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Internacionales

IMPERIO

Francisco Fernández Buey

Primo Levi, reflexionando sobre el Holocausto, escribió que la historia de la barbarie es como un silogismo práctico. La premisa mayor de este silogismo reza así: "Todo extranjero es enemigo". La conclusión del mismo no es única: puede ser el genocidio o el etnocidio, la limpieza étnica o el asimilacionismo, los campos de concentración o los campos de destrucción de otros pueblos, de otras culturas. Por desgracia, la aceptación de la premisa mayor de este silogismo es casi siempre inconsciente para la mayoría de los humanos. Pero siempre que en la historia de la humanidad esta premisa mayor se ha convertido en dogma, mediante la afirmación autoexcluyente de la propia cultura, que se considera a sí misma superior, el resultado ha sido la planificación de la propia barbarie: el holocausto, el quemar todo lo otro, la implantación del infierno sobre la tierra. En el transfondo del Holocausto está la afirmación arrogante de la Kultur frente a la Zivilisation.
Lo característico del capitalismo posmoderno en la época del Imperio único es que se presenta a sí mismo como vencedor de las fuerzas que causaron el último gran holacausto del siglo XX, pero al mismo tiempo, al afirmar la superioridad de la propia cultura mercantil, quema todo aquello que considera antagonista o enemigo, crea otros holocaustos y los presenta ante la propia opinión pública como necesarios, como respuesta supuestamente "civilizada" ante el riesgo de que aparezca en el horizonte un nuevo Hitler. Avisa de que viene El Lobo y, mientras tanto, convierte en lobos a los paisanos. La paradoja de los nuevos holocaustos es que éstos se presentan como una retorsión del principal Holocausto del siglo XX: el capitalismo posmoderno dice querer hacer modernos a todos los demás, induce en las otras culturas nuevas necesidades y, cuando llega a la conclusión de que estas nuevas necesidades inducidas no pueden ser satisfechas más allá del mundo de los ricos, quema y destruye las tradiciones y culturas que no se adaptan a los designios del Imperio.
Este quemar todo lo otro tiene ahora, en el cambio de siglo y de milenio, dos aspectos: material uno y simbólico el otro.
Materialmente, el Imperio quema todo lo que considera antagónico mediante las guerras. Identifica reiterativamente lo antagónico con el espectro de Hitler y a continuación bombardea todo tipo de instalaciones civiles de aquello que llama "enemigo". Así en Bagdad, en Belgrado o en Kabul. En estos bombardeos han muerto desde 1991 cientos de miles de personas inocentes, un número muchísimo mayor que el de los muertos inocentes causados por los distintos tipos de terrorismo marginal. La ideología imperial se escandaliza ante los actos bárbaros de los otros y pone sordina a las consecuencias de su propia barbarie siempre impulsada por la enorme superioridad tecnológica y militar de los Estados Unidos de Norteamérica, de los gobiernos que dicen amen a todo lo que manda el gendarme imperial y de los gobiernos que utilizan la sumisión al Imperio para recomponer sus propios sueños imperiales frustrados.
Simbólicamente, el Imperio quema, destruye o confisca algunas de las mejores piezas de las culturas que considera antagónicas. Se escandaliza con razón cuando los otros destruyen parte del patrimonio artístico-cultural, pero al mismo tiempo, en su centro, quema y destruye indiscriminadamente cada año muchos más libros que los que quemó y destruyó la Inquisición a lo largo de la historia. Y lo hace por razones exclusivamente mercantiles: para liquidar stocks, ahorrar en almacenes y limitar la competencia editorial. El capitalismo imperial posmoderno exige que toda la humanidad se cosifique en las gélidas aguas del cálculo egoísta.
Las instituciones monetarias del Imperio quieren que todos los pueblos del planeta vivan en las gélidas aguas del cálculo egoísta. Desde Rusia a Argentina recomiendan a los gobiernos de las provincias la religión de la desregulación y cuando estos gobiernos han sacrificado a los pueblos en el altar de la competición crematística los dejan caer en la desolación y en la crisis aduciendo que no han sabido aplicar las reglas de sus recetas neoliberales. Dolarizan el mundo y luego dicen que el mundo no está preparado para la dolarización. Liquidan estados y luego dicen que el estado-nación está en crisis. Exigen seguridad para que haya inversiones y cuando han liquidado las industrias incipientes en las provincias ofrecen medidas y técnicas policíacas para garantizar los beneficios de las empresas transnacionales, que son, en realidad, nacional- imperiales.
De ese tipo de cinismo dijo Oscar Wilde: "Sabe el precio de cada cosa, pero no sabe el valor de ninguna".
El Imperio se mofa de las banderas de los otros aduciendo que pasaron ya los tiempos de las banderas "provincianas" y a continuación exalta la propia bandera en todas las actividades cotidianas y la impone a otros pueblos a miles de quilómetros de su centro. El Imperio se cisca en la inteligencia crítica y llama "inteligencia" al espionaje. Forma "luchadores de la libertad" donde tiene intereses geoestratégicos y luego, cuando quieren autodeterminarse, los llama terroristas. Se llena la boca con la palabra "libertad" y en las provincias no reconoce otra que la Quinta Libertad, el Séptimo de Caballería posmoderno. Hunde la enseñanza pública universitaria donde lo hubo y luego dedica enormes recursos a la compra de intelectuales de los cinco continentes, convierte sus obras en mercancías cosmopolitas y les exige que renuncien a sus orígenes declarando que ha llegado la guerra entre civilizaciones. Dedica importantas sumas a la investigación de medicamentos para combatir las enfermedades de la civilización y luego se lucra con ellos condenando a la muerte a los pobres que no pueden pagarlas.
En las provincias, la cultura imperial afirma su superioridad mofándose de las otras culturas y humillándolas. El Imperio desprecia cuanto ignora: coloniza culturas a las que trata de primitivas, invade los desiertos de África con las naderías de la París-Dakar y silencia a los que allí quieren autodeterminarse; arranca los velos medievales allí donde éstos cubren los rostros de las mujeres pero a continuación prostituye todo aquello que no entra en la división internacional del trabajo; denuncia la persistencia de la vieja esclavitud pero a continuación crea nuevos esclavos y se beneficia de la nueva esclavitud; impone la coca-cola en lugares en que falta agua o el agua está contaminada; subasta con arrogancia, en Londres o Nueva York, las mejores piezas de las culturas precolombinas.
La cultura imperial se apropia de las medicinas tradicionales de los pueblos indígenas de América, África y Asia y luego las patenta para vendérselas, a precios desorbitados, a los descendientes de los que las crearon; deja sin espacio, en nombre de la religión del petroleo, a los pueblos que han vivido en armonía con la naturaleza durante siglos y dice que lo hace en nombre de la conciencia ecológica planetaria; predica austeridad a los pobres en nombre del desarrollo sostenible y luego se niega a firmar convenios internacionales para la reducción de las principales emisiones contaminantes; destruye agriculturas de siglos e impone cultivos cuyos beneficios van a parar a las transnacionales de la agroindustria; obliga a emigrar a millones de personas y luego niega la libertad de circulación a los que tienen que emigrar; produce sociedades multiculturales y luego dice que el multiculturalismo es un peligro para la civilización occidental; ficha, cataloga y controla a todo bicho viviente, animal o racional, y luego lo mete en guetos y reservas.
Con motivo de los atentados del 11 de septiembre del 2001 algunas personas sensibles, pocas, se han preguntado en EE.UU y en Europa por qué hay hoy tanto odio en el mundo contra la civilización que cree representar el Imperio. La respuesta es tan sencilla como difícil de entender para el Padre Padrone que aún cree que los siervos tienen que estarle agradecidos. La respuesta es: por la extensión de la pobreza, del hambre, de las enfermedades y de la esclavitud; por la destrucción de lenguas y culturas que un día fueron tan cultas (o más) como la lengua y la civilización del Imperio; porque el capitalismo posmoderno ha convertido el mundo en una plétora miserable y presenta esto, contra la evidencia, como el mejor de los mundos posibles; porque los desesperados están hartos de que les hayan matado a sus dioses y encima se rían de ellos los que no creen en ninguno.
El odio no justifica, obviamente, la barbarie de los otros (tan moderna y a veces tan posmoderna, por cierto, como la del Imperio), pero explica la desesperación que conduce a ella. El capitalismo imperial posmoderno exalta constantemente la violencia en los medios de comunicación que domina, fomenta la Sociedad del Rifle, practica la pena de muerte y luego interviene violentamente para combatir la violencia que él mismo ha inducido. El capitalismo imperial posmoderno llama fundamentalismo a la desesperación de los otros y oculta el fundamentalismo propio. De ahí surgen varios holocaustos selectivos y una nueva especie de macartismo global.
He aquí otra vez el "poder desnudo" del que hablaba el viejo Einstein al acabar la segunda guerra mundial. Un tipo de poder que a él le recordaba la época del ascenso del nacional- socialismo en Alemania. Retorsión de lo que hubo. Esta vez son los musulmanes y asimilados quienes más sufren. Pero conviene recordar, con Levi, que ya en el infierno de Auschwitz se llamaba "musulmanes" a los más desgraciados de entre los desgraciados del campo de exterminio. ¿Una premonición? La última imagen de la dimensión que ha alcanzado el "poder desnudo" ha sido el traslado forzoso de los talibanes afganos desde Kabul a Guantánamo, cuerda de presos organizada con los últimos adelantos tecnológicos que, sin embargo, trae a la memoria alguna de las escenas del Espartaco de Kubrick. Todo un símbolo. Por lo que significaba Kabul, en el corazón de las tinieblas, y por lo que significa Guantánamo, territorio imperial en la isla de Cuba.
Nuevamente en el Imperio. Como dijo Walter Benjamin, no hay documento de cultura que no lo sea al mismo tiempo de la barbarie.

¿Hay alguien ahí?

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