el sufrimiento
y la crueldad, ni un equilibrio interno que devuelva su justo lugar en el
mundo a las personas contra las que se ha pecado demasiado. Las visiones cíclicas
de la historia siempre me han parecido deficientes por esta razón;
como si pudiera decirse que la vuelta de tuerca significa que el mal actual
se transformará, más tarde, en un bien. Es absurdo. La vuelta
de tuerca del sufrimiento significa sólo más sufrimiento y no
un camino hacia la salvación. Sin embargo, lo más frustrante
de la historia es que mucho en ella se escapa, al mismo tiempo, del idioma,
de la atención y de la memoria.
Los historiadores, por lo tanto, han recurrido a metáforas y figuras
poéticas para llenar los huecos; y es por eso que el primer gran historiador,
Herodoto, también era conocido como el padre de las mentiras: mucho
de lo escrito por él embelleció la verdad, y también
la ocultó. Es el poder de su imaginación lo que lo hace un gran
escritor, no la vastedad de los hechos que desplegó.
Vivir en Estados Unidos en este momento es una experiencia terrible. Mientras
los medios de comunicación y el gobierno se hacen eco mutuamente sobre
lo que ocurre en Medio Oriente, hay visiones alternativas disponibles a través
de internet, el teléfono, canales de satélite y la prensa local
árabe e israelí. No obstante, hasta ahora todo lo que está
al alcance del estadunidense promedio se ve sumergido por una tormenta de
imágenes y reportes, casi completamente limpia de cualquier asunto
de política exterior, y siempre acorde con la línea patriótica
de Washington. El cuadro que resulta de esto es perturbador. Estados Unidos
lucha contra los horrores del terrorismo. Estados Unidos es bueno y cualquiera
que lo objete es malvado y antiamericano. Cualquier resistencia hacia Estados
Unidos, sus políticas, sus armas y sus ideas está a un paso
de ser terrorista.
Lo que encuentro aún más perturbador es que una serie de influyentes,
y a su manera sofisticados, analistas estadunidenses de asuntos de política
exterior insisten en que no entienden por qué el mundo entero (particularmente
árabes y musulmanes) no quieren aceptar el mensaje estadunidense, ni
por qué el resto del mundo, incluidos Europa, Asia, Africa y América
Latina, persisten en criticar a Estados Unidos por su política en Afganistán,
o por renunciar unilateralmente a seis tratados internacionales, o por su
in-condicional y absoluto apoyo a Israel, o por su increíblemente obcecada
política de prisioneros de guerra. La diferencia entre las realidades
que perciben los estadunidenses, por un lado, y el resto del mundo, por el
otro, es tan amplia e irreconciliable que desafía toda posible descripción.
Las palabras en sí mismas son insuficientes para explicar cómo
un secretario de Estado estadunidense, quien presumiblemente dispone de todos
los hechos relacionados con su cargo, puede acusar, sin el menor viso de ironía,
al líder palestino, Yasser Arafat, de no hacer lo suficiente contra
el terrorismo y de comprar 50 millones de armas para defender a su pueblo,
mientras a Israel se le provee, sin costo alguno, de todo el equipo más
letalmente vanguardista del arsenal estadunidense. (Debe decirse que el manejo
que la OLP hizo del incidente del buque Karine A ha sido torpe e incompetente,
aun por debajo de sus propios estándares).
Al mismo tiempo, Israel ha encerrado a Arafat en sus oficinas de Ramallah,
su pueblo está totalmente prisionero, los líderes pa-lestinos
son asesinados, los inocentes padecen inanición, los enfermos mueren,
la vida está completamente paralizada y, aun así, los palestinos
son acusados de terrorismo.
La idea, y sobre todo la realidad, de una ocupación militar de 35 años
simplemente ha desaparecido de los medios y del gobierno estadunidenses. No
se sorprendan si mañana Arafat y su pueblo son acusados de mantener
sitiado a Israel, bloqueando a sus ciudadanos y sus localidades. No, esos
aviones que bombardean Tulkarem y Jenin no son israelíes, esos son
terroristas palestinos con pelucas y esos pueblos bombardeados son israelíes.
En lo referente a Israel en los medios estadunidenses, sus voceros tienen
ya tanta práctica en la mentira y la invención de falsedades
como la tiene alguien que fabrica salchichas en la práctica de su oficio,
y ya nada es demasiado para ellos. Ayer escuché a un funcionario del
Ministerio de Defensa israelí (su nombre se le queda a uno atorado
en la garganta) que respondía preguntas de un reportero estadunidense
acerca de la destrucción de viviendas en Rafah: se trataba de casas
vacías, dijo sin titubear, eran nidos de terroristas usados para asesinar
a ciudadanos is-raelíes; "debemos defender a los ciudadanos israelíes"
del terror palestino.
El periodista ni siquiera hizo referencia a la ocupación ni al hecho
de que los "ciudadanos" mencionados eran colonos. Los varios cientos de palestinos
que quedaron sin techo después de la demolición de sus viviendas
a cargo de bulldozers de fabricación estadunidense, cuyas imágenes
aparecieron fugazmente en los medios de Estados Unidos, desaparecieron completamente
de la memoria y de la conciencia.
Y está también la falta de respuesta árabe que ha excedido
en bochorno y vergüenza a los ya de por sí abismales estándares
marcados por nuestras dirigencias en los pasados 50 años. Ese ominoso
silencio, esa postura de servilismo e incompetencia al enfrentar a Estados
Unidos e Israel es asombrosa e inaceptable, en su propio estilo, pero es en
mu-chos sentidos equivalente a lo que Bush y Sharon pretenden. ¿Acaso los
líderes árabes tienen tanto miedo de ofender a Estados Unidos
que están dispuestos a aceptar no sólo la humillación
de los palestinos sino también la suya propia? ¿Y para qué?
Simplemente para que se les permita continuar con su corrupción, mediocridad
y opresión. ¡Qué barata transacción hicieron con el fin
de llevar adelante sus limitados intereses a cambio de abstenerse de cualquier
cosa frente a Estados Unidos!
No es de extrañar que en la actualidad prácticamente no existe
un árabe para quien la palabra "régimen" no se asocie con un
desprecio burlón, una amargura total y (con la excepción de
un círculo de asesores y aduladores) con un sentimiento furioso de
enajenación. Por lo menos las recientes conferencias de prensa de altos
funcionarios sauditas que critican las políticas estadunidenses hacia
Israel implicaron una bienvenida ruptura del silencio, si bien los desacuerdos
y malos funcionamientos en torno a la próxima cumbre árabe siguen
engrosando nuestra nutrida colección de pésimo manejo de incidentes
que constatan nuestras innecesarias poses y desuniones.
Estoy convencido de que el adjetivo "perverso" (shar) es el apropiado para
describir lo que se le está haciendo a la realidad de las experiencias
y el sufrimiento de los palestinos, castigos impuestos por Sharon sobre los
pobladores de Cisjordania y la franja de Ga-za. Que nada de esto sea descrito
o narrado adecuadamente, que los árabes no digan ni hagan nada por
apoyar la lucha palestina, que Estados Unidos se muestre tan terroríficamente
hostil, que los europeos (con excepción de una reciente declaración
sin posibilidades de implementarse) sean tan inútiles: todo esto ha
llevado a muchos de nosotros a una desesperación que conozco y a una
for-ma de frustración sin esperanza, que son dos de los objetivos que
buscan los funcionarios israelíes y sus colegas en Estados Unidos.
Reducir a un pueblo a un desinterés en el que ya nada importa y hacer
la vida tan miserable al grado de que parezca necesario re-nunciar a ella
y concretar un estado de desesperación, es claramente lo que Sharon
quiere. Para hacer esto fue elegido, y si sus políticas llegan a fracasar
a pesar de todo y esto lo obliga a dejar el gobierno, Netanyahu será
traído de vuelta para tratar de terminar esa labor aterradora e inhumana,
aunque últimadamente suicida.
A la luz de una situación así, la pasividad, la furia incontenible
y aun el fatalismo amargo no son -estoy convencido- respuestas intelectuales
y políticas inadecuadas. Aún encontramos ejemplos que lo comprueban.
Los palestinos aún no han sido intimidados ni se les ha convencido
de rendirse, y eso indica una gran voluntad y determinación. Desde
ese punto de vista, todas las medidas de castigo colectivo de Israel y sus
constantes hu-millaciones no han sido efectivas, como lo admitió recientemente
un general israelí. Tratar de destruir la resistencia de los palestinos
sitiándolos es como beberse el mar con una cuchara: simplemente no
funciona.
Pero habiendo tomado nota de eso, también creo firmemente que debemos
ir más allá de los métodos testarudos de resistencia
y optar por otros más creativos, encaminados no sólo a desafiar
a los israelíes sino a hacer avanzar, al mismo tiempo, los intereses
palestinos.
Usemos el tema de la toma de decisiones como el primer botón de muestra.
Está bien para Arafat limitarse a quedarse sentado en su encierro y
repetir una y otra vez que está dispuesto a negociar, pero esto simplemente
no es un programa político, ni el estilo personal que aquí se
expone es suficiente para movilizar a su pueblo y obtener apoyo de sus aliados.
Desde luego es bueno tomar nota de la declaración de la Unión
Europea en favor de la Autoridad Palestina, pero también sería
importante decir algo sobre los reservistas israelíes que rehusaron
actuar en Cisjordania y Gaza. Mientras nos neguemos a identificarnos y a tratar
de cooperar con los israe-líes que se oponen a la represión,
nos quedaremos por siempre en el inicio de la carrera.
La premisa aquí, desde luego, es que con cada vuelta de tuerca del
castigo colectivo cruel surge, de forma dialéctica, un nuevo espacio
para nuevas formas de resistencia en las que ya no figuran, por extemporáneos,
ni los ataques suicidas con bomba ni tampoco el estilo desafiante de Arafat
(que recuerdan demasiado discursos que pronunció hace 20 o 30 años
en Ammán, Beirut y Túnez).
Dichas formas de resistencia no sólo no son nuevas sino que no son
efectivas si se les compara con lo que están haciendo opositores de
la ocupación israelí, tanto palestinos como israelíes.
¿Por qué no nos proponemos hacer énfasis en señalar a
los grupos israe-líes que se están oponiendo a las demoliciones
de casas, o al apartheid contra los palestinos, o a los asesinatos, o a cualquier
despliegue ilegal de fanfarronería machista por parte del gobierno
israelí?
No hay manera de que la ocupación sea de-rrotada a menos que se combinen
los esfuerzos palestinos e israelíes para poner fin a esta situación,
de formas concretas y específicas. Esto significa, por lo tanto, que
grupos palestinos (con o sin dirección de la Autoridad Pa-lestina)
deben tomar iniciativas para las que hasta ahora han sido demasiado tímidos
(de-bido a un comprensible temor a la normalización de relaciones con
los israelíes).
Estas iniciativas requieren también de un involucramiento israelí,
y también europeo, árabe y estadunidense. En otras palabras,
con la desaparición de los acuerdos de Oslo la sociedad civil palestina
se ha liberado de las limitaciones de un proceso de paz fraudulento, y este
nuevo poder implica la necesidad de ir más allá de los interlocutores
tradicionales, como el totalmente desacreditado Partido Laborista israelí
y todos los que se cuelgan de él. Se requiere también buscar
un movimiento contra la ocupación más valiente e innovador.
Si la Autoridad Palestina quiere seguir llamando a Israel para que regrese
a la mesa de negociaciones, está bien, claro está, si alguna
vez encuentra a israelíes que quieran sentarse ante ella. Pero esto
no quiere decir que las ONG palestinas estén obligadas a unirse a ese
coro, o que deban seguir preocupándose de no incurrir en la normalización
de relaciones con Israel, cuando esa consigna se refiere únicamente
a rechazar la normalización con el Estado de Israel, y no con las corrientes
progresistas y grupos dentro de su sociedad civil que apoyan activamente una
verdadera autodeterminación palestina y el fin de la ocupación,
de los asentamientos y de los castigos colectivos.
Sí, la tuerca da vuelta, pero esto no sólo trae más represión
israelí, sino que revela, de forma dialéctica, nuevas oportunidades
para el ingenio y la creatividad palestinas. Ya existen indicios considerables
de progreso en la sociedad civil palestina: es necesario observarlos con más
atención, especialmente a medida que fisuras en la sociedad israelí
dejan ver a una pueblo asustado, enajenado y horriblemente inseguro, con una
enorme necesidad de despertar. Siempre es deber de la víctima, y no
del opresor, mostrar los nuevos caminos de la resistencia, y hay señales
de que la sociedad civil palestina ha empezado a tomar la iniciativa. Esto
es un excelente presagio en estos tiempos descorazonados y de retroceso instintivo.
© Copyright Edward W. Said, 2002
Traducción: Gabriela Fons