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James Petras
CSCAweb/Rebelión
Las relaciones entre EE.UU e Israel han sido descritas de distintas maneras.
Los políticos se refieren a Israel como el mejor aliado de EE.UU en Oriente
Medio, si no en el mundo. Otros lo consideran un aliado estratégico. Algunos
piensa que Israel y EE.UU comparten valores democráticos comunes en la guerra
contra el terrorismo. Dentro de la izquierda, los críticos consideran a Israel
una herramienta del imperialismo norteamericano para minar el nacionalismo
árabe, un baluarte contra el terrorismo fundamentalista islámico. Unos pocos
escritores señalan el "exceso de influencia" que el gobierno israelí ejerce
en la política del gobierno norteamericano a través de los poderosos lobbies
y personalidades judíos en los círculos mediáticos, financieros y políticos.
Aun cuando haya algo de verdad en lo anterior, existe un aspecto único en
esta relación entre una potencia imperial como EE.UU y una potencia regional
como Israel. A diferencia de la relación de Washington con la Unión Europea
(UE), Japón y Oceanía, Israel es quien presiona y obtiene vastas transferencias
de recursos financieros (2,8 mil millones de dólares al año; 84 mil millones
en 30 años). Israel obtiene transferencias de los más modernos armamento y
tecnología, acceso sin restricciones a los mercados de EE.UU, libre acceso
de emigrantes, el compromiso de apoyo incondicional de EE.UU en caso de guerra
y represión del pueblo palestino colonizado, y la garantía del voto de EE.UU
en contra de cualquier resolución de Naciones Unidas.
Desde el punto de vista de las relaciones entre Estados, la potencia menor
regional es la que arranca un tributo al Imperio, un resultado aparentemente
único o paradójico. La explicación de esta paradoja se encuentra en el poderoso
e influyente papel de los judíos proisraelíes en sectores estratégicos de
la economía norteamericana, partidos políticos, el Congreso y el poder Ejecutivo.
El equivalente más próximo con imperios del pasado es el de los influyentes
colonizadores blancos de las colonias, que por medio de sus vínculos en el
extranjero fueron capaces de obtener subsidios y relaciones comerciales especiales.
Los "colonos" israelíes en EE.UU han invertido y donado miles de millones
de dólares a Israel, en algunos casos desviando fondos de las cuotas de los
sindicatos de trabajadores con bajos sueldos para comprar bonos israelíes
empleados para financiar nuevos asentamientos coloniales en los territorios
ocupados. En otros casos, el Estado de Israel ha protegido a judíos fugitivos
de la justicia norteamericana, especialmente a riquísimos estafadores como
Mark Rich, e incluso a gángsteres y asesinos. Las ocasionales demandas oficiales
de extradición por parte de la justicia norteamericana han sido deliberadamente
ignoradas.
El imperio colonizado se ha desvivido por ocultar su sumisión ciega a su supuesto
aliado, pero poder hegemónico de hecho.
La relación entre EE.UU e Israel es la primera de la historia contemporánea
en la que el país imperial encubre un importante ataque militar deliberado
de un supuesto aliado. En 1967 el U.S. Liberty, un barco de comunicaciones
y de reconocimiento, fue bombardeado y destruido durante casi una hora por
aviones de combate israelíes en aguas internacionales, lo que provocó cientos
de muertos y heridos entre los marineros y oficiales [1]. Mensajes por radio
israelíes interceptados así como el hecho se que se mostrara muy claramente
la bandera norteamericana demuestran que fue un acto deliberado de agresión.
Washington actuó como habría actuado cualquier dirigente del tercer mundo
ante un embarazoso ataque a su hegemonía: silenció a sus oficiales de marina
que habían sido testigos del ataque y aceptó discretamente una compensación
y una disculpa formal. Aparte del hecho de que esto fuera una acción sin precedentes
en las relaciones militares y diplomáticas de EE.UU con cualquier aliado,
no se conoce ningún caso de un país imperial que encubra un ataque de un aliado
regional. Muy al contrario, a circunstancias similares han seguido respuestas
diplomáticas y militares belicosas.
En ningún caso se puede explicar esta aparente anomalía por medio de la debilidad
militar o la ineficacia diplomática: el armamento de Washington es claramente
superior y sus diplomáticos son capaces de elevar una enérgica protesta ante
aliados o adversarios cuando existe voluntad política. El lobby judío- norteamericano,
los congresistas, los medios y los magnates de Wall Street estratégicamente
situados en el sistema político económico de EE.UU, garantizaron que el Presidente
Johnson actuara dócilmente [2]. Ni fueron necesarias presiones directas porque
un liderazgo político hegemónico actúa, aparentemente, según sus propias creencias
una vez aprendidas la reglas del juego político. La relación entre EE.UU e
Israel es una relación única, que ni siquiera un ataque militar no provocado
puede poner en cuestión. Como todos los poderes hegemónicos, Washington amenazó
a los testigos de la marina norteamericana con un juicio militar si hablaban
mientras que mimaban a sus agresores en Tel Aviv.
Otro ejemplo de la asimétrica relación se encuentra en uno de los principales
casos de espionaje durante la Guerra Fría que implicó a un agente israelí,
Jonathan Pollard, y al Pentágono. Pollard robó y copió durante varios años
bolsas llenas de documentos reservados sobre el servicio de inteligencia norteamericano,
la contrainteligencia, planes estratégicos y armamento militar, y los puso
en manos israelíes. Fue el caso de espionaje más importante llevado a cabo
contra EE.UU por cualquier aliado en la historia reciente. Pollard y su mujer
fueron declarados culpables. El gobierno norteamericano protestó en privado
al israelí. Los israelíes, por su parte, organizaron por medio de sus aliados
judío-norteamericanos un lobby para hacer propaganda a su favor. Finalmente,
todos los principales dirigentes israelíes e integrantes de los lobbies judío-norteamericanos
hicieron campaña a favor de su amnistia y estuvieron a punto de lograrlo con
el presidente Clinton.
La desigual relación se hace claramente patente en el caso de un importante
fugitivo de la justicia, Mark Rich. Financiero y comerciante, el tribunal
federal norteamericano lo condenó por diversos casos de clientes estafados
y timados. Huyó a Suiza y posteriormente obtuvo el pasaporte y la ciudadanía
israelí al invertir fuertes cantidades de su mal adquirida fortuna en industrias
y obras benéficas israelíes. A pesar de la gravedad de su delito, Rich se
codeó con los principales líderes en Israel y con su elite económica. En el
año 2000 el primer ministro israelí y numerosas personalidades judías pro-israelíes,
incluyendo a la ex-esposa de Rich, convencieron a Clinton de que lo amnistiara.
Mientras se alzaban protestas por la relación entre la amnistia de Rich y
la contribución de más de 100.000 dólares realizada por su esposa al Partido
Demócrata, la subyacente relación de subordinación a la influencia israelí
y al poder del lobby israelí en EE.UU se hacía claramente más importante.
Vale la pena señalar que es extraordinariamente poco frecuente que un presidente
de EE.UU consulte a un gobernante extranjero (como hizo Clinton con Barak)
en relación a un estafador convicto. No tiene precedentes el perdonar a un
acusado fugitivo de la justicia y que nunca cumplió condena.
El poder de Israel se manifiesta en los numerosos peregrinajes anuales que
influyentes políticos norteamericanos hacen a Israel para declarar su lealtad
al Estado israelí, incluso durante periodos de represión intensiva de los
rebeldes. Por el contrario, los sátrapas norteamericanos del mini-imperio
israelí aplaudieron la invasión del Líbano por parte del Estado judío, su
sangrienta represión de la primera y segunda Intifada y se opusieron a cualquier
mediación internacional para prevenir más masacres israelíes, sacrificando
así cualquier credibilidad en la ONU.
En las votaciones en la ONU, incluso en el Consejo de Seguridad, a pesar de
la abrumadora evidencia de violaciones de los derechos humanos presentada
por los aliados de la UE, Washington ha trabajado duro al servicio de su hegemonía.
Sacrificando su credibilidad internacional y distanciándose deliberadamente
de otras 150 naciones, Washington calificó las críticas al racismo israelí
de antisemitismo. Esto no constituye el punto culminante del servilismo de
Washington ante Israel.
El caso más reciente y quizá más importante del servilismo de Washington sucedió
en los meses anteriores y posteriores al ataque del 11 de septiembre al World
Trade Center y al Pentágono. El 12 de diciembre de 2001, los informativos
de la Fox supieron por fuentes del servicio de inteligencia de EE.UU e investigadores
federales que desde el 11 de septiembre habían sido detenidos 60 israelíes
implicados en una campaña mantenida durante largo tiempo para espiar a funcionarios
del gobierno norteamericano. Muchos de estos detenidos son agentes israelíes
activos, militares o de la inteligencia. Fueron arrestados según la Ley Patriótica
antiterrorista. Muchos fueron descubiertos en el detector de mentiras al responder
a preguntas relativas a actividades de vigilancia contra y en EE.UU. Aún más
grave, investigadores federales creen con razón que los agentes israelíes
habían recopilado previamente informaciones acerca de los atentados del 11
de septiembre y que no informaron a su aliado de Washington. El grado de implicación
de Israel en los hechos del 11 de septiembre es un secreto celosamente guardado.
Un importante investigador federal dijo a los informativos de la Fox que existen
"conexiones". Cuando se le pidió que diera detalles, el investigador federal
se negó: "las pruebas que vinculan a estos israelíes con el 11 de septiembre
están clasificadas. No puedo hablarles de las pruebas que se han reunido.
Es información clasificada".
Nada como este caso de espionaje israelí ejemplifica el poder que Israel tiene
sobre Washington. Incluso en el caso del peor bombardeo en la historia de
EE.UU Washington suprime pruebas reunidas federalmente que vinculan a conocidos
espías israelíes con posibles evidencias de un conocimiento previo. Es evidente
que estas pruebas pueden plantear preguntas acerca de los vínculos y lazos
entre elites políticas y económicas así como minar las relaciones estratégicas
en Oriente Medio. Lo que es más importante, puede enfrentar a la Administración
Bush con el lobby judío norteamericano y su poderosa red formal e informal
en los medios, las fianzas y el gobierno. Los informativos de la Fox obtuvieron
numerosos documentos clasificados de investigadores federales, probablemente
frustrados por el encubrimiento del espionaje israelí por parte de dirigentes
políticos en Washington. Estos documentos revelan que incluso antes del 11
de septiembre, al menos otros 140 israelíes habían sido detenidos o arrestados
en una investigación secreta sobre el espionaje israelí, a gran escala y durante
muchos años, en EE.UU. Ninguno de los principales medios escritos o electrónicos
informó de estas detenciones. Ni el presidente ni ninguna de las principales
figuras del Congreso habló acerca de los continuos y persistentes esfuerzos
de Israel por obtener datos militares y de inteligencia claves de EE.UU.
Los documentos clasificados detallan "cientos de incidentes en ciudades y
pueblos por todo el país", que los investigadores aseguran que pueden ser
una creciente actividad de la inteligencia israelí organizada. Según los documentos
federales citados por los informativos de la Fox, los agentes israelíes seleccionaron
y penetraron en bases militares, en la DEA [Agencia contra la droga], en el
FBI y en docenas de centros gubernamentales e incluso en oficinas secretas
y domicilios particulares (no incluidos en ninguna guía) de personal de los
departamentos de justicia e inteligencia. El documento de la General Accounting
Office [Oficina General de Cuentas] -una sección de investigación de Congreso
norteamericano- se refiere a Israel como "País A" y afirma que "el gobierno
del País A lleva a cabo la más agresiva operación de espionaje contra EE.UU
de todos los países aliados de EE.UU". Un informe de la Inteligencia de Defensa
afirma que Israel tiene una "voraz apetito de información... Recopila agresivamente
tecnología militar e industrial, y EE.UU es su principal prioridad".
El Informe de los informativos de la Fox escrito por Carl Cameron apareció
en Internet un día (el 12 de diciembre de 2001) y luego desapareció; no hubo
continuación. Ninguno de los demás medios aprovechó este importante informe
sobre espionaje. Es indudable que la poderosa influencia proisraelí sobre
los medios tuvo que ver con ello. Más significativamente que la "presión"
directa, la hegemonía israelí "persuade", "intimida" a los medios y a los
dirigentes políticos para que actúen con la mayor discreción restringiendo
la información sobre apropiación israelí de información estratégica.
Mientras que la red de agentes israelíes a veces es objeto de arrestos, interrogatorios
y expulsiones, el Estado israelí y sus ministros en activo nunca son condenados
públicamente, ni hay nunca respuesta oficial alguna como la simbólica retirada
temporal del embajador norteamericano.
El paralelismo más cercano con el comportamiento estadounidense respecto a
los espías israelíes es la respuesta de los países pobres y dependientes del
Tercer Mundo ante casos de espionaje norteamericano. En este contexto, los
dóciles gobernantes piden discretamente al embajador que refrene a algunos
de los más agresivos agentes.
Una pregunta no respondida: el 11 de septiembre y los israelies
Después del 11 de septiembre, por todo el Oriente árabe circularon rumores
de que el bombardeo había sido una conspiración israelí para incitar a Washington
a atacar a sus adversarios árabe-musulmanes. Estas noticias y sus autores
sólo proporcionaron pruebas circunstanciales, a saber, que la campaña antiterrorista
de Bush legitimaba la represión "antiterrorista" de los palestinos por parte
de Sharon. Las noticias que implicaban a Israel fueron completamente descartadas
por todos los medios y dirigentes políticos adeptos. Los investigadores federales
norteamericanos revelan ahora que Israel pudo haber tenido noticias del ataque
antes de que éste ocurriera y no informar de ello.
Esto plantea la cuestión de la relación entre terroristas árabes y los servicios
de información israelíes. ¿Penetraron los israelíes en el grupo u obtuvieron
información acerca de ellos? La información confidencial de los investigadores
federales podría posiblemente clarificar estas vitales cuestiones. Pero, ¿se
hará alguna vez pública esta información confidencial? Lo más probable es
que no, por la sencilla razón de que pondría de manifiesto, por medio de esos
agentes secretos, la influencia israelí en EE.UU y, más importante, de sus
poderosos lobbies en el extranjero y de sus aliados en el gobierno y las finanzas.
La ausencia de cualquier declaración pública concerniente al posible conocimiento
israelí de los hechos del 11 de septiembre es muestra de la vasta, omnipresente
y agresiva naturaleza de sus poderosos defensores en la diáspora. Dada la
enorme importancia económica y política que los medios han otorgado al 11
de septiembre, y los aplastantes poderes, fondos e instituciones creados en
torno a la cuestión de la seguridad nacional, es sorprendente que no se haya
mencionado a las redes de espionaje israelí que operan en las más delicadas
esferas del antiterrorismo norteamericano.
Por supuesto, esto no es sorprendente si comprendemos correctamente la "relación
única" entre el imperio norteamericano e Israel, una potencia regional.
Cuestiones teóricas
La relación entre EE.UU, una potencia global imperial, e Israel, una potencia
regional, nos proporciona un modelo único de relaciones interestatales. En
este caso, la potencia regional arranca un tributo (2,8 mil millones de dólares
en contribuciones directas del Congreso norteamericano), libre acceso a los
mercados norteamericanos, protección en el extranjero a delincuentes judíos
ante procesos judiciales o posible extradición a EE.UU mientras estén implicados
en espionaje persistente y blanqueo de dinero. Además, Israel establece límites
de la política de EE.UU en Oriente Medio en foros internacionales. La hegemónica
posición israelí ha perdurado tanto bajo la presidencia republicana como bajo
la demócrata, durante casi medio siglo. En otras palabras, es una relación
historicamente estructural, que no se basa ni en personalidades ni en configuraciones
transitorias de política de partido.
Diversas hipótesis emergen del estudio de esta realción única.
La primera proviene del hecho de que el Estado territorial israelí tiene poco
poder de persuasión, alcance económico o influencia militar, en comparación
con las principales potencias (Europa y EE.UU). El poder de Israel se basa
en la diáspora, las muy bien estructuradas y política y económicamente poderosas
redes judías que tiene acceso directo e indirecto a centros de poder y de
propaganda en el más poderoso país imperial del mundo. El tributo es extraido
por medio de la influencia de esos "colonialistas internos" que operan en
el nivel de los fabricantes de opinión en los medios y vía el Congreso y la
presidencia. Cerca del 50% de los fondos del Partido Demócrata procede de
judíos proisraelíes. Por cada dólar gastado por las redes judías para influenciar
el voto, el Estado de Israel recibe 50 en ayudas para financiar la construcción
y el armamento de los asentamientos coloniales en los Territorios Ocupados,
incluyendo piscinas, jardineros rumanos y doncellas filipinas.
Por medio de las redes en el extranjero, el Estado israelí puede intervenir
directamente y establecer los parámetros de la ayuda exterior norteamericana
en Oriente Medio.
Las redes en el extranjero desempeñan un papel principal en perfilar el debate
interno sobre a la política norteamericana respecto a Israel. La propaganda
que asocia la represión israelí de los palestinos a una respuesta justificada
de las víctimas del Holocausto ha sido repetida y divulgada por todos los
medios. Desde las cumbres de los medios a las salas de juntas de los abogados
y las salas de espera de los médicos los que apoyan la red tildan agresivamente
de antisemita a cualquier voz crítica. Por medio de la intimidación a nivel
local y de maliciosas intromisiones en las distintas profesiones, los fanáticos
defienden la política israelí y a sus dirigentes, aportan dinero, organizan
a los votantes y se infiltran en los despachos. Una vez ahí sintonizan con
las necesidades de la política israelí.
El fenómeno de expatriados extranjeros que tratan de influir en una potencia
imperial no es exclusivamente judío. Pero en ningún otro caso tiene conexiones
dirigidas a establecer una relación hegemónica duradera: EE.UU, imperio colonizado
por un poder regional, paga tributo a Israel y está sometido a las anteojeras
ideológicas de estos colonos extranjeros.
Muchas preguntas permanecen sin respuesta mientras el Imperio prosigue agresivamente
su expansión militar y las voces internas de la represión reducen los términos
del debate público.
Conclusión
Al tiempo que estos colonos extiende su influencia por las esferas política
e intelectual, se sienten mas seguros reafirmando la superioridad israelí
sobre EE.UU, especialmente en los ámbitos de la coacción política y la guerra.
Se jactan descaradamente de la superioridad del sistema de seguridad israelí,
de sus métodos de interrogatorio, incluyendo sus técnicas de tortura, y piden
que EE.UU siga la agenda de guerra Israel en Oriente Medio.
Seymour Hersch insta al FBI y a la Agencia de Inteligencia norteamericanos
para que siga la práctica de la policía secreta israelí de usar o amenazar
con tortura a los familiares, padres incluidos, de los sospechosos de terrorismo.
Richard Perle, que tiene una gran influencia en el Departamento de Defensa
de Rumsfeld, aboga por la táctica israelí de bombardeos ofensivos a los adversarios.
"En 1981 los israelíes se enfrentaron a una decisión urgente: ¿debían permitir
que Sadam Husein abasteciera de combustible a un reactor nuclear construido
por Francia cerca de Bagdad, o destruirlo? Los israelíes decidieron atacar
preventivamente. Todo lo que sabemos (sic) acerca de Sadam Hussein obliga
(sic) al presidente Bush a tomar una decisión similar: emprender una acción
preventiva o esperar, posiblemente hasta que sea demasiado tarde" [3].
Otro prominente colono, el senador Joseph Lieberman, hizo un llamamiento para
que EE.UU bombardeara Siria, Iraq e Irán tras el 11 de septiembre, haciéndose
eco del consejo del primer ministro Sharon al presidente Bush. Alan Dershowitz,
profesor de derecho en Harvard, refrendó públicamente la represiva legislación
en EE.UU, cuyo modelo era el sistema israelí de detención ilimitada de palestinos.
Los colonos subordinan la política norteamericana a las necesidades de la
política exterior israelí, independientemente de las circunstancias y de los
extremos a los que les empuja la política colonial israelí. Además, como representantes
del poder hegemónico en EE.UU, tratan incluso de controlar a bajo nivel las
medidas de seguridad -tortura en los interrogatorios- al tiempo que se convierten
en vociferantes defensores de una guerra generalizada en Oriente Medio. Los
colonos han influido con éxito en el gobierno de EE.UU para que bloquee cualquier
iniciativa de la UE respecto a una mediación internacional, al tiempo que
EE.UU auspiciaba el Plan Mitchell, que recomendaba observadores de paz. En
resumen, a pesar de sus intranscendentes y puntuales críticas a los excesos
de Israel, EE.UU no sólo ha sido un defensor incondicional de Israel, sino
que ha hecho lo mismo, en el contexto de la sangrienta y prolongada represión
y ocupación de los territorios palestinos, de las que Washington es cómplice.
La hegemonía israelí sobre EE.UU a través de sus colonos es un arma formidable
para neutralizar a los aliados de EE.UU de la OTAN, a los vasayos petroleros
árabes, a la vasta mayoría de la Asamblea General de la ONU e incluso a su
propio público en determinados asuntos de Oriente Medio.
Más peligrosa todavía es la paranoia irracional que los colonos transfieren
de la política israelí a EE.UU. Todos los árabes son sospechosos. Se debe
a amenazar a los adversarios de Oriente Medio, si no bombardearlos. Se deben
establecer tribunales militares secretos y la justicia sumaria para los sospechosos
de terrorismo. Los medios están especialmente puestos a punto para recoger
el síndrome de paranoia israelí: magnificando cada amenaza, mostrando la resolución
y eficiencia israelí contra los terroristas árabes. El estilo paranoico de
la política ha conducido a los ataques israelíes a países árabes en Oriente
Medio, al espionaje en EE.UU, a la compra ilegal de armas nucleares en EE.UU
y a una violencia sin tregua contra los palestinos y los libaneses. El peligro
es que la asimilación del estilo paranoico por parte de EE.UU tiene enormes
consecuencias, no sólo para Oriente Medio, sino para el resto del mundo y
para las libertades democráticas en EE.UU.
Lo que los intelectuales colonos y otros publicistas israelíes olvidan mencionar
es que la política de seguridad israelí es un completo desastre: estaciones
de autobús, centros comerciales, hoteles de cinco estrellas, pizzerías y todas
sus fronteras han sido atacados, y cientos de ciudadanos israelíes han sido
asesinados o heridos. Miles de israelíes cultos huyen del país precisamente
a causa de la inseguridad y de la proximidad de la violencia que ni el Shin
Ben, ni el ejército, ni los colonos de los asentamientos son capaces de impedir.
Ciegos ante los fallos de la seguridad israelí, los colonos insisten en crear
condiciones para la represión interna y la guerra externa. Dado su influyente
papel en los medios, su importancia en las páginas de opinión y en los editoriales
de los más prestigiosos periódicos, el mensaje de los colonos llega mucho
más allá de su limitado número y de su mediocridad intelectual. Posición y
dinero pueden compensar sus patologías sicológicas y políticas así como anular
cualquier escrúpulo acerca de lealtades dobles.
Notas:
1. James Bamford, Body of secrets. Doubleday: New York, 2001. pp.: 187-239.
2. Muchos judíos no están de acuerdo con aspectos particulares de la política
israelí y no aprueban el incondicional apoyo del lobby judío-norteamericano
a Israel. Pero sus voces no se escuchan y en la mayoría de los casos tienen
escasa o nula influencia en la política, los medios y la economía.
3. New York Times, 28 de diciembre de 2001, pág. 19.