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29 de
enero del 2002
Plan imperial contra América Latina
Heinz Dieterich Steffan
Con Afganistán pacificado a medias y el Medio Oriente en
llamas, a Estados Unidos se le abrió un tercer frente regional: América
Latina. En Afganistán, el plan de guerra de Washington se basa en bombas
y dólares y en el Medio Oriente se sustenta en el despiadado terrorismo
de Estado de Israel. La pregunta central para América Latina es, por
lo tanto, ¿qué fisonomía tendrá el proyecto bélico
del imperio para vencer en el tercer frente?
Las sublevaciones de las "tribus" que pueblan el Tercer Mundo ---a diferencia
de los civilizados que habitan en el Primer Mundo--- resultan, esencialmente,
de las mismas causas en los tres frentes: 1. un modelo de explotación
económica que hace imposible una existencia humana digna para las mayorías;
2. la exclusión política absoluta de las mayorías en
democracias formales que funcionan sólo para los banqueros y, 3. el
entreguismo total de sus elites a los centros del neocolonialismo mundial,
en la educación, la identidad nacional, la economía y la política.
El plan de guerra de Washington, destinado a regresar a los latinoamericanos
a un estado de sumisión "normal" y tolerable para el imperio, depende
de la naturaleza del problema que enfrenta su sistema de dominación
en el subcontinente. Para entender adecuadamente este plan que el Consejo
de Seguridad Nacional (NSC) de Estados Unidos está ideando actualmente,
es necesario, por lo tanto, comprender a fondo a la crisis política
latinoamericana. La ofensiva imperial y las posibilidades de enfrentarse a
ella, son funciones de este análisis.
Las tareas más apremiantes de los planificadores del NSC ---que aglutina
a las múltiples agencias de espionaje de Estados Unidos, al Pentágono
y al Departamento de Estado, bajo la conducción de la Casa Blanca---
frente a América Latina, en el año en curso, son seis: 1: impedir
la ruptura del control oligárquico-neoliberal de Argentina, por el
movimiento popular y de clase media; 2. impedir el triunfo electoral del Partido
de los Trabajadores (PT) en Brasil; 3. impedir el triunfo electoral de la
alianza indígena-popular-militar en Ecuador; 4. impedir el fortalecimiento
de las guerrillas en Colombia; 5. debilitar al gobierno de Hugo Chávez
en Venezuela, para que acepte el proyecto imperial o sea derrocado; 6. impedir
la conversión del MERCOSUR en un bloque regional de poder que deje
de ser patio trasero del Norte.
La lógica general del plan de guerra para América Latina puede
inferirse de los siguientes indicadores: a) la entrega de la conducción
de asuntos hemisféricos a los delincuentes políticos de la guerra
sucia del presidente Ronald Reagan, entre ellos: Otto Reich, Lino Gutiérrez,
John Negroponte, Roger Noriega y Elliot Abrahams; b) el aumento del presupuesto
militar para este año y el siguiente, alcanzando ya la suma estratosférica
de 400 mil millones de dólares; c) la multiplicación de agentes
de la Central de Inteligencia (CIA), el aumento de su presupuesto, la (nueva)
formación de unidades paramilitares y su autorización de asesinatos;
d) el abandono del Tratado Internacional de Limitación de Armas Estratégicas
(SALT); e) la intervención militar en las Filipinas y Colombia y la
cínica actuación de la Casa Blanca, del FMI ("sin sufrimiento
no saldrán de la crisis") y del Secretario del Departamento del Tesoro,
Paul O´Neill ("les gusta estar en ese tipo de situaciones"), frente a la crisis
argentina; f) el apoyo abierto e incondicional al terrorismo de Estado israelita
que incluye asesinatos políticos, escuadrones de la muerte estatales,
la tortura, la detención sin procedimientos jurídicos y un sinnúmero
de otras violaciones a los derechos humanos.
Todos esos indicadores dan una idea general de la futura política exterior
de Bush II que se ve facilitada por la habitual cobardía y complicidad
de las elites políticas e intelectuales europeas, el deprimente appeasement
(servilismo) del gobierno chino y el oportunismo político del gobierno
ruso, frente al rufián de la aldea global; quien solamente tiene que
aguantar a la verdad, cuando el valiente presidente de Cuba, Fidel Castro,
se pronuncia.